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viernes, 31 de diciembre de 2010

Enemigo personal

         Una lágrima recorría mi mejilla en dirección al suelo, dispuesta a morir en los fríos desiertos de cerámica. Es lo primero que recuerdo de este ritual diario y violento. Es increíble, no quería enfrentar ese momento pero también llevaba todo el día esperándolo.
         Había comenzado mi día como todos los demás. Pero en un momento de la mañana tuve esa primera sensación que fue intensificándose a medida que transcurría el día. Ya sabía lo que necesitaba pero no podía hacerlo fuera de casa. No tengo la valentía suficiente para hacerlo fuera de casa. "Existen muchos peligros", me han contado, "enfermedades".
         Sabía que él ya estaba ahí, dentro de mí y esperando que lo enfrentara al final del día.
         Al llegar el atardecer, pude sentarme allí, en ese objeto tan anhelado por mi corazón y espíritu.
         Esperé todo el día; horas de cursada en la facultad; kilómetros de viaje en autobús para llegar a este momento.
         Llegué a casa. Me senté sobre el objeto del anhelo infinito. Luché con todas mis fuerzas para derrotarlo, siempre tratando de ganar esta batalla a muerte de todos los días. En mi casa. En el lugar donde más seguro me siento y nunca tengo miedo.
         Escuchaba el viento soplar fuera y las hojas agitarse al son de la suave brisa. Era música para mis oídos. Era lo que relajaba y tranquilizaba mi cuerpo, mi interior. Era lo que necesitaba para el último suspiro; era lo que buscaba para ganar la batalla. A veces prefería no vivir en lugar de sufrir por culpa del enemigo que nosotros mismos creamos.
         Al final gané, como todos los días, aunque debo admitir que el de hoy fue un enemigo demasiado duro de expulsar y derrotar (me hizo llorar, las lágrimas se estrellaban contra el suelo mientras el monstruo se ahogaba en las cálidas aguas de la paz).
         Realicé el acto que seguía: tomé el rollo y envolví una cierta cantidad de papel en mis manos e hice el resto que hace todo el mundo (no sigo describiendo los hechos porque puede ser muy desagradable el hecho de ganar, aunque es un momento más que hermoso para cualquier ser humano triunfante).
         Ahora faltaba el acto más importante, el acto final: tirar la cadena. Rogaba que el agua descendiera pronto o sino me encontraría en graves problemas.

         Bueno, mientras espero que el plomero finalice su trabajo y me putee mientras lo hace (y se queje del hermoso aroma generado por mi enemigo personal porque no encontré el Lysoform aroma limón), me propuse a escribir este hermoso y agradable relato...

         Consejo: tiren la cadena a medida que vayan haciendo sus necesidades (que no son necesarias para nuestro cuerpo) o el inodoro se les puede tapar como me ocurrió a mí.

         (Esto es pura ficción, aunque necesité inspirarme en hechos reales).


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