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jueves, 29 de diciembre de 2011

Graduación


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    Hoy desperté con un sabor dulce en mis labios. Lo último que recuerdo de mi sueño es el beso que ella me daba antes de despedirse en ese mundo de fantasías. Ya hace seis años que no la veo y casi no la recordaba. Pero anoche, durante un sueño que no tenía principio ni fin, volvió a aparecer, tan clara y nítida como la realidad misma. Mis ojos se llenaban de lágrimas que descomponían la luz en mis pupilas como si fueran prismas creando un caos de colores. Era ella, un viejo amor. Y estaba frente a mí, con sus manos extendidas y me pedía que la acompañase en su camino.

sábado, 10 de diciembre de 2011

La Sombra

   Pensar en el mero hecho de que pronto debería bajar del autobús y caminar la calle otra noche más le generaba un estremecimiento que le recorría todo el cuerpo, avanzando por las autopistas de los nervios hasta chocar contra el miedo a lo conocido.
   No era sencillo para él enfrentar nuevamente sus temores, cada noche que debía recorrer por la calle a medianoche, estos se hacían más intensos, más fuertes, más reales. Es difícil, de eso no hay dudas. Es difícil volver al hogar.

   El autobús estaba por llegar a la última parada del recorrido. Allí bajaría el último viajero. El chófer lo observaba a través de los espejos atornillados frente a él. Veía a un chico preocupado, mirando el paisaje nocturno por la ventanilla. Él parecía temblar y no por las vibraciones del vehículo. De verdad, lo notaba asustado. El conductor veía más allá del pasajero, como si fuese transparente, o eso creía ver. Ese muchacho le daba pavor, de eso estaba seguro, pero ya estaba por bajar de la unidad que conducía, en su última vuelta de la noche fría de un inminente invierno crudo.
   El chico se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta trasera. Tocó el timbre solicitando la próxima parada. Era el último pasajero de un recorrido intenso, como si las once de la noche fuese una hora pico.
   El autobús rojo se detuvo en la parada y el muchacho bajó sin mirar a los lados. El chófer renovó su marcha, dichoso de dejar atrás al pasajero que tanto miedo le generaba. Debe ser un delincuente, pensó una que otra vez mientras lo observaba. Pero nunca le había hecho nada que confirmara su teoría en todos los meses que llevaba en el servicio nocturno. No sabía, ni le interesaba saber, de dónde provenía el chico. Era blanco como una manta de nieve en Bariloche en plena nevada. Las oscuras ojeras bajo sus ojos insinuaban que el muchacho jamás descansaba. Su cuerpo flaco y huesudo decía a gritos que no comía demasiado. Y jamás se había atrevido a hablarle. Y el pasajero jamás le había hablado, y esta noche no sería la excepción. Sólo se dedicaba a marcar el boleto del muchacho y este seguía su camino para sentarse en el último asiento del coche, perdido en sus pensamientos.