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domingo, 27 de febrero de 2011

Una historia extraña (Parte 1 de 3)

   Hola de nuevo, mis lectores. Hoy les presento un nuevo relato, el más largo que he escrito hasta el momento. Este relato lo partí en tres partes para facilitar su lectura (convengamos que son más de cinco mil palabras y podría abrumar a varios), y esta es la primer entrega.
   Una vez más les advierto sobre el lenguaje del relato y el curso de la historia. Seguro que te preguntas por qué el nombre El Negro de El Peligro del blog, la respuesta es sencilla. A mí me llaman Negro, y vivo en El Peligro. Quise jugar armándome un juego de palabras. En un principio pretendía escribir relatos de este tipo, bizarros y asquerosos (el nombre del blog encajaría a la perfección) pero el resultado de mis escritos fue diferente. Terminé siendo un maldito romántico. Ojo, nunca dejaré de escribir mis sentimientos cada vez que lo necesite pero este es mi otro lado, el más cómico y oscuro que pueda tener...
   Espero que les guste...
   La primera parte...









1
   “Del polvo venimos y hacia el polvo vamos.”
   Esta es la frase más verídica de toda la biblia, es lo que al menos creo yo. Creo que es muy obvio que mis padres se echaron algunos polvos antes de procrearme y, al procrearme, habrá sido muy intenso todo este bendito asunto. Soy bestialmente enorme. Y eso de “al polvo vamos” lo veo como que el hombre no piensa en otra cosa que no sea tener sexo con su prójimo, sin importar que esté casado, de novio, sea mayor o menor de edad. Es así: el ser humano es el único animal sobre la Tierra que tiene sexo por simple placer, exceptuando la necesidad de supervivencia de la especie.
   Bueno, también es verdad que la frase “echarse un polvo” proviene del Génesis pero me gusta ser feliz creyendo que es al revés. Nací para polvear la vida, y las páginas de un libro no cambiarán mi manera de creer. En fin, no escribo esto hoy para hablar sobre religión y dioses que tienen relaciones sexuales celestiales a distancia. No quiero ofender a nadie. Así que vamos a lo nuestro; vamos a lo que nos compete en estos momentos. Volvamos al polvo.

   Se preguntarán a qué se debe toda esta breve introducción, pues la respuesta es sencilla. El polvo cambió mi vida para siempre. Y el suceso que me llevó a echarme mi primer polvo fue muy extraño y me marcó la memoria.
   Sucedió hace más de una década, cuando tenía quince años, alrededor de 1995, en el verano más caluroso de la década en el barrio de El Peligro. Ese verano vivimos la aventura más grande de la historia, mi historia, nuestra historia. Junto a mis cuatro mejores amigos, nos hacíamos llamar la “Pandilla de Derry”, un guiño a Stephen King, mi autor preferido de libros. La idea de Derry fue mía, después de haber visto It en mi casa unos meses antes del suceso.
   La cuestión era que nos encantaban las aventuras, tratábamos de encontrar el modo de no aburrirnos durante las vacaciones de verano. Nunca nos habíamos imaginado que tendríamos una experiencia sobrenatural, más allá de las historias de Stephen King, mucho más macabra, además de erótica. Cruelmente erótica.
   Cuatro de los cinco éramos vírgenes (me incluyo en el grupo), hasta ese día, diez de febrero de 1995. Todo cambió en nuestras vidas. E incluso, en la vida del que no era virgen.

2
   Usted podrá pensar que nos aventuramos en un cabaret del barrio pero se equivoca. Jamás intentamos penetrar esa fortaleza, nuestros padres podrían habernos asesinado si hubiésemos intentado siquiera entrar allí. No es como en estos días donde los chicos de quince años ya son padres, acompañados de un kilometraje sobre los caminos del sexo que antes se lograba a los veinticinco años.
   Nuestra aventura comenzó ese diez de febrero a eso de las nueve de la mañana cuando llegó Alejandro junto a Enzo a mi casa. Mi vieja estaba lavando la ropa en el lavadero mientras yo me degustaba un excelente capítulo de Dragon Ball Z. Mi viejo seguramente estaba trabajando en la granja, como todos los días.
   Los dos saludaron amablemente a mi madre y los invitó a pasar a casa. Ella les ofreció unas galletitas que ambos aceptaron y se fue a continuar con su trabajo de ama de casa.
   -Ahora vamos a la casa de Diego y Claudio -dijo Enzo, el mayor del grupo, apenas unos dos meses mayor que yo y mucho más pelotudo que cualquiera de los cinco. Era el que siempre presumía su aventura en el cabaret y el mandón del grupo, a veces deseaba matarlo por ser tan hijo de puta, se creía el líder del grupo y, nosotros, lo dejábamos actuar con suma impunidad-. ¿Vamos ahora? -propuso finalmente.
   -Dale -dije yo, entusiasmado y asqueado por verle la cara. Notaba un brillo en los ojos de Enzo que despertó mucha curiosidad en mí, seguro sería algo emocionante. No me equivocaba.
   Además, ya estaba demasiado aburrido allí, encerrado viendo televisión todo el día solo. Menos mal que salí de casa o si no podría haber terminado siendo uno de esos freaks que se disfrazan de dibujos animados que, pobres, no tienen vida. Lo lamento mucho por ellos. Pero no los juzgo, ya lo dije, no quiero ofender a nadie con mi relato. Puede sonar a controversia porque estaba viendo Dragon Ball Z, pero D.B.Z no es un animé, es un manga. Continúo con la historia.
   -Perfecto -agregó Alejandro, que lo sentía ajeno a la charla entre Enzo y yo. Era un muchacho muy callado, siempre observaba nuestras charlas y, a veces, acotaba con lo justo. Pero le gustaba estar entre nosotros y, a nosotros, nos gustaba su presencia. Su forma de ser se aclaró al final del suceso inolvidable.
   -Dale, Daniel. Cambiate -me mandó Enzo. Siempre era así, y yo siempre obedecía las órdenes del cara de boludo.
   -Vamos así nomás -le dije yo sin preocuparme por mi vestimenta. Quería salir urgente de casa, alguna fuerza me empujaba hacia la casa de los Sánchez.
   Le dije a mi vieja que iba a dar una vuelta a la casa de los Sánchez un rato y que volvería mas tarde. Ella dijo que no había problema (eso era lo bueno de ser un excelente alumno en la escuela y comportarse debidamente ante tus padres; ellos confiaban ciegamente en uno) pero que me cuidara. Dijo, además, que creía que se avecinaba una tormenta, que no ande en la calle si se largaba a llover.
   Salimos en busca de una aventura que nunca habíamos imaginado que encontraríamos.

3
   Cuando salimos afuera de casa, vi lo que mamá me había advertido momentos antes, una enorme negrura se acercaba desde el norte hacia nosotros. Era muy negro, una tormenta de verano que prometía ser intensa. Lo extraño había sido que mamá me había dejado salir. Creo que era todo obra de un ser mucho más poderoso que nosotros, alguien que se encargaba de escribir el argumento y guiar nuestros pasos a ese hecho peculiar. O mamá no vio bien a la tormenta inminente. No lo sé, el viento aún no había llegado y aún hacía mucho calor.
   Nada de esto se lo mencione a los chicos, solo me dediqué a pedalear y a seguir a Enzo y Alejandro, que iban dialogando sobre algún partido que había jugado el Pincha la noche anterior y perdido, por suerte.
   Volví una vez más mi mirada hacia la tormenta, había algo raro en ella; era algo que no captaba pero temía. Me generaba mucho recelo pero igual seguí adelante. No podía volver a casa.
   -¿Qué vamos a hacer en la casa de los Sánchez? -le pregunté a Enzo, en especial.
   -Ya verás, Daniel. Ya verás -me respondió-. No haremos nada de otro mundo, chico de Derry.
   Eso lo tomé como a una pista, supuse que sería una película. Siempre hacíamos lo mismo, en la casa de alguno de los de la pandilla.
   Seguimos nuestro viaje, dándole la espalda a la tormenta que todos ignoraban. Excepto, creo, yo. O tal vez la ignoré hasta que provocó lo que provocó.
   (Perdónenme, me gusta el misterio; y quiero que ustedes sepan todo a medida que lo fui sabiendo yo, a su debido momento. Tarde o temprano todo se devela y revela, como una buena foto de un fantasma).

4
   Diego y Claudio eran hermanos, hijos de Pedro Sánchez, un íntimo amigo de mis padres, y de su mamá (nunca me acuerdo el nombre de ella, pero creo que era Ruth). En ese momento sus padres no estaban en casa. Habían ido a una reunión en Buenos Aires por unos negocios sobre unos campos en Abasto, en esos días no entendía una mierda sobre asuntos inmobiliarios y, aún hoy, sigo siendo un ignorante del tema, es todo un puto y bello misterio para mí.
   -¿Qué hacemos? -preguntó Diego, el mayor de los Sánchez. También de quince años. Claudio tenía catorce o estaba cerca de los catorce, no sé. No soy bueno para las cuentas, se las debo. Pero seguro que aún no tenía pelos alrededor de su amiguito. Aún así era un  genio, un groso, luego supe por qué.
   -No sé, Enzo es el que siempre tira las ideas -dije mientras miraba a Enzo, esperando que se le ocurriera algo o tuviera algo entre las mangas. Así fue.
   Enzo le dijo algo a Diego y este se fue a su habitación. Al regresar traía una caja, o algo que se le parecía. Era pequeño y tenía una imagen, una foto que me generó un estremecimiento placentero en mi estomago. Era el video de una película porno.
   -Esto -dijo Enzo mientras tomaba el videocasete y lo enseñaba al público -es una película porno. Los viejos de Diego y Claudio no están. Así que vamos a disfrutar de una buena hora del mejor sexo yanqui. Después haremos una competencia de masturbación-. Nunca supe si lo dijo en joda o iba en serio.
   Claudio lo miraba con aires de desprecio pero también asomaba una débil sonrisa pervertida. Yo sonreí, me parecía algo gracioso. Afuera, comenzó a levantarse viento. El cielo comenzó a nublarse más deprisa, como anunciando algo desagradable, pero no podía ser así, eso solo sucedía en novelas y películas de Hollywood. Lo que sí sabía era que la tormenta estaba casi sobre nosotros.
   -Cabe aclarar que yo no estaba de acuerdo con esta locura -dijo Diego con las mejillas sonrojadas de vergüenza. Pero excitado, un buen pajero de mierda. Un buen muchacho que también se dejaba gobernar por Enzo.
   -Dale, boludo -dijo Enzo a Diego cortante-. Bien que te gusta estas cosas. Las pajas que te habrás hecho viendo películas de este tipo. ¿Dónde las escondiste? Sé que tenés alguna escondida en tu habitación.
   -Yo no tengo esas cosas, Enzo. No hables pavadas.
   Enzo negó con la cabeza, frustrado y mirando al suelo. Se dirigió al living, encendió la tele y puso el video dentro de la videocasetera.
   -Vamos a ver la película y a relajarnos un poco, muchachos. Aprendamos así algún día vamos al cabaret a ponerla. Mejor dicho, los llevo al cabaret a ponerla. Vieron, yo conozco ese lugar de arriba abajo. -Sonreí porque casi metió la pata, Enzo casi se ahoga de vergüenza.
   Luego emitió una fuerte carcajada.
   Todos nosotros venerábamos a Enzo, excepto Claudio (siempre fue muy cortado con Enzo), porque había debutado con una mina de dieciocho años, hacía unos meses atrás. Al menos era lo que decía él. Aunque tenía unos granos en la cara que parecía decir lo contrario, ¿qué mina de dieciocho años se querría voltear a un pibe de quince con esa cara de pelotudo? Pues, él había sido la excepción a la regla. Eran sus palabras. En el resto de su personalidad, se nos hacia fácil odiarlo, pues era un tremendo hijo de puta.

5
   En el preciso instante en que Enzo metió el casete en el video y, esta, se la devoró para llevarlo a sus entrañas que difundirían sus imágenes más perversas, afuera se oyó un fuerte trueno. Yo estaba cada vez más seguro de que esa tormenta era un aviso de algo muy malo. Al salir de mi casa lo había notado casi de inmediato, ahora, parecía estar dándome la razón con ese trueno tan preciso, que estalló apenas la película atravesó el umbral de la tecnología.
   -Tal vez debería ir a casa antes de que se largue a llover -dijo Alejandro, que no había dicho nada hasta ese momento, con la voz temblorosa. Creo que también notaba algo extraño. Había algo raro en el aire, se respiraba diferente, como más pesado, más vivo. Es difícil de describir, sólo puedo decir que algo estaba cambiando en el ambiente de la casa de los Sánchez.
   -No jodas, Ale. Si querés, andate. Nadie te obliga a quedarte -lo regañó Enzo.
   Alejandro vaciló un momento con irse pero al final se sentó en una de las sillas que rodeaban al televisor. Como yo, creo que olía la rareza pero tampoco quería huir de la misma. El deseo era más fuerte que nuestra voluntad.
   -¿Viste? -dijo Enzo con tono irónico-. Sabía que sos un cagón pero te gustan las pornos. Sos todo pervertido y pajero.
   -Yo, ¿pajero? -decía Alejandro mientras se señalaba en el pecho, al borde de las lágrimas y encolerizado-. Vos trajiste esa película para después masturbarnos todos en el jardín de los Sánchez.
   -¡Eh! -gritó Claudio-. ¡Nadie se va a pajear en las rosas de mamá!
   -Bueno, calma -intervine-. Calma que ya comienza la película.
   Otro trueno, ahora más cerca. Me sobresalté y, luego, me acomodé en mi silla y miré a la pantalla del televisor Philco.
   La película dio inicio.


Continuará...




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1 comentario:

  1. Déjame decirte que está muy buena la historia, Cristian, y no sólo por lo entretenida que está, sino porque me parece que está muy bien narrada. La puntuación y la gramática están muy bien cuidadas, sin mencionar la intachable ortografía.

    Me parece que vas puliendo tu estilo. La prosa es fresca, engancha y atrapa tu atención. Los personajes están muy bien dibujados. :)

    Te felicito, Cristian!!! Ya estoy ansiando la segunda parte!!! :D

    Un abrazo! ;)

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