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sábado, 12 de mayo de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo VIII)


VIII. PERDIDOS

1
   Juan buscaba por la parte de atrás de la casa. Clara entró al galpón que había al lado. Allí se resguardaban un tractor y varias herramientas que solo en el campo se podían llegar a utilizar. Gritó el nombre de su hijo pero no obtuvo respuestas. Lloraba, cómo había dejado que se le escapase de las manos. Sabía lo importante que era para ella y, aun así, lo había dejado solo. Escuchó un disparo proveniente de la casa. Comenzó a correr hacia allí, rogando que su hijo no estuviera en el lugar de donde había ocurrido el disparo, asustada.
   En la puerta de entrada se encontró a Juan y ambos entraron luego de cruzar miradas sin decirse nada.
   Llegaron hasta la habitación donde habían dejado a Gabriel desmayado y oyeron sollozos al otro lado de la puerta, eran de Aylén. Juan tomó el picaporte y empujó. No abría, estaba trabada.
   ―¡Abran la puerta! ¡Aylén, Gabriel! ¿Qué pasa?
   Clara estaba aterrorizada. Juan le pidió que se echara hacia atrás y pateó la puerta. Se resistía a los golpes. Intentó un par de veces más y esta finalmente se abrió.
   Se encontraron con Aylén llorando sobre la cama y el cuerpo desangrándose de Gabriel a varios metros de esta en el suelo.
   ―¿Qué pasó, Aylén? ―le preguntó Juan mientras se acercaba a ella y la tomaba por los hombros, asustado por todo lo que sucedía en tan poco tiempo.
   ―¿Lo mató? ―preguntó Clara mientras se acercaba al cuerpo del muchacho.
   Juan dejó a Aylén en la cama y miró a todos lados. Vio el arma del asesinato a varios metros de él, la agarró con las manos temblorosas y se la guardó. Le tomó el pulso a Gabriel y confirmó la muerte.
   ―¿Por qué, Aylén? ―le preguntó Juan―. ¿Acaso intentó hacerte daño?
   ―Nos iba a hacer daño a todos, pero sobre todo a Nicolás. Debemos protegerlo como sea.
   Clara se sobresaltó al oír el nombre de su hijo.
   ―¿Qué tiene que ver mi hijo en todo esto? ―Se arrojó sobre la chica y la zarandeó con fuerza―. ¿Por qué debemos protegerlo? ¿Qué sabés de él?
   ―Sé todo sobre él. Sé que Gabriel era el as bajo la manga de los invasores para descubrir el gran poder que se emana en el grupo. Sé que Nicolás ya te ha demostrado el poder anoche y sé que si descubrieran que él es la fuente de gran energía estaríamos en grandes problemas.
   Juan no entendía nada. Alternaba su mirada entre las dos mujeres. Clara parecía saber de qué hablaba cuando mencionaba a su hijo. ¿A qué se referiría Aylén cuando hablaba de la fuente de energía?
   Juan le pidió a Aylén que se sentara en el comedor. Le pidió disculpas y sacó una cuerda para atarla a la silla.
   ―¡Déjenme salir, yo los estoy ayudando! ―gritó ella.
   ―Mataste a una persona. Debemos tomar precauciones. Ahora necesitamos encontrar a Nicolás antes de que anochezca. Después tendremos tiempo de aclarar lo ocurrido, mientras tanto te pido que no intentes escapar ―dijo Juan mientras Clara lo esperaba en la puerta.
   ―Lo lamento, Juan. Vi en tu interior. La amabas, no fue tu culpa.
   ―¿Qué? ―Juan se acercó a ella.
   ―A Estela, su muerte no fue por tu culpa. ―Ella sonrió―. Te dije que hay cosas que sé. Es una puta maldición. Y sé que sos una buena persona y me vas a dejar salir.
   ―¿Cómo sabés lo de Estela? Nadie de los que están aquí lo saben. ¿Quién sos? ¿Sos una de ellos, una invasor?
   ―No, soy una persona con un alma activa, como el hijo de ella ―señaló a Clara― pero menos poderoso.
   Clara lo miró. Asintió con cierto aire dubitativo.
   ―Dice la verdad. Yo vi con mis propios ojos cómo Nicolás hacía volar un camioncito de juguete por el aire.
   ―Y tampoco olvides lo del incidente del cd de Mägo de Oz ―agregó Aylén.
   ―¿Por qué no me lo dijiste, Clara?
   ―Porque temo por mi hijo. No quiero que le hagan nada.
   ―Está bien, ya habrá tiempo de hablar, vamos a buscarlo.
   Aylén los miró a ambos. Sí, ahí había mucho fuego. Y él lo sospechaba. Él la amaba y no la dejaría sola un instante. Ahora sabía los secretos de Juan, ahora podía ver con los ojos cerrados.
   Y no la sorprendía el hecho de que fuese también uno de ellos. Todos guardaban un poco de energía para llegar al final del camino. En especial, Juan. Sus llamas son muy intensas y teme por ello.

   Armando entró al bosque luego de mirar atrás salvo que notó que el aire allí parecía un poco viciado, como si estuviera cargado; el sonido de un disparo lo había alertado pero igual debía continuar. Rogaba que no fuera nada malo pero lo dudaba, sin su arma se dio cuenta que había cometido un error. La tarde estaba muriendo. Estaba casi seguro de que esa luz pertenecía a Nicolás, o a alguien que necesitaba ayuda. Se repetía irregularmente, a veces duraba menos o más tiempo. No llevaba un patrón constante, al menos a simple vista, pero cada vez la veía con mayor intensidad.
   ―¡Nicolás! ―gritó mientras se adentraba en el bosque―. ¿Estás acá?
   Nadie respondía. Continuó caminando. Esquivó varias ramas caídas. El otoño estaba cerca y se veían en el suelo las señales de ello, hojas secas que crujían cuando alguien las pisaba.
   Una vez más la luz volvió a mostrar su intenso resplandor. Ahora a unos veinte metros de Armando. Vio lo que la emitía: parecía una especie de cilindro de un metro de alto, se acercó y lo miró detalladamente: no había ningún reflector ni nada que pudiera crear la luz. Era gris, de metal, y estaba bastante gastado por el tiempo. Vio a un lado un pequeño símbolo que tocó suavemente con las yemas de sus dedos: era un triángulo dentro de un círculo. Aparecía una especie de x en su interior. Estaba frío. La luz volvió a emitirse y él fue sacudido hacia atrás. Por un breve momento quedó cegado por el flash. Oyó la voz del niño.
   ―Es bonita ―dijo Nicolás detrás de él.
   Armando se frotó los ojos y parpadeó varias veces hasta que pudo volver a ver.
   ―Sí, pero casi me deja ciego.
   ―Me llamó, la luz me llamó ―dijo el niño con cara de preocupación y de entusiasmo al mismo tiempo.
   ―Yo no veo nada razonable aquí, ¿de dónde sale la luz?
   Nicolás se llevó su dedo índice derecho a su pecho. Armando entendió el mensaje. Era cierto, ese muchacho tenía mucho poder encima.
   ―Sí, de vos ―dijo y le extendió su mano. El niño lo tomó con las suyas y miraron una vez más el artefacto que había allí―. Volvamos a casa, tu mamá debe estar preocupada.
   ―Sí.

2
   ―¿Así que nos estás siguiendo? Lo sabía ―dijo Raúl.
   ―No te creas que fue fácil encontrarte ―dijo la Mujer de Negro.
   ―Con la tecnología que tienen todo es fácil para ustedes. ¿Qué buscan de nosotros?
   ―¿Te olvidaste, Raúl? ¿O estar conmigo te ha quebrado la mente?
   ―Para nada, Estrella. Estoy seguro de lo que hago.
   ―¿Sí? Tu mente parece confundida. ¿Acaso no sos capaz de cuidar tu grupo sin dudar a cada segundo sobre si está bien o mal lo que hacés? Solo queremos el poder de uno de ellos. Dánoslo y te dejaremos ir. Los dejaremos ir a todos sin hacerles daño.
   ―¿Por qué no te dejás de jugar con nosotros y nos dejás en paz? Sabés que no te creo. Mirá lo que hizo tu raza: acabaron con la vida en el planeta.
   ―No acabamos con todos ustedes. Por desgracia aún quedan muchos rebeldes por encontrar. Además, no podemos dejarlos ir hasta que nos des a la fuente; necesitamos su energía.
   ―Sabés muchas cosas, Estrella. No entiendo cómo es posible que no sepas quién de mi grupo es el de mayor energía.
   Raúl se alejó un poco de ella.
   ―Es un juego muy divertido, mi amor ―dijo la Mujer de Negro mientras se acercaba a él―. Vos viniste a mí. No necesito averiguarlo yo, vos me lo vas a decir cuando regreses.
   ―No, yo me alejé de ellos. Les he mentido. No voy a volver, no me merecen. No saben que yo viví durante quince años con una invasora.
   ―¿Ahora soy una «invasora»? Veo que estás confundido de verdad, nunca me imaginé que te vería así.
   ―Estoy muy seguro de lo que hago. ―Desenfundó su .38 y le apuntó al rostro de la Mujer―. Te tuve que haber matado hace mucho tiempo.
   ―Y no lo hiciste porque me amabas. ¿Aún me amás?
   ―No, te odio. No sos humana. Nunca lo fuiste: no tenés alma.
   ―Nací entre ustedes, creo que eso me hace una humana.
   Los dos policías se bajaron del patrullero y desenfundaron sus pistolas.
   ―No se preocupen, él no me hará daño ―les dijo La Mujer de Negro.
   Raúl hizo fuerzas pero no era capaz de apretar el gatillo.
   ―No tenés los huevos suficientes para matarme; eso será tu perdición. Cuando sepamos quién es la fuente de tanta energía, mataremos al resto de tu grupo y a vos, mi amor.
   ―No me digas así, yo no soy tu amor. Y nunca sabrás quién emite ese poder del que tanto hablás.
   Estrella se acercó a Raúl y lo besó. Este la apartó de sí mismo y escupió varias veces.
   ―Antes te gustaban. Cómo has cambiado, mi amor.
   Le sonrió y luego se dio media vuelta. Uno de los policías le había hecho una señal. No era nada bueno.
   ―Una cosa más, Raúl. Sabremos quién es la fuente porque tenemos un infiltrado en tu grupo.
   Raúl abrió sus ojos de par en par. No podía creer lo que le había dicho ella. Su miedo era al fin real. Estaban jugando con ellos, y su cabeza daba vueltas alrededor de la confusión absoluta.
   Observó cómo el patrullero daba media vuelta y se perdía en el horizonte, hacia el norte. Luego regresó a su camioneta. Estaba oscureciendo. Necesitaba volver al grupo y darles aviso sobre el infiltrado. ¿Quién era el maldito? Pensaba en todos y no quería creer que fuera así pero sabía que ella nunca mentía al respecto; que le ocultara información era harina de otro costal.
   Ya era de noche, el sol hacía varios minutos que se había puesto pero para él el tiempo se había detenido cuando la había vuelto a ver.

   ―¿Cuándo sintieron la energía?
   ―Hace un momento ―dijo el policía que iba en el asiento trasero mientras observaba una pantalla.
   ―¿Cuándo lo mataron? ―preguntó la Mujer de Negro, Estrella.
   ―Unos momentos después. La señal duró varios segundos pero no logramos obtener una imagen. Por alguna razón, nuestra tecnología falla cerca de la casa de Raúl. Hay algo que nos hace interferencia y no sabemos qué puede ser. Aunque suponemos que es la misma fuente que provoca esta interferencia.
   ―Veo, ¿fue esa fuente quien mató a Gabriel?
   ―Lamentablemente, no. Al menos así hubiéramos sabido quién es la fuente. Fue una chica, ella «escarbó» en su mente y lo descubrió.
   La Mujer de Negro asintió.
   ―Perfecto, gracias por darme la señal en el momento adecuado.
   El policía con la pantalla sonrió.
   ―Las dudas quedaron plantadas.
   Miró en el horizonte. Raúl todavía no sabía quién era el más poderoso de ellos, pero eso estaba por cambiar pronto.

3
   Armando llegó a la casa y llamó al resto del grupo. Clara estaba buscando atrás de la casa con una linterna. Cuando oyó el llamado corrió al encuentro con su hijo. Lo abrazó con fuerzas.
   Juan le estrechó la mano a Armando.
   ―Bien hecho, universitario. Sabía que podía confiar en vos.
   Su mirada cambió de expresión repentinamente.
   ―Tengo que contarte algo. ¿Qué pasa, Juan, que te cambió la cara?
   ―Algo un poco grave. Vení, vamos adentro.
   Entraron a la casa. Era de noche y habían varias velas encendidas. Armando se acercó a la cocina y se sorprendió al ver a Aylén atada.
   ―¿Qué hace ella atada? ―preguntó.
   Ella levantó su mirada y le sonrió.
   ―Lo maté ―dijo.
   Armando sintió cómo sus piernas se debilitaban lentamente. Recordó el sonido del disparo antes de adentrarse al bosque.
   ―No, no debiste hacerlo.
   Juan se acercó a él.
   ―Mató a Gabriel.
   Armando se tomó la cabeza y dio media vuelta. No sabía qué hacer. Había sido su culpa, ella le había quitado su arma en algún momento cuando simulaba que estaba desmayada, él había creído que ella estaba inconsciente. Todo había sido su culpa.
   ―¿Estás bien, Armando? ―preguntó Juan, preocupado.
   ―Es mi culpa, el arma me la robó a mí, yo creí que ella estaba desmayada. Además, ya lo sabía. Ella me había dicho que Gabriel era un invasor. Que le habían lavado la cabeza.
   ―Lo mismo nos dijo a nosotros. ¿Y vos le creíste? No nos dijiste nada. Y no debiste tomar ningún arma.
   ―Es que ella me lo demostró. Tiene algo dentro que hace que pueda ver cosas en nuestro interior. Eso suena convincente. Para mí, Gabriel sí podría ser un invasor o infiltrado o como mierda se le llame.
   Clara escuchaba mientras tenía a su hijo entre sus brazos.
   ―Asegura que Nicolás es la fuente que los invasores están buscando ―comentó Juan―. Dice que tiene poderes y que puede ver lo que somos.
   ―¿Y qué pensás?
   ―Le creo. Pero debieron contarnos todo. Nunca debiste actuar de ese modo.
   ―Lo lamento, es que esta situación es incontrolable. Estamos avanzando a tumbos, si seguimos así pronto nos caeremos. Entonces, ¿qué vamos a hacer con ella? ¿Desatarla?
   ―Antes nos tendrá que contar todo lo que sabe y vio en Gabriel.
   ―Por un momento creí que era una invasora.
   ―No lo soy ―acotó Aylén.
   ―¿Cómo podés demostrárnoslo? ―preguntó Juan―. Lo del poder puede ser cosa de esa especie.
   ―¿Y qué me decís de tu poder: el fuego?
   Juan se quedó sin palabras.

4
   Los cuatro estaban en la sala de estar. Parecía que no tenían nada para decir. Aylén estaba a punto de ser desatada por Juan cuando oyeron el sonido de un motor.
   Las luces de un vehículo cruzó toda la sala.
   ―Es Raúl ―anunció Armando mientras se asomaba a la ventana.
   Juan dejó de hacer lo que estaba haciendo, nada. Volvió a su cuerpo el enojo para con Raúl y cerró sus puños. Aun así, tuvo que admitir que lo necesitaba. Esa situación estaba desbordándose y solo él podría poner las cosas en su lugar.
   Raúl entró en la casa y se sorprendió al verlos allí, sin hacer nada. Y con una de ellos atada a una silla.
   ―¿Qué pasó?
   Juan le contó todo lo que sabía. Raúl escuchó con atención, mientras las palabras de Estrella flotaban en su cabeza. En ese momento supo finalmente que Nicolás era una fuente valiosa de energía, la más importante de todos ellos.
   Una vez terminado el relato de Juan, Armando agregó unas palabras y lo que le había dicho Aylén. Ella asentía mientras escuchaba los relatos. También tenía cosas para decir.
   ―Bien, tengo algo para contarles ―dijo Raúl―. Se los he ocultado aunque no debí hacerlo. Yo sabía que esto iba a suceder. Resulta que hace varios años me casé con una mujer llamada Estrella. Ella me hablaba del poder de las almas humanas y que estas eran la fuente de una gran energía. Mucho tiempo después de haberme casado, digamos unos quince años, descubrí que ella era una extraterrestre, una invasora, como decimos ahora. Una noche de borrachera me contó todos los planes de su especie. Yo no le creí en ese momento. Los borrachos dicen muchas boludeces. Pero ese día del que me había hablado llegó y no me quedó otra alternativa más que creerle.
   »Por esa razón me dispuse a buscar personas hasta dar con ustedes ya que me había mencionado también que los más fuertes, los de almas más valiosas, no podrían ser capturados por ellos a la primera. Ustedes son muy valiosos, y creo que Aylén dice la verdad pero también debemos tener cuidado porque la característica principal de esa especie es la manipulación de la mente, es lo que aparentemente le sucedió a Gabriel. Ahora que los he encontrado estoy seguro de lo que pienso. Creo que con los años esta mujer destruyó mi mente. Si lo que me contaron fue tal cual entonces Aylén es inocente. Estrella me dijo hoy... ―Hubo varios murmullos―. Sí, la vi hace un rato. Ella me dijo que había un infiltrado: Gabriel, según Aylén. Él fue una víctima del poder mental de esas cosas.
   ―Es muy probable que esto también haya sido un montaje para hacernos pelear, Raúl ―comentó Juan―. Tal vez sea ella una invasora. No olvidemos cómo encontraste a Gabriel. Casi era asesinado por esa mujer invasora. Además, si es como lo decís y nos advertís, Aylén tiene poder sobre las mentes. Pensalo bien.
   ―Creo que si de verdad ella es una invasora ahora tendríamos un ejército de esas cosas llevándose a Nicolás y matando al resto ―dijo Raúl.
   ―¿Cómo podríamos estar seguros de que Nicolás es una fuente de energía tan poderosa? ―preguntó Juan.
   ―Si ella hizo lo que hizo por proteger al niño, creo que entonces es él el más poderoso del grupo.
   ―Es cierto ―dijo Clara―. Lo vi anoche, él hizo flotar su camioncito de juguete hasta sus manos. Y hoy hizo saltar el cd del reproductor de música del auto. Juan, vos lo viste.
   El aludido asintió, pensativo.
   ―Ella dice la verdad ―continuó Clara con su hijo en sus brazos―. Y salvó a mi hijo.
   Raúl sonrió. Estrella había intentado confundirlo con lo que le había dicho pero no contaba con que ya hubieran visto el poder de Nicolás. Ni mucho menos con que Gabriel estaba muerto antes de saberse todo. Él ya estaba muerto, lo lamentaba por el muchacho porque había sido una víctima del gran poder mental de otro mundo, pero en fin estaba muerto.
   Muerto. Muerto.
   ―Ahora que sabemos qué buscan podremos hacer algo por nosotros y el mundo ―dijo Raúl―. Todos ustedes cuentan con alguna cualidad creada por la energía del alma. La de Aylén es ver en la mente los recuerdos. Estoy seguro que muchos de ustedes no saben cuáles son. Pero vamos a intentar descubrirlos. Todos estamos aquí por alguna razón.
   ―Yo sé el mío ―dijo Juan―. Creo que soy capaz de crear fuego.
   ―¿Van a soltarme o no? ―preguntó Aylén.

5
   Raúl se acercó a Aylén y la desató.
   ―Vamos, sos libre ―le dijo.
   ―Lamento no haberte dicho nada, Raúl ―rozó su mano en el brazo de Raúl y vio en él. Ella sonrió. Tenían poco tiempo. Y nada podía cambiar lo que iba a suceder: el final era inevitable.
   Armando se acercó y la abrazó. Ella vio en su interior. El resplandor era intenso, la luz estaba en el bosque. Esa era su única alternativa.
   ―¿Qué hacemos ahora, Raúl? ―preguntó Juan.
   ―Primero comer, después veremos.
   Aylén les contó un poco de lo que había visto mientras comían. Les contó lo que sabía de Natalia y de la idea de la Mujer de Negro de utilizarla para guiar a Gabriel al centro de la ciudad. Intentó resumir todo lo más que pudo para acabar pronto.

   La Mujer de Negro se agachó y miró detrás de los ojos de Gabriel. Al otro lado de la sala estaba el cuerpo formándose de Natalia, ella sería el anzuelo y la guía para acercarlos a la fuente.
   ―Creemos que está en la ciudad pero no podemos arriesgarnos a acercarnos. Con Natalia entraremos y les haremos creer que Gabriel es una víctima de la invasión. Necesito que despierte y no sepa nada sobre nuestros planes y actividades. Debe descubrirlo por sí solo. La teoría dice que su destino convergirá con el resto de las personas de gran energía.
   Los ojos de Gabriel veían lo que sucedía dentro de la habitación blanca. Los dos policía que estaban con la Mujer de Negro preparaban a Natalia.
   ―Ya te encontraremos.

   Raúl supo en ese momento que no sabían que ellos estaban en la ciudad. Solo el destino había querido que se encontraran todos allí. Cuando Aylén le contó que en un momento dado Natalia se había detenido de repente en la calle para hacerle el amor, Raúl supo que era porque había sentido su aroma. Si no hubieran ido a la ciudad no los habrían encontrado. Pero tampoco habrían salvado a Aylén. La misión ahora era proteger al niño. Era verdad: los destinos convergían en un punto, solo que no sabían dónde estaba ese punto.
   Raúl analizaba cientos de ideas para continuar adelante pero no se decidía por ninguna.
   Juan anunció al resto del grupo que después tendrían que enterrar el cuerpo de Gabriel.
   ―Debimos hacerlo antes de comer ―comentó Armando, enojado porque todos se habían olvidado de que el muchacho estaba muerto.
   Raúl volvió a pensar en el momento en que se había reunido con Estrella, ¿qué hora era? Y ¿por qué necesitaba saberlo?

   Después de comer sacaron el cuerpo de Gabriel y lo enterraron cerca del abuelo de Raúl. Cuando terminaron era cerca de la medianoche.
   Juan estaba limpiándose el rostro de la tierra mientras observaba las tumbas formadas allí.
   ―Gabriel fue una víctima del poder mental de ellos, nunca lo olvidemos, muchachos ―comentó Raúl.
   Armando y Juan asintieron. Estos dejaron atrás el pequeño cementerio creado durante el día y volvieron a la casa. Raúl se quedó observando el pequeño cementerio que se había formado durante el día.
   Era de noche. El día había muerto.
   Recordó las palabras de Estrella: «Una cosa más, Raúl. Sabremos quién es la fuente porque tenemos un infiltrado en tu grupo».
   Ya era de noche cuando le había dicho esas palabras. Según el relato de lo sucedido por los integrantes del grupo aún era...
   Raúl corrió de regreso a la casa.
   Ella nunca mentía al respecto. Solo ocultaba información.

   Aylén miraba al niño junto a su madre. El niño estaba acostado en la cama de la habitación para huéspedes.
   ―No me creés, ¿verdad? ―le preguntó a Clara.
   ―Es difícil luego de lo que pasó hoy.
   ―Lo sé, para mí también es muy difícil pero debemos seguir adelante.
   ―¿Qué nos va a pasar? ―preguntó Clara.
   ―No lo sé. De lo que estoy segura es de que me iré al infierno por haber matado a una persona.
   ―Gracias, Aylén ―dijo Clara― por salvar la vida de mi hijo.
   Aylén intentó tomar su mano pero Clara se la apartó.
   ―Mis secretos son solo míos ―dijo.
   La adolescente asintió. Nicolás se durmió, ajeno a toda la situación que lo rodeaba.
   Todos estaban perdidos, pero él no. Mientras siguiera jugando todo iría bien.
   Aylén observó a Clara mientras acomodaba a su hijo en la cama. Se alejó hacia la puerta y tomó el florero que había en la mesita y volvió a acercarse a la madre mientras acomodaba a su hijo bajo la sábana.
   Levantó el florero mientras Clara le daba la espalda y le dio de lleno en la nuca. El florero se hizo añicos y Clara cayó sobre la cama inconsciente. Aylén destapó al niño y lo levantó, estaba medio adormilado. Pesaba un poco más de lo que aparentaba pero no importaba. Miró en su interior y vio la misma luz que había visto cuando Armando lo había abrazado. Debía ir hasta allí. Debía escapar de la muerte. Debía salvar al niño. Para eso estaba en ese lugar.

6
   ―¡Juan! ―gritó Raúl―. ¡Juan!
   ―¿Qué pasa? ―preguntó el aludido mientras se asomaba a la puerta de entrada.
   ―¿Qué hora era cuando Aylén mató a Gabriel?
   ―No sé, creo que las siete más o menos. Estaba anocheciendo. ¿Por qué?
   Raúl recordó el beso de Estrella. Lo usaron. Ahora lo sabía.
   ―Porque yo no iba a regresar con ustedes. No era capaz de controlar mis pensamientos. Pero ella me convenció. Iba a cometer un grave error porque los iba a dejar sin armas ni nada. Iba a ser un error muy grave.
   ―¿Ella? Raúl, no te entiendo. ¿Qué querés decirme?
   ―Quiero decirte que todavía hay un infiltrado en el grupo; ahora lo recuerdo. Uno de los policías le había hecho una señal a Estrella y ella me dio un beso.
   ―Raúl, si hay un infiltrado, decime quién es.
   ―Soy yo, Juan. Me usaron. Yo soy el maldito infiltrado. Ella me corrompió la mente con un beso después de descubrir que Gabriel estaba muerto. Todo sucedió al mismo tiempo.
   Juan se echó atrás aterrorizado.
   ―Es imposible, Raúl. Vos no te dejarías...
   ―Ella me conoce, sabe cuáles son mis puntos débiles. Y ahora sabe que Nicolás es la fuente que tanto buscan porque yo lo sé.
   ―¿Qué hacemos, Raúl?
   ―Ustedes huyan, ¡ya!
   ―¿Y vos?
   Raúl le sonrió. Acercó su mano a su revólver plateado.
   ―Yo sé qué debo hacer conmigo.
   Armando salió de la casa agitado, casi sin poder respirar.
   ―Nicolás no está en la casa. Clara está en el suelo desmayada. Tampoco está Aylén.
   ―¡Mierda! ―exclamó Raúl―. Ella ya lo sabía.
   ―¿Y ahora qué hacemos, Raúl? ―preguntó Juan.
   ―No lo sé.

   Oyeron sonidos provenientes del campo, Juan iluminó con su linterna y vio varias siluetas acercarse a ellos.
   ―Ya están aquí ―dijo Raúl.

7
   Estrella se bajó del auto y miró a los lados. Estaba oscuro. La luna no se veía por las nubes que habían en el cielo. Sonrió al recordar a Raúl y cómo lo había engañado. La mente humana era tan flexible y maleable que le causaba demasiada gracia.
   Ya había recibido la señal y debía darse prisa porque Raúl descubriría su plan, lo conocía y sabía que él era capaz de hacerlo.
   Los humanos se expresan en condiciones extremas. Extendió sus manos al cielo.
   ―Díganles que los envíen.
   Uno de los policías tocó la pantalla que llevaba en sus manos.
   Varios haces de luz cayeron del cielo al campo. Una figura aparecía dentro de cada haz. La noche se hizo de día por un momento. Todo el campo aparecía iluminado.
   ―Envialos a donde está el grupo de Raúl
   ―Sí, señora ―dijo el policía. Tocó su pantalla.
   Las personas que habían bajado del cielo comenzaron a caminar en dirección a la casa del abuelo de Raúl.
   ―Estén atentos. No maten a la fuente: Nicolás. Al resto aniquílenlos, no necesitamos más problemas ―ordenó la Mujer de Negro mientras sonreía―. Que comience la acción.


Continuará...

2 comentarios:

  1. Las incógnitas comienzan a develarse.
    Todo crece en intensidad, y la acción que se viene promete, y mucho. ¿Tendrán los "superpoderes" de Raúl y compañía éxito contra los E.T. comandados por Estrella? Mmm...
    Genial, Cristian, como siempre.
    Un abrazo.

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  2. Ah! Espectacular. Entretenidísima entrega.
    ¡Son todos unos malditos «fenómenos»!
    «Varios haces de luz cayeron del cielo al campo. Una figura aparecía dentro de cada haz. La noche se hizo de día por un momento. Todo el campo aparecía iluminado.» Por un momento pensé en Las Fuerzas Especiales Ginyū :P
    Te felicito, Cristian.

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