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domingo, 7 de octubre de 2012

Eterno sueño de un amor olvidado (Versión poema)


Eterno sueño de un amor olvidado (Versión poema)

   Este es el producto de un enorme pero hermoso esfuerzo por revivir un relato que debió ser poema desde un principio. El relato original está dirigido a una persona que nunca supo apreciar (o amar) lo que le ofrecía. El relato a mí me gusta demasiado. Por esa razón decidí revivirlo en un intento por hacerlo poema. Es una historia con demasiados desvaríos, al menos yo la entiendo. Queda a tu criterio darle la sentencia final. Nadie revisó el poema, sepan que no soy bueno para esto pero lo hago de corazón (gracias a El Edén por quitarme el miedo a escribir poesía, o al menos intentarlo)...

Versión poema de "Eterno sueño de un amor olvidado"

I
Te encontré en un mundo
sumergido en ilusiones del olvido,
en fantasías perdidas.
Allí los sueños no existían.
Ese mundo era el Sueño.

Tú eras la reina de ese mundo
gobernado por la imaginación.
De pie sobre los cimientos del fin,
sobre pensamientos e ideales,
donde morían los fracasos humanos,
mirabas al suelo con una lágrima en tus manos.

II
Altanera tu belleza
olvidada por los hombres,
reyes de la codicia.
Te vi y me enamoré.

Miles de palabras flotaban,
sin significado vivían.
La brisa mi tristeza se llevaba,
en la oscuridad acabaría.

Tú a mi lado,
generabas una certeza:
las penas no volverían
por el resto de mis días.

III
Tus ojos, negros y profundos,
ventanas de la felicidad.
Tu corazón, motor del mundo.
Tu amor, fuente de la eternidad.

Tu amor, sincero.
Tu amor, rey de la humanidad.
Sobre las ruinas del ser humano
en la historia aseguramos
la destrucción de la verdad.

La historia tiene un final.
Nada existe por siempre.
Solo tu belleza es eterna.
Solo tus caricias son infinitas.

IV
Tus besos no olvido,
tu mirada aún veo.
En ese mundo perdido,
te pedí un deseo:
morir a tu lado
como un loco enamorado.

V
En el aire está tu sonrisa,
me observa solo a mí.
Me tocas con tu brisa
en ese mundo soy feliz.

Algún día volveré
y como un hombre te amaré.
Es lo que quieres,
es lo que anhelo.
Eres la reina
de mis noches en desvelo.

FINAL
Este poema es para ella,
de mis fantasías es la estrella.
No existen palabras ni doncella
que se comparen con su belleza.



...fin de otra locura.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Recuerdos e imaginaciones

Antes de comenzar a leer: este es uno de esos relatos que escribo en momentos raros, por decirlo de alguna manera, en mi vida. A veces cuesta entenderlos y pocas veces se es capaz de llegar hasta el final por lo denso de sus palabras. Yo lo veo como un relato un poco pesado y carente de agilidad en su lectura. Pero, como la mayoría de lo que escribo, termino por volcarlo en el blog y que sea lo que deba ser. Al fin y al cabo, tuve que invertir tiempo en su escritura.
No sé en qué estaba pensando cuando lo escribí, digamos que me tocó un fin de semana largo sin televisión ni internet en la casa de mi tía mientras ella disfrutaba de la Semana Santa en la playa de un lugar que no conozco ni me interesa conocer. 

Una vez más: que sea lo que deba ser...



Recuerdos e imaginaciones


Imagen tomada de aquí.


1
    Las historias de amor en las novelas baratas de puestos de diarios y en las telenovelas de la tarde siempre son perfectas. «Romeo y Julieta», por ejemplo, es magnifica, una historia donde el amor es el único protagonista; impecable, una obra maestra de todos los tiempos, pero irreal.
   Me pregunto por qué será que leo demasiado; creo que la respuesta es sencilla: necesito huir de la realidad y de los peligros que esta representa por no contener esas historias perfectas, historias donde los malos son verdaderamente malos y los buenos muy bondadosos a los que todos los lectores o, en caso del cine y televisión, idiotas, aprecian más que a sus propias vidas.
   Mis historias no logran la perfección y no pretenden alcanzarla, se conforman con estar ahí, en unas hojas esperando a que alguien les dé vida con su lectura. Si fueran perfectas nadie creería sus palabras, como en «Romeo y Julieta», es tan perfecta que todos llegamos a deducir que tal amor jamás existirá en nuestro mundo inerte, y eso es algo que tuve que aprender para seguir adelante. Estoy seguro que pocos creen en mis palabras y no me importa, hace tiempo que he dejado de ser el escritor que conocieron, ese ser romántico que llegó a enamorar a las adolescentes de toda la ciudad con sus palabras.
   Es hora de contar una historia en la que soy protagonista, no creo que sea el héroe que todos buscan ni es la historia modelo que muchos anhelan leer. Es solo una lágrima de desahogo donde las esperanzas no existen y el amor es solo un concepto que los hipócritas utilizan para sobrevivir en un mundo sin sentido ni razón pero también es el motor que necesitamos para creer que hay algo más allá de todo, nuestro motor de todos los días. En esta historia tuve que creer en lo que veía y sentía y abrir los ojos para renovar mis esperanzas. Estas palabras son mi única salida para regresar al pasado por última vez.

   Mi nombre es Santiago Alvear, como muchos ya sabrán, un escritor novato pero reconocido, y les voy a relatar un episodio inolvidable en mi vida, un momento en el que ya no creía en el amor y en la felicidad eterna. Les voy a contar cómo llegué a convertirme en este escritor sin futuro ni planes de vida. Solo me conformo con vivir en mis historias, allí me siento seguro pues soy el dios que crea y destruye a su voluntad su mundo de fantasías, como el Dios al que los cristianos adoramos. Hoy necesito volver a mi pasado y el mejor método para hacerlo es escribiendo mientras mi mente se adentra en las palabras y vuelvo a encontrarme con ella, un viejo amor si no el único en toda mi existencia.

martes, 4 de septiembre de 2012

Cuenta Regresiva

   Este es uno de esos relatos que ni siquiera llego a comprender una vez leídos después de un tiempo de haberlos escritos. Viene por el lado de lo que sentía al escribirlos. Por lo tanto, no me siento yo mismo al editarlo o hacerle algo, sin embargo, es uno de los que tienen la oportunidad de ser leído por alguien. No es de mis favoritos, sin dudas. 



    A veces voy a veces vengo. Muchas veces ni yo me entiendo.
    El mundo que gira a mi alrededor rara vez se encuentra en sincronía con mi locura. Es el mismo mundo que cada día se aleja más de mí, expulsando al paraíso de la Eternidad.

    Se hallaba al borde del precipicio al tiempo que su cuerpo se debatía con su mente: uno deseaba morir, el otro anhelaba vivir. El sol asomaba en el horizonte mientras bañaba con su calor naranja los ojos del cobarde que temía a la vida.
   Dio un paso adelante y se detuvo cuando no hubo más suelo para pisar. Una piedra se desprendió del borde y cayó inerte al abismo, donde la oscuridad aún reinaba. No hubo sonido, no hubo quejas, solo un silencio que se expandía hasta el final del paisaje.
   Levantó su mirada para observar un nuevo amanecer, todos los días parecían iguales pero no lo eran: siempre existía una variable capaz de alterar hasta la más poderosa constante del tiempo. Dentro de sí, en su corazón, sabía que no habría más oportunidades para cambiar las líneas que lo gobernaban mientras se dejaba existir a través de la Cuenta Regresiva.

   Me cansé de estar aquí cuando en realidad pertenecía a otro sitio. Me cansé de acercarme a ella aun cuando sabía que le correspondía a otro hombre. Quise entregar mi alma a cambio de un beso pero su valor era incalculable para un momento tan efímero de los labios de una mujer.
   No supe encontrar las palabras adecuadas para hablarle y me conformé con el silencio que brotaban de mis ojos. Solo ellos pudieron decirle lo que sentía por ella dibujando las letras con lágrimas secas.
   Me cansé de vivir una vida oscura como el interior de un corazón vacío. Me cansé de regalar mis ilusiones a la humillación de amar a escondidas. Hoy es el día en el que mi vida completa su círculo.

   Pensaba en lo que había hecho; ¿había sido suficiente como para satisfacer su hambre de materializar sus ilusiones o demasiado poco como para desvanecer sus esperanzas? No sabía la respuesta y dudaba si necesitaba de alguna respuesta. Las cartas estaban echadas: la Reina se encontraba sobre la mesa dirigiendo su mirada hacia él; los ojos de ese hombre se inundaban de lágrimas.
   No sabía con certeza las consecuencias de su error. Ahora solo la altura que lo separaba de la muerte podría purificar su corazón y devolverle la vida que había perdido tiempo atrás, cuando las esperanzas eran el motor de las ilusiones y las ilusiones eran las detonadoras de la depresión.
   Extendió sus manos a los lados y se dejó acariciar por una joven brisa del paisaje. No sonrió, no había necesidad de hacerlo. El reloj seguía marchando, o tal vez ya se había detenido. No lo sabía.

   Hoy iré a su casa y le diré todo lo que siento por ella. No usaré palabras extrañas ni daré vueltas como lo hace ella alrededor de mi corazón. No tengo nada más que pueda perder. La victoria no es más que una mera utopía: sería más fácil tocar el cielo que rozar sus labios. Sería más fácil, de eso no hay dudas.
   Ella es fácil, para otros. No me deja demostrarle mi amor. Solo eso sé hoy. Mañana será otro día.
   Es el momento de continuar. La vida es un conjunto de sucesos que se ensamblan en el transcurso del tiempo para construir el camino hacia nuestro único final seguro: la muerte. La vida es lo único verdaderamente valioso que no sabemos apreciar.

   Bajó sus manos y se las miró. Todavía había sangre de ella y de sus padres. No había podido resistir la negativa de la única mujer que había amado y aún amaba. No había podido resistir el poder del rechazo y la locura había absorbido su amor sediento de pasión.
   La pasión, veneno de la piel, se expresó en todo su esplendor cuando la sangre comenzaba a emanar de las heridas que crecían cuando la cuchilla continuaba su desgarrador trayecto dejando al descubierto los órganos del cuerpo de la víctima. La pasión era de color escarlata. El rostro del asesino estaba salpicado de muerte, de una cruel y tibia muerte.
   Todo era parte de un recuerdo borroso, cubierto de una niebla hipócrita de la inocencia de los culpables. Él sabía que no quedaba nada que lo arrastrase hacia la salvación. Se puso de puntas de pies y se inclinó hacia delante. No había familia (habían muerto en un accidente de tránsito hacia una década), no había amigos, no había tíos ni abuelos ni primos ni un conocido que llegase a extrañarlo algún día. No había nadie que se percatase de su ausencia en el mundo que estaba por venir y él no vería jamás.
   Se lanzó al vacío, dejó que la gravedad hiciera el resto del trabajo pero alguien lo interrumpió tomándolo de la cintura y deteniendo la inminente caída hacia el final apaciguador.
   —Es el momento de que pagues por lo que has hecho —dijo una voz masculina en un tono muy severo—. Algo peor que la muerte de quienes la desean es vivir la vida que desprecian. Tu castigo por matar será vivir para que sientas a tu cuerpo envejecer y debilitarse. El tiempo será tu cruel torturador y te destrozará lentamente hasta que dentro de tu cabeza comprendas que pudiste haber tomado otra elección. Te acabará y apuñalará con cada uno de sus segundos, oirás el verdadero poder del reloj. Oirás el susurro de la muerte a cada minuto.
   —Ella está muerta, soy el culpable y me merezco el peor de los castigos. Quiero volver a verla—dijo él mientras miraba el oscuro abismo extenderse ante sus ojos. Quien lo tenía tomado era alguien con demasiada fuerza pero no le importaba. Nada le interesaba.
   —Volverás a verla, pero eso sucederá cuando hayas pagado el precio de tres vidas con tu propia sangre. Eso tal vez nunca ocurra; como te he dicho: solo el tiempo sabe lo que pasará cuando tus ojos no puedan ver lo que hay en el horizonte. Disfruta este amanecer porque será el último que verás.
   El hombre le tapó sus ojos y luego lo sumió en una profunda oscuridad, procurando que él no vuelva a ver jamás la luz. Ese fue su castigo por entregarse al amor, el indomable de los corazones débiles y mentes corruptas de una vida frágil.

lunes, 9 de julio de 2012

Fragmentos de un amor que no se olvida




CADA VEZ ES DIFERENTE; CADA VEZ ES LO MISMO:
   Cada vez que te veo siento que todo el mundo desaparece a tu alrededor y ya no me importa nada más salvo tú. Cada vez que me hablas siento que mi cuerpo viaja a un paraíso donde estamos solos tú y yo. Cada vez que me tocas siento que mi piel quiere tenerte conmigo para el resto de la eternidad. Cada vez que estás cerca de mí, mi vida vuelve a tener sentido, aunque este no sea el correcto. 
   Sé suficiente de ti (conocimientos que desearía olvidar y no perderme siempre en los mismos caminos de la decepción de estas letras) para saber que nunca podré tenerte en mi cama cada vez que despierte, pero qué puedo hacer: las ilusiones inundan mi mente y los sueños resplandecen en mi alma al tiempo que mi corazón estalla de amor. Siempre.
...LAS MISMAS PREGUNTAS SIN RESPUESTAS. EL CUERPO NO CUESTIONA, SIENTE, IMAGINA, VIVE...
   ¿Cómo hago para borrar todos esos sentimientos de mí? ¿Cómo hago para olvidarte si estás grabada en mi memoria con el fuego de la esperanza? Esas son preguntas que no puedo responder y no porque no sepa las respuestas sino porque no las quiero escuchar. 
   No tengo miedo a formularte la pregunta que podría cambiar mi vida, sólo le temo a la respuesta que me puedas dar. Sé que debo cambiar porque la distancia entre mi alrededor y yo se hace cada vez más grande. Ya no soy capaz de ver el horizonte porque no existe ante mis ojos. Ya no soy capaz de medir el tiempo porque este se detuvo cuando te vi la última vez.
…PENSAMIENTOS DE SENTIMIENTOS FRUSTRADOS, EL MIEDO A VOLVER A FALLAR PUEDE REGRESAR AUNQUE...
   Ahora mismo mi cabeza funciona más rápido de lo que son capaces de pensar mis manos y me cuesta volcar estas palabras en el teclado con facilidad. ¿Hasta qué punto soy capaz de llegar antes de aceptar que no eres mía? ¿Hasta qué momento soy capaz de perder antes de aceptar que no eres parte de mi destino (al menos como yo te quiero)? Te necesito pero no soy capaz de decírtelo porque no tengo la valentía que antaño me acercó a ti cubierto de sonrisas y alegrías que lentamente se fueron borrando cuando las ilusiones morían al descubrir que tu corazón le correspondía a otro; luego me ahogaba en mi mar de tristeza y caía dentro del pozo de la soledad sin la intención de detenerme y procurando que nadie viniera a salvarme.
   No soy capaz de abrazarte porque sé que tendría que luchar contra la necesidad de sentir tu calor hasta el fin de los días.
...HOY ES EL ÚLTIMO DÍA...
   Hoy me encuentro sentado al monitor con un papel a mi lado en el cual garabateo tu nombre con mis lágrimas, buscando palabras que puedan describir con precisión lo que recorre mis venas cuando te pienso, cuando te siento, cuando te recuerdo, cuando la nada es el todo y el resto eres tú: mi todo. 
   Hoy, por volver a verte lo daría todo, porque si no estás aquí ya nada tiene sentido. Quiero que todo desaparezca para traerte a mi lado, que valga más de lo que puedo pagar. Quiero que todo se borre y solo quedemos los dos amándonos hasta el fin de los tiempos.
...EN EL QUE LA AMISTAD CUESTIONA MIS ACCIONES...
   Mis amigos deben entender que no hay otra mujer, ellos deben comprender que mi encierro me libera de las cadenas de la libertad porque la libertad sin ti es solo es un sueño de los que duermen sin soñar, despiertan sin imaginar y viven sin fantasías. Ellos deben comprender que mi cárcel es tu ausencia, tu silencio y tu partida hacia otros brazos. Ellos, mis amigos, no saben que vivir sin un amor es como si el corazón no tuviera una razón para latir. Ellos no comprenden que, cuando no estás aquí, eres tú la que me ayuda a continuar hablándome desde el interior de mi mente sin reacciones.
...PORQUE JAMÁS LOGRARÁN CAMBIAR MIS RAZONES PARA CONTINUAR....
   Es posible que hoy no esté bien. Es probable que algún día quiera continuar sin ti a mi lado aunque ahora lo dudo, pero de algo estoy seguro: jamás dejaré de amarte, aunque tenga al mundo en mi contra y yo sea mi peor enemigo.
...AUNQUE YA NO ENCUENTRE EL CAMINO PARA RETORNAR A MI HOGAR.
   Al final sé que puedo vencer.



miércoles, 20 de junio de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo X)


   Antes de comenzar digo que este es el último capítulo que escribo. Debido al poco tiempo que le he dedicado decidí darle un punto y aparte para dedicarme más a otras cosas y, aunque no sean muchos los que me lean, lo termino por un lado por ellos y por el otro por mí: debo demostrarme que soy capaz de terminar lo que comienzo. Nunca se sabe lo que puede pasar más adelante, al final del capítulo verán a qué me refiero. Espero no haberle errado mucho con este capítulo, es que me alejé demasiado de la línea argumental que tenía en mi cabeza...
   Gracias a los que me leen, es lo que me ha dado ganas de seguir un poco más, pero estas últimas semanas estuve metido en otras cosas, la facultad por ejemplo y el trabajo, así que vamos a parar un poco de cosas grandes. Todavía me sorprendo de lo lejos que llegué y del largo camino que todavía me queda aunque termine leyéndolo solo me pica la curiosidad de saber cuán lejos soy capaz de llegar.Pero eso lo dejo para otro momento, cuando sepa fraccionar el tiempo.
   Veamos entonces cómo termina esto, lo más extenso que llevo escribiendo...


X. LA PUERTA

1
    Raúl se bajó de la camioneta; luego de verlos a los dos tan ardientes sintió fuertes ganas de meterles una bala en la cabeza a cada uno. Al fin y al cabo aún quedaría una para Estrella. Así que desenfundó su arma y les apuntó a la cabeza.
    —¡Manga de traidores, nos dejaron ahí condenados a morir! Huyeron como unos cobardes luego de todo lo que les dimos.
    Armando se apartó de Aylén y dio un par de pasos atrás.
    —Raúl, perdón. Es que no sé qué me pasó. Tuve miedo y necesité escapar, no sé, es lo que sentí. Era lo único que podía hacer. Y sé que estuve mal pero necesitaba vivir. Quiero vivir. Solo podía escapar.
    —Y porque escapaste Clara está muerta. Y porque vos, Aylén, la desmayaste y no tuvo oportunidad de reaccionar a los ataques de ellos, no supo nada hasta que fue demasiado tarde.
    Se oía de fondo el sonido del patrullero y de los «controlados» acercándose al bosque.
    —Raúl, no tenemos tiempo. Debemos huir.
    —¿Cómo pretendés huir de ellos?
    —Con la llave que tenés —dijo Aylén—. Con ella podés abrir la puerta que Nicolás abrió naturalmente. Esa puerta. ―Señaló el cilindro―. Vi el símbolo, así me cerró todo.
    —Es cierto pero solo puede ir una persona. Y es obvio que seré yo.
    Raúl se acercó aún más a ellos.
    —Váyanse, no quiero volver a verlos. Iré por Nicolás y lo llevaré a un lugar seguro, alejado de estos invasores. Y de ustedes.
    —Pero, Raúl, no entendés —dijo Aylén—. Lo hice para proteger a Nicolás.
    —Lo sé, por eso te estoy dando la oportunidad de irte.
    —Quiero ir con vos.
    —No se puede. Debo hacerlo solo. Donde sea que esto me lleve, no hay lugar para dos. Debo encontrar a Nicolás y cuidarlo ahora que su madre está muerta.
    Aylén miró hacia el exterior del bosque. ¿Por qué no entraban hasta allí?
    —Creo que no pueden acercarse. Debe ser la energía de esta cosa —comentó Aylén.
    —Me parece que el sitio está protegido por un campo de fuerza que no los deja atravesarlo. Cuando entraba al bosque vi como si el aire estuviera viciado, creo que esa es la fuerza que los retiene ―dijo Armando mientras pensaba en su teoría, parecía lógico aunque no tenía sentido que hubiera algo allí capaz de retener a esas cosas.
     Raúl recordó lo que había dicho Estrella a uno de sus súbditos: el poder de ellos allí era casi nulo. No podían acercarse más.

   Estrella se sorprendió al descubrir que no podían atravesar ese campo de fuerza. Lo que sea que hubiese allí era demasiado poderoso y no los dejaba entrar al bosque. Lo mejor era destruir la zona, pero no lo podían hacer hasta estar segura de que Nicolás estuviera encerrado.
     Gritó de rabia el nombre de Aylén.

    Aylén se sobresaltó al oír su nombre, era Estrella.
    —Creo que tenés una enemiga —comentó Raúl, y se acercó al cilindro.
    —Nos quedaremos acá —dijo Aylén—. Este lugar es seguro.
    Raúl asintió. Lo dudaba, pero no necesitaba decírselo a ella, ya lo sabía.
    Armando lo miró y luego agachó su cabeza.
    —¿Qué pasó con Juan? —logró preguntar débilmente.
    —Se lo llevaron. No sé adónde, pero ahora es parte de ellos. Es lo que hacen: les lavan la cabeza y se vuelven soldados de la extinción. No se merecía ese final.
    Raúl se sacó la llave de su cuello y la acercó al símbolo grabado en el cilindro. La llave comenzó a brillar, primero débilmente y luego con intensidad. Era tan fuerte que todo se volvió blanco por un momento.
    Aylén notó que la luz era la misma con la intensidad y duración que la que había provocado Nicolás. Donde fuera que llevase esa puerta no deseaba saberlo. Los ojos de Raúl les había dicho que tal vez no volvería allí.
    Raúl desapareció entre el brillo ahora más intenso de la luz. Cuando la noche volvió a la normalidad todo parecía haberse acabado.
    Armando estaba mirando anonadado hacia el cilindro cuando su cabeza estalló en decenas de pequeños trozos. Aylén se arrojó al suelo mientras gritaba de terror. No podían entrar al bosque pero eso tampoco les privaba de utilizar rifles hechos por humanos, ya que no serían afectados por el campo de fuerza.
    —¿Qué se siente, Aylén? —preguntó Estrella, desde algún lejano lugar fuera del bosque—. ¿Qué se siente saber que todos los que te rodean están cayendo uno a uno? Nunca debiste interferir en nuestros planes. El final de ellos habría sido otro pero no, tuviste que meterte en asuntos que no te correspondían.
    Aylén respiraba agitada, cansada. Se echó a llorar. Ya no tenía fuerzas. Allí estaba segura pero por cuánto tiempo. Pronto encontrarían la manera de destruir la puerta desde afuera. Pronto sabrían que Nicolás no estaba allí y se resignarían a acabar con todo. Si no lo podían tener ellos no lo tendría nadie. Así se manejaba el mundo y dudaba mucho que eso hubiera cambiado. A los invasores no les importaba destruir lo que fuera.
    Miró el cuerpo tendido de Armando, él tampoco se merecía morir así. Ninguno se merecía morir. Tenía una vida por delante y murió sin enterarse. Sus pensamientos fueron interrumpidos para siempre. Todo estaba condenado a acabarse de esa manera, casi sin darse cuenta.

miércoles, 23 de mayo de 2012

El fin de los tiempo (Capítulo IX)


IX. LA LUZ

1
   —¿Puedo ir a jugar al bosque? —le preguntó a su abuelo.
   Este lo observó unos momentos mientras se perdía en sus pensamientos. Se llevó las manos cerca del pecho y extrajo su llave. Relucía como siempre, parecía que a ese metal el tiempo no le afectaba en lo más mínimo. Miró a su nieto y negó con un gesto de cabeza.
   —No quiero que te alejes de casa. Te podés perder y el lugar es demasiado grande para buscarte y además ya es bastante tarde; está anocheciendo.
   El nieto asintió, un poco frustrado. El bosque le llamaba la atención. Siempre sentía la necesidad de acercarse allí. No era gran cosa, a decir verdad, era solo un conjunto de plantas y árboles, siempre verdes sin otoños, como si el tiempo allí no existiera más que en los sueños de las almas perdidas en el olvido.
   Su mente se expandía cuando miraba para allí, veía ese pequeño destello que a veces se emitía de algún lugar del bosque, el mismo destello que veía en la llave que su abuelo llevaba colgada del cuello. Ese pequeño y misterioso objeto a sus ojos.
   Ya tenía edad suficiente para cuidarse solo. De eso no había dudas, así que decidió salir por la noche a buscar algo que no sabía qué era hasta que lo viera. Miró el bosque y volvió a ver ese destello de luz que tanto lo llamaba y que a veces le generaba una sensación de paz. Caminó por la casa con cautela, no quería despertar a su abuelo. Cruzó la puerta y sintió el frío viento de la madrugada. Los grillos no paraban de cantar y la luna se encontraba en su punto más alto en el firmamento. Las hojas se arrastraban por el suelo llevadas por un murmullo infinito de palabras ininteligibles. Él no tenía miedo, no había nada a qué temerle. No con aquella luz cuidándolo, o al menos eso pensaba.
   Caminó sin detenerse a pensar en qué hacía y en lo enojado que se pondría su abuelo si lo descubría. Pero él, Raúl, necesitaba saber qué emitía esa luz en su curiosa cabeza.
   Se detuvo cuando estuvo a pocos metros de la entrada al bosque. Miró arriba y vio alrededor de las copas cómo se deformaba el cielo, era como mirar a través del agua, era como si hubiera algo en el aire que no permitiera el correcto trayecto de la luz de las estrellas. Un resplandor intenso lo sacó de su ensimismamiento y se adentró en el bosque de sus misterios.
   Se preguntó cómo era posible que su abuelo nunca viera esa luz salir de allí. Él hacía días que la había divisado. Y desde entonces notó que esta aumentaba en intensidad con el paso del tiempo.
   Caminó esquivando ramas muertas y rogando no cruzarse con ningún animal salvaje. Se detuvo cuando vio un objeto oscuro, de un metro de alto y cilíndrico. Raúl se acercó y lo tocó suavemente, con miedo. Otro destello de luz lo expulsó hacia atrás y su mente se puso en blanco. Vio por un breve instante un símbolo que reconocía muy bien: era el mismo que había en la llave plateada de su abuelo. Él sabía sobre la luz, sobre el objeto extraño en el bosque; pero Raúl lo olvidaría porque los recuerdos y el tiempo no existen donde estos convergen a su final. Era el único modo que tenía la luz de protegerse a sí misma. Todo dependía del momento y la intensidad de esta para afectar los recuerdos. Era como si ella tuviera vida propia y al mismo tiempo necesitase de la vida de otros para subsistir.
   El fin de los tiempos es el comienzo de los recuerdos, el inicio de la vida y el olvido de los dolores.
   El fin de los tiempos era la llave hacia las esperanzas perdidas en el caos que la atmósfera no era capaz de esconder.

   Raúl abrió sus ojos. Estaba en su cama, tapado con las sábanas y calentito, como si no hubiera salido de ella en toda la noche. Su abuelo se encontraba apoyado en el umbral de la puerta de la habitación.
   —¿Qué pasó, abuelo?
   —Nada —respondió este. Cerró la puerta y se oyeron los pasos de sus zapatos.
   Raúl oía un zumbido leve en su cabeza. Esta le dolía un poco. No recordaba qué había hecho durante la noche. Era como si sus recuerdos hubiesen sido borrados. Cerró sus ojos y procuró dormir. Se dijo a sí mismo que era mejor vivir con los ojos cerrados a ver lo que en verdad lo rodeaba, nos rodea: lo que nos hace vivir y morir sin causa alguna.

sábado, 12 de mayo de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo VIII)


VIII. PERDIDOS

1
   Juan buscaba por la parte de atrás de la casa. Clara entró al galpón que había al lado. Allí se resguardaban un tractor y varias herramientas que solo en el campo se podían llegar a utilizar. Gritó el nombre de su hijo pero no obtuvo respuestas. Lloraba, cómo había dejado que se le escapase de las manos. Sabía lo importante que era para ella y, aun así, lo había dejado solo. Escuchó un disparo proveniente de la casa. Comenzó a correr hacia allí, rogando que su hijo no estuviera en el lugar de donde había ocurrido el disparo, asustada.
   En la puerta de entrada se encontró a Juan y ambos entraron luego de cruzar miradas sin decirse nada.
   Llegaron hasta la habitación donde habían dejado a Gabriel desmayado y oyeron sollozos al otro lado de la puerta, eran de Aylén. Juan tomó el picaporte y empujó. No abría, estaba trabada.
   ―¡Abran la puerta! ¡Aylén, Gabriel! ¿Qué pasa?
   Clara estaba aterrorizada. Juan le pidió que se echara hacia atrás y pateó la puerta. Se resistía a los golpes. Intentó un par de veces más y esta finalmente se abrió.
   Se encontraron con Aylén llorando sobre la cama y el cuerpo desangrándose de Gabriel a varios metros de esta en el suelo.
   ―¿Qué pasó, Aylén? ―le preguntó Juan mientras se acercaba a ella y la tomaba por los hombros, asustado por todo lo que sucedía en tan poco tiempo.
   ―¿Lo mató? ―preguntó Clara mientras se acercaba al cuerpo del muchacho.
   Juan dejó a Aylén en la cama y miró a todos lados. Vio el arma del asesinato a varios metros de él, la agarró con las manos temblorosas y se la guardó. Le tomó el pulso a Gabriel y confirmó la muerte.
   ―¿Por qué, Aylén? ―le preguntó Juan―. ¿Acaso intentó hacerte daño?
   ―Nos iba a hacer daño a todos, pero sobre todo a Nicolás. Debemos protegerlo como sea.
   Clara se sobresaltó al oír el nombre de su hijo.
   ―¿Qué tiene que ver mi hijo en todo esto? ―Se arrojó sobre la chica y la zarandeó con fuerza―. ¿Por qué debemos protegerlo? ¿Qué sabés de él?
   ―Sé todo sobre él. Sé que Gabriel era el as bajo la manga de los invasores para descubrir el gran poder que se emana en el grupo. Sé que Nicolás ya te ha demostrado el poder anoche y sé que si descubrieran que él es la fuente de gran energía estaríamos en grandes problemas.
   Juan no entendía nada. Alternaba su mirada entre las dos mujeres. Clara parecía saber de qué hablaba cuando mencionaba a su hijo. ¿A qué se referiría Aylén cuando hablaba de la fuente de energía?
   Juan le pidió a Aylén que se sentara en el comedor. Le pidió disculpas y sacó una cuerda para atarla a la silla.
   ―¡Déjenme salir, yo los estoy ayudando! ―gritó ella.
   ―Mataste a una persona. Debemos tomar precauciones. Ahora necesitamos encontrar a Nicolás antes de que anochezca. Después tendremos tiempo de aclarar lo ocurrido, mientras tanto te pido que no intentes escapar ―dijo Juan mientras Clara lo esperaba en la puerta.
   ―Lo lamento, Juan. Vi en tu interior. La amabas, no fue tu culpa.
   ―¿Qué? ―Juan se acercó a ella.
   ―A Estela, su muerte no fue por tu culpa. ―Ella sonrió―. Te dije que hay cosas que sé. Es una puta maldición. Y sé que sos una buena persona y me vas a dejar salir.
   ―¿Cómo sabés lo de Estela? Nadie de los que están aquí lo saben. ¿Quién sos? ¿Sos una de ellos, una invasor?
   ―No, soy una persona con un alma activa, como el hijo de ella ―señaló a Clara― pero menos poderoso.
   Clara lo miró. Asintió con cierto aire dubitativo.
   ―Dice la verdad. Yo vi con mis propios ojos cómo Nicolás hacía volar un camioncito de juguete por el aire.
   ―Y tampoco olvides lo del incidente del cd de Mägo de Oz ―agregó Aylén.
   ―¿Por qué no me lo dijiste, Clara?
   ―Porque temo por mi hijo. No quiero que le hagan nada.
   ―Está bien, ya habrá tiempo de hablar, vamos a buscarlo.
   Aylén los miró a ambos. Sí, ahí había mucho fuego. Y él lo sospechaba. Él la amaba y no la dejaría sola un instante. Ahora sabía los secretos de Juan, ahora podía ver con los ojos cerrados.
   Y no la sorprendía el hecho de que fuese también uno de ellos. Todos guardaban un poco de energía para llegar al final del camino. En especial, Juan. Sus llamas son muy intensas y teme por ello.

domingo, 22 de abril de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo VII)

VII. AROMA A MUERTE

1
   Juan no podía creer lo que Raúl le había dicho unos segundos antes.
   ―¿Cómo que ya sabías que iban a venir esos invasores?
   ―Es una larga historia.
   ―Contame.
   ―No puedo, aún no estoy preparado. Es difícil hacerlo.
   ―Contame, ¡mierda! ―exclamó Juan mientras lo tomaba por los hombros y lo agitaba con violencia.
   ―Soltame, Juan ―le ordenó Raúl.
   ―Nos estuviste ocultando cosas. Nosotros confiamos en vos pero vos no lo hacés con nosotros. ¿Por qué no nos contaste nada? ¿Por qué nos ocultás información?
   ―Porque es difícil hacerlo cuando no sabemos dónde puede haber un infiltrado. No es fácil para mí desconfiar de quienes quiero proteger. Esto va más allá de lo que podemos comprender. Ni yo logro entender del todo lo que sucede aquí.
   ―Todo este tiempo que nos hablaste sobre tus teorías nos mentiste. Ellos saben que tenemos armas para defendernos, ¿verdad?
   ―Sí. Ellos nos estudiaron por mucho tiempo antes de conquistarnos o invadirnos, como más te guste definirlo. Creo que desde mucho antes de lo que soy capaz de imaginar.
   ―Decime cómo mierda sabés todo esto, Raúl. ¿Y por qué nos juntaste a todos en este grupo?
   Raúl sonrió. Lo miró a los ojos y le dijo:
   ―Porque ustedes son las armas que necesito para vencerlos.
   Juan se alejó de él. No le creía. Raúl los había engañado a todos.
   ―Sos una mierda, todo esto es una mentira.
   ―Nada es una mentira. Me cuesta ordenar mis pensamientos ya que fui afectado por ellos pero lo veo en todos ustedes: son especiales.
   ―Estás loco, ¿lo sabías?
   ―Es probable, de eso no estoy seguro.
   Juan le dio la espalda y se retiró dejando a Raúl solo cerca de la tumba de su abuelo. No dijo nada más. No quería oír ninguna otra palabra.
   Raúl lo observó alejarse a su amigo, veía cómo la distancia entre ellos convergía hacia el infinito cual desconfianza rompe las esperanzas de una amistad eterna. Necesitaba desahogarse pero no se esperaba esa reacción, ahora debía pensar con calma. El repentino descubrimiento del cuerpo de su abuelo muerto lo había afectado bastante y no podía dejarse llevar por sus emociones.
   Juan no había sido capaz de comprenderlo un solo instante. La rabia se apoderó de él. Cerró sus puños con fuerza y comenzó a caminar hacia su camioneta intentando expulsar esos sentimientos que se apoderaban de su ser.
   Miró por un momento hacia el bosque, lugar de misterios de su infancia. Extrañaba a su abuelo, lo necesitaba más que nunca. Y poco recordaba de él, a veces había un vacío en su mente que le era incapaz de llenar, ni siquiera con mentiras.

jueves, 12 de abril de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo VI)

VI. DECISIONES

1
   ―Bien, está todo en orden. Ya estamos listos para salir ―dijo Raúl mientras se limpiaba la grasa de sus manos y se acercaba al 206 negro que Juan estaba encendiendo―. Podemos llamar al resto para ver cómo nos vamos a acomodar en los coches.
   Juan asintió con un gesto de cabeza. Luego, volteó su mirada hacia donde esperaban Clara con su hijo. Gabriel estaba cerca de ellos y sintió un ramalazo de celos recorrerle sus venas. Debía tranquilizarse, ya había pasado esa época de su vida en la que esos sentimientos hicieran estragos en su ser; ahora era un hombre adulto, aunque anhelaba volver a ser joven una vez más (al menos a tener veintitrés años).
   Gabriel se acercó aún más a Clara y la tomó de las manos. Juan no pudo resistir ante el poder de sus sentimientos. Apretó con fuerza el volante y miró hacia otro lado: vio cómo Raúl se iba donde se hallaba su camioneta. Sintió un gran calor bajo las palmas de sus manos y se las miró. Salía humo de entre sus palmas y el volante. Las sacó de allí de repente producto de los reflejos, asustado. No había fuego, el humo desaparecía ante sus ojos en forma de una débil columna de danzante con olor a plástico quemado.
   ―¿Qué mierda fue esto? ―se preguntó en un leve susurro.
   Luego, encendió el coche y procuró calmarse. Gabriel no podría hacer nada ante ella, pero ¿y si podía? ¿Y si le quitaba a Clara a quien apenas conocía? No sabía la respuesta, o no quería saberla.

viernes, 6 de abril de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo V)

V. AMOR

1
   Aylén despertó y notó que ya casi no había nadie en la habitación número 19. Por la ventana entraba la luz de un nuevo día, lunes doce de marzo. Se levantó de su improvisada cama, hecha con un colchón muy cómodo y unas sábanas blancas, y miró a los lados. Armando seguía durmiendo. El resto del grupo ya no estaba allí.
   Se estiró y se preparó para salir del cuarto cuando el Universitario le habló.
   ―Ayer sentí algo cuando me tocaste ―dijo semidormido.
   Aylén se dirigió a él. Se sentó a su lado mientras el muchacho se levantaba de su cama. Él había notado su energía.
   ―No me di cuenta enseguida pero después lo pensé cuando me hubo atrapado la tranquilidad antes de dormirme. Es raro, fue como una corriente que fluyó por mis venas hasta llegar a mi cabeza. No sé, cuando te vi tuve una sensación en la panza pero eso fue diferente. Cuando me tocaste fue algo intenso y poderoso.
   ―Puede ser que sí como que no.
   Armando se acercó aún más a ella y la tomó de las manos.
   ―Ahora no siento nada. Salvo amor; me gustás, es como si el destino te hubiera puesto aquí para encontrarme.
   Él no podía creer que lo estuviera diciendo cuando antes del cambio nunca había sido capaz de siquiera encarar a una mina sin sufrir consecuencias en su cuerpo (entre ellas la diárrea).
   ―Armando, todavía estás dormido. No digas pavadas.
   ―No son pavadas. Me encantás y no puedo evitarlo.
   ―¿Cómo te puedo enamorar si todavía ni me conocés?
   ―A eso voy, ayer cuando me tocaste sentí que te conocía desde hace mucho, ya de entrada me habías atrapado pero después de eso es como si mi mundo hubiese cambiado.
   Aylén lo miró y le sonrió. Armando era bastante bueno y podía confiar en él, pero tenía miedo. Necesitaba pensar bien qué iba a hacer. Solo lo conocía al Universitario y sabía el secreto de Gabriel, ese que ni siquiera su dueño conocía.
   ―Vamos con los demás ―propuso Aylén al ver que Armando no dejaba de mirarla. No quería lastimarlo. Todas son iguales.
   ―Dale.
   Salieron de la habitación diecinueve y fueron a la sala donde estaba el resto del grupo.

martes, 27 de marzo de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo IV)

IV. RECUERDOS OLVIDADOS

1
   ―Creo que te está haciendo mal tu idea de salvar al mundo, Raúl ―dijo Juan a este.
   Los dos hombres estaban reunidos en una habitación, a solas, para hablar de algunas cuestiones personales.
   ―No podía arriesgarme a dejarla en la calle, los invasores están al acecho.
   ―Después de lo que le sucedió a Gabriel cuando lo encontraste no podemos confiar en nadie.
   ―Bueno, aun así ella está aquí vigilada. Vamos a cuestionarla y a buscarle algún punto débil, si es que existe tal cosa. Los necesito salvar, así debe ser, Juan, y no voy a dejar morir a nadie aquí.
   Juan negó con la cabeza. No le gustaba la idea de que Raúl trajeran al primero que se encontrara en la calle. El mundo ya no era como antes, y debía proteger al niño y su madre, la mujer de la que estaba enamorándose. Por ella, los llevaría a algún lugar seguro, aunque fuese lo último que hiciera.
   ―Raúl, lo único que te pido es que nunca bajes la guardia. Todos los que estamos aquí confiamos en vos. No te dejes cegar por el liderazgo y por la necesidad de salvar al mundo, a veces deberemos sacrificarnos para continuar. A veces no debemos mirar al costado y no detenernos a ayudar; este nuevo mundo nos lo exige.
   Raúl asintió con un gesto de cabeza.

   Armando estaba al lado de Aylén, la chica miraba a su alrededor, parecía asustada pero atenta a todos los detalles. Tenía diecisiete años y estaba sin su familia. El universitario comenzó a sentir una sensación en el estómago que le gustó muy poco. Se llama amor a esa sensación y es peligrosa, demasiado.
   ―¿Estás bien, Aylén? ―le preguntó luego de un prolongado silencio gobernados por miradas vacías y esquivas.
   Gabriel estaba recostado en un sillón, en el punto más alejado de la sala de recepción, cerca de Clara y su hijo. No podía apartarle la mirada al niño, este estaba jugando con un camión de juguete.
   ―Sí ―respondió Aylén―. Es que no puedo creer que todo el mundo haya desaparecido así como si nada. Y luego de una semana sola me los encuentro a ustedes, con armas y con historias de todas esas cosas peligrosas merodeando por las calles.
   ―Necesitamos protegernos de los invasores.
   ―De los que me hablaron durante el viaje. ¿Cómo es posible que no haya visto a ninguno de esos donde vivo?
   ―No lo sé ―confesó el universitario.
   Ella le tomó la mano derecha con las suyas y se la presionó. Por un instante pareció desaparecer de su cuerpo, ausente, luego volvió a hablarle a Armando. Ahora entendía un poco más, nada es casual, nunca lo había sido. Juegos del destino.
   ―Tengo miedo ―le dijo, y le soltó la mano.
   Armando la abrazó, sabía que eso no estaba bien pero qué le iba a hacer; el mundo ya no era como antes.

   Gabriel tenía hambre. Mucho hambre. Miraba fijamente al niño jugando con un camioncito en el suelo de la recepción. En algún lugar de ese hotel estaban hablando Raúl con Juan, seguramente decidiendo qué hacer con la muchacha que encontraron en la calle. Le dirigió una mirada a ella, no parecía ser parte de esos extraterrestres pero tampoco se quería confiar de ello, Natalia había sido un remedio para curarlo del espanto. Intentó recordar nuevamente algo de su pasado pero los recuerdos eran cada vez más confusos. Comenzó a preocuparse.
   Clara lo observaba a su hijo jugar, parecía estar a punto de llorar.
   ―No quiero este mundo para mi hijo.
   Gabriel volvió en sí luego de viajar entre recuerdos olvidados. Malditos extraterrestres, ya nada era igual.
   ―Lo sé, creo que nadie lo quiere.
   Gabriel vio cómo los otros dos muchachos se abrazaban y sintió deseos de abrazar a Clara también, pero no podía hacerlo. Se odió por ello. Volvió a intentar recordar cómo había sido su vida antes de este acontecimiento pero le costaba volver al pasado. Ya ni a su familia veía en su mente. Creía que sería bueno visitar la casa de sus padres antes de seguir el viaje hacia el campo.
   Se puso de pie y se acercó a la puerta de entrada olvidando a Clara y su hijo por un momento.
   ―¿Qué hacés? ―le preguntó Clara.
   ―Pienso, solo eso.
   Raúl se asomó por una puerta cerca del ascensor y les informó que era hora de cenar.

martes, 20 de marzo de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo III)

III. Resistir

1
   Raúl se detuvo frente a un enorme supermercado, Gabriel hizo lo mismo, con cierta curiosidad.
   ―¡Podés salir, Armando! ―gritó al interior.
   Un muchacho se asomó a la puerta, miraba hacia todos lados con suma cautela. Luego lo observó a Raúl y sonrió.
   ―Le presento a Armando Gutiérrez ―le dijo a Gabriel―, nuestro chico universitario.
   Gabriel se acercó al muchacho, este último parecía un poco asustado.
   ―Un gusto, mi nombre es Gabriel Agüero.
   Raúl le relató a Gabriel que se habían acercado al almacén para buscar alimentos cuando vieron acercarse el Peugeot y luego detenerse en medio de la avenida. Raúl se había asomado por curiosidad, no era normal ver movimiento donde no había nadie; luego, había visto toda la escena desde principio a fin. Había visto a la mujer transformarse en uno de los invasores.
   ―Es increíble, ahora sabemos que se parecen a nosotros ―dijo mientras ingresaba al supermercado.
   ―Eso es algo muy malo ―observó el chico universitario.
   Raúl asintió. Su rifle colgaba del hombro derecho. Llevaba en el cinturón un revólver plateado, calibre 38. Él estaba preparado para cualquier cosa. Gabriel pensaba en lo cerca que había estado de la muerte, sintió un escalofrío. Luego lo miró a Armando.
   ―¿Estás asustado? ―le preguntó al universitario.
   ―Sí.
   ―Yo también.

martes, 13 de marzo de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo II)

II. ESCAPAR

1
   Natalia empujaba a Gabriel hacia ella intentando despertarlo de su pánico. Los extraterrestres estaban cada vez más cerca. Necesitaba sacarlo de la casa como sea. Lo necesitaba a él. No podía fallar en su misión.
   ―¡Vamos, carajo! ―le gritó mientras se posaba delante del muchacho―. Debemos salir de esta casa rápido.
   ―S-sí ―tartamudeó él, y comenzó a caminar, lenta y pesadamente.
   ―Por atrás ―señaló ella.
   Ambos cruzaron toda la casa y salieron por la puerta trasera hacia el patio. Cruzaron el alambrado que dividía el terreno de Gabriel con el del vecino. Avanzaron unos metros más y salieron a una calle de tierra. Un auto Peugeot 504 blanco estacionado cerca de la zanja fue el objetivo de Natalia. Corrió hacia el coche y se sentó del lado del conductor.
   ―Subí, boludo ―le ordenó a Gabriel mientras este observaba la acción paralizado.
   El muchacho subió sin quejarse. Miró al cielo, no podía creer lo que veían sus ojos. La nave era inmensa, tan grande como una ciudad, de forma ovalada y tan negra como la noche. Por un momento se sintió dentro de la película «Independence Day».
   Natalia arrancó el coche sin dificultad y aceleró hacia el sur, directo al centro de la ciudad.
   Una enorme bola de fuego seguido de un fuerte estallido inundó la mañana del once de marzo. Gabriel supo al instante que su casa había dejado de existir, para siempre.
   ―Mierda, cuando sepan que no está más la casa, el dueño me va a matar, eso seguro. ―Sonrió ante esta idea, necesitaba creer que aún podía sonreír en los peores momentos.

sábado, 3 de marzo de 2012

Inolvidable



   Intensos deseos recorren mis venas gritando, a través de la espesa soledad, tu nombre. 
   Mi cuerpo es acariciado por la brisa matutina mientras tu nombre es repetido mil veces por los murmullos de las hojas de los árboles. Las nubes recorren el cielo sin detenerse; el color del amor es dibujado en el firmamento, acompañado por una lágrima que cae inevitablemente sobre el dolor.
   La silueta de tu cuerpo está en mis sueños vacíos, sin tu esencia no existe tu amor.
   Recuerdo tus ojos, ventanas del placer del gran amante. Recuerdo tus besos, profesionales en estimular mi piel antes de arder de pasión.
   Tu sonrisa aún es inocente, todavía enamora a los caminos que se dirigen hacia la hipocresía. Todavía creo en mis mentiras.
   ¿Dónde estás que oigo tu nombre pero no te veo?
   ¿Dónde estás que te recuerdo pero no te siento?
   ¿Dónde estás si el amor ya se terminó?
   La brisa arrastra las nubes hacia los campos del pasado expulsando lágrimas de un viejo amor, sembrando los caminos de penas, oscureciendo corazones.
   No puedo esperarte más; nunca regresarás a nuestro hogar porque ya no soy capaz de imaginarte.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Tu corazón, mi dolor

Cuando te conocí
estaba encerrado en mi soledad,
agobiado por los abrazos
que me entregaba tu falsedad.

Cuando te conocí,
el mundo giraba ignorante
alrededor de un eje;
nunca sería tu gran amante.

Cuando te conocí
en tus ojos me perdí,
celestes como el cielo,
el color de un horizonte sin anhelo.

sábado, 11 de febrero de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo I)

I. DESPERTAR

1
   Despertó con un fuerte dolor de estómago. Estaba acostado en el suelo, su espalda sentía el agonizante abrazo del cemento frío. Gabriel miró al techo, apenas ingresaban unos débiles rayos de luz natural. Intentó ponerse de pie pero sus piernas no respondían. Se arrastró por el piso húmedo unos metros hasta llegar a una escalera de madera. Estaba en un sótano. En el sótano de su casa pero ¿cómo había llegado hasta allí? y ¿por qué se había quedado dormido en el suelo? No recordaba nada.
    Apoyó sus manos contra la pared y volvió a intentar ponerse de pie. Ahora se hallaba con un poco más de fuerzas, pero todavía sentía ese fuerte dolor en la panza. Hambre, le dijo su cerebro. Estaba muerto de hambre. Avanzó lentamente por las escaleras, escalón por escalón, con suma cautela, siempre aferrándose a la baranda con su mano izquierda y usando la pared de apoyo con la derecha. La puerta del sótano estaba cerrada. Una luz atravesaba la ranura que había entre la puerta y el suelo. Gabriel se encontraba desorientado. Llegar arriba, primero. Comer, segundo. Cagar, tercero. Averiguar qué pasó, último.
   En la cocina había un olor a podrido que casi lo obligó a vomitar. Gabriel abrió la heladera y se encontró con que todo estaba más que vencido, la carne y las verduras, lo poco que tenía para alimentarse durante sus días de vida. Presionó el interruptor de luz y no se sorprendió al descubrir que no funcionaba. Buscó en la alacena algo comestible y se conformó con una lata de paté. Algo era algo. Miró su reloj. Marcaba las cinco y media de la tarde, del diez de marzo de dos mil doce.
   ―Imposible, hoy es sábado tres.
   Pero el hambre, estaba cagado de hambre. Aun así era imposible sobrevivir siete días sin comida, aunque estuviese inconsciente o dormido.
   ―¿Qué mierda pasó acá? ―se preguntó.
   Recorrió el pasillo, atravesó la sala de estar y se asomó a la entrada. Abrió la puerta y miró afuera. La postal era por demás tranquila. Nadie caminaba por las calles, solo el viento se llevaba algunas porquerías livianas vaya a saber uno adónde. Habían coches detenidos en medio de la calle. Otros estaban sobre la vereda pero ningún uniformado haciendo la multa correspondiente.
   Gabriel se acercó al asfalto y miró en ambas direcciones. No había absolutamente nadie en el barrio. Las casas de los vecinos estaban con las puertas abiertas. Algunos juguetes de niños descansaban sobre el césped cuidado de los patios de los hogares. El cielo, despejado.
   El mundo estaba muerto. O tal vez era Gabriel quien lo estaba.
   De lo único que estaba seguro era que estaba solo en ese lugar.

domingo, 8 de enero de 2012

Apertura de Medianoche

Los personajes y las situaciones narradas son ficticios. Lenguaje "fuerte".
En ningún momento intento ofender a nadie, si alguna vez alguien vivió algo similar, es pura coincidencia. 


1
    El ruido a cumbia invadía los alrededores del boliche Medianoche. Eran alrededor de las once de la noche y la música sonaba a todo trapo. Los malditos Wachiturros se oían hasta el otro lado de la autopista, seguidos por extrañas mezclas de sonidos que solo los adolescentes entendían, inundaban los sueños de los pocos vecinos de Medianoche, el nuevo boliche de El Pato, una localidad al sur de Berazategui.
    Damián iba en el auto de su hermano José a la apertura del nuevo local pub para gente a la que le gusta emborracharse hasta el amanecer o terminar tirados en una zanja, lo que sucediera primero. Habían pasado poco más de dos años de esa noche en que su tío lo llevó al cabaret para que la pusiera por primera vez en su vida. Pero la noche del debutante no había sido del todo como lo esperaba el hermano de su madre, su amiguito le había jugado una mala pasada. Luego de esa noche su autoestima había bajado hasta rozar el suelo y reventar hormigueros, no quería saber nada sobre verle la cara a dios. Su tío Diego había intentado llevarlo un par de veces más hacia el sexo seguro (no higiénico) pero Damián se rehusaba a entrar de nuevo a uno de esos antros, hasta que su tío al final desistió. Y no pudo ponerla. Terminó el secundario hacía unas semanas atrás, con buenas notas, y se preparaba para comenzar la facultad en la ciudad de La Plata. Enero parecía ser el mes en el que todo su futuro se vería alterado luego de una extraña noche en la que todo sería posible. Esta noche de apertura hacia una nueva vida repleta de emociones absurdas y sin sentidos, como lo es vivir sin un motivo para hacerlo.

viernes, 6 de enero de 2012

Alas del cielo (Capítulo VII)

VII. SOLO UN SUEÑO

1
   Marcos abrió el sobre con las cartas y le dio una a Agustina. Él se quedaba con la otra. Sentía como si experimentara un Déjà Vu, solo que Laura no estaba allí recibiendo una de las cartas, su amiga ocupaba su lugar.
   —Bien, no podemos hacer otra cosa más que esperar —dijo Marcos—. Ojalá tengamos tanta suerte o un poco mejor que cuando estuvimos arriba.
   Alejandro y Agustina asintieron.
   El sol se había movido unos grados en el cielo en una trayectoria inalterable. Alrededor del hospital se detectaba poco movimiento a esa hora de la mañana. Era como si los accidentes esperaran las horas picos para salir a las calles y causar estragos a los casuales (causales) afectados. En el horizonte se divisaba unos nubarrones negros que anunciaban una potencial tormenta.
   —¿Puedo sentarme a esperar a que llegue La Fiera? —preguntó Alejandro.
   —Sí, nadie te lo niega, Ale —contestó Marcos. Por alguna razón no se sentía del todo conforme con el avance de los sucesos. Sentía que era él quien debía estar al lado de Laura y no Renso, una vez más se sentía como una marioneta del destino, como si no actuara del todo como lo indicaba su propia voluntad.
   Cuando Alejandro se acomodaba en un bloque de cemento frente al hospital y se sentaba, llegaba Cielo con un acompañante. Marcos vio que era Ezequiel y su sorpresa casi le provocó un infarto. El desgraciado estaba en libertad.
   —¿Qué mierda hacés acá, hijo de puta?
   —Vengo a terminar mi trabajo, vecino. Los voy a matar a todos.
   Observaron que este llevaba un arma en una de sus manos, la derecha. La levantó y comenzó a disparar.
   Marcos se arrojó detrás del bloque que usaba Alejandro de asiento mientras este se dejaba caer de espaldas. Agustina corrió dentro del hospital. Ezequiel disparaba y gritaba. Era obvio que estaba más loco que una cabra. La Fiera levantó sus manos al cielo y las nubes que hacia rato se encontraban cerca del horizonte comenzaron a acercarse más rápido de lo normal entre relámpagos y truenos. Ella sonreía y los miraba ocultos tras el bloque. El viento arreciaba delante del hospital generando un remolino que danzaba con el cabello de La Fiera.
   Un guardia del hospital se asomó a la puerta principal y gritó a Ezequiel que dejara de disparar. Este hizo oídos sordos y disparó al interior del nosocomio. Un rayo cayó del cielo hacia el guardia que fue lanzado varios metros debido a la alta energía eléctrica que recorría su cuerpo.
   —Hija de puta —dijo Alejandro—. Es más fuerte de lo que imaginábamos.
   Marcos solo asintió. No podía creer lo que veían sus ojos. Todo debería ser un maldito sueño o, mejor dicho, una pesadilla.
   Si tan solo fuera un sueño.

domingo, 1 de enero de 2012

Alas del cielo (Capítulo VI)

VI. SEGUNDA VUELTA

1
    Marcos vaga dentro de las pasiones de la oscuridad. Oye la voz de Laura proveniente de los abismos de la eternidad. Corre en busca de un amor que se pierde en el tiempo. La escucha pero no la ve. La siente pero no cree en ella. Necesita despertar pronto. Ella lo necesita aquí, en el mundo tangible. Una vez más.
   
    Alejandro zarandeó a Marcos para despertarlo y luego le preguntó si quería volver a casa. Este respondió que aún no. Tenía que esperar a que llegaran los padres de Laura. El olor a hospital se infiltraba a través de su olfato para golpearle la razón y nockear sus ganas de seguir otra vez. Ella estaba en coma.
    El disparo de Ezequiel le había provocado grandes daños a los pulmones y el corazón estaba débil. Solo quedaba esperar un milagro. Y de eso ellos aprendieron mucho en poco tiempo.
    ―Vamos a casa, necesitás dormir. Hace más de un día que no descansás, Marcos ―le dijo Alejandro,  preocupado por la salud de su amigo.
    ―No. Pronto llegarán los padres de Laura y necesito estar para explicarles lo que sucedió.
    ―No irás a contarles todo lo que nos pasó, ¿verdad?
    ―Claro que no. Creerán que estoy loco, y lo último que necesito es que me metan en un loquero, Ale. Andá vos a casa, son casi las cinco de la mañana. Fijate cómo se encuentra Agus. Está sola en casa y no debería ser así. Lástima que Martín no quiso quedarse con ella, maldito cagón.
    Alejandro aceptó y se retiró a la casa de Marcos. No podía hacer otra cosa más que esperar. Lo que todo humano odia: esperar sin hacer nada.
    Marcos se reacomodó en la silla del hospital y cerró sus ojos. Al menos allí, en sus sueños, podía hablar con Laura. Por alguna razón, ella lo buscaba en la oscuridad de sus pesadillas para contarle un secreto, pero no lograba alcanzarlo.

    ―Es tarde, Marcos ―le dice ella al oído. En la distancia su voz se hace más débil―. No la maté. Ella huyó para abajo y piensa volver pronto. Aún no terminamos.
    ―¿A qué te referís, Lau? ―le pregunta Marcos mientras extiende sus manos. Quiere tocarla, sentirla, abrazarla, besarla. Allí no hay médico que le prohiba verla.
    ―A Cielo. Está viva y es peligrosa. No puede ganar.
    ―No, amor. Te equivocás, ella está muerta.
    ―Chist ―le calla ella―. Abrí tus ojos. Estate atento. Encuéntrenla o moriremos. Todo depende de ustedes. Esto todavía no se termina.
    Su voz se oye lejana, se pierde en las profundidades del horizonte. Marcos cierra sus ojos. Todo es una pesadilla hermosa, solo eso.

    Marcos abrió sus ojos y vio parado frente a él a los padres de Laura. Se puso de pie y tragó saliva. Una vez más debería revivir el último momento de ella, ocultando muchos secretos que solo él y sus amigos conocían.