VIII. PERDIDOS
1
Juan buscaba por la parte
de atrás de la casa. Clara entró al galpón que había al lado.
Allí se resguardaban un tractor y varias herramientas que solo en el
campo se podían llegar a utilizar. Gritó el nombre de su hijo pero
no obtuvo respuestas. Lloraba, cómo había dejado que se le escapase
de las manos. Sabía lo importante que era para ella y, aun así, lo
había dejado solo. Escuchó un disparo proveniente de la casa.
Comenzó a correr hacia allí, rogando que su hijo no estuviera en el
lugar de donde había ocurrido el disparo, asustada.
En la puerta de entrada se
encontró a Juan y ambos entraron luego de cruzar miradas sin decirse
nada.
Llegaron hasta la
habitación donde habían dejado a Gabriel desmayado y oyeron
sollozos al otro lado de la puerta, eran de Aylén. Juan tomó el
picaporte y empujó. No abría, estaba trabada.
―¡Abran la puerta!
¡Aylén, Gabriel! ¿Qué pasa?
Clara estaba aterrorizada.
Juan le pidió que se echara hacia atrás y pateó la puerta. Se
resistía a los golpes. Intentó un par de veces más y esta
finalmente se abrió.
Se encontraron con Aylén
llorando sobre la cama y el cuerpo desangrándose de Gabriel a varios
metros de esta en el suelo.
―¿Qué pasó, Aylén?
―le preguntó Juan mientras se acercaba a ella y la tomaba por los
hombros, asustado por todo lo que sucedía en tan poco tiempo.
―¿Lo mató? ―preguntó
Clara mientras se acercaba al cuerpo del muchacho.
Juan dejó a Aylén en la
cama y miró a todos lados. Vio el arma del asesinato a varios metros
de él, la agarró con las manos temblorosas y se la guardó. Le tomó
el pulso a Gabriel y confirmó la muerte.
―¿Por qué, Aylén? ―le
preguntó Juan―. ¿Acaso intentó hacerte daño?
―Nos iba a hacer daño a
todos, pero sobre todo a Nicolás. Debemos protegerlo como sea.
Clara se sobresaltó al oír
el nombre de su hijo.
―¿Qué tiene que ver mi
hijo en todo esto? ―Se arrojó sobre la chica y la zarandeó con
fuerza―. ¿Por qué debemos protegerlo? ¿Qué sabés de él?
―Sé todo sobre él. Sé
que Gabriel era el as bajo la manga de los invasores para descubrir
el gran poder que se emana en el grupo. Sé que Nicolás ya te ha
demostrado el poder anoche y sé que si descubrieran que él es la
fuente de gran energía estaríamos en grandes problemas.
Juan no entendía nada.
Alternaba su mirada entre las dos mujeres. Clara parecía saber de
qué hablaba cuando mencionaba a su hijo. ¿A qué se referiría
Aylén cuando hablaba de la fuente de energía?
Juan le pidió a Aylén que
se sentara en el comedor. Le pidió disculpas y sacó una cuerda para
atarla a la silla.
―¡Déjenme salir, yo los
estoy ayudando! ―gritó ella.
―Mataste a una persona.
Debemos tomar precauciones. Ahora necesitamos encontrar a Nicolás
antes de que anochezca. Después tendremos tiempo de aclarar lo
ocurrido, mientras tanto te pido que no intentes escapar ―dijo Juan
mientras Clara lo esperaba en la puerta.
―Lo lamento, Juan. Vi en
tu interior. La amabas, no fue tu culpa.
―¿Qué? ―Juan se
acercó a ella.
―A Estela, su muerte no
fue por tu culpa. ―Ella sonrió―. Te dije que hay cosas que sé.
Es una puta maldición. Y sé que sos una buena persona y me vas a
dejar salir.
―¿Cómo sabés lo de
Estela? Nadie de los que están aquí lo saben. ¿Quién sos? ¿Sos
una de ellos, una invasor?
―No, soy una persona con
un alma activa, como el hijo de ella ―señaló a Clara― pero
menos poderoso.
Clara lo miró. Asintió
con cierto aire dubitativo.
―Dice la verdad. Yo vi
con mis propios ojos cómo Nicolás hacía volar un camioncito de
juguete por el aire.
―Y tampoco olvides lo del
incidente del cd de Mägo de Oz ―agregó Aylén.
―¿Por qué no me lo
dijiste, Clara?
―Porque temo por mi hijo.
No quiero que le hagan nada.
―Está bien, ya habrá
tiempo de hablar, vamos a buscarlo.
Aylén los miró a ambos.
Sí, ahí había mucho fuego. Y él lo sospechaba. Él la amaba y no
la dejaría sola un instante. Ahora sabía los secretos de Juan,
ahora podía ver con los ojos cerrados.
Y no la sorprendía el
hecho de que fuese también uno de ellos. Todos guardaban un poco de
energía para llegar al final del camino. En especial, Juan. Sus
llamas son muy intensas y teme por ello.
Armando entró al bosque
luego de mirar atrás salvo que notó que el aire allí parecía un poco viciado, como si estuviera cargado; el sonido de un disparo lo había alertado
pero igual debía continuar. Rogaba que no fuera nada malo pero lo dudaba,
sin su arma se dio cuenta que había cometido un error. La tarde
estaba muriendo. Estaba casi seguro de que esa luz pertenecía a
Nicolás, o a alguien que necesitaba ayuda. Se repetía
irregularmente, a veces duraba menos o más tiempo. No llevaba un
patrón constante, al menos a simple vista, pero cada vez la veía
con mayor intensidad.
―¡Nicolás! ―gritó
mientras se adentraba en el bosque―. ¿Estás acá?
Nadie respondía. Continuó
caminando. Esquivó varias ramas caídas. El otoño estaba cerca y se
veían en el suelo las señales de ello, hojas secas que crujían
cuando alguien las pisaba.
Una vez más la luz volvió
a mostrar su intenso resplandor. Ahora a unos veinte metros de
Armando. Vio lo que la emitía: parecía una especie de cilindro de
un metro de alto, se acercó y lo miró detalladamente: no había
ningún reflector ni nada que pudiera crear la luz. Era gris, de
metal, y estaba bastante gastado por el tiempo. Vio a un lado un
pequeño símbolo que tocó suavemente con las yemas de sus dedos:
era un triángulo dentro de un círculo. Aparecía una especie de x
en su interior. Estaba frío. La luz volvió a emitirse y él fue
sacudido hacia atrás. Por un breve momento quedó cegado por el
flash. Oyó la voz del niño.
―Es bonita ―dijo
Nicolás detrás de él.
Armando se frotó los ojos
y parpadeó varias veces hasta que pudo volver a ver.
―Sí, pero casi me deja
ciego.
―Me llamó, la luz me
llamó ―dijo el niño con cara de preocupación y de entusiasmo al
mismo tiempo.
―Yo no veo nada razonable
aquí, ¿de dónde sale la luz?
Nicolás se llevó su dedo
índice derecho a su pecho. Armando entendió el mensaje. Era cierto,
ese muchacho tenía mucho poder encima.
―Sí, de vos ―dijo y le
extendió su mano. El niño lo tomó con las suyas y miraron una vez
más el artefacto que había allí―. Volvamos a casa, tu mamá debe
estar preocupada.
―Sí.
2
―¿Así que nos estás
siguiendo? Lo sabía ―dijo Raúl.
―No te creas que fue
fácil encontrarte ―dijo la Mujer de Negro.
―Con la tecnología que
tienen todo es fácil para ustedes. ¿Qué buscan de nosotros?
―¿Te olvidaste, Raúl?
¿O estar conmigo te ha quebrado la mente?
―Para nada, Estrella.
Estoy seguro de lo que hago.
―¿Sí? Tu mente parece
confundida. ¿Acaso no sos capaz de cuidar tu grupo sin dudar a cada
segundo sobre si está bien o mal lo que hacés? Solo queremos el
poder de uno de ellos. Dánoslo y te dejaremos ir. Los dejaremos ir a todos sin hacerles daño.
―¿Por qué no te dejás
de jugar con nosotros y nos dejás en paz? Sabés que no te creo.
Mirá lo que hizo tu raza: acabaron con la vida en el planeta.
―No acabamos con todos
ustedes. Por desgracia aún quedan muchos rebeldes por encontrar.
Además, no podemos dejarlos ir hasta que nos des a la fuente;
necesitamos su energía.
―Sabés muchas cosas,
Estrella. No entiendo cómo es posible que no sepas quién de mi
grupo es el de mayor energía.
Raúl se alejó un poco de
ella.
―Es un juego muy
divertido, mi amor ―dijo la Mujer de Negro mientras se acercaba a
él―. Vos viniste a mí. No necesito averiguarlo yo, vos me lo vas
a decir cuando regreses.
―No, yo me alejé de
ellos. Les he mentido. No voy a volver, no me merecen. No saben que
yo viví durante quince años con una invasora.
―¿Ahora soy una
«invasora»? Veo que estás confundido de verdad, nunca me imaginé
que te vería así.
―Estoy muy seguro de lo
que hago. ―Desenfundó su .38 y le apuntó al rostro de la Mujer―.
Te tuve que haber matado hace mucho tiempo.
―Y no lo hiciste porque
me amabas. ¿Aún me amás?
―No, te odio. No sos
humana. Nunca lo fuiste: no tenés alma.
―Nací entre ustedes,
creo que eso me hace una humana.
Los dos policías se
bajaron del patrullero y desenfundaron sus pistolas.
―No se preocupen, él no
me hará daño ―les dijo La Mujer de Negro.
Raúl hizo fuerzas pero no
era capaz de apretar el gatillo.
―No tenés los huevos
suficientes para matarme; eso será tu perdición. Cuando sepamos
quién es la fuente de tanta energía, mataremos al resto de tu grupo
y a vos, mi amor.
―No me digas así, yo no
soy tu amor. Y nunca sabrás quién emite ese poder del que tanto
hablás.
Estrella se acercó a Raúl
y lo besó. Este la apartó de sí mismo y escupió varias veces.
―Antes te gustaban. Cómo
has cambiado, mi amor.
Le sonrió y luego se dio
media vuelta. Uno de los policías le había hecho una señal. No era
nada bueno.
―Una cosa más, Raúl.
Sabremos quién es la fuente porque tenemos un infiltrado en tu
grupo.
Raúl abrió sus ojos de par en par. No podía creer lo que le había dicho ella. Su miedo era al
fin real. Estaban jugando con ellos, y su cabeza daba vueltas
alrededor de la confusión absoluta.
Observó cómo el
patrullero daba media vuelta y se perdía en el horizonte, hacia el
norte. Luego regresó a su camioneta. Estaba oscureciendo. Necesitaba
volver al grupo y darles aviso sobre el infiltrado. ¿Quién era el
maldito? Pensaba en todos y no quería creer que fuera así pero
sabía que ella nunca mentía al respecto; que le ocultara
información era harina de otro costal.
Ya era de noche, el sol
hacía varios minutos que se había puesto pero para él el tiempo se
había detenido cuando la había vuelto a ver.
―¿Cuándo sintieron la
energía?
―Hace un momento ―dijo
el policía que iba en el asiento trasero mientras observaba una
pantalla.
―¿Cuándo lo mataron?
―preguntó la Mujer de Negro, Estrella.
―Unos momentos después.
La señal duró varios segundos pero no logramos obtener una imagen.
Por alguna razón, nuestra tecnología falla cerca de la casa de
Raúl. Hay algo que nos hace interferencia y no sabemos qué puede
ser. Aunque suponemos que es la misma fuente que provoca esta
interferencia.
―Veo, ¿fue esa fuente
quien mató a Gabriel?
―Lamentablemente, no. Al
menos así hubiéramos sabido quién es la fuente. Fue una chica,
ella «escarbó» en su mente y lo descubrió.
La Mujer de Negro asintió.
―Perfecto, gracias por
darme la señal en el momento adecuado.
El policía con la pantalla
sonrió.
―Las dudas quedaron
plantadas.
Miró en el horizonte. Raúl
todavía no sabía quién era el más poderoso de ellos, pero eso
estaba por cambiar pronto.
3
Armando llegó a la casa y
llamó al resto del grupo. Clara estaba buscando atrás de la casa
con una linterna. Cuando oyó el llamado corrió al encuentro con su
hijo. Lo abrazó con fuerzas.
Juan le estrechó la mano a
Armando.
―Bien hecho,
universitario. Sabía que podía confiar en vos.
Su mirada cambió de
expresión repentinamente.
―Tengo que contarte algo.
¿Qué pasa, Juan, que te cambió la cara?
―Algo un poco grave.
Vení, vamos adentro.
Entraron a la casa. Era de
noche y habían varias velas encendidas. Armando se acercó a la
cocina y se sorprendió al ver a Aylén atada.
―¿Qué hace ella atada?
―preguntó.
Ella levantó su mirada y
le sonrió.
―Lo maté ―dijo.
Armando sintió cómo sus
piernas se debilitaban lentamente. Recordó el sonido del disparo
antes de adentrarse al bosque.
―No, no debiste hacerlo.
Juan se acercó a él.
―Mató a Gabriel.
Armando se tomó la cabeza
y dio media vuelta. No sabía qué hacer. Había sido su culpa, ella
le había quitado su arma en algún momento cuando simulaba que
estaba desmayada, él había creído que ella estaba inconsciente.
Todo había sido su culpa.
―¿Estás bien, Armando?
―preguntó Juan, preocupado.
―Es mi culpa, el arma me
la robó a mí, yo creí que ella estaba desmayada. Además, ya lo
sabía. Ella me había dicho que Gabriel era un invasor. Que le
habían lavado la cabeza.
―Lo mismo nos dijo a
nosotros. ¿Y vos le creíste? No nos dijiste nada. Y no debiste
tomar ningún arma.
―Es que ella me lo
demostró. Tiene algo dentro que hace que pueda ver cosas en nuestro
interior. Eso suena convincente. Para mí, Gabriel sí podría ser un
invasor o infiltrado o como mierda se le llame.
Clara escuchaba mientras
tenía a su hijo entre sus brazos.
―Asegura que Nicolás es
la fuente que los invasores están buscando ―comentó Juan―. Dice
que tiene poderes y que puede ver lo que somos.
―¿Y qué pensás?
―Le creo. Pero debieron
contarnos todo. Nunca debiste actuar de ese modo.
―Lo lamento, es que esta
situación es incontrolable. Estamos avanzando a tumbos, si seguimos
así pronto nos caeremos. Entonces, ¿qué vamos a hacer con ella?
¿Desatarla?
―Antes nos tendrá que
contar todo lo que sabe y vio en Gabriel.
―Por un momento creí que
era una invasora.
―No lo soy ―acotó
Aylén.
―¿Cómo podés
demostrárnoslo? ―preguntó Juan―. Lo del poder puede ser cosa de
esa especie.
―¿Y qué me decís de tu
poder: el fuego?
Juan se quedó sin
palabras.
4
Los cuatro estaban en la
sala de estar. Parecía que no tenían nada para decir. Aylén estaba
a punto de ser desatada por Juan cuando oyeron el sonido de un motor.
Las luces de un vehículo
cruzó toda la sala.
―Es Raúl ―anunció
Armando mientras se asomaba a la ventana.
Juan dejó de hacer lo que
estaba haciendo, nada. Volvió a su cuerpo el enojo para con Raúl y cerró
sus puños. Aun así, tuvo que admitir que lo necesitaba. Esa
situación estaba desbordándose y solo él podría poner las cosas
en su lugar.
Raúl entró en la casa y
se sorprendió al verlos allí, sin hacer nada. Y con una de ellos
atada a una silla.
―¿Qué pasó?
Juan le contó todo lo que
sabía. Raúl escuchó con atención, mientras las palabras de
Estrella flotaban en su cabeza. En ese momento supo finalmente que
Nicolás era una fuente valiosa de energía, la más importante de
todos ellos.
Una vez terminado el relato
de Juan, Armando agregó unas palabras y lo que le había dicho
Aylén. Ella asentía mientras escuchaba los relatos. También tenía
cosas para decir.
―Bien, tengo algo para
contarles ―dijo Raúl―. Se los he ocultado aunque no debí
hacerlo. Yo sabía que esto iba a suceder. Resulta que hace varios
años me casé con una mujer llamada Estrella. Ella me hablaba del
poder de las almas humanas y que estas eran la fuente de una gran
energía. Mucho tiempo después de haberme casado, digamos unos
quince años, descubrí que ella era una extraterrestre, una
invasora, como decimos ahora. Una noche de borrachera me contó todos
los planes de su especie. Yo no le creí en ese momento. Los
borrachos dicen muchas boludeces. Pero ese día del que me había
hablado llegó y no me quedó otra alternativa más que creerle.
»Por esa razón me dispuse
a buscar personas hasta dar con ustedes ya que me había mencionado
también que los más fuertes, los de almas más valiosas, no podrían
ser capturados por ellos a la primera. Ustedes son muy valiosos, y
creo que Aylén dice la verdad pero también debemos tener cuidado
porque la característica principal de esa especie es la manipulación
de la mente, es lo que aparentemente le sucedió a Gabriel. Ahora que
los he encontrado estoy seguro de lo que pienso. Creo que con los
años esta mujer destruyó mi mente. Si lo que me contaron fue tal
cual entonces Aylén es inocente. Estrella me dijo hoy... ―Hubo
varios murmullos―. Sí, la vi hace un rato. Ella me dijo que había
un infiltrado: Gabriel, según Aylén. Él fue una víctima del poder
mental de esas cosas.
―Es muy probable que esto
también haya sido un montaje para hacernos pelear, Raúl ―comentó
Juan―. Tal vez sea ella una invasora. No olvidemos cómo
encontraste a Gabriel. Casi era asesinado por esa mujer invasora.
Además, si es como lo decís y nos advertís, Aylén tiene poder
sobre las mentes. Pensalo bien.
―Creo que si de verdad
ella es una invasora ahora tendríamos un ejército de esas cosas
llevándose a Nicolás y matando al resto ―dijo Raúl.
―¿Cómo podríamos estar
seguros de que Nicolás es una fuente de energía tan poderosa?
―preguntó Juan.
―Si ella hizo lo que hizo
por proteger al niño, creo que entonces es él el más poderoso del
grupo.
―Es cierto ―dijo
Clara―. Lo vi anoche, él hizo flotar su camioncito de juguete
hasta sus manos. Y hoy hizo saltar el cd del reproductor de música
del auto. Juan, vos lo viste.
El aludido asintió, pensativo.
―Ella dice la verdad
―continuó Clara con su hijo en sus brazos―. Y salvó a mi hijo.
Raúl sonrió. Estrella
había intentado confundirlo con lo que le había dicho pero no
contaba con que ya hubieran visto el poder de Nicolás. Ni mucho
menos con que Gabriel estaba muerto antes de saberse todo. Él ya
estaba muerto, lo lamentaba por el muchacho porque había sido una
víctima del gran poder mental de otro mundo, pero en fin estaba
muerto.
Muerto. Muerto.
―Ahora que sabemos qué
buscan podremos hacer algo por nosotros y el mundo ―dijo Raúl―.
Todos ustedes cuentan con alguna cualidad creada por la energía del
alma. La de Aylén es ver en la mente los recuerdos. Estoy seguro que
muchos de ustedes no saben cuáles son. Pero vamos a intentar
descubrirlos. Todos estamos aquí por alguna razón.
―Yo sé el mío ―dijo
Juan―. Creo que soy capaz de crear fuego.
―¿Van a soltarme o no?
―preguntó Aylén.
5
Raúl se acercó a Aylén y
la desató.
―Vamos, sos libre ―le
dijo.
―Lamento no haberte dicho
nada, Raúl ―rozó su mano en el brazo de Raúl y vio en él. Ella
sonrió. Tenían poco tiempo. Y nada podía cambiar lo que iba a
suceder: el final era inevitable.
Armando se acercó y la
abrazó. Ella vio en su interior. El resplandor era intenso, la luz
estaba en el bosque. Esa era su única alternativa.
―¿Qué hacemos ahora,
Raúl? ―preguntó Juan.
―Primero comer, después
veremos.
Aylén les contó un poco
de lo que había visto mientras comían. Les contó lo que sabía de
Natalia y de la idea de la Mujer de Negro de utilizarla para guiar a
Gabriel al centro de la ciudad. Intentó resumir todo lo más que
pudo para acabar pronto.
La Mujer de Negro se
agachó y miró detrás de los ojos de Gabriel. Al otro lado de la
sala estaba el cuerpo formándose de Natalia, ella sería el anzuelo
y la guía para acercarlos a la fuente.
―Creemos que está en
la ciudad pero no podemos arriesgarnos a acercarnos. Con Natalia
entraremos y les haremos creer que Gabriel es una víctima de la
invasión. Necesito que despierte y no sepa nada sobre nuestros
planes y actividades. Debe descubrirlo por sí solo. La teoría dice
que su destino convergirá con el resto de las personas de gran energía.
Los ojos de Gabriel
veían lo que sucedía dentro de la habitación blanca. Los dos
policía que estaban con la Mujer de Negro preparaban a Natalia.
―Ya te encontraremos.
Raúl
supo en ese momento que no sabían que ellos estaban en la ciudad.
Solo el destino había querido que se encontraran todos allí. Cuando
Aylén le contó que en un momento dado Natalia se había detenido de
repente en la calle para hacerle el amor, Raúl supo que era porque
había sentido su aroma. Si no hubieran ido a la ciudad no los
habrían encontrado. Pero tampoco habrían salvado a Aylén. La
misión ahora era proteger al niño. Era verdad: los destinos
convergían en un punto, solo que no sabían dónde estaba ese punto.
Raúl
analizaba cientos de ideas para continuar adelante pero no se decidía
por ninguna.
Juan
anunció al resto del grupo que después tendrían que enterrar el
cuerpo de Gabriel.
―Debimos
hacerlo antes de comer ―comentó Armando, enojado porque todos se
habían olvidado de que el muchacho estaba muerto.
Raúl
volvió a pensar en el momento en que se había reunido con Estrella,
¿qué hora era? Y ¿por qué necesitaba saberlo?
Después de comer sacaron
el cuerpo de Gabriel y lo enterraron cerca del abuelo de Raúl.
Cuando terminaron era cerca de la medianoche.
Juan estaba limpiándose el
rostro de la tierra mientras observaba las tumbas formadas allí.
―Gabriel fue una víctima
del poder mental de ellos, nunca lo olvidemos, muchachos ―comentó
Raúl.
Armando y Juan asintieron. Estos dejaron atrás el pequeño cementerio creado durante el día
y volvieron a la casa. Raúl se quedó
observando el pequeño cementerio que se había formado durante el
día.
Era de noche. El día había
muerto.
Recordó las palabras de
Estrella: «Una cosa más, Raúl. Sabremos quién es la fuente porque
tenemos un infiltrado en tu grupo».
Ya era de noche cuando le
había dicho esas palabras. Según el relato de lo sucedido por los
integrantes del grupo aún era...
Raúl corrió de regreso a
la casa.
Ella nunca mentía al
respecto. Solo ocultaba información.
Aylén miraba al niño junto a su madre. El niño estaba acostado en la cama de la habitación para huéspedes.
―No me creés, ¿verdad?
―le preguntó a Clara.
―Es difícil luego de lo
que pasó hoy.
―Lo sé, para mí también
es muy difícil pero debemos seguir adelante.
―¿Qué nos va a pasar?
―preguntó Clara.
―No lo sé. De lo que
estoy segura es de que me iré al infierno por haber matado a una
persona.
―Gracias, Aylén ―dijo
Clara― por salvar la vida de mi hijo.
Aylén intentó tomar su
mano pero Clara se la apartó.
―Mis secretos son solo
míos ―dijo.
La adolescente asintió.
Nicolás se durmió, ajeno a toda la situación que lo rodeaba.
Todos estaban perdidos,
pero él no. Mientras siguiera jugando todo iría bien.
Aylén observó a Clara
mientras acomodaba a su hijo en la cama. Se alejó hacia la puerta y
tomó el florero que había en la mesita y volvió a acercarse a la
madre mientras acomodaba a su hijo bajo la sábana.
Levantó el florero
mientras Clara le daba la espalda y le dio de lleno en la nuca. El
florero se hizo añicos y Clara cayó sobre la cama inconsciente.
Aylén destapó al niño y lo levantó, estaba medio adormilado. Pesaba un poco más de lo que aparentaba pero no
importaba. Miró en su interior y vio la misma luz que había visto
cuando Armando lo había abrazado. Debía ir hasta allí. Debía
escapar de la muerte. Debía salvar al niño. Para eso estaba en ese lugar.
6
―¡Juan! ―gritó Raúl―.
¡Juan!
―¿Qué pasa? ―preguntó
el aludido mientras se asomaba a la puerta de entrada.
―¿Qué hora era cuando
Aylén mató a Gabriel?
―No sé, creo que las
siete más o menos. Estaba anocheciendo. ¿Por qué?
Raúl recordó el beso de
Estrella. Lo usaron. Ahora lo sabía.
―Porque yo no iba a
regresar con ustedes. No era capaz de controlar mis pensamientos.
Pero ella me convenció. Iba a cometer un grave error porque los iba
a dejar sin armas ni nada. Iba a ser un error muy grave.
―¿Ella? Raúl, no te
entiendo. ¿Qué querés decirme?
―Quiero decirte que
todavía hay un infiltrado en el grupo; ahora lo recuerdo. Uno de los
policías le había hecho una señal a Estrella y ella me dio un
beso.
―Raúl, si hay un
infiltrado, decime quién es.
―Soy yo, Juan. Me usaron.
Yo soy el maldito infiltrado. Ella me corrompió la mente con un beso
después de descubrir que Gabriel estaba muerto. Todo sucedió al
mismo tiempo.
Juan se echó atrás
aterrorizado.
―Es imposible, Raúl. Vos
no te dejarías...
―Ella me conoce, sabe
cuáles son mis puntos débiles. Y ahora sabe que Nicolás es la
fuente que tanto buscan porque yo lo sé.
―¿Qué hacemos, Raúl?
―Ustedes huyan, ¡ya!
―¿Y vos?
Raúl le sonrió. Acercó
su mano a su revólver plateado.
―Yo sé qué debo hacer
conmigo.
Armando salió de la casa
agitado, casi sin poder respirar.
―Nicolás no está en la
casa. Clara está en el suelo desmayada. Tampoco está Aylén.
―¡Mierda! ―exclamó
Raúl―. Ella ya lo sabía.
―¿Y ahora qué hacemos,
Raúl? ―preguntó Juan.
―No lo sé.
Oyeron sonidos provenientes
del campo, Juan iluminó con su linterna y vio varias siluetas
acercarse a ellos.
―Ya están aquí ―dijo
Raúl.
7
Estrella se bajó del auto
y miró a los lados. Estaba oscuro. La luna no se veía por las nubes
que habían en el cielo. Sonrió al recordar a Raúl y cómo lo había
engañado. La mente humana era tan flexible y maleable que le causaba
demasiada gracia.
Ya había recibido la señal
y debía darse prisa porque Raúl descubriría su plan, lo conocía y
sabía que él era capaz de hacerlo.
Los humanos se expresan en
condiciones extremas. Extendió sus manos al cielo.
―Díganles que los
envíen.
Uno de los policías tocó
la pantalla que llevaba en sus manos.
Varios haces de luz cayeron
del cielo al campo. Una figura aparecía dentro de cada haz. La noche
se hizo de día por un momento. Todo el campo aparecía iluminado.
―Envialos a donde está
el grupo de Raúl
―Sí, señora ―dijo el
policía. Tocó su pantalla.
Las personas que habían
bajado del cielo comenzaron a caminar en dirección a la casa del
abuelo de Raúl.
―Estén atentos. No maten
a la fuente: Nicolás. Al resto aniquílenlos, no necesitamos más
problemas ―ordenó la Mujer de Negro mientras sonreía―. Que
comience la acción.
Continuará...
Las incógnitas comienzan a develarse.
ResponderEliminarTodo crece en intensidad, y la acción que se viene promete, y mucho. ¿Tendrán los "superpoderes" de Raúl y compañía éxito contra los E.T. comandados por Estrella? Mmm...
Genial, Cristian, como siempre.
Un abrazo.
Ah! Espectacular. Entretenidísima entrega.
ResponderEliminar¡Son todos unos malditos «fenómenos»!
«Varios haces de luz cayeron del cielo al campo. Una figura aparecía dentro de cada haz. La noche se hizo de día por un momento. Todo el campo aparecía iluminado.» Por un momento pensé en Las Fuerzas Especiales Ginyū :P
Te felicito, Cristian.