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miércoles, 29 de febrero de 2012

Tu corazón, mi dolor

Cuando te conocí
estaba encerrado en mi soledad,
agobiado por los abrazos
que me entregaba tu falsedad.

Cuando te conocí,
el mundo giraba ignorante
alrededor de un eje;
nunca sería tu gran amante.

Cuando te conocí
en tus ojos me perdí,
celestes como el cielo,
el color de un horizonte sin anhelo.

sábado, 11 de febrero de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo I)

I. DESPERTAR

1
   Despertó con un fuerte dolor de estómago. Estaba acostado en el suelo, su espalda sentía el agonizante abrazo del cemento frío. Gabriel miró al techo, apenas ingresaban unos débiles rayos de luz natural. Intentó ponerse de pie pero sus piernas no respondían. Se arrastró por el piso húmedo unos metros hasta llegar a una escalera de madera. Estaba en un sótano. En el sótano de su casa pero ¿cómo había llegado hasta allí? y ¿por qué se había quedado dormido en el suelo? No recordaba nada.
    Apoyó sus manos contra la pared y volvió a intentar ponerse de pie. Ahora se hallaba con un poco más de fuerzas, pero todavía sentía ese fuerte dolor en la panza. Hambre, le dijo su cerebro. Estaba muerto de hambre. Avanzó lentamente por las escaleras, escalón por escalón, con suma cautela, siempre aferrándose a la baranda con su mano izquierda y usando la pared de apoyo con la derecha. La puerta del sótano estaba cerrada. Una luz atravesaba la ranura que había entre la puerta y el suelo. Gabriel se encontraba desorientado. Llegar arriba, primero. Comer, segundo. Cagar, tercero. Averiguar qué pasó, último.
   En la cocina había un olor a podrido que casi lo obligó a vomitar. Gabriel abrió la heladera y se encontró con que todo estaba más que vencido, la carne y las verduras, lo poco que tenía para alimentarse durante sus días de vida. Presionó el interruptor de luz y no se sorprendió al descubrir que no funcionaba. Buscó en la alacena algo comestible y se conformó con una lata de paté. Algo era algo. Miró su reloj. Marcaba las cinco y media de la tarde, del diez de marzo de dos mil doce.
   ―Imposible, hoy es sábado tres.
   Pero el hambre, estaba cagado de hambre. Aun así era imposible sobrevivir siete días sin comida, aunque estuviese inconsciente o dormido.
   ―¿Qué mierda pasó acá? ―se preguntó.
   Recorrió el pasillo, atravesó la sala de estar y se asomó a la entrada. Abrió la puerta y miró afuera. La postal era por demás tranquila. Nadie caminaba por las calles, solo el viento se llevaba algunas porquerías livianas vaya a saber uno adónde. Habían coches detenidos en medio de la calle. Otros estaban sobre la vereda pero ningún uniformado haciendo la multa correspondiente.
   Gabriel se acercó al asfalto y miró en ambas direcciones. No había absolutamente nadie en el barrio. Las casas de los vecinos estaban con las puertas abiertas. Algunos juguetes de niños descansaban sobre el césped cuidado de los patios de los hogares. El cielo, despejado.
   El mundo estaba muerto. O tal vez era Gabriel quien lo estaba.
   De lo único que estaba seguro era que estaba solo en ese lugar.