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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Alas del cielo (Capítulo V)


V. LA MUERTE ES EL FILO DE LA VIDA
(ASES BAJO LA MANGA)

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   Marcos miraba a sus compañeros. No sabía cómo comenzar a contar la historia que habían vivido los últimos dos días. Martín no entendería nada y Agustina creería que estaba loco, aunque el hecho de que vieran desaparecer a esos dos ángeles en medio de un intenso destello de luz podría fortalecer su relato. Agradecía a Dios que no hubiera nadie en la cancha, en el buffet solo estaba el loco que atendía pero estaba ensimismado en algún partido de la B. Bien, era hora de contar toda la verdad.
   Agustina se secaba las lágrimas con la manga de su camiseta mientras Laura continuaba abrazándola. Alejandro y Martín esperaban sentados en una mesa que se encontraba fuera, en el patio. Marcos los miraba a todos. Sabía que esto aún no terminaría, pero no sabía por qué.
   ―Vos me pediste que te explicara todo este asunto. Bien, llegó la hora de aclarar muchas cosas ―dijo mirando a Agustina.
   Empezó desarrollando el momento en el que, con Ale, encontraron a Renso en el baldío, totalmente desnudo y con una ala rota. En ese momento le contó a Laura que se había quitado sus alas porque estas intensificaban los sentimientos de los humanos y que lamentaba habérselo ocultado, ella no dijo nada, solo lo observaba. Dijo que lo había hecho por amor y un poco más para adornar el relato. Contó todo lo que pudo, de vez en cuando Agustina le preguntaba alguna cosa y él se la respondía. Alejandro ayudaba cuando era necesario.
   ―Es así, Agustina. Él está enamorado de vos y se sacrificó por amor. Ahora miralo, vino su señora, una vieja bruja que se lo llevó tirándolo de las orejas.
   ―Y además está muy buena ―observó Martín.
   Cuando Marcos estaba por terminar de contar su relato, resumido, unos veinte minutos después, apareció un nuevo personaje en escena.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Alas del cielo (Capítulo IV)

IV. LAS MENTIRAS TIENEN CAMINOS CORTOS

1
   Durante la noche del lunes se respiraba otro ambiente. Nada era como lo había sido la noche del domingo. Marcos invitó a Laura a acostarse junto a él pero ella negó la oferta, tenía mucho por estudiar para el parcial del martes. Ella no notaba el cambio en lo absoluto, lo cual era muy bueno para todos, debido a su concentración en la materia que debía rendir. Era casi mágico, era como si todo el asunto estuviese escrito por algún loco esquizofrénico que necesita crearse algún mundo para no morirse del aburrimiento y de la paja.
   Marcos apoyó su cabeza, cerró sus ojos y se durmió al instante. Mañana ayudaría a Renso con Agustina, no sabía por qué lo hacía pero lo consideraba necesario; misterios de la vida: no todos los días se te aparece un ángel desnudo caído en el baldío de al lado y te cambia la vida.
   ―Que descanses, amor ―le deseó a su novia.
   ―Gracias. Igualmente. ―Laura continuó estudiando por un rato más bajo la luz de la lámpara de mesa.

   Renso no se podía dormir. Se sentía muy vacío ahora que no tenía sus alas. Hasta creía que estaba cagado del miedo. Miraba fijo al techo mientras pensaba qué le diría a Agustina cuando vio que una lucecita se movía en su campo visual. La misma hizo un par de piruetas en el aire y cruzó la ventana abierta de la sala.
   Se levantó de su sofá y salió de la casa, totalmente desnudo, como le gustaba andar, dormir y garchar (obviamente). La lucecita ya no estaba en ningún lado. Era un poco raro pero no lo suficiente para saber de dónde pudo provenir esa energía mágica: de Dios. Definitivamente Él tenía algo que ver en todo este asunto. Levantó su mirada al cielo y contempló las estrellas. Sonrió y se volvió para entrar. ¿Qué pretendés hacer, Capo?, se preguntó.
   ―Todo sucede por alguna razón ―le dijo Dios alguna vez cuando reclutaba ángeles para el Apocalipsis―. Algún día serán puestos a prueba y veremos cuánto aprecian sus existencias. Pero recuerden: yo soy quién pone los cruces en sus caminos, ustedes deciden cuál quieren seguir. Así es la vida, yo se las doy, ustedes la usan (bien o mal, lo veremos en el momento adecuado).
   Ahora era el momento de tomar decisiones, el momento adecuado. Renso creía que las que estaba tomando eran las correctas. Pero vieron cómo es Dios, ya debe estar loco de que su Creación haga cagada tras cagada opacando su razón.
   ―Sos todo un cabrón, Dios. Primero me hiciste casar con esa bruja y ahora me pusiste a esta chica en mi camino, un cruce en mi camino. Menos mal que creías en el amor ―dijo mirando al cielo al tiempo que caminaba en dirección a la casa.
   Una vez dentro de la casa, se recostó en la cama.
   Frunció el ceño cuando se le pasó una pregunta por la cabeza: pensó por un momento por qué Dios no tenía esposa.
   ―Porque no es ningún boludo ―se respondió casi al instante mientras se tapaba con las sábanas bien en bolas.
   «Desnudo para siempre o despedazado en mil partes.»

martes, 15 de noviembre de 2011

Alas del cielo (Capítulo III)

III. BUSCANDO UNA OPORTUNIDAD (PARA CAMBIAR)

1
   ―Hola, Renso ―lo saludó Patricio, desnudo, con las alas extendidas, mientras se levantaba del cráter, ahora un poco más profundo debido a su peso―. Al fin te encontramos.
   ―Así parece, Pato ―dijo el aludido mientras se acariciaba sus alas bajo la remera―. Tenés que ayudarme, amigo.
   ―Nos costó un huevo encontrarte. Pensamos que te habías ido a la mierda. Hasta que hallamos la pelota y vimos al lado huellas que desembocaban en el agujero que hay en la «Monumental» ―dijo Patricio. Se detuvo al oír a Renso y continuó―: ¿qué te sucede que me pedís ayuda?
   Renso se hallaba ensimismado en sus pensamientos mientras analizaba qué le sucedería si llevaba a cabo su idea, siempre y cuando su amigo estuviera de acuerdo y dispuesto a ayudarlo, aunque lo dudaba un poco. Tendría que recurrir a su poder persuasivo.
   ―Quiero que me quites las alas ―anunció Renso.
   ―¿Por qué querés que te saque las alas si todavía puedo arreglártelas? El que fume mucho no quiere decir que ya no tenga magia ―le dijo Pato, confundido, ignorando las ideas de Renso―. No me digas que...
   ―No quiero volver. Me quiero quedar acá, entre los humanos. Aunque sea por unos días, necesito que me hagas ese favor.
   ―Estás loco, es muy peligroso para vos y lo sabés muy bien. Vamos, te curo tu ala y volvamos a casa.
   ―No, antes necesito hacer algo muy importante. Además, me vendrá bien para alejarme de mi mujer; hacé de cuenta que son mis vacaciones por soportarla todos los días.
   ―Renso, sabés que si no vas con ella pronto, vendrá a rompernos las pelotas a nosotros ―le explicó Patricio―, y yo no quiero que nadie me joda. Disculpame, pero en ésta no podré ayudarte.
   ―¿Acaso querés que tu mujer se entere que anduviste por el Infierno volteándote travestis y prostitutas? ―preguntó Renso, mirándolo con suma seriedad al tiempo que comenzaba a utilizar su poder.
   ―Eso me suena a chantaje.
   ―Tomalo como quieras. Yo te banqué cuando te fuiste para abajo a garchar un poco y nadie se enteró. Ahora vos bancame mientras estoy en la Tierra. Son solo un par de horas, acordate que el tiempo acá transcurre más rápido que arriba.
   ―Renso, tengo que mentirle a tu mujer y si descubre que le estoy mintiendo...
   ―Decile que me fui a visitar a un amigo cerca de la Tierra, no sé, algo se te va a ocurrir. Sos bueno para hablar, papá ―interrumpió Renso.
   ―...me va cortar las pelotas ―concluyó Pato―. Está bien. Haré lo que pueda, Ren, pero no te aseguro nada. Por vos.
   ―Asegurame un par de horas, hasta que encuentre mi oportunidad.
   ―Bueno, veo cómo hago.
   ―Gracias, Pato. Vos sos un buen amigo. Ahora sacame mis alas.
   ―Te repito que es peligroso ―replicó Patricio―. Pero son tus alas.

2
   Después de hablar con Patricio y convencerlo de mentirle a su mujer, Renso entró en la casa y se puso a mirar la tele, ahora sin sus alas a cuestas. Estaba pensando el modo de acercarse a Agustina luego de haberle mentido que era gay. Tendría que haber algún método. Y esperaba contar con el tiempo suficiente, sabía que se le venía negra (La Fiera), y necesitaba cada segundo y aprovechar cada oportunidad. Ésta estaba por llegar.

martes, 8 de noviembre de 2011

Alas del cielo (Capítulo II)

II. GARRAS DEL AMOR

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   Marcos se levantó de su cama y notó que sus piernas estaban débiles, producto de la gran noche que pasó junto a su novia. Ella tuvo cinco orgasmos, únicos. Su felicidad era tal que podría seguir dándole matraca hasta fin de año y su amiguito no caería jamás. Todo era gracias a la atmósfera que se respiraba, dejada por la presencia de Renso. Laura ya no estaba en la cama, se había levantado temprano. Desde el comedor se oían voces en pleno diálogo. Miró el reloj, eran las ocho de la mañana. Se vistió y salió a la cocina.
   ―Hola, mi vida ―lo saludó Laura con un beso en los labios.
   Renso lo miró de reojo y le guiñó un ojo, sabía (o sospechaba), lo que pensaba Marcos: sexo, y más sexo, del bueno.
   ―Buen día, muchachos.
   ―¿Todavía seguís dudando de mi persona? ―le preguntó Renso.
   ―Para nada, pero eso deberíamos hablarlo en privado.
   ―Los gritos se oyeron hasta mi pieza ―comentó Alejandro.
   Laura se puso roja de la vergüenza, luego se rió a carcajadas. Los demás la acompañaron con sus risas.
―Aguantó más de veinte minutos, y eso es ya todo un logro ―observó la dama del grupo―. Vení, dejémonos de pavadas y tomate unos mates con nosotros, Marcos.
   Marcos se sentó junto a ellos y recibió de buena gana un mate de Ale; estaba de buen humor, no había dudas.
   ―Estábamos hablando con Renso sobre la vida en el cielo ―le informó Laura―. ¿Sabías que el tiempo que transcurre aquí y allá son diferentes?
   Marcos negó con la cabeza.
   ―Es seis a uno ―intervino Renso―. Por cada hora que pasa en el cielo, en el mundo terrenal transcurren seis horas. Eso quiere decir que solo han pasado dos horas desde que me caí de la nube. Así que supongo que todavía no han encontrado la pelota y la zanja que dejó mi culo al resbalarme de la nube. Y doy gracias por ello.
   ―¿Por qué agradecés que no sepan dónde estás? ―preguntó Marcos―. ¿No se supone que si tus amigos te encuentran te pueden curar tu ala y llevarte para arriba?
   ―Es una larga historia ―advirtió Ale, que ya conocía detalles de la vida del ángel.
   Renso asintió y se dispuso a repetir su relato. Al menos contar sus últimas horas en el Cielo, Marcos captaría la idea pronto, como sus amigos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Vida

   En la fotografía no se ha dado por enterada de que ya no es parte de este mundo; el vínculo que la ataba a la vida se ha roto. Vida está feliz, mirando con ojos soñadores hacia un futuro lejano repleto de oportunidades y tiempo, mucho tiempo. El sol le baña el rostro con su luz anaranjada, anunciando el final del día, en un crepúsculo soñador. Pero Vida ya no está. Y Lautaro a veces lo olvida.
   Él deja caer la fotografía a un lado y se tira de espaldas sobre su cama. Mira al techo, blanco como la ausencia de memoria —algo que desea poseer— o como la pantalla de una sala de cine, a punto de ser proyectada sobre ella la película de una vida, de Vida, de su vida.
   Hay que aceptar que la muerte siempre gana la guerra; aunque nosotros ganemos la batalla, sabemos que al final perderemos, mas nunca sin dejar de luchar. Pero nadie está preparado para una muerte repentina. Lautaro no estaba preparado para la partida de Vida. Lautaro estaba  comenzando a vivir sus sueños hechos realidad cuando un accidente le truncó su futuro, y el de ella. Ahora es sólo una bruma de dolor y llanto, acompañados de cansancio y locura.
   ¿Cuándo fue la última vez que salió a jugar un partido de fútbol en el club del pueblo? Ya no lo recuerda. Eso es parte de otra vida. 
   Una mosca danza en el aire, sobre su cara dibujando trayectorias aleatorias, restándole importancia al corto tiempo que dura la vida del insecto. Nada parece real. Es todo parte de un sueño. Sin embargo, los sueños son reales y ese es un problema sin solución.
   El sol se pone en el ocaso, como en la fotografía de Vida. Lautaro cierra los ojos y espera volver a verla como todas las noches. Espera que la vida sea así el resto de su existencia. Al menos de ese modo ya no estará solo. Nunca más.

martes, 1 de noviembre de 2011

Alas del cielo (Capítulo I)

I. CAÍDO DEL CIELO

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   Boca ganaba uno a cero a Atlético de Rafaela e iban diez minutos del primer tiempo. La alegría de Alejandro después del gol de Blandi se notaba a leguas: su cara de boludo acentuaba esa felicidad al ver ganar a su equipo, puntero del torneo local e imbatible.
   Fuera, el día estaba radiante. Marcos estaba leyendo unos apuntes mientras se dejaba calentar por el sol de primavera. Debía estudiar bastante ya que se acercaban los parciales y había perdido demasiado tiempo jugando a la Play con sus amigos, era hora de asentar cabeza.
   Laura dormía una siesta bastante larga. La noche del sábado había hecho estragos en su persona. Sus amigas eran de lo peor a la hora de tomar alcohol y ella se dejó llevar por sus comentarios. El enojo de Marcos había sido severo: habían tenido una pequeña discusión al respecto y ella finalmente se había ido a descansar. Luego estudiaría junto a él, cuando pudiera levantarse, y ya eran las seis y media.
   Este era el panorama que se planteaba para un domingo que no estaba lejos de tocar a su fin. Todo transcurría con calma, era un día más en el calendario. Pero algo cambiaría el destino de estos muchachos que asesinaban la adolescencia para recibir a la adultez.

   Un fuerte estruendo rompió la calma del domingo. Se oyó en el baldío que se hallaba junto a la casa de Marcos. Este se levantó de su silla, dejó allí sus apuntes y se dirigió hacía el terreno abandonado.
   ―¿Qué mierda fue ese ruido? ―preguntó Alejandro al tiempo que abría la puerta de la casa y asomaba su cabeza repleta de curiosidad.
   ―Creo que vino de al lado, en el baldío. Parece el ruido de un golpe de algo grande. Vamos a ver.