No sé en qué estaba pensando cuando lo escribí, digamos que me tocó un fin de semana largo sin televisión ni internet en la casa de mi tía mientras ella disfrutaba de la Semana Santa en la playa de un lugar que no conozco ni me interesa conocer.
Una vez más: que sea lo que deba ser...
Recuerdos e imaginaciones
Imagen tomada de aquí.
1
Las historias de amor en
las novelas baratas de puestos de diarios y en las telenovelas de la
tarde siempre son perfectas. «Romeo y Julieta», por ejemplo, es
magnifica, una historia donde el amor es el único protagonista;
impecable, una obra maestra de todos los tiempos, pero irreal.
Me pregunto por qué será
que leo demasiado; creo que la respuesta es sencilla: necesito huir
de la realidad y de los peligros que esta representa por no contener
esas historias perfectas, historias donde los malos son
verdaderamente malos y los buenos muy bondadosos a los que todos los
lectores o, en caso del cine y televisión, idiotas, aprecian más
que a sus propias vidas.
Mis historias no logran la
perfección y no pretenden alcanzarla, se conforman con estar ahí,
en unas hojas esperando a que alguien les dé vida con su lectura. Si
fueran perfectas nadie creería sus palabras, como en «Romeo y
Julieta», es tan perfecta que todos llegamos a deducir que tal amor
jamás existirá en nuestro mundo inerte, y eso es algo que tuve que
aprender para seguir adelante. Estoy seguro que pocos creen en mis
palabras y no me importa, hace tiempo que he dejado de ser el
escritor que conocieron, ese ser romántico que llegó a enamorar a
las adolescentes de toda la ciudad con sus palabras.
Es hora de contar una
historia en la que soy protagonista, no creo que sea el héroe que
todos buscan ni es la historia modelo que muchos anhelan leer. Es
solo una lágrima de desahogo donde las esperanzas no existen y el
amor es solo un concepto que los hipócritas utilizan para sobrevivir
en un mundo sin sentido ni razón pero también es el motor que
necesitamos para creer que hay algo más allá de todo, nuestro motor
de todos los días. En esta historia tuve que creer en lo que veía y
sentía y abrir los ojos para renovar mis esperanzas. Estas palabras
son mi única salida para regresar al pasado por última vez.
Mi nombre es Santiago
Alvear, como muchos ya sabrán, un escritor novato pero reconocido, y
les voy a relatar un episodio inolvidable en mi vida, un momento en
el que ya no creía en el amor y en la felicidad eterna. Les voy a
contar cómo llegué a convertirme en este escritor sin futuro ni
planes de vida. Solo me conformo con vivir en mis historias, allí me
siento seguro pues soy el dios que crea y destruye a su voluntad su
mundo de fantasías, como el Dios al que los cristianos adoramos. Hoy
necesito volver a mi pasado y el mejor método para hacerlo es
escribiendo mientras mi mente se adentra en las palabras y vuelvo a
encontrarme con ella, un viejo amor si no el único en toda mi
existencia.
2
No diré «Todo comenzó un
día...» o «Érase una vez...». Comenzar con esas frases es
afirmar que antes de iniciar una historia no existió nada,
absolutamente nada. Y eso es mentira. Antes de cruzarme con ella tuve
una vida, no era gran cosa pero al menos sabía que vivía. Iba a la
escuela secundaria, jugaba al fútbol con amigos o a la PlayStation
con mis dos hermanos, largos campeonatos cuando llovía, o miraba los
últimos estrenos de la semana en un cine social tan legal como robar
a un policía su arma reglamentaria. Hablaba con mis padres con mayor
frecuencia que cualquier adolescente de mi edad y planeaba el resto
de mi vida antes de dormirme cada noche. Cómo no hacerlo, si era el
mejor de mi clase, hasta de la escuela podría admitir en caso de ser
necesario.
Mi vida en el colegio
secundario fue perfecta y los tres años transcurrieron mucho más
rápido de lo que hubiera querido. Hice muchos amigos pero ni una
sola novia. No sé si era porque era tímido o porque no me
interesaba en ese momento joderme la vida perfecta con una chica que
no supiera lo que querría cada uno de sus días. Las mujeres son
difíciles de entender, oh, sí. Seremos capaces de llegar a la Luna
o a Marte o adónde se nos antoje o seamos capaces de imaginar, pero
no somos capaces de llegar y conquistar el corazón de una mujer. Es
el castigo que recibe el hombre por olvidarlas entre sus ambiciones e
historias.
Terminé el secundario y
comencé la Universidad. Avanzaba en mi vida académica a una
velocidad que sorprendía a muchos, más conociendo los antecedentes
de mi familia: ninguno de ellos habían sido capaces de llegar lejos
en el estudio o lograr algún título, preferían romperse la espalda
con trabajos pesados a romperse la cabeza con funciones
diferenciales. Aun así, muchos lograron el éxito a base de
esfuerzos y buenos negocios, como mi única tía, hermana de mi madre
y de cinco varones más. Pero yo quería un futuro, y toda mi familia
me apoyaba en mi decisión, y mis padres me daban todo lo que
necesitaba. Un padre quiere que su hijo sea mejor a lo que pudo
lograr él mismo; un padre es capar de darlo todo con tal de que su
hijo llegue lo más lejos posible; yo lo sabía y por eso me
esforzaba por construir un futuro perfecto, junto a mis padres y dos
hermanos.
Ir a la Universidad me
obligó a instalarme en la ciudad. Prefería el campo mil veces más
que a la maldita capital de la provincia. Acabé en un departamento
junto a tres estudiantes más, todos pertenecientes a la misma
facultad. Eso era bueno, pues éramos capaces de ayudarnos los unos a
los otros. Los primeros tres meses fueron difíciles: me costaba
horrores adaptarme a esta vida donde lo único que podía hacer era
estudiar más y más. Al final, logré tomar el ritmo y aprobé los
primeros parciales con notas de promoción. Era lo que mis padres
querían: que superara mis metas y fuera por más; y debía llamarlos
para informarles de mi progreso. Pero prefería contárselos en
persona. Luego de las primeras fechas tendríamos fin de semana
largo, principios de mayo, era el momento perfecto para pasarlo junto
a mi familia. Así que preparé mi bolso y viajé a mi casa, mi
hogar, mi mundo.
Pretendía darle una
sorpresa a mi familia y no les había llamado para avisarles que
volvería pero ellos me dieron una sorpresa a mí al descubrir que no
estaban en casa. Llegué el viernes por la noche. Tomé mi celular y
llamé a mamá. Ella me dijo que se habían ido unos días a la
costa, aprovechando el fin de semana largo, aún estaban viajando,
podía oír el sonido del motor del Peugeot 504 de papá y a mis dos
hermanos discutiendo sobre algún programa de televisión, cosa de
chicos de once y trece años. Ellos no se imaginaban que su hijo
mayor podría volver en cualquier momento; se habían olvidado de mí,
en otras palabras, pero yo también me había olvidado de ellos
durante mis periodos en la ciudad. Lamentaron mucho haberme dejado
varado. Le dije a mi mamá que no se hiciera problema, me las
arreglaría muy bien solo y utilizaría el tiempo libre para
estudiar. Por dentro, los odiaba, ellos iban a disfrutar de sus
vacaciones sin su hijo mayor mientras este se moriría del
aburrimiento estudiando temas que no debía estudiar porque ya había
aprobado los malditos exámenes. Miré el reloj y vi que eran las
diez y media de la noche. Les deseé buen viaje a todos ellos y les
mandé un saludo a mis hermanos, quienes me insultaron antes de
cortar el teléfono celular. Nunca más volví a escucharlos.
Comí unos sándwiches,
miré algo de televisión, navegué por internet otro rato y, al
final, me acosté alrededor de las dos de la madrugada, pensando que
me sería difícil conciliar el sueño por estar solo en una casa
vacía, luego de haberme entretenido durante horas sin recordar que
estaba solo en la casa. Pero, por lo visto, estaba demasiado cansado
para pensar y me dormí casi al instante.
Soñé con ella, solo que
no sabía quién era y de dónde venía. Sus ojos eran negros, su
pelo le caía hasta los hombros, era ondulado y se sacudía por el
viento. Su cintura era de las más perfectas que había visto en mi
vida. Me extendía su mano derecha, su piel bronceada por el sol me
volvía loco, y yo se la tomaba. Era suave como el algodón. La miré
a la cara y ella me sonrió. Movió los labios, me dijo algo, pero un
zumbido, similar al ruido de un motor lejano, no me dejó oír lo que
decía. El sonido era cada vez más intenso y ella se escapaba de mis
manos alejándose rápidamente. Me gritaba, ya no sonreía; en su
rostro se veía el terror, el pánico. Yo temblaba, tenía miedo pero
no sé a qué. Desperté llorando.
Ella era muy real, pensé.
Y esa frase quedó flotando en mi cabeza sin comprenderla hasta que
un día supe qué significaba.
3
Abrí los ojos y vi los
rayos del sol que bañaban la pared opuesta a la ventana que daba al
este. Me incorporé en la cama e intenté recordar esa mirada, a esa
mujer que había aparecido en mis sueños. ¿Quién era ella y por
qué mi cerebro la había descripto tan perfecta? Estaba enamorado de
una creación de mi subconsciente. Sonreí y me levanté. Me preparé
un café y me puse a ver la televisión. Era sábado por la mañana,
no había nada para ver. Mucho menos había algo para hacer.
Ella aparecía en mi mente,
volvía a gritar. ¿Qué gritaba? ¿Acaso ese brillo en sus mejillas
eran lágrimas? Me levanté de la silla repentinamente. Estaba
asustado. Su rostro parecía muy angustiado. Y yo me sentía igual.
Me había adormilado por un momento, estaba cansado aunque no tenía
razones para estarlo.
Hice zapping, primero
pasé por los canales de televisión abierta, luego por los de
series, luego por los canales infantiles, cine, cine premium,
PPV, documentales, hasta que
llegué a los canales de noticias. Me detuve en el canal C5N. La
escena que transmitían había obligado a mis manos a quitar el dedo
del botón del control remoto y luego
a subir el volumen hasta el
máximo. Una escena tomada desde un helicóptero mostraba un auto
blanco en la rambla hecho pedazos. Era casi irreconocible, aun así
logré reconocer la trompa, era muy similar a la de un Peugeot 504.
Más allá, había detenido en la banquina un camión, posiblemente
el que destrozó el vehículo. Entre estos dos habían dos mantas
blancas cubriendo cuerpos de adultos. De una de ellas sobresalía un
brazo.
Mi
corazón comenzó a latir desesperadamente, mi mente se nublaba.
Intenté tomar mi celular para llamar a mamá y confirmar que todo
estaba bien pero no podía moverme, estaba hipnotizado por el maldito
televisor. Yo ya sabía qué había pasado.
El
periodista habló a toda la audiencia del canal.
«Los
cuatro ocupantes del Peugeot 504 perdieron la vida. Se cree que el
conductor del camión se quedó dormido y se cambió de carril
provocando el choque frontal con el otro vehículo. Esto ocurrió
alrededor de la medianoche, recién ahora están logrando sacar los
restos de los pasajeros, dos niños adolescentes que iban en el
asiento trasero, entre los hierros retorcidos; una
escena terrible. La familia en el auto se dirigía hacia la costa
para pasar allí sus vacaciones. Una vez más la imprudencia en las
rutas argentinas se ha cobrado más vidas; cuatro aquí, en la ruta
2.»
La imagen cambió, ahora
hablaba el periodista desde el estudio. Yo ya sabía lo que tenía
que saber. Mi familia había muerto en un accidente de tránsito y
nada me los devolvería. Aun así logré tomar el celular y llamé a
mamá. Como ya sabía que ocurriría, nadie me atendió. Dejé caer
el celular y me largué a llorar. Me dolía la cabeza, el mundo se
difuminaba, ya no sentía mi cuerpo. Yo estaba tan muerto como ellos.
Quería acompañarlos en su viaje hacia la eternidad. El mundo se
oscureció.
4
Desde las tinieblas oía el
sonido de las voces en el televisor y más allá los golpes a la
puerta, alguien llamaba a casa. Veía la luz a lo lejos pero no
lograba alcanzarla. Corría con todas mis fuerzas, debía volver pero
era muy difícil. Aún lloraba, sentía las lagrimas recorrer mis
mejillas. Oía otra voz y no era proveniente del televisor, cerca de
mí, era el sonido más dulce que jamás había oído en mi vida. Era
una mujer.
―Ellos te amaban. Están
bien ahora. Debes dejarlos ir.
―¿Quién eres? ―pregunté
a la oscuridad.
No me respondió. Cerré
mis ojos, la verdad es que en ese momento ya no me importaba nada.
Abrí los ojos y descubrí
que estaba caído en el suelo. Me incorporé como pude. Llamaban a la
puerta. Me acerqué a la ventana y vi el Duna rojo de mi tía
estacionado frente a la entrada de la casa. Me dirigí a la puerta
principal y abrí. Ella me abrazó llorando. Yo ya sabía por qué.
Hice lo mismo.
Aunque necesito recordar
muchos sucesos para finalmente enterrar el dolor que me acomete, hay
cosas que pueden empeorar mucho esta pena que siento. Fue muy
dolorosa la despedida a mi familia. El cementerio era el último
lugar en el que prefería estar, allí se palpaba la realidad: no
había nada después de la muerte, eso creía. Habían familiares de
todas partes, familiares que amaba pero que no veía desde hacía
años, y familiares que no conocía ni sentía nada por ellos. Todos
me dieron sus condolencias y se apiadaron de mí, y de la maldita
soledad que me esperaba en casa.
Lloré, lloré como nunca
mientras le echaban tierra a las tumbas de mi familia, uno al lado
del otro, sin lugar para mí. Lloré por mi padre, mi madre, pero más
lloré y sentí dolor por mis hermanos. Ellos tenían una vida por
delante y lo único que se encontraron al final de su camino fue a un
camionero descuidado que les arrancó la inmortalidad y les borró
las huellas del mundo.
El dolor era intenso,
indescriptible. Ahora siento que esas lágrimas de hace muchos años
están volviendo y prefiero que sigan allí, en el pasado, o sino no
podré acabar por contar todo lo que me queda por escribir.
Les informé al principio que
una historia jamás empieza con un «Todo comenzó un día...»
porque no es cierto. El pasado no se escribe en una frase vacía y
sin sentido. El pasado es lo que es: huellas que no se borran del
camino que dejamos atrás en la vida y nos hace lo que somos y
seremos hasta el final de nuestros días. Esas son las huellas que
mis hermanos jamás podrán plantar en sus caminos ahora deshechos
por la maldita Muerte. Así es el pasado: un dolor difícil de
borrar, de arrancar de la memoria, tal vez porque no debemos
extirparlo de nosotros si no queremos olvidar lo que somos. A veces
ese es el pasado que te lleva a escribir una nueva historia en tu
vida. Ese pasado es la raíz de la historia que terminan leyendo. Un
pasado que está allí, antes de las palabras, pero olvidamos que
existe. El pasado está más plagado de tristezas que de alegrías, y
ambas son recordadas por igual. Y, por desgracia, los malos momentos
son los que más afectan nuestros sentimientos a la hora de recordar.
La alegría es una zorra que elude nuestro corazón sin memoria.
No quiero olvidar lo que
fui. No quiero olvidar a mi familia. No quiero olvidar la historia
que comienza desde el final. No quiero olvidarme que una vez pude
amar, y mil veces sentir dolor. No quiero olvidarla a ella, que
estuvo allí siempre, desde antes de que se escribiera mi historia.
Pero que siempre la olvidaba.
5
No terminé de cursar el
semestre. No me encontraba en condiciones de volver a la Universidad,
al menos hasta que pasaran las vacaciones de invierno, así que
abandoné mis estudios temporalmente. Mi tía, la hermana de mi
madre, me obligó a ir a vivir con ella. Tal vez por temor a que
hiciera alguna locura en medio de mi soledad. Acepté de mala gana.
No comía, no veía televisión, no leía, no hablaba. En lo único
que pensaba era en el destino. Si hubiera llamado a mis padres y les
hubiera contado que había aprobado todos mis parciales, me habrían
esperado para acompañarlos de vacaciones y tal vez nunca se hubieran
cruzado con ese camión. O tal vez ahora estaríamos en un mundo
mejor pero juntos, si es que existe tal mundo. Me las pasaba horas y
horas sentado en el escritorio de mi pequeña habitación mirando a
la calle, veía pasar los autos a toda velocidad y a los camiones
asesinos rugir en medio de la selva pavimentada donde la muerte
acecha a cada kilómetro. Pensaba y pensaba. Necesitaba alejarme de
ese mundo de mierda que no sentía nada por nadie. Imaginaba miles de
historias, algunas muy descabelladas y otras con demasiados
sentimientos. Una noche, a principios de julio, casi dos meses
después de la muerte de mi familia, dirigí mis primeras palabras a
mi tía mientras comíamos.
―Necesito algo para
escribir ―le dije.
Ella me sonrió.
―No hay problema ―me
respondió―. Mañana mismo me encargaré de conseguirte algo.
―Gracias.
―¿Cómo estás de ánimo?
―Digamos que bien,
intentando continuar esta vida, solo.
―No estás solo. Me
tienes a mí y a tus primos. Tienes a tus demás tíos.
―Pero no a mamá y papá.
Tampoco tengo a Juan ni a Dieguito para jugar a los juegos en la
Play, ¿verdad? O hablar de cualquier cosa, eso que hacen los
hermanos antes de dormir.
Ella me miró, no sabía
qué decirme.
―Lo siento ―le dije―.
Gracias por cuidarme, tía. Te lo agradezco.
Ella me sonrió. Terminé
de comer y me fui a la cama. Miraba al techo mientras allí se
proyectaban historias y personajes que vivían como yo quería, y
hacían lo que les pedía. Entre esas imágenes se divisaba una
puerta, y solo yo podía abrirla... con mis palabras.
Al día siguiente, mi tía
me sorprendió. Cuando le había pedido algo para escribir me refería
a un cuaderno y un lápiz. Pero ella me trajo una notebook HP, una de
las máquinas más modernas que habían en el mercado en ese momento.
Le agradecí mucho el regalo. Ella era una persona adinerada y muy
trabajadora. Se notaba, no alardeaba de su poder adquisitivo, siempre
pensaba en sus hijos, como mis padres. Era divorciada, por lo tanto
podía disfrutar de su dinero, pero también podía hacerle un buen
regalo a su sobrino. Y creer que así se compraba un lugarcito en el
cielo, al lado de Dios, un personaje de la historia más grande de la
Humanidad: La Biblia. ¿Ven a qué me refiero? Todo está escrito;
hasta nuestra historia, que es alterada por las palabras.
Encendí la computadora por
primera vez y sentí como si una corriente recorriera todo mi cuerpo. Cerré mis ojos por un momento. Había paz, hermosa armonía. Una
brisa que entró por la ventana me acarició el rostro. Oí el pitido
de la computadora al iniciarse.
Abrí el procesador de
textos y miré por largo rato la pantalla de la máquina. El cursor
parpadeaba entre ese campo blanco como la pérdida de memoria. ¿De
verdad pensaba crear mundos? ¿De verdad era capaz de darle vida a
mis personajes? Así lo creía. Me senté al escritorio, miré por
encima de la notebook hacia la ventana, y comencé a escribir ficción
por primera vez en mi vida.
Durante el mes de julio
escribí unos ocho relatos, todos de extensión considerable. Los
imprimí y se los di a mi tía para que los leyera.
Ella me decía que esos
relatos tenían muy buena calidad y la ortografía y gramática eran
envidiables.
Una noche, mientras el
invierno se hacía cada día más crudo y cruel, ella tomó los
relatos y los colocó dentro de una carpeta.
―¿Qué haces? ―le
pregunté.
―Quiero llevarlos a un
editor amigo para que los lea. Son buenos, de verdad. Y creo que
tienen una oportunidad de llegar lejos. Santi, creo que puedes llegar
muy lejos. He leído muchos libros a lo largo de mi vida y esto es de
verdad muy bueno. Expresas muy bien los sentimientos de los
personajes y describes a la perfección cada escena. Podrías
sentarte y escribir una novela en un abrir y cerrar de ojos. Claro,
necesito tu permiso para hacerlo, ¿qué dices?
Le sonreí. Nunca había
pensado en escribir para los demás. Yo solo quería hacerlo para
escapar de ese mundo vacío de sentimientos, carente de perfección.
Pero aun así asentí, y ella gritó de alegría. Tenía buen ojo
para los negocios; vio dinero donde yo veía vida. Así de simple es
el concepto que mueve al mundo.
Ella llevó mis primeros
ocho relatos. El editor estaba conforme con mi trabajo. Cuando acabé
con cuatro relatos más, mi tía dijo que ya se podían publicar.
Pues, así se editó mi primera colección de relatos. Se publicó a
fines de agosto una tirada para la ciudad. Fue una venta aceptable,
no gran cosa ni tampoco fue un rechazo rotundo. Para ser un escritor
poco conocido, había llegado bastante lejos. El nombre de Santiago
Alvear estaba en las estanterías de varias de las librerías más
importantes de la ciudad. Y a mí no me importaba en lo absoluto.
Continuaba escribiendo para huir del mundo real. Buscaba algo pero no
sabía bien qué era. Analizaba a cada uno de mis personajes, y cada
vez que acababa un relato sabía que había vuelto a fracasar. No
hallaba mi destino en las palabras, aunque no me daba por vencido.
Sabía en mi fuero interno que, con cada letra escrita, cada historia
acabada, estaba más cerca de lograr mi único objetivo.
6
Así transcurrieron los
primeros meses como escritor. Todavía no había vuelto a la
facultad. Era mediados de septiembre. El invierno estaba acabándose
y la primavera asomaba en el horizonte. La máquina HP ya contaba con
las teclas sumamente desgastada, y apenas rozaba los dos meses de
vida. El tiempo transcurría muy rápido en mi cabeza y a mi
alrededor. Me pasaba horas y horas frente al monitor escribiendo
decenas de historias, una atrás de la otra sin detenerme un momento.
Mi tía me dijo que debería salir en algún momento a disfrutar del
exterior. Necesitaba experimentar otras actividades. Así que
organizó una salida para el día de la primavera al centro de la
ciudad, a la plaza principal.
Ella, mientras tanto, leía
mis relatos y los seleccionaba para una segunda colección. El primer
libro continuaba vendiéndose a un ritmo invariable y aceptable. Lo
sé porque leía en internet varios sitios de lectura y blogs
de personas comunes pero con una buena cantidad de lectores
constantes, bastante bien para las primeras dos semanas. Aunque la
publicidad de mi tía me ayudaba en las ventas, debo admitirlo. Los
críticos dijeron que era un escritor estereotipo, un crédulo que
intentaba enamorar a las mujeres con sus palabras (¿qué decían
entonces de Stephenie Meyer?). Si ellos hubieran sabido que lo único
que deseaba era enamorar a una sola persona, no sé qué habrían
dicho al respecto.
Pero antes de enamorar a
esa mujer primero debía encontrarla.
Y tuve que sufrir el día
de la primavera para descubrir el método para encontrar a un amor
que aún no existía.
Mis primos son mayores que
yo. Uno de ellos se llama Sebastián y la otra, Vanesa. Ellos también
me acompañaron a mí y a mi tía al concierto del día de la
primavera. Había mucha gente, la mayoría eran adolescentes que iban
a buscar amores en un día en el que las flores se abrían a la nueva
estación del año y las piernas de las muchachas hacían exactamente
lo mismo. Vi allí poco amor y mucho sexo. El aire estaba impregnado
de hormonas. Eso, lo único que hacía era afirmar que nosotros somos
animales, solo que usamos la razón para actuar, a veces. Quedaba en
evidencia nuestra ausencia de historias para alcanzar al sexo
opuesto.
Allí descubrí que para
llegar a ella debía cambiar la arquitectura de mis textos. Debía
cambiar mi modo de contar historias. Si quería encontrar a esa
mujer, la mujer que había soñado la noche del accidente, necesitaba
crear un mundo similar al que me rodeaba en la plaza esa tarde de
septiembre. Mi mundo debía ser tan vulgar como la realidad; debía
ser tan imperfecto como el amor que florecía en las nubes de la
calentura; debía ser vacía, creada con la cabeza y no con el
corazón. Sonreí y disfruté del show de la banda de turno. Mi tía
se puso feliz, creyendo que había logrado su cometido al llevarme
allí; pues, no era lo que ella se imaginaba pero igual debo
reconocerle el mérito al crear una visión en el mundo dentro de mi
computadora.
Regresamos a casa y,
automáticamente, me fui a escribir una nueva historia. Una historia
donde al fin aparecería la morocha que amaba y que me ayudaría a
lograr mi gran objetivo. Los sueños eran algo más que simples
imaginaciones, lo sabía.
La nueva historia, tan
vulgar como un piropo de un borracho a una prostituta, había
comenzado. De lo único que estaba seguro era que mi tía se
desmayaría al leer este nuevo relato. Pero no pensaba entregárselo
para que lo leyera. Esta historia era solamente mía y para mí, y la
mujer de mis sueños. Los coches pasaban por la avenida a toda
velocidad, sus rugidos breves atravesaban la ventana frente a mí
pero no les daba importancia. Las palabras en el monitor se
multiplicaban a alta velocidad. Y yo sonreía, estaba feliz porque me
acercaba cada vez más a ella.
Al fin supe su nombre: se
llamaba Érica.
7
La aparición de Érica en
el relato era un poco bizarra, aunque también era obvio que ella no
encajaba en ese mundo. Era la heroína de una historia que se llevaba
a cabo en el secundario al cual había asistido hacía tiempo. Por
primera vez sentía que las palabras vibraban ante mí. Luego se
borraban de la pantalla y mi cuerpo entero sentía un hormigueo
insoportable. Estaba sumergiéndome dentro del mundo que creaba,
ingresando para ser más precisos. Estaba tan seguro de ello como de
que mañana saldrá el sol otra vez.
Oscuridad.
Abro mis ojos y la veo a
ella frente a mí. Su pelo ondulado descansa en forma de catarata
irregular hasta caer sobre sus hombros. Me mira con sus ojos negros y
pequeños algo curiosos. Me sonríe. Sabe quien soy. Eso es bueno.
Tengo bajo mi brazo derecho la notebook como si de un cuaderno se
tratase. Le devuelvo la sonrisa. La escuela secundaria está vacía.
Me aseguré de que fuera así.
―Hola ―me saluda, y me
extiende su mano derecha como lo había hecho en mi sueño. Su voz
dulce la reconocí al instante. Ella era la que me había hablado
cuando me había desmayado, tal cual lo había deducido en su
momento.
―Hola, Érica. Al fin
pude encontrarte.
―Veo que te ha sido muy
difícil llegar hasta mí.
―Así es. No sé cómo lo
has hecho tú pero a mí me ha costado horrores.
―Es mi trabajo, cuido de
las almas solitarias. Les doy esperanzas cuando estas desaparecen de
los corazones dejando solo huecos, vacío.
Le sonrío. Nada de lo que
imagino logro colocarlo en ella, es independiente a mi voluntad. Yo
no gobierno sobre Érica; es anarquista en mi imaginación. Eso me
hace creer que ella es algo más que una creación mía. Me sonríe
como si supiera lo que pienso.
―Santiago, sé por qué
viniste a mí y déjame decirte que no será posible. Mi ayuda se
limita a informarte del bienestar de tu familia.
―Necesito verlos, Érica.
Necesito sentir sus abrazos una vez más, ver sus miradas y
despedirme de ellos. No puedo hacerlo con mis palabras porque ellos
son reales.
―Yo también soy real,
Santi. Solo que soy algo más que una simple esencia de vida. Nunca
lo entenderás.
La miro y dejo caer una
lágrima. Tanto trabajo para nada.
Se acerca a mí, coloca sus
manos en mis mejillas y las acaricia con suavidad.
―No sabes lo difícil que
es para mí este trabajo. Mi vida no existe. Solo estoy en los sueños
de los perdidos intentando ahuyentar la soledad de los corazones. Y,
aunque sea real, nunca podré vivir, como lo haces tú en tu mundo.
Ella también deja caer una
lágrima y acerca su rostro hacia el mío. Me besa en los labios y yo
cierro mis ojos. Lleva sus manos a mi nuca y me empuja más hacia
ella. Su beso está repleto de pasión. Su beso es real, por eso
nunca podré escribirlo. Solo permanecerá en mis recuerdos, en mi
pasado. Y estas palabras son la falsedad que sus labios carmesí
dejaron marcado en mi boca.
―Intenté advertirte esa
noche, debías ser fuerte, pero tu corazón no escuchaba ―me
explica―. Mis gritos no fueron oídos y ahora estás aquí, con un
corazón deshecho y un trabajo sin acabar. Te grité que no
intentaras llegar a mí pero tu mundo ahogó mis palabras con el
sonido de un motor de auto, del coche de tu papá. Luego, te dije que
ellos estaban bien, pero igual viniste a mí. Fallé. Debí
esforzarme más.
―Lo intentaste ―le
digo.
―Puede ser, pero no
entendiste el concepto de la vida. Cuando la muerte llega no puedes
soñar que existe la posibilidad de revertir los hechos. Tu corazón
está lleno de falsas esperanzas. Debes seguir viviendo.
―Entonces, ¿por qué te
dejaste encontrar? ―le pregunto, luego le tomo sus manos. Estoy
enamorado de ella. Creo que es así desde que la vi esa noche, desde
que la recuerdo.
―Tal vez sea porque te
amo. Tal vez sea porque tu corazón es fuerte y sincero. Tal vez sea
porque eres capaz de dar vida en la imaginación de las personas.
Nunca lo sabremos, los sentimientos no se explican con ecuaciones; no
hay vacunas para las penas y tampoco hay enfermedades para la
alegría. Nunca sabremos el porqué de nada.
―Tal vez sea porque he
sido capaz de darte vida en mi cabeza, ¿verdad? Tiene que ser por
eso.
Ella asiente con un gesto
de cabeza.
―Y gracias por ello. Pero
no debo estar aquí, este no es mi mundo.
―Lo sé ―le digo.
Suelto su mano y doy media vuelta―. Volveré a esta escuela y tú
harás lo mismo. Eres la protagonista de una historia de amor y
comedia. Eres fuerte, y con el poder de la imaginación de mis
lectores te daré vida. Te sacaré de mi cabeza y de este mundo de
palabras. Te llevaré a mi realidad.
―Santiago, no lo hagas.
Tu mundo es diferente al mío. Yo no pertenezco a este mundo ni al
tuyo. ―Me mira muy de cerca―. Yo pertenezco a aquí.
Señala con su dedo índice
mi sien.
Le sonrío y luego cierro
mis ojos. Presiono con fuerza mi computadora y, al abrir nuevamente
los ojos, veo a través de la ventana pasar un colectivo de larga
distancia por la avenida.
Aún me quema la sien,
donde ella late de vida.
La notebook estaba bajo mi
brazo, me toqué con la yema de mis dedos los labios y sonreí. Ella
existía y sabía lo que tenía que hacer para traerla a mí:
escribir. En sus ojos se veía que ella mentía y que quería venir
conmigo. Así que puse manos a la obra.
8
Ya no podía escribir el
relato para mí si quería que Érica viniera a mi mundo. Así que le
mostré las primeras páginas de la historia a mi tía y no le gustó
nada el nuevo proyecto.
―Es diferente a lo que
vienes escribiendo.
―Necesito superar nuevas
fronteras. Quiero que sea sentimental pero al mismo tiempo real. Tía,
necesito avanzar, necesito hacerlo por mí. Todo lo que escribí lo
hice por mi familia, por llegar a ellos, y ahora lo estoy haciendo
por mí. Por primera vez en mi vida escribo por mí y quiero que me
apoyes.
Ella asintió. Me dijo que
ya tenía el material necesario para la segunda colección de
relatos. Yo le dije que podía editarlo si deseaba, siempre y cuando
me apoyara en la publicación del nuevo relato. Ni me preocupé en
sorprenderme en la cantidad de relatos que había llegado a escribir
sin entrar en la misma temática ni caer en la repetición.
Era cierto, lo hacía por
mí, pero más lo hacía por ella. Quería que Érica fuera feliz,
además era la conexión con mi familia, en algún punto todo estaba
conectado por cables invisibles. En algún momento llegué a pensar
que tal vez estaba loco, pero no tenía mucho tiempo para detenerme a
pensar en «posibles».
Septiembre se había
acabado, al igual que octubre y noviembre. Y mi relato ya no era tal
cosa sino una novela. El segundo libro de relatos se vendió con
mayor rapidez y demanda que el primero. Hasta hablaban mejor de mí y
me señalaban como el romántico del nuevo siglo, siempre dentro de
la ciudad, no sé cómo me habrá ido afuera de la misma ni me
interesaba en ese momento ni me interesa ahora. Si hubieran sabido en
qué historia estaba metido. Mejor para mí, cuando se terminara esta
novela, tendría demasiados lectores que la comprarían. El poder
para Érica sería mucho mayor. Todo fluía a la perfección.
Era hora de volver a
visitar a mi amor. Me dolía las manos de tanto escribir pero no me
detendría nunca.
―El tiempo pasa rápido,
¿verdad? ―me dice ella cuando me ve llegar con la notebook bajo el
brazo una vez más.
―Ya me falta poco, Érica.
Pronto terminaré la novela y te sacaré de este mundo.
―Eres insistente, Santi
―dice mientras camina de un lado al otro, con una mirada
pensativa―. Ya no piensas en las consecuencias, por lo que veo.
Niego con un gesto de
cabeza.
―Está bien, llévame a
tu mundo. Al fin y al cabo tú viniste a buscarme.
―No sé si es mi mundo.
Este seguro que sí es mío ―digo mientras le doy unas palmaditas a
la computadora.
―Es cierto, pero ese
mundo en el que vives también es tuyo, y es real.
Ella se acerca a mí. Me
encanta verla caminar, sus ojos. Ella es hermosa. Es la mujer
perfecta, y de ella se enamorarán todos mis lectores, pronto.
―El amor es un
sentimiento fuerte, Santi ―dice―, y en tu mundo es una utopía.
Tú pareces no pertenecer allí. Ven conmigo, quédate aquí,
disfruta de tu creación. Tienes tu computadora, puedes cambiar este
mundo a tu antojo.
―¿Y por qué no quieres
venir a mi mundo? Juntos podríamos cambiarlo, y tal vez acabar con
el sufrimiento ―digo mientras me siento en un banco. La escuela
continúa vacía. Casi es fin de año en mi historia al igual que en
el mundo real. Siento que ella de verdad no quiere estar allí pero
no me lo dice, no sé si por temor o lo que sea. Me miente y yo dejo
que lo haga porque la amo.
―Porque allí todo
depende de todos. Y los corazones son fríos, llenos de odio y
avaricia, de codicia y de envidia. No hay nada en tu mundo que se
pueda cambiar.
Bajo mi mirada. No entiendo
por qué vino hasta mí si no necesita mi ayuda, me siento
confundido. Se lo comento.
―Pronto lo sabrás,
Santiago. Te diga lo que te diga continuarás con tu historia y me
sacarás de mi mundo, de tu cabeza, de tu imaginación. Aún crees
que puedes volver a ver a tus padres.
―No es cierto y lo sabes.
Esto lo estoy haciendo por mí. Y por ti.
―Lo sé, Santiago. Y te
lo agradezco. Pero también es cierto lo que digo sobre tus padres,
estás muy confundido y lo entiendo.
Posa su mano derecha en mi
pecho y cierra sus ojos.
―Gracias por preocuparte
por mí.
Me besa y me quita la
remera que llevo puesta. Es mi historia y puedo crear lo que quiera.
La llevo al aula más cercana y entramos. En el medio del salón hay
una cama de dos plazas. Hacemos lo que una pareja puede hacer en una
cama de tal dimensión.
―Gracias por amarme ―me
susurra al oído, y puedo notar en su voz tristeza.
Por ti, pienso, esto lo
hago por ti.
Ya no quiero volver.
9
El año se terminó. Mi
historia también.
Tomé la novela corregida e
impresa y acompañé a mi tía a la editorial de su viejo amigo, o
amigo de mi ex tío, para ser un poco más exacto. Durante el
trayecto pensé en todo lo que había sucedido en los últimos meses.
Era un poco extraño, la verdad. Todo encajaba muy bien, mi tía
adinerada me regalaba una computadora para escribir y además tenía
un amigo que era editor y publicó mis palabras en libros. Las ventas
eran superiores a lo esperado. Todo sucedía por el maldito
accidente. Me olvidé por completo de la facultad y escribí sin
parar. Nada parecía muy razonable.
Al principio dije que la
realidad no era perfecta, pero esos últimos meses eran bastantes
perfectos para ser real. Asimismo el amor que yo sentía por Érica,
todo demasiado utópico, como las historias de ficción. En fin, no
era más que una apreciación de mi mundo. Ella vendría pronto y
viviríamos juntos por siempre.
¿Y por qué no vas tú a
vivir a su mundo?, me preguntó una vocecilla interior.
Ella me había preguntado
lo mismo aunque en sus ojos se veía que esperaba una respuesta
negativa por mi parte. Ella quería venir a mi mundo. Por mí.
¿Estás seguro?, me volvió
a preguntar la voz.
No, no lo estaba. Pero
estaba haciendo lo correcto, de eso sí estaba seguro. Lo suficiente
para continuar.
El editor no se mostró muy
conforme con las primeras páginas de la novela. Yo le dije que lo
hiciera si quería ver más relatos de los que amaba la gente. Dijo
que haría lo posible.
Y lo hizo. Mi novela se
publicó a principios de abril. Un mes antes del aniversario del
accidente de mi familia. Mucha gente la compró, algunos quedaron
conformes, otros no tanto. Era una comedia y, por tal razón, logré
llegar a un público mayor. Al mismo tiempo sentía que mi corazón
se fortalecía, producto del poder de la imaginación de mis
lectores. La historia era muy real, tal vez ese era su gran poder
seductor. Y Érica me esperaba tras la imaginación plasmada en el
monitor de mi computadora.
Una tarde mientras miraba
el monitor, veía el parpadeo constante del cursor y supe que había
una historia que no podía escribirse, era hora de sentirla. Así que
cerré mis ojos y la busqué en mi mente. Era todo oscuridad, sentía
el calor de Érica y le dije que siguiera mi voz y tomara mis manos.
Juntos recorreríamos la frontera de la realidad y la imaginación,
donde todo era posible. Oí su voz, sentí sus manos presionando las
mías. Me dio un beso, el poder de la imaginación de los lectores
recorría todo mi cuerpo como si se tratase de corriente eléctrica.
Abrí mis ojos.
Estaba en la pequeña
habitación. Ella estaba junto a mí. Me sonrió. Luego miró a
través de la ventana.
―Es hermoso ―dijo.
―Es mi mundo. Este no
será perfecto pero sus detalles lo hacen único, imposible de
escribir ni de imaginar. Eso lo sabes.
―Por eso no puedes
quedarte en mi mundo.
―Érica, dime por qué me
necesitas. Sé que no me amas. ―La miré a los ojos y pude ver que
era cierto, ella no me amaba. Me había utilizado y yo lo sabía
desde un principio pero no quería aceptarlo. Si no nunca hubiera
podido seguir adelante.
―Hace tiempo te grité
que seas fuerte. Yo sabía que superarías lo de tu familia. También
sabía lo de tu gran potencial, lo vi en ti apenas supe que eras
difícil de alcanzar. Te necesitaba para que me liberaras. Tu poder
es único.
―¿Por qué? Tu mundo es
hermoso. Perfecto.
―Por eso, es tan perfecto
que no existe la muerte.
Tomó mi mano y la besó
con suavidad. Estaba triste, sus ojos lo decían con fuerza.
―Quieres morir ―dije en
un leve susurro.
Ella asintió con un suave
movimiento de cabeza, sin dejar de mirarme.
―No quiero vivir
eternamente. Tú me buscaste por tu familia, lo que puedo decirte es
que si están en tu corazón, jamás morirán, siempre estarán
contigo. Yo soy la prueba de ello.
No soporté más y me dejé
caer en la cama, llorando.
―Los extraño, Érica.
Tuve que haber ido con ellos, ¿sabes? Tuve que haber llamado por
teléfono y cambiar la historia. Lo intenté con estos relatos pero
nunca pude lograrlo. Quise cambiar el pasado y siempre fallaba.
―Este era tu destino, así
estaba escrito. La realidad misma es una novela que tiene principio y
fin. Solo que tú no los conocerás jamás. Lo único que puedes
hacer es vivir, seguir adelante y no olvidar a quienes te amaron;
nunca te dejarán solo.
Ella me abrazó y me besó.
La amaba con todo mi corazón. Y ahora debía dejarla ir. Algo más
que sabía y deseaba no hacerlo. Pensé por un momento que si me
ponía a escribir podría llegar a detener el tiempo y vivir
eternamente abrazado a ella. Pero así no funcionan las cosas,
¿cierto? Dicen los más experimentados que la vida se trata de
continuar sin importar los golpes que recibamos a lo largo de este
camino repleto de obstáculos.
―Este mundo es cruel, es
cierto, pero todos tenemos el poder para cambiarlo. Si lo intentamos
podremos mejorar nuestro alrededor; nunca será perfecto, pero la
perfección es aburrida y monótona. Las mejores historias se
escriben con el corazón, como la que escribiste haciéndome
protagonista, Santi.
La miré a los ojos. Ella
me dedicó una última sonrisa y avanzó hacia la puerta. Mi vida
estaba repleta de contradicciones, eso era porque la percepción de
la realidad era alterada por mi imaginación.
―Hoy sentirás dolor,
pero mañana volverá la alegría. Vive por todos los que amas, vive
con tu corazón, vive por tu mundo pero, por sobre todas las cosas,
vive por ti.
Cerró la puerta de mi
habitación y, rápidamente, me acerqué a la ventana. La vi caminar
por el borde de la avenida en dirección a la ciudad. Nunca más la
volví a ver. Salvo en mis recuerdos.
Ella fue un amor verdadero,
una creación de mi corazón.
Ella fue escrita con el
corazón.
10
Nunca más volví a
escribir hasta hoy. Necesitaba saber si existe alguna forma de volver
a verla, escribiendo, como siempre lo había hecho. Pero no. Es
imposible volver al pasado, ese tiempo es real y mi imaginación no soporta
tanto poder. Pero al menos logré secar estas viejas lágrimas. Érica
tal vez esté junto a mi familia, esperando mi llegada algún día,
latiendo dentro de mi corazón.
Jamás los olvidaré.
Viviré por ellos, pero, por sobre todas las cosas, viviré por mí.
Tengo una nueva idea, una
historia en la que el protagonista es el mismísimo escritor. Solo
Dios sabrá lo que puede resultar de allí. Aún estoy dispuesto a
cambiar el mundo, mi mundo.
Sé que las contradicciones
abundarán pero al menos así nos acercaremos un poco más a la
esencia humana. Sé que mi historia está repleta de momentos que se oponen entre sí pero así es como late mi corazón en este mundo verdadero, basándose en mentiras.
A veces cuesta comprender lo que somos capaces de imaginar,
a veces es imposible ver con los ojos abiertos
y debemos cerrarlos para poder tocar lo que vive en el alma.
Solo a veces, solo cuando estamos solos.
Cristian Barbaro,
Febrero 2012, Etcheverry.
Creo que es lo más romántico que escribiste hasta ahora. Es decir, todos tus escritos tienen al amor como base, pero está adornado de horror, humor negro, guarradas, etc. Esta historia es muy emotiva, la pena de Santiago es palpable, uno siente su angustia.
ResponderEliminarEl clímax onírico es embriagador, y deja una atmósfera de tristeza inmensa.
No es un cuento pesado para nada y se entiende a la perfección. Sí tiene un ritmo lento, pero es el que debe llevar, caso contrario hubieras caído en tu propia trampa, y nos habríamos encontrado con todo el arsenal característico de tus relatos.
Te felicito, Cristian.
Saludos.
Conmovido, extasiado por la belleza con que transmitís la tristeza que embriaga todos los párrafos de este relato.
ResponderEliminarComo Raúl, no lo sentí pesado para nada. Es más, me encantó, y me tuvo en vilo hasta el final esperando por saber qué pasaría, en definitiva, con Érica y Santiago.
Te felicito, Cristian. Sos un capo.
¡Saludos!
Gracias por el comentario, será que no estoy acostumbrado a escribir esta clase de relatos que me parece muy raro... De una cosa estoy seguro: cada historia transmitirá sentimientos que me embarguen en el momento en que fueron escritas... En este caso, soledad y algo de tristeza...
EliminarLo de "capo" lo dejo para escritores como ustedes, saludos.