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martes, 19 de abril de 2011

Paradoja



   «No temas a la oscuridad. No estás solo en el mundo.»
   La noche es ciega y los caminos se confunden con los atajos. La luna no ha salido esta noche y no volverá a salir nunca más. El tiempo se ha detenido. La eternidad ha tocado a su fin. Un error en el Universo destruyó los enlaces vida-materia de la realidad.
   Debemos caminar tomados de las manos para no separarnos jamás. Oigo sus latidos, su respiración nerviosa y entrecortada y sus pasos a mi lado. Las hojas muertas crujen al ser aplastadas por nuestros pies. No sé cómo ha sucedido ni por qué. Sólo sé que el Universo ya no existe y nosotros, la vida, tampoco.
   No podemos ver, todo está completamente oscuro. No hay estrellas en el cielo ni fuego en el infierno. Temo por la muerte de la eternidad porque su esencia se disuelve en nosotros, haciéndonos eternos.
   —Tengo miedo —me dice ella con la voz tambaleándose entre la línea de la locura con la cordura, intentando mantener el equilibrio para no caer a los abismos de sus pensamientos—. Creo que nunca llegaremos.
   —Yo también lo creo —le digo—. Pero debemos intentarlo. No hay tiempo por perder ya que no hay tiempo y, por ende, no será un problema.
   —Tampoco será la solución —agrega ella—. Las leyes de la Física maduraron hasta pudrirse en su esencia y consistencia.
   Y así fue.
   Estaba a la vista de nuestros ojos. Cada teoría, cada ley, cada modelo que idealizaba la realidad, la naturaleza, lo ocultaba entre sus líneas. El principio y el fin eran lo mismo; el Big Bang sólo era una teoría que buscaba calmar nuestra sed de dioses, fue creada por el Hombre para desplazar a Dios sin otro fundamento, nosotros necesitábamos ser nuestros dioses. El Todo era sencillamente un Instante y nosotros habíamos vivido durante ese efímero intervalo de nada. Sólo en ese intervalo eran válidas todas las leyes y teorías que científicos habían estudiado durante décadas, siglos. El tiempo no había existido, el Todo era un sencillo punto en un plano cartesiano de algo mucho más grande, mucho más colosal, inimaginable.
   Hoy el tiempo, el Instante, ha decidido morir y, junto a él, la eternidad lo ha acompañado al olvido.
   La luz ha desaparecido junto al tiempo y la eternidad. Todo el espectro electromagnético ha desaparecido: luz, calor, comunicación, vibraciones. Hasta nuestros sentimientos se bifurcaron en el vacío. Sólo oscuridad. Sólo frío. Sólo nada.
   Caminamos sobre una superficie que me exigí a creer que es un suelo de otoño pero no hay nada allí realmente, si es que alguna vez existió la REALIDAD. No hay principio ni fin, no hay extensión. Sólo hay un punto: nuestro Universo, y se está borrando.
  Lo peor de todo, lo que tanto tememos los seres vivos, es que tampoco existe la muerte.
   Estamos destinados a vagar por este instante el resto de nuestra eternidad. El problema es que, como dije antes, la eternidad ya no existe.
   —Es una paradoja. Nosotros somos una paradoja —le digo a la atmósfera vacía que me rodea, mientras espera  mi orden para transformarse nuevamente en ella así no me siento tan solo en este punto universal.
   —Te amo —me dice ella eludiendo nuestros verdaderos destinos.


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sábado, 16 de abril de 2011

El Pozo (Parte 5 de 5)

9

             Manos casi sin carne, extensión final de unos brazos ennegrecidos por el fuego eterno, asomaron por entre las grietas y las paredes del pozo con sus enormes garras.
            Adrián trataba de esquivar las horribles manos gritando de horror, tratando al tiempo de ahogar los horribles lamentos que oía provenir dentro de la tierra viva. Querían llevarlo con ellos al infierno, ¡AL INFIERNO! Por Dios.
            Lamentos eternos de dolor, olor a carne asada, pero carne asada podrida, en los fuegos interminables. Voces muertas. Todo oscuro…
            Adrián no quería ser parte de todo aquello. Pero no había quién lo ayudase. Entonces se decidió a trepar las paredes repletas de manos (con poca carne y ennegrecidas) que realizaban movimientos muertos.
            Miró arriba, la pala continuaba siendo manipulada por alguno de los demonios que pretendían esconder evidencias infernales. Esconderlas de Dios. El cielo estaba nublado, muy nublado y negro, veía Adrián. “Pues claro”, pensó entonces, “Dios se tapa los ojos con nubes para no ver el delito de su fiel amigo, Lúcifer o el Diablo, o cómo se llame”. Dios no lo ayudaría, estaba solo.
            “No vi nada, nada sucedió”, imaginó que podría decir Dios en la Corte De La Injusticia.
           
10

            El suelo se abría cada vez más debajo de Adrián, acabándosele el tiempo. Comenzó a trepar las paredes ahogando los gritos de su tobillo y su espalda. No le importaba lo que podría encontrarse arriba, lucharía contra el monstruo y huiría muy lejos pero no se quedaría allí abajo viendo cómo el Infierno lo devorara lentamente. Esquivó algunas manos y usó a otras como base para continuar subiendo.
            Algunas manos desgarraban su buzo con sus enormes y ennegrecidas garras. Le arrancaban trozos de ropa. Le destrozaban su jean azul. Le tomaron del tobillo dañado. Adrián gritó con todas sus fuerzas. Le desgarraban la carne de su rostro, la sangre escapaba de las profundas heridas acompañada de ardores mortales.
El dolor era terrible. Una mano salió de la tierra movediza de la pared a la altura del rostro de Adrián a una velocidad que no percibió su ojo izquierdo, la garra ahumada de la mano veloz se le metió en la cuenca de su ojo izquierdo reventándole el globo ocular. Adrián cayó al suelo a causa del intenso dolor que le azotó toda su cabeza. Lo siguiente que vio era sencilla oscuridad.  Pudo oír los lamentos cada vez más lejanos. La luz de su mundo se apagaba. Adrián se rendía ante el poder inmenso del Infierno. Cerró los ojos y dejó que las manos muertas hicieran su trabajo. Durmió.

El suelo continuaba abriendo sus pasos al fuego eterno. Las manos envolvían el cuerpo de Adrián, la tierra continuaba cayendo desde la superficie, arriba, paleada con la Pala de La Agonía, y el Infierno se abría paso entre las grietas.

EPÍLOGO

Desde la desaparición de su hermano, hace ya una semana, Luisito sueña con Adrián, sueña que lo viene a visitar. Adrián, en el sueño de Luisito, está con su ropa desgarrada, su buzo verde y su jean azul están destrozados. Su rostro está arañado y de las heridas sobresalen unas horribles lombrices verdes llenas de vida. La piel se desprende de sus huesos y emana olor a muerte. Le falta un ojo, el izquierdo; Luisito puede ver a los gusanos devorarse la carne muerta de su hermano a través del hoyo que dejó el ojo que ya no está; y el otro ojo, el derecho, irradia maldad infinita. Adrián le extiende su mano ennegrecida con sus enormes garras y le dedica una sonrisa muerta sin labios. Luego le dice con una voz pastosa, áspera, quebrada por la casi ausencia de las cuerdas vocales:
—El Pozo te espera, Luisito. Pronto estaremos juntos. Por siempre.
Luisito se sintió atraído por una fuerza, por La Fuerza.



El Pozo (Parte 4 de 5)

7

            Adrián estaba solo. Gritaba de dolor, le dolía la espalda ya que cayó sobre ella, y, además, gritaba de miedo.  Miró a su alrededor esperando encontrarse a sí mismo (pero sin ninguna función vital, o sea: muerto). Nada. El cadáver que había visto desde arriba del pozo ya no estaba. Sólo estaba él, solo. Trató de ponerse de pie pero parecía que se había torcido el tobillo, que le enviaba ramalazos de dolor a su cerebro diciéndole que no apoyara el pie derecho. Entonces volvió a gritar. Gritó con todas sus fuerzas sin prestarle atención a las quejas de su espalda debido a la intensidad de sus poderosos alaridos rogando ayuda. Sabía que nadie acudiría en su rescate. Al menos de momento. Además, ¿por dónde comenzaría su familia a buscar? Ni siquiera él sabía cómo había llegado hasta allí. ¿Dónde estaba el ser que vio arriba del pozo? ¿Qué sucedería si lograba subir y se encontraba con ese monstruo desagradable de buzo verde? No quería pensarlo. Estaba acorralado por su miedo intenso, y dentro del pozo de la muerte.

8

            Adrián logró ponerse de pie, al fin, pero no lograba encontrar el modo de escalar las paredes, la tierra estaba muy movediza y perdía estabilidad pronto. Por el momento había olvidado al ser oscuro de la superficie. Había pasado unas cuatro o cinco horas y la noche pronto caería. Nadie había ido a rescatarlo aún. No pensaba con claridad. Adrián estaba sumergido en un fuerte estado de shock. Funcionaba por medio de un piloto automático en su cerebro, sin pensar.
            “Morir a los dieciséis años”, pensó, “es muy injusto, mierda”. Todavía quedaban muchas mujeres por cojer. Todavía quedaban muchos besos de buenas noches de su madre. Todavía quedaban muchos pastelitos de tierra por comer con su hermano Luisito. Todavía quedaban miles de pajas por hacerse mientras pensara en mujeres argentinas, uruguayas, paraguayas... En ese momento recordó el celular, se le había caído dentro del pozo cuando estaba arriba. Comenzó a buscarlo. La oscuridad era cada vez más intensa, tanteó el suelo hasta encontrarlo. Lo tomó y encendió la pantalla. “Fuera de servicio”, rezaba el aparato.
            —Pedazo de mierda; sin señal —dijo Adrián enojado y arrojó el celular contra la pared de tierra con todas sus fuerzas, su espalda gritó tras este movimiento gobernado por el enojo. Volvió a llorar—. Qué calor está haciendo —percibió.
            La temperatura en el interior del pozo comenzaba a aumentar aunque arriba se veía el cielo nublado y se escuchaba el silbido del viento helado a esta hora, por lo tanto, debería hacer mucho frío. Pero no era el caso en ese oscuro hoyo.
            Miró por debajo de sus pies, entre los mismos emanaba del suelo un cálido vapor. La tierra se movía, pudo creer que era producto de su imaginación pero el temblor le dio el toque de realidad derrumbando la esperanza de que fuese sólo una fantasía o alucinación. La tierra se movía, tanto en las paredes como en el suelo. “Se parece a la tierra que les agregábamos a las lombrices que luego usábamos de carnada cuando íbamos a pescar a Chascomús”, recordó Adrián. Rió ante el recuerdo, le duró poco la nostalgia.
            Por debajo de él, el suelo se abría. Se quebraba. Se formaba una grieta. El terremoto era más intenso. Por encima de él, la tierra caía; alguien estaba echando tierra en el pozo con la pala de plata.
            —¡NOOO! —gritó Adrián con todas sus fuerzas, veía la pala de plata pero no  a su manipulador—. No, ¡estoy acá abajo! ¡AYUDAAAA!
            Desde la grieta del suelo sobresalía un resplandor anaranjado con un vapor extremadamente cálido. Adrián sudaba de pánico. Sabía que estaba en las puertas del Infierno y sabía, también, que el Infierno lo quería arrastrar a sus oscuros abismos.



Continúa...

jueves, 14 de abril de 2011

El Pozo (Parte 3 de 5)

5

            A la izquierda del cartel, había un pozo rectangular. Parecía una tumba, era del tamaño de una tumba. Del otro lado del pozo, a su izquierda, había un montículo de tierra ¡FRESCA! El pozo era nuevo, alguien o algunos lo habían hecho hacía algunos minutos, si no el sol ya la habría secado. Sobre el montículo había una pala de plata, el sol le arrancaba destellos cegadores a los bordes plateados. Adrián miró dentro del pozo, no pudo ver nada, se acercó más al borde, la transpiración de su cuerpo humedecía su camiseta de Estudiantes de La Plata y, la humedad,  se acercaba peligrosamente a su buzo verde. “En cualquier momento el frío me enfermará si sigo transpirando”, se dijo Adrián en silencio. Humedad era igual a Larissa Riquelme, no podía evitarlo, no podía arrancarse esa idea de la cabeza.
-¡Eso! -exclamó-. Con el celular tal vez pueda ver lo que hay dentro, con su linterna-, dedujo luego de asociar los pechos infartantes de Larissa con el celular que todo hombre desearía tocar y…, bueno…, chupar.
En ningún momento pensó que el sol del mediodía debería inundar con su luz el interior del pozo, lo que sería obvio, pero no sabía tampoco que el pozo mataba la luz solar, mataba a toda clase de luz. Tampoco sabía que el cielo estaba nublándose a una velocidad vertiginosa. Adrián sólo estaba atrapado por la fuerza inmensa del pozo, que había recobrado intensidad. Estaba entusiasmado, estaba perdido en el límite invisible de la razón con la locura.
Adrián tomó su celular e iluminó el interior con su linternita incorporada, el viento sopló fuerte en ese momento y Adrián se estremeció y dejó caer su celular al interior del pozo. Cuatro o cinco metros, pudo calcular mientras veía caer el celular Nokia al fondo. El aparato iluminó el interior del pozo. Había “Algo”. No. Mejor dicho, había alguien pero no se movía. Adrián se levantó tan rápidamente que casi cayó en el pozo. “Hay un muerto en el pozo”, pensó muy aterrado. Pero no era eso lo que más temor le generaba. Miró a los alrededores dispuesto a huir pero sus piernas no respondían a la orden, a la súplica. Lo que vio no lo dejaba pensar con claridad.

6

            El viento soplaba muy fuerte, tan fuerte era la velocidad del viento que lograba atravesar el buzo verde de Adrián, al que ya no le importaba enfermarse, sólo quería huir de allí, huir al bosque, a casa, pero estaba totalmente helado. Luego de darse media vuelta para retornar vio que no había bosque, simplemente había desaparecido. Estaba solo en medio de un campo que no terminaba nunca, que se extendía hasta el fin de los tiempos. Estaba solo. Mejor dicho, estaba acompañado del residente pacífico del pozo, acompañado de un muerto que conocía muy bien, el celular Nokia se lo había mostrado con su haz de luz.
            -La ropa, es la misma que la mía -dijo Adrián con la voz quebrada-. El buzo verde. Se parece a mí. El muerto se parece a mí- susurraba con las lágrimas escapando de su cárcel de masculinidad.
            Lo sabía. El muerto era él. Era Adrián.
            Volvió a acercarse al pozo, el cielo estaba totalmente nublado pero ahora pudo ver al huésped con mayor claridad, estaba a unos cuatro o cinco metros de profundidad y ese pozo era una tumba; “el campo es un cementerio”, se dijo al fin. Miró dentro del pozo: era como observar el futuro, donde la muerte reinaba sobre el silencio sepulcral y él era el único habitante del Reino de La Oscuridad. Se le heló la sangre y el corazón.

            Adrián volvió a dar media vuelta sobre su propio eje, ahora correría a ningún lado si era necesario, pero huiría del pozo oscuro. No quería seguir allí, junto a ese muerto. Cuando se dispuso a correr, en ese preciso momento, su mirada se encontró con la del monstruo.
            Era casi oscuro, tenía la carne desprendida de sus huesos, emanaba un horrible hedor a podrido, olor a muerte. Era alto como Adrián. Su único ojo, el derecho, era oscuro como los abismos del infierno mismo; donde debería estar el otro ojo, el ojo izquierdo, había un enorme agujero, pero no vacío, roto por algún golpe fuerte, desde donde podía verse su cerebro siendo consumido por gusanos insaciables de carne muerta. Tenía puesta una prenda verde, similar a un buzo, llena de moho, desgarrada por algún animal con enormes garras, su jean azul también fue desgarrado. Su rostro tenía marcas de rasguños profundos y asomaban horribles seres parecidos a lombrices verdes, llenas de vida. La carne se desprendía de los huesos dejando su esqueleto desnudo. Adrián gritó con todas sus fuerzas al ver a este monstruo, gritó de terror, gritos de locura. El monstruo, que irradiaba maldad infinita y desprendía olor a muerte, lo miró.
            La figura muerta dio un paso hacia Adrián sonriéndole con una mueca muerta, sin labios y mostrándole sus dientes; su único ojo brillaba de maldad. Adrián dio medio paso hacia atrás, intentando alejarse de la cosa, pero perdió el equilibrio y cayó dentro del pozo.


Continúa...

miércoles, 13 de abril de 2011

El Pozo (Parte 2 de 5)


3

            Adrián se aventuró en el bosquecito olvidando toda su vida. La fuerza extraña lo necesitaba y él no podía negarse a su petición, entonces acudiría.
            Una vez estuvo adentro del bosque, la naturaleza se filtró a través de sus fosas nasales y el calor vital del bosquecito abrazó su cuerpo. A pesar del frío, allí dentro, en el bosquecito, reinaba el calor acompañado de la humedad de los vegetales. Todo era tan vivo, el bosque parecía tener vida y Adrián lo sabía pero no le dio importancia, su objetivo era hallar el origen de La Fuerza.
            Recorrió un buen tramo sin saberlo; serpenteó caminos inmaculados hasta que los pisó. “Violé el bosque”, pensó, “violé al caliente y húmedo bosque con mis pies”. Rió a causa de esta idea. Húmedo eran los sueños que le provocaban la paraguaya esa, “¿cómo se llama? Algo así como Román Riquelme. Así es, Larissa Riquelme, la que llevó su celular a sus pechos infartantes en el mundial de fútbol de Sudáfrica. Más que un celular, podría meterse a toda la maldita empresa Nokia, también a Motorola y algo de Samsung, incluyendo los LCD´s, y yo podría irme a vivir entre sus tetas”, siguió pensando, “al fin y al cabo nunca dejaría de estar comunicado”.
            La naturaleza lo despertó de su ensimismamiento: oyó el susurrar del viento en las copas de los arboles, dialogaban de lo eterno que era el tiempo. Oyó el crujido de las hojas muertas al ser pisadas por sus violadores pies de suelos vírgenes; oyó la melodía eterna  que los pájaros divulgaban entre sí. Se dio cuenta entonces de que estaba perdido, había caminado sin dirección, aparentemente; el bosquecito era más enorme de lo que parecía visto desde afuera. Era exageradamente enorme, exagerado como la rata de Tolosa, exagerado como las maratones de pajas interminables dedicadas a Larissa Riquelme. Estaba exageradamente perdido. Pero sabía qué dirección debía seguir; el miedo despareció, por el momento.

4

            El sol era refrescante, extraño pero era así. Adrián logró salir del bosquecito sin saber cómo ni dónde estaba, sólo sabía que la excitación se adueñaba de su cuerpo, estaba afuera del bosque y eso era un motivo por demás importante para festejar. “Podría dedicarle una masturbación al momento, ¿no?”, se preguntó. Miró adelante de él, y lo que vio lo sorprendió.
            Detrás de Adrián se alzaba el bosquecito exageradamente enorme y por delante de él se extendía un campo inmenso, pero totalmente llano, sin una sola planta ni un solo arbusto; “está pelado”, pensó, “así es El Peligro, enorme como la voluntad de una puta, repleto de bosques en algunas partes y campos sin nada en otros lados”. El campo se extendía hasta el infinito, donde el horizonte no existía. El verde fresco del campo se unía al celeste helado del cielo despejado del invierno frío en una línea muy difícil de visualizar. Era un paisaje perfecto, vacío, frío. Era un desierto verde, pero fresco como una Coca Cola de vidrio después de un partido con los pibes de la esquina en pleno verano a las tres de la tarde.
            Trató de percibir la fuerza pero no la podía sentir. Esperó un momento más, dispuesto a regresar. Miró a su alrededor, de derecha a izquierda. Nada. Ahora de izquierda a derecha: ahora sí había algo, algo que no había visto anteriormente, se le había pasado por alto (o no) en la primera apreciación.
Su vista tropezó con un rectángulo blanco, a unos cien metros de distancia, erguido sobre un palo. No supo por qué lo sabía pero era allí donde debía dirigir su voluntad quebrada, violada por las fuerzas del mal. Allí estaba el origen de La Fuerza.
            “Ese cartel no estaba allí antes”, pensó curioso. Se acercó un poco más y pudo leer lo que rezaba el cartel: “CUIDADO, POZO”.


Continúa...

lunes, 11 de abril de 2011

El Pozo (Parte 1 de 5)

1
Hacía cinco días que la familia Herrera había mudado sus vidas a esta nueva casa en El Peligro. Era sábado y Adrián Herrera tenía, al fin, tiempo para conocer su nuevo hogar y sus alrededores. Asunto pendiente que el secundario no le permitía debido al doble turno que consumía sus días, maldita Agraria. Su plan consistía en recorrer la casa de arriba abajo, de costado a costado, y luego realizar una pequeña excursión a través del campo que se extendía alrededor de toda la casa, un inmenso territorio de varias hectáreas en las cuales se emergen territorios vírgenes de plantas y pocos árboles y territorios repletos de arboles, los bosquecitos frondosos. Enorme campo era el que constituía parte de la casa, “deben ser más o menos diez hectáreas”, pensó Adrián. No importaba en ese momento, luego se lo preguntaría a su padre, cuando regresara del trabajo. La curiosidad fue la impulsora del final de sus pensamientos hambrientos de conocimientos y el nacimiento de sus acciones dispuestas a descifrar los rincones del mundo que lo envuelven.
Recorrió la casa, era enorme, bastante grande para una familia de cuatro miembros: una cocina, dos baños, planta baja y alta, y una cantidad aún desconocida de dormitorios con el sencillo fin de echarse un polvo. Repleto de polvo.

2
            Una vez finalizado el reconocimiento de la casa, sació la curiosidad en el interior y el hambre creció hacia el exterior. El recorrido en el interior no fue del todo complicado, aún restaban mudar varios muebles y había muchos rincones vacios de sentimientos y llenos de nostalgia (de él no, de los antiguos habitantes). El eco de su andar era muy pavoroso, no le gustaba nada; se sentía observado. Miró habitaciones que jamás había visto en sus cincos días de estadía en el nuevo monumento al  Hogar Perfecto. Era muy probable que Luisito haya revisado cada rincón de la casa; cada hoyo en las paredes que albergan enormes ratas capaces de devorarse un gato, como sucedió en Tolosa (viejos cuentos de su padre, exageraba en todo, y el tamaño de su pito no era la excepción); cada telaraña, alimentando las arañas con hormigas sentenciadas a una muerte dolorosa.
             Al finalizar el recorrido interior salió hacia fuera por primera vez en el día, vaya que estar hasta tarde en la computadora genera el desplazamiento del intervalo de sueño algunas horas pero no varía el tamaño del mismo, siempre eran diez horas de sueños hermosos. “Alta mierda esta”, pensó Adrián azorado.
            Su madre ya estaba preparando el almuerzo y Luisito, su hermano menor, jugaba a comer pastelitos de barro. “Ocho años y come tierra todavía”, pensó Adrián, “yo tengo dieciséis y me como a las minas del secundario”.
            -Mamá se va a enojar cuando te vea, Luis -le advirtió Adrián.
-Jodete, Adry -le dijo Luisito señalándole el dedo mayor de su mano derecha embarrada por la eterna lucha que implica la elaboración de bocados terrestres.
Adrián dio la vuelta a la casa, haciendo caso omiso a la señal de Luisito. Se dirigió a la parte trasera de la misma. Allí había una extensión enorme de arboles, “un bosquecito”, pensó. Arboles viejos pero fuertes, arboles muy altos y de troncos anchos. “Otra pregunta para papá, ¿qué especie de arboles son los que tenemos detrás de casa? Son arboles que nunca vi”, pensó nuevamente.
El paisaje que se generaba en este sector era espectacularmente hermoso, majestuoso, inmenso y denso. Un verdadero bosque verde. Puro, como Dios manda. En ese momento la sintió por primera vez, era muy fuerte.
Sintió La Fuerza, era extraña, nació de la nada. Algo lo llamaba, lo percibía, y Adrián se estremeció. Algo lo empujaba hacia el bosque rompiendo su voluntad y desatando su miedo en su razón y lógica. Algo lo quería y debía acudir a su llamado. Comenzó a caminar. La Fuerza crecía a medida que se acercaba al bosquecito de la parte de atrás de la casa, su mente se nublaba y sus pensamientos se sumergían en el mar de la confusión. El sudor, a pesar del frío del día, bañó su rostro y renovó sus temores a lo desconocido. Más temor le generaba que lo desconocido lo conocía a él. Conocía a Adrián.


Continuará...

domingo, 3 de abril de 2011

A esa mujer

   Me miraba a los ojos mientras hablaba. Estaba triste aunque sus ojos emitían una paz y armonía pavorosa. Y parecían soñadores. Se lo veía muy cansado de luchar contra el monstruo de todos sus días; aun sabiendo que perdería, no se rendía.
   -Ese es el problema. Ella no quiere saber nada de mí -me dijo-. Yo hago lo imposible para ganarme su respeto pero siempre termino ensuciándome más. Ya no sé qué hacer. La amo aunque ella utilice sus palabras para despedazarme en mil partes. Esas palabras que vienen acompañadas de odio y vaya a saber uno qué otros sentimientos más, excepto amor. 
   >> Es cierto que no hice demasiado para que me quiera como mínimo pero tampoco hice males para que me odiara como lo hace. Es mujer, es el aliento que necesitamos los hombres para vivir, es el aire que respiramos, sus sonrisas mueven el mundo, etcétera, etcétera... Son cosas que no puedo decirle cuando la tengo delante de mí porque le tengo miedo. Son poderosas y nos controlan a su modo y regocijo. 
   >> Últimamente estuve pensando en largarme de la ciudad y empezar desde cero. Una nueva vida en la que las mujeres no sean un problema grave. 
   Yo no sabía qué decirle. Sus palabras salían de su boca en un torrente descontrolado y sincero, y no quería callarlo. Todos necesitamos desahogarnos en algún momento.
   -Siento que voy a explotar -continuó-. Tengo que decirle algo antes de irme, no puedo guardarme este enorme peso que las palabras calladas ejercen sobre mí. Le tengo que decir que, por más mal que me haya hecho, aún la amo. Tengo que romper el silencio que inventé para evitarla cuando estuve enojado. Tengo que romper el frío clima que se crea en un lugar cuando estamos juntos. Tengo que gastar el duro filo de su mirada cortante hacia mí. Es más, debo acabar con su frialdad y es lo que haré ahora mismo.
   Supuse rápidamente que él debía estar equivocado en algunas descripciones. Ella es bonita y muy alegre. Su sonrisa desarma cualquier mal humor y cambia el clima negro de un lugar a blanco con una dulce alquimia. Pero él no lo entendía, nunca lo entendería. 
   Se levantó abruptamente sin saludarme y se fue apresurado como alma que lleva el diablo.
   Nunca más lo volví a ver. Nunca supe que fue de él y lo que le dijo a ella. Creo que el amor que sentía se lo tragó sin piedad y lo escupió en un mundo de locura interminable donde las voces nunca se oyen pero se sabe qué significan. 

   Mi voz dice TE AMO y estas palabras frías y muertas caerán a tus pies para serte fieles hasta que el amor eterno acepte que es efímero. Y el odio que hoy sentía se disolvió en un mar de tiempo y pensamientos razonables. 
   Ahora me queda romper la barrera del silencio entre vos y yo para que escuches lo que tengo para decirte y acabar de una vez por todas con esta ilusión soñadora.