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domingo, 8 de enero de 2012

Apertura de Medianoche

Los personajes y las situaciones narradas son ficticios. Lenguaje "fuerte".
En ningún momento intento ofender a nadie, si alguna vez alguien vivió algo similar, es pura coincidencia. 


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    El ruido a cumbia invadía los alrededores del boliche Medianoche. Eran alrededor de las once de la noche y la música sonaba a todo trapo. Los malditos Wachiturros se oían hasta el otro lado de la autopista, seguidos por extrañas mezclas de sonidos que solo los adolescentes entendían, inundaban los sueños de los pocos vecinos de Medianoche, el nuevo boliche de El Pato, una localidad al sur de Berazategui.
    Damián iba en el auto de su hermano José a la apertura del nuevo local pub para gente a la que le gusta emborracharse hasta el amanecer o terminar tirados en una zanja, lo que sucediera primero. Habían pasado poco más de dos años de esa noche en que su tío lo llevó al cabaret para que la pusiera por primera vez en su vida. Pero la noche del debutante no había sido del todo como lo esperaba el hermano de su madre, su amiguito le había jugado una mala pasada. Luego de esa noche su autoestima había bajado hasta rozar el suelo y reventar hormigueros, no quería saber nada sobre verle la cara a dios. Su tío Diego había intentado llevarlo un par de veces más hacia el sexo seguro (no higiénico) pero Damián se rehusaba a entrar de nuevo a uno de esos antros, hasta que su tío al final desistió. Y no pudo ponerla. Terminó el secundario hacía unas semanas atrás, con buenas notas, y se preparaba para comenzar la facultad en la ciudad de La Plata. Enero parecía ser el mes en el que todo su futuro se vería alterado luego de una extraña noche en la que todo sería posible. Esta noche de apertura hacia una nueva vida repleta de emociones absurdas y sin sentidos, como lo es vivir sin un motivo para hacerlo.

viernes, 6 de enero de 2012

Alas del cielo (Capítulo VII)

VII. SOLO UN SUEÑO

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   Marcos abrió el sobre con las cartas y le dio una a Agustina. Él se quedaba con la otra. Sentía como si experimentara un Déjà Vu, solo que Laura no estaba allí recibiendo una de las cartas, su amiga ocupaba su lugar.
   —Bien, no podemos hacer otra cosa más que esperar —dijo Marcos—. Ojalá tengamos tanta suerte o un poco mejor que cuando estuvimos arriba.
   Alejandro y Agustina asintieron.
   El sol se había movido unos grados en el cielo en una trayectoria inalterable. Alrededor del hospital se detectaba poco movimiento a esa hora de la mañana. Era como si los accidentes esperaran las horas picos para salir a las calles y causar estragos a los casuales (causales) afectados. En el horizonte se divisaba unos nubarrones negros que anunciaban una potencial tormenta.
   —¿Puedo sentarme a esperar a que llegue La Fiera? —preguntó Alejandro.
   —Sí, nadie te lo niega, Ale —contestó Marcos. Por alguna razón no se sentía del todo conforme con el avance de los sucesos. Sentía que era él quien debía estar al lado de Laura y no Renso, una vez más se sentía como una marioneta del destino, como si no actuara del todo como lo indicaba su propia voluntad.
   Cuando Alejandro se acomodaba en un bloque de cemento frente al hospital y se sentaba, llegaba Cielo con un acompañante. Marcos vio que era Ezequiel y su sorpresa casi le provocó un infarto. El desgraciado estaba en libertad.
   —¿Qué mierda hacés acá, hijo de puta?
   —Vengo a terminar mi trabajo, vecino. Los voy a matar a todos.
   Observaron que este llevaba un arma en una de sus manos, la derecha. La levantó y comenzó a disparar.
   Marcos se arrojó detrás del bloque que usaba Alejandro de asiento mientras este se dejaba caer de espaldas. Agustina corrió dentro del hospital. Ezequiel disparaba y gritaba. Era obvio que estaba más loco que una cabra. La Fiera levantó sus manos al cielo y las nubes que hacia rato se encontraban cerca del horizonte comenzaron a acercarse más rápido de lo normal entre relámpagos y truenos. Ella sonreía y los miraba ocultos tras el bloque. El viento arreciaba delante del hospital generando un remolino que danzaba con el cabello de La Fiera.
   Un guardia del hospital se asomó a la puerta principal y gritó a Ezequiel que dejara de disparar. Este hizo oídos sordos y disparó al interior del nosocomio. Un rayo cayó del cielo hacia el guardia que fue lanzado varios metros debido a la alta energía eléctrica que recorría su cuerpo.
   —Hija de puta —dijo Alejandro—. Es más fuerte de lo que imaginábamos.
   Marcos solo asintió. No podía creer lo que veían sus ojos. Todo debería ser un maldito sueño o, mejor dicho, una pesadilla.
   Si tan solo fuera un sueño.

domingo, 1 de enero de 2012

Alas del cielo (Capítulo VI)

VI. SEGUNDA VUELTA

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    Marcos vaga dentro de las pasiones de la oscuridad. Oye la voz de Laura proveniente de los abismos de la eternidad. Corre en busca de un amor que se pierde en el tiempo. La escucha pero no la ve. La siente pero no cree en ella. Necesita despertar pronto. Ella lo necesita aquí, en el mundo tangible. Una vez más.
   
    Alejandro zarandeó a Marcos para despertarlo y luego le preguntó si quería volver a casa. Este respondió que aún no. Tenía que esperar a que llegaran los padres de Laura. El olor a hospital se infiltraba a través de su olfato para golpearle la razón y nockear sus ganas de seguir otra vez. Ella estaba en coma.
    El disparo de Ezequiel le había provocado grandes daños a los pulmones y el corazón estaba débil. Solo quedaba esperar un milagro. Y de eso ellos aprendieron mucho en poco tiempo.
    ―Vamos a casa, necesitás dormir. Hace más de un día que no descansás, Marcos ―le dijo Alejandro,  preocupado por la salud de su amigo.
    ―No. Pronto llegarán los padres de Laura y necesito estar para explicarles lo que sucedió.
    ―No irás a contarles todo lo que nos pasó, ¿verdad?
    ―Claro que no. Creerán que estoy loco, y lo último que necesito es que me metan en un loquero, Ale. Andá vos a casa, son casi las cinco de la mañana. Fijate cómo se encuentra Agus. Está sola en casa y no debería ser así. Lástima que Martín no quiso quedarse con ella, maldito cagón.
    Alejandro aceptó y se retiró a la casa de Marcos. No podía hacer otra cosa más que esperar. Lo que todo humano odia: esperar sin hacer nada.
    Marcos se reacomodó en la silla del hospital y cerró sus ojos. Al menos allí, en sus sueños, podía hablar con Laura. Por alguna razón, ella lo buscaba en la oscuridad de sus pesadillas para contarle un secreto, pero no lograba alcanzarlo.

    ―Es tarde, Marcos ―le dice ella al oído. En la distancia su voz se hace más débil―. No la maté. Ella huyó para abajo y piensa volver pronto. Aún no terminamos.
    ―¿A qué te referís, Lau? ―le pregunta Marcos mientras extiende sus manos. Quiere tocarla, sentirla, abrazarla, besarla. Allí no hay médico que le prohiba verla.
    ―A Cielo. Está viva y es peligrosa. No puede ganar.
    ―No, amor. Te equivocás, ella está muerta.
    ―Chist ―le calla ella―. Abrí tus ojos. Estate atento. Encuéntrenla o moriremos. Todo depende de ustedes. Esto todavía no se termina.
    Su voz se oye lejana, se pierde en las profundidades del horizonte. Marcos cierra sus ojos. Todo es una pesadilla hermosa, solo eso.

    Marcos abrió sus ojos y vio parado frente a él a los padres de Laura. Se puso de pie y tragó saliva. Una vez más debería revivir el último momento de ella, ocultando muchos secretos que solo él y sus amigos conocían.