Pertenece a un pasado olvidado, ¿o a
un futuro lejano? Pertenece al anhelo de cada latido de su corazón, aquél es parte de un recuerdo que se aleja con cada segundo que transcurre en soledad. Las agujas del reloj giran ignorantes a lo que sucede en derredor, tal vez nada,
tal vez mucho. Un tic tac que
no pretende detenerse, al igual que la falta de inteligencia de los tontos que
creen que el final es feliz. Ese sonido se mezcla dentro de su cabeza
con los pensamientos de un amor despiadado, un amor que no quiere ser
amado, un amor que no miente.
Pertenece
a la luz de la oscuridad de un cuarto sumergido en los recuerdos de
una memoria que cuida cada detalle, cada centímetro de la piel de ella.
Intenta recorrer con sus labios secos, escasos de palabras, una vez más el mapa imaginario del
cuerpo de aquella mujer que supo entregarse al placer de la
felicidad. ¿Cuándo fue la última vez que intentó mirar hacia
delante? ¿Hay algo más allá del dolor? Tal vez lo esperan
unos ojos claros, con una profundidad inmensa, con una mirada eterna,
cansados de esperar... Tal vez no; los peligros de la desconfianza merodean a su alrededor.
Sí, pertenece a la falta de razón cuando supo que ella había decidido
correr hacia nuevos horizontes, derrotada por la grandeza del tiempo.
El tiempo, ¿quién pudiera ser capaz de matarlo?
Pertenece,
¿a qué pertenece...? Hay un abismo delante de su corazón y está
dispuesto a saltarlo. Al fin y al cabo será capaz de volar como lo
hizo su amor del pasado, o del futuro. Todavía no está seguro. El
poder del tiempo, el mismo que consume la vida y deja en el camino, inertes, las
acciones nunca llevadas a cabo por sus víctimas arrepentidas de las oportunidades
desechadas por la falta de decisión; el tiempo es implacable.
―¡Sé
tenaz con tus deseos! ¡Desafía la maldita existencia! ¡Enfrenta tu blanca pasión y la roja lujuria que te consume!―se dice por dentro, pero
tiene miedo.
Pertenece
al grupo de los cobardes. Pertenece al grupo de escritores que se dedican a derrochar palabras sin sentido una noche de invierno con la esperanza de revivir al menos en sus historias; escribir, la única manera que existe para
matar la ansiedad de volver a verla el día de mañana mientras oye
el crudo sonido de las agujas del reloj, recordándole que no le
queda mucho tiempo para abrazar un nuevo amanecer.
Se
pregunta si algún día ella leerá sus letras y entenderá lo que intentó expresar cuando escribió
tales pensamientos. Allí estarán hasta el fin de los tiempos a la espera de
recibir una lágrima y colocar el punto final donde corresponde.
Él es un tonto que todavía cree en los
finales felices...