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martes, 19 de abril de 2011

Paradoja



   «No temas a la oscuridad. No estás solo en el mundo.»
   La noche es ciega y los caminos se confunden con los atajos. La luna no ha salido esta noche y no volverá a salir nunca más. El tiempo se ha detenido. La eternidad ha tocado a su fin. Un error en el Universo destruyó los enlaces vida-materia de la realidad.
   Debemos caminar tomados de las manos para no separarnos jamás. Oigo sus latidos, su respiración nerviosa y entrecortada y sus pasos a mi lado. Las hojas muertas crujen al ser aplastadas por nuestros pies. No sé cómo ha sucedido ni por qué. Sólo sé que el Universo ya no existe y nosotros, la vida, tampoco.
   No podemos ver, todo está completamente oscuro. No hay estrellas en el cielo ni fuego en el infierno. Temo por la muerte de la eternidad porque su esencia se disuelve en nosotros, haciéndonos eternos.
   —Tengo miedo —me dice ella con la voz tambaleándose entre la línea de la locura con la cordura, intentando mantener el equilibrio para no caer a los abismos de sus pensamientos—. Creo que nunca llegaremos.
   —Yo también lo creo —le digo—. Pero debemos intentarlo. No hay tiempo por perder ya que no hay tiempo y, por ende, no será un problema.
   —Tampoco será la solución —agrega ella—. Las leyes de la Física maduraron hasta pudrirse en su esencia y consistencia.
   Y así fue.
   Estaba a la vista de nuestros ojos. Cada teoría, cada ley, cada modelo que idealizaba la realidad, la naturaleza, lo ocultaba entre sus líneas. El principio y el fin eran lo mismo; el Big Bang sólo era una teoría que buscaba calmar nuestra sed de dioses, fue creada por el Hombre para desplazar a Dios sin otro fundamento, nosotros necesitábamos ser nuestros dioses. El Todo era sencillamente un Instante y nosotros habíamos vivido durante ese efímero intervalo de nada. Sólo en ese intervalo eran válidas todas las leyes y teorías que científicos habían estudiado durante décadas, siglos. El tiempo no había existido, el Todo era un sencillo punto en un plano cartesiano de algo mucho más grande, mucho más colosal, inimaginable.
   Hoy el tiempo, el Instante, ha decidido morir y, junto a él, la eternidad lo ha acompañado al olvido.
   La luz ha desaparecido junto al tiempo y la eternidad. Todo el espectro electromagnético ha desaparecido: luz, calor, comunicación, vibraciones. Hasta nuestros sentimientos se bifurcaron en el vacío. Sólo oscuridad. Sólo frío. Sólo nada.
   Caminamos sobre una superficie que me exigí a creer que es un suelo de otoño pero no hay nada allí realmente, si es que alguna vez existió la REALIDAD. No hay principio ni fin, no hay extensión. Sólo hay un punto: nuestro Universo, y se está borrando.
  Lo peor de todo, lo que tanto tememos los seres vivos, es que tampoco existe la muerte.
   Estamos destinados a vagar por este instante el resto de nuestra eternidad. El problema es que, como dije antes, la eternidad ya no existe.
   —Es una paradoja. Nosotros somos una paradoja —le digo a la atmósfera vacía que me rodea, mientras espera  mi orden para transformarse nuevamente en ella así no me siento tan solo en este punto universal.
   —Te amo —me dice ella eludiendo nuestros verdaderos destinos.


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