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sábado, 16 de abril de 2011

El Pozo (Parte 4 de 5)

7

            Adrián estaba solo. Gritaba de dolor, le dolía la espalda ya que cayó sobre ella, y, además, gritaba de miedo.  Miró a su alrededor esperando encontrarse a sí mismo (pero sin ninguna función vital, o sea: muerto). Nada. El cadáver que había visto desde arriba del pozo ya no estaba. Sólo estaba él, solo. Trató de ponerse de pie pero parecía que se había torcido el tobillo, que le enviaba ramalazos de dolor a su cerebro diciéndole que no apoyara el pie derecho. Entonces volvió a gritar. Gritó con todas sus fuerzas sin prestarle atención a las quejas de su espalda debido a la intensidad de sus poderosos alaridos rogando ayuda. Sabía que nadie acudiría en su rescate. Al menos de momento. Además, ¿por dónde comenzaría su familia a buscar? Ni siquiera él sabía cómo había llegado hasta allí. ¿Dónde estaba el ser que vio arriba del pozo? ¿Qué sucedería si lograba subir y se encontraba con ese monstruo desagradable de buzo verde? No quería pensarlo. Estaba acorralado por su miedo intenso, y dentro del pozo de la muerte.

8

            Adrián logró ponerse de pie, al fin, pero no lograba encontrar el modo de escalar las paredes, la tierra estaba muy movediza y perdía estabilidad pronto. Por el momento había olvidado al ser oscuro de la superficie. Había pasado unas cuatro o cinco horas y la noche pronto caería. Nadie había ido a rescatarlo aún. No pensaba con claridad. Adrián estaba sumergido en un fuerte estado de shock. Funcionaba por medio de un piloto automático en su cerebro, sin pensar.
            “Morir a los dieciséis años”, pensó, “es muy injusto, mierda”. Todavía quedaban muchas mujeres por cojer. Todavía quedaban muchos besos de buenas noches de su madre. Todavía quedaban muchos pastelitos de tierra por comer con su hermano Luisito. Todavía quedaban miles de pajas por hacerse mientras pensara en mujeres argentinas, uruguayas, paraguayas... En ese momento recordó el celular, se le había caído dentro del pozo cuando estaba arriba. Comenzó a buscarlo. La oscuridad era cada vez más intensa, tanteó el suelo hasta encontrarlo. Lo tomó y encendió la pantalla. “Fuera de servicio”, rezaba el aparato.
            —Pedazo de mierda; sin señal —dijo Adrián enojado y arrojó el celular contra la pared de tierra con todas sus fuerzas, su espalda gritó tras este movimiento gobernado por el enojo. Volvió a llorar—. Qué calor está haciendo —percibió.
            La temperatura en el interior del pozo comenzaba a aumentar aunque arriba se veía el cielo nublado y se escuchaba el silbido del viento helado a esta hora, por lo tanto, debería hacer mucho frío. Pero no era el caso en ese oscuro hoyo.
            Miró por debajo de sus pies, entre los mismos emanaba del suelo un cálido vapor. La tierra se movía, pudo creer que era producto de su imaginación pero el temblor le dio el toque de realidad derrumbando la esperanza de que fuese sólo una fantasía o alucinación. La tierra se movía, tanto en las paredes como en el suelo. “Se parece a la tierra que les agregábamos a las lombrices que luego usábamos de carnada cuando íbamos a pescar a Chascomús”, recordó Adrián. Rió ante el recuerdo, le duró poco la nostalgia.
            Por debajo de él, el suelo se abría. Se quebraba. Se formaba una grieta. El terremoto era más intenso. Por encima de él, la tierra caía; alguien estaba echando tierra en el pozo con la pala de plata.
            —¡NOOO! —gritó Adrián con todas sus fuerzas, veía la pala de plata pero no  a su manipulador—. No, ¡estoy acá abajo! ¡AYUDAAAA!
            Desde la grieta del suelo sobresalía un resplandor anaranjado con un vapor extremadamente cálido. Adrián sudaba de pánico. Sabía que estaba en las puertas del Infierno y sabía, también, que el Infierno lo quería arrastrar a sus oscuros abismos.



Continúa...

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