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sábado, 16 de abril de 2011

El Pozo (Parte 5 de 5)

9

             Manos casi sin carne, extensión final de unos brazos ennegrecidos por el fuego eterno, asomaron por entre las grietas y las paredes del pozo con sus enormes garras.
            Adrián trataba de esquivar las horribles manos gritando de horror, tratando al tiempo de ahogar los horribles lamentos que oía provenir dentro de la tierra viva. Querían llevarlo con ellos al infierno, ¡AL INFIERNO! Por Dios.
            Lamentos eternos de dolor, olor a carne asada, pero carne asada podrida, en los fuegos interminables. Voces muertas. Todo oscuro…
            Adrián no quería ser parte de todo aquello. Pero no había quién lo ayudase. Entonces se decidió a trepar las paredes repletas de manos (con poca carne y ennegrecidas) que realizaban movimientos muertos.
            Miró arriba, la pala continuaba siendo manipulada por alguno de los demonios que pretendían esconder evidencias infernales. Esconderlas de Dios. El cielo estaba nublado, muy nublado y negro, veía Adrián. “Pues claro”, pensó entonces, “Dios se tapa los ojos con nubes para no ver el delito de su fiel amigo, Lúcifer o el Diablo, o cómo se llame”. Dios no lo ayudaría, estaba solo.
            “No vi nada, nada sucedió”, imaginó que podría decir Dios en la Corte De La Injusticia.
           
10

            El suelo se abría cada vez más debajo de Adrián, acabándosele el tiempo. Comenzó a trepar las paredes ahogando los gritos de su tobillo y su espalda. No le importaba lo que podría encontrarse arriba, lucharía contra el monstruo y huiría muy lejos pero no se quedaría allí abajo viendo cómo el Infierno lo devorara lentamente. Esquivó algunas manos y usó a otras como base para continuar subiendo.
            Algunas manos desgarraban su buzo con sus enormes y ennegrecidas garras. Le arrancaban trozos de ropa. Le destrozaban su jean azul. Le tomaron del tobillo dañado. Adrián gritó con todas sus fuerzas. Le desgarraban la carne de su rostro, la sangre escapaba de las profundas heridas acompañada de ardores mortales.
El dolor era terrible. Una mano salió de la tierra movediza de la pared a la altura del rostro de Adrián a una velocidad que no percibió su ojo izquierdo, la garra ahumada de la mano veloz se le metió en la cuenca de su ojo izquierdo reventándole el globo ocular. Adrián cayó al suelo a causa del intenso dolor que le azotó toda su cabeza. Lo siguiente que vio era sencilla oscuridad.  Pudo oír los lamentos cada vez más lejanos. La luz de su mundo se apagaba. Adrián se rendía ante el poder inmenso del Infierno. Cerró los ojos y dejó que las manos muertas hicieran su trabajo. Durmió.

El suelo continuaba abriendo sus pasos al fuego eterno. Las manos envolvían el cuerpo de Adrián, la tierra continuaba cayendo desde la superficie, arriba, paleada con la Pala de La Agonía, y el Infierno se abría paso entre las grietas.

EPÍLOGO

Desde la desaparición de su hermano, hace ya una semana, Luisito sueña con Adrián, sueña que lo viene a visitar. Adrián, en el sueño de Luisito, está con su ropa desgarrada, su buzo verde y su jean azul están destrozados. Su rostro está arañado y de las heridas sobresalen unas horribles lombrices verdes llenas de vida. La piel se desprende de sus huesos y emana olor a muerte. Le falta un ojo, el izquierdo; Luisito puede ver a los gusanos devorarse la carne muerta de su hermano a través del hoyo que dejó el ojo que ya no está; y el otro ojo, el derecho, irradia maldad infinita. Adrián le extiende su mano ennegrecida con sus enormes garras y le dedica una sonrisa muerta sin labios. Luego le dice con una voz pastosa, áspera, quebrada por la casi ausencia de las cuerdas vocales:
—El Pozo te espera, Luisito. Pronto estaremos juntos. Por siempre.
Luisito se sintió atraído por una fuerza, por La Fuerza.



1 comentario:

  1. Noooooooo, Luisito noooo!!! :'(

    Demonios, no me gustaría nunca toparme con ese Pozo!!! :D

    Genial relato, Cristian!!! Felcitaciones!!!

    ;D

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