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domingo, 3 de abril de 2011

A esa mujer

   Me miraba a los ojos mientras hablaba. Estaba triste aunque sus ojos emitían una paz y armonía pavorosa. Y parecían soñadores. Se lo veía muy cansado de luchar contra el monstruo de todos sus días; aun sabiendo que perdería, no se rendía.
   -Ese es el problema. Ella no quiere saber nada de mí -me dijo-. Yo hago lo imposible para ganarme su respeto pero siempre termino ensuciándome más. Ya no sé qué hacer. La amo aunque ella utilice sus palabras para despedazarme en mil partes. Esas palabras que vienen acompañadas de odio y vaya a saber uno qué otros sentimientos más, excepto amor. 
   >> Es cierto que no hice demasiado para que me quiera como mínimo pero tampoco hice males para que me odiara como lo hace. Es mujer, es el aliento que necesitamos los hombres para vivir, es el aire que respiramos, sus sonrisas mueven el mundo, etcétera, etcétera... Son cosas que no puedo decirle cuando la tengo delante de mí porque le tengo miedo. Son poderosas y nos controlan a su modo y regocijo. 
   >> Últimamente estuve pensando en largarme de la ciudad y empezar desde cero. Una nueva vida en la que las mujeres no sean un problema grave. 
   Yo no sabía qué decirle. Sus palabras salían de su boca en un torrente descontrolado y sincero, y no quería callarlo. Todos necesitamos desahogarnos en algún momento.
   -Siento que voy a explotar -continuó-. Tengo que decirle algo antes de irme, no puedo guardarme este enorme peso que las palabras calladas ejercen sobre mí. Le tengo que decir que, por más mal que me haya hecho, aún la amo. Tengo que romper el silencio que inventé para evitarla cuando estuve enojado. Tengo que romper el frío clima que se crea en un lugar cuando estamos juntos. Tengo que gastar el duro filo de su mirada cortante hacia mí. Es más, debo acabar con su frialdad y es lo que haré ahora mismo.
   Supuse rápidamente que él debía estar equivocado en algunas descripciones. Ella es bonita y muy alegre. Su sonrisa desarma cualquier mal humor y cambia el clima negro de un lugar a blanco con una dulce alquimia. Pero él no lo entendía, nunca lo entendería. 
   Se levantó abruptamente sin saludarme y se fue apresurado como alma que lleva el diablo.
   Nunca más lo volví a ver. Nunca supe que fue de él y lo que le dijo a ella. Creo que el amor que sentía se lo tragó sin piedad y lo escupió en un mundo de locura interminable donde las voces nunca se oyen pero se sabe qué significan. 

   Mi voz dice TE AMO y estas palabras frías y muertas caerán a tus pies para serte fieles hasta que el amor eterno acepte que es efímero. Y el odio que hoy sentía se disolvió en un mar de tiempo y pensamientos razonables. 
   Ahora me queda romper la barrera del silencio entre vos y yo para que escuches lo que tengo para decirte y acabar de una vez por todas con esta ilusión soñadora.

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