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jueves, 14 de abril de 2011

El Pozo (Parte 3 de 5)

5

            A la izquierda del cartel, había un pozo rectangular. Parecía una tumba, era del tamaño de una tumba. Del otro lado del pozo, a su izquierda, había un montículo de tierra ¡FRESCA! El pozo era nuevo, alguien o algunos lo habían hecho hacía algunos minutos, si no el sol ya la habría secado. Sobre el montículo había una pala de plata, el sol le arrancaba destellos cegadores a los bordes plateados. Adrián miró dentro del pozo, no pudo ver nada, se acercó más al borde, la transpiración de su cuerpo humedecía su camiseta de Estudiantes de La Plata y, la humedad,  se acercaba peligrosamente a su buzo verde. “En cualquier momento el frío me enfermará si sigo transpirando”, se dijo Adrián en silencio. Humedad era igual a Larissa Riquelme, no podía evitarlo, no podía arrancarse esa idea de la cabeza.
-¡Eso! -exclamó-. Con el celular tal vez pueda ver lo que hay dentro, con su linterna-, dedujo luego de asociar los pechos infartantes de Larissa con el celular que todo hombre desearía tocar y…, bueno…, chupar.
En ningún momento pensó que el sol del mediodía debería inundar con su luz el interior del pozo, lo que sería obvio, pero no sabía tampoco que el pozo mataba la luz solar, mataba a toda clase de luz. Tampoco sabía que el cielo estaba nublándose a una velocidad vertiginosa. Adrián sólo estaba atrapado por la fuerza inmensa del pozo, que había recobrado intensidad. Estaba entusiasmado, estaba perdido en el límite invisible de la razón con la locura.
Adrián tomó su celular e iluminó el interior con su linternita incorporada, el viento sopló fuerte en ese momento y Adrián se estremeció y dejó caer su celular al interior del pozo. Cuatro o cinco metros, pudo calcular mientras veía caer el celular Nokia al fondo. El aparato iluminó el interior del pozo. Había “Algo”. No. Mejor dicho, había alguien pero no se movía. Adrián se levantó tan rápidamente que casi cayó en el pozo. “Hay un muerto en el pozo”, pensó muy aterrado. Pero no era eso lo que más temor le generaba. Miró a los alrededores dispuesto a huir pero sus piernas no respondían a la orden, a la súplica. Lo que vio no lo dejaba pensar con claridad.

6

            El viento soplaba muy fuerte, tan fuerte era la velocidad del viento que lograba atravesar el buzo verde de Adrián, al que ya no le importaba enfermarse, sólo quería huir de allí, huir al bosque, a casa, pero estaba totalmente helado. Luego de darse media vuelta para retornar vio que no había bosque, simplemente había desaparecido. Estaba solo en medio de un campo que no terminaba nunca, que se extendía hasta el fin de los tiempos. Estaba solo. Mejor dicho, estaba acompañado del residente pacífico del pozo, acompañado de un muerto que conocía muy bien, el celular Nokia se lo había mostrado con su haz de luz.
            -La ropa, es la misma que la mía -dijo Adrián con la voz quebrada-. El buzo verde. Se parece a mí. El muerto se parece a mí- susurraba con las lágrimas escapando de su cárcel de masculinidad.
            Lo sabía. El muerto era él. Era Adrián.
            Volvió a acercarse al pozo, el cielo estaba totalmente nublado pero ahora pudo ver al huésped con mayor claridad, estaba a unos cuatro o cinco metros de profundidad y ese pozo era una tumba; “el campo es un cementerio”, se dijo al fin. Miró dentro del pozo: era como observar el futuro, donde la muerte reinaba sobre el silencio sepulcral y él era el único habitante del Reino de La Oscuridad. Se le heló la sangre y el corazón.

            Adrián volvió a dar media vuelta sobre su propio eje, ahora correría a ningún lado si era necesario, pero huiría del pozo oscuro. No quería seguir allí, junto a ese muerto. Cuando se dispuso a correr, en ese preciso momento, su mirada se encontró con la del monstruo.
            Era casi oscuro, tenía la carne desprendida de sus huesos, emanaba un horrible hedor a podrido, olor a muerte. Era alto como Adrián. Su único ojo, el derecho, era oscuro como los abismos del infierno mismo; donde debería estar el otro ojo, el ojo izquierdo, había un enorme agujero, pero no vacío, roto por algún golpe fuerte, desde donde podía verse su cerebro siendo consumido por gusanos insaciables de carne muerta. Tenía puesta una prenda verde, similar a un buzo, llena de moho, desgarrada por algún animal con enormes garras, su jean azul también fue desgarrado. Su rostro tenía marcas de rasguños profundos y asomaban horribles seres parecidos a lombrices verdes, llenas de vida. La carne se desprendía de los huesos dejando su esqueleto desnudo. Adrián gritó con todas sus fuerzas al ver a este monstruo, gritó de terror, gritos de locura. El monstruo, que irradiaba maldad infinita y desprendía olor a muerte, lo miró.
            La figura muerta dio un paso hacia Adrián sonriéndole con una mueca muerta, sin labios y mostrándole sus dientes; su único ojo brillaba de maldad. Adrián dio medio paso hacia atrás, intentando alejarse de la cosa, pero perdió el equilibrio y cayó dentro del pozo.


Continúa...

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