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lunes, 3 de enero de 2011

Debutante

Antes que nada, debo advertirles que este relato contiene palabras groseras, por decirlo de algún modo. Si no le gusta este tipo de groserías, ni intente leer este relato. Hay un lenguaje demasiado argentino y vulgar. Está avisado, esto es diferente a lo que llevo publicado.


Este relato fue creado originalmente para disfrutar con mis amigos, pero me gusta y quiero compartirlo con ustedes. Acepto críticas en contra. Aviso que puede haber algún error porque no suelo frecuentar estos lugares pero tampoco critico a quien lo hace.











1
    El silencio que se generó cuando su tío hubo apagado el motor del Torino estremeció a Damián. Su tío se detuvo al lado de un hermoso Bora a la derecha y un sucio y destartalado Fiat 147 azul a la izquierda. Luces rojas marcaban el contorno del frente del “local”. La luz del alumbrado público generaba en la cara de los tres tipos una vitalidad espeluznante e infernal. El cabaret se elevaba frente a ellos. Damián lo observó con gran admiración. Hoy le conocería la cara a Dios.
    El tío Diego fue el primero en bajarse del auto, de su auto, Damián iba en el lado de acompañante y atrás estaba José, el hermano de Damián.
    —Bueno, muchachos —dijo Diego—. A festejar el cumpleaños de Dami.
    Damián estaba emocionado, en un estado de excitación que a duras penas podía controlar (a “dura” aún no quería llegar). Era su cumpleaños número dieciséis y jamás se le dio la oportunidad de garchar, tal vez era el destino que se empeñaba en dejarlo solo; o era su cara de boludo la que no le permitía ir a una batalla entre dos, la que no le permitía ir a la guerra, y siempre terminaba batallando en plena soledad bajo la luz del foco de 100 watts del baño.
2
    Desde la puerta se escuchaba música que Damián no conocía pero que José y su tío Diego tarareaban a la perfección.
    —Esto es un poco de cumbia, Dami —le dijo Diego—. Hay cachaca, algo de Bronco, romantiquito, o Los Ángeles Azules, ¿te cabe Los Mensajeros del Amor? ¿Conocés Brindys?
    —No sé quiénes mierda son esos —contestó Damián que sólo escuchaba Molotov y La Renga.
    —Vamos que alguna de Daniel Cardozo te conocés, papá —acotó José.
    —Sí, pero no sé. ¿Es importante la música en estos lugares?
    —Vamos y verás, sobrino —dijo Diego.
    Diego se acercó a la puerta, la abrió e hizo el gesto para que entraran. José fue el primero. Damián miró parado desde afuera con cierta desconfianza al interior, en muchas charlas escuchó que en los cabarets se cagan a trompadas, corre la merca y encima corrés peligro de enfermarte con algunas de esas enfermedades jodidas.
    —Vamos, Dami —le invitó su tío—. Vamos que el polvo lo pago yo.
3
    El interior no era como Damián se lo había imaginado, no como los mostraban en las películas yanquis. El lugar era una mierda. Flotaba el humo de los puchos (o porros, Damián no lo sabía con certeza) y el olor a birra era intenso y penetrante. La música sonaba tan fuerte que su tío y su hermano gritaban en vez de hablar. Miró el local, había una mesa de pool (que nadie estaba usando), unas cuatro o cinco mesas cuadradas, una barra, allí estaba la mayor parte de clientes y mercancía, y, al fondo, un pasillo que daba a una oscuridad infinitamente orgásmica, “ahí van a ponerla” le dijo José, un cabaretero desde los quince años que rondaba los veintidós.
    —Vení —lo llamó Diego—. Vamos a tomarnos una birra. —Llamó al tipo de la barra y le pidió la birra al oído con ímpetu, el tipo asintió y su tío le dijo algo más al oído, el tipo volvió a asentir y le dijo algo a su tío, ambos rieron.
    De fondo sonaba canciones no conocidas por él. Sonaba algo de cumbia villera, sonaba algo que se titulaba "La Zorra". En la pista, si se puede llamar pista a un suelo de cemento arenoso lleno de polvo, había un par de putas con sus respectivos clientes. Uno le manoseaba el culo y la apoyaba contra su cuerpo. La otra mina le meneaba el culo en la verga de un tipo vestido de traje, parecía un empresario. Damián dedujo que la música sí era importante en estos lugares.
    —Ese tipo —dijo Diego señalando al cliente del traje al cual le meneaban la cola en su verga—, es el dueño del Bora que está al lado del Torino. Es concejal de Quilmes.
    Damián asintió sorprendido. Un tipo importante iba a los cabarets de mala muerte en lugar de ir a Cocodrilo, el cabaret VIP y más importante de Buenos Aires, del que escuchó hablar alguna vez.
    —Vení, vamos al lado de la mesa de pool —pidió su tío una vez recibió dos pequeñas botellas de Budweiser.
    José se había alejado con una morocha, flaca y de unas gomas infartantes, pero fea de cara al parecer. La poca luz del interior no le daba demasiados detalles de la gente.
    —Hablé con Gastón, el tipo que está en la barra y dueño del breca. Le pregunté si me podía conseguir la mejor mina que tuviera y me dijo que iba a mandar a Carla, una negra que te va a pintar la verga de colores.
    Damián sonrió. Sintió un hormigueo en Damiancito.
4
    Una rubia se acercó a su tío, lo besó en los labios y le manoteó el bulto. «Dios, qué mina atrevida», se dijo Damián a sí mismo.
    —Estrella, te presento a mi sobrino, Damián. Todavía es suavecito y esta noche lo vamo´ a destetar.
    —Hola —lo saludó Estrella al oído dándole un beso cálido en la mejilla.
    «Por Dios, es un hombre», dedujo Damián al tiempo que oyó el «hola» de Estrella.
    Sonrió débilmente y se asustó un poco. Jamás había visto un travesti de cerca. Hoy era la Noche De Sus Primeras Veces en todo, hasta en conocer a un travesti. Le dio un sorbo a su botella de Budweiser.
    Apoyado en la mesa de pool volvió a mirar a su alrededor, buscó y encontró a su hermano, estaba bailando con la tetona morocha y con sus manos apoyadas en el culo de ella. Ella parecía feliz. Bailaban al son de música del Paraguay, por lo que oía. Veía muy poco, había poca luz en el interior provenientes de luces rojas y otras que hacían brillar su remera blanca y los dientes de su tío cuando sonreía. Esas luces que usan los quiosqueros para que los giles del barrio no lo garquen con algún billete de cien trucho.
    —Ya viene tu negra —le dijo su tío al tiempo que señalaba a una mina que emergía de la oscuridad infinitamente orgásmica del pasillo del polvo de quince minutos.
    Damián comenzó a sentir sus piernas débiles y el hormigueo en sus entrepiernas cesó de momento. El miedo se adueñó de su ser. Jamás había tenido novia y lo más cercano al sexo que tuvo en su vida fue un beso en la comisura de sus labios por parte de Noelia, a los once años, exceptuando las interminables sesiones de paja hojeando las revistas Hombre o navegando por páginas pornográficas desde el celular. «Dios bendiga al 3G», dijo mientras su mente volaba por los aires del cálido y viciado cabaret. Comenzó a sudar y su tío lo miró con una cara de rareza que a él no le gustó mucho.
    —Tranca, Dami —dijo—. La argolla tiene labios pero no tiene dientes, y no te va a arrancar la cabeza de la chota —concluyó guarangamente.
    Carla se acercó a Diego. Damián la miró mientras saludaba a Diego como se saludan dos viejos amigos después de meses sin verse, o dos pelotudos salidos del colegio en La Plata.
    Carla luego miró a Damián y asentía mientras Diego le hablaba al oído derecho y Estrella le acariciaba el «muñequito insaciable de flujo femenino», textual de Diego en varias ocasiones. «Si la tía Fernanda se enterara de lo que hace mi tío cuando va a los cumpleaños de los sobrinos le daría de comer ese muñequito a los perros de la calle después de cortarlo con un Tramontina oxidado», bromeó para sus adentros revueltos por mariposas sexópatas.
    Finalmente, Carla se acercó a Damián y le susurró al oído muy tiernamente: «Esta noche te voy a hacer ver las estrellas. No podrás caminar por una semana, virgencito.»
    El virgen abrió los ojos de par en par, querían huir de sus orbitas.
5
    Carla llevó a Damián al pasillo de oscuridad infinitamente orgásmica, que no era tan oscuro al fin y al cabo, y lo hizo entrar a uno de los cuartos que daban al pasillo del sexo de quince minutos. A lo lejos, Diego observaba la escena abrazado a Estrella y José bailaba con su morocha ahora al son de cumbia mexicana. Damián entró en la habitación.
    Había una cama de plaza y media, una mesita de noche en el lado derecho y un enorme espejo en el techo. Era demasiado lujoso para el bar en sí mismo, contrastaba demasiado. «Debe ser vip», pensó Damián. A su derecha había un armario y Carla se dirigió hasta allí. La luz era igual de débil que fuera de la pieza, pero veía muy bien a esa altura ya que se había acostumbrado.
    —No te quedes parado. Sacate la ropa, nene —le dijo ella al tiempo que se quitaba la camiseta transparente y luego la pollera. Damián debía admitir que Carla era muy hermosa para ser parte de la Legión de Putas de El Peligro, Capital Nacional del Cabaret.
    Por un instante, a Damián, lo azotó la vergüenza pero al final se bajó la bermuda y se quitó el calzoncillo. Se dejó la remera puesta. Su pene estaba decaído (fofo), producto del miedo que le generaba el momento. Ella le señaló la cama y él se echó boca arriba sobre la misma. Con Damiancito mirando al cielo y un poco relajado.
    Carla se subió a la cama, se arrodilló al lado de Damiancito y le colocó un forro con delicadeza. Llevó su boca al pene caiducho y comenzó a chupar, adelante y atrás, adelante y atrás, para meterle el forro con los labios. A Damián le temblaba las piernas y hacia fuerza rogando que Damiancito se parara del todo. Apretaba las nalgas (fruncía el culo) pero nada. Su fiel amiguito se dormía en los laureles. Le tocó una goma a Carla, de paso para sentir el tacto de una teta, era suave y pequeña, nada de otro mundo, pero nada, el loquito no respondía al estímulo.
    Carla aumentó la velocidad del pete, comenzó a rozar con sus dientes al pene (que le generaba dolor en la cabeza de Damiancito, casi ardor) pero no había caso. Se detuvo, miró a Damián y le preguntó:
    —¿Acaso ya acabaste?
    —No —respondió Damián con la voz temblorosa por el esfuerzo sobrehumano por despertar a su eterno compañerito.
    Carla le quitó el preservativo a Damiancito con aires de decepción y Damián comenzó a jalarlo por sí mismo, se miró al techo y se vio a sí mismo tocándose nuevamente, sobresaltaba el monte de pendejos. Carla dejó el forro dentro de una bolsita y sacó un segundo para intentarlo una vez más. Damián pensaba en muchas cosas pero no en garchar, pensaba en Estefanía y en lo mucho que la amaba, pensaba en las veces que tenía que resistir para mantener a Damiancito dormido mientras Estefi lo abrazaba y apoyaba sus firmes tetas contra su pecho, y ahora que tenía a una mina casi del todo en bolas, el muy puto no quería reaccionar. Mala leche, desgracia orgásmica.
    Último intento, Carla volvió a ejercer el mismo acto, Damián hacía fuerza con cuerpo y alma y leche acumulada. Nada, Damiancito había sucumbido en los campos del placer. Se había dormido.
6
    —Vestite —le ordenó Carla mientras se ponía su camisa transparente sin manga con bastante violencia. Damián hizo caso. Se sentía frustrado.
    Su primera vez se vio destruida porque su verga no dio respuestas a los estímulos de una loca infartante.
    Damián dejó caer una lágrima en honor al caído sin haber luchado.
    Salió de la pieza para zambullirse en la oscuridad infinitamente orgásmica del pasillo del sexo de quince minutos; tras él, Carla cerraba la puerta. Al final del pasillo lo esperaba Diego y José. Damián casi dejó caer otra lágrima pero la contuvo.
    Diego lo miró y vio preocupación en su cara, supo que algo andaba mal, sólo había estado siete minutos en la pieza.
7
    —Así que no se te paró, Damián —dijo José después de escuchar el relato de su hermano sobre los hechos.
    —No —contestó Damián un poco sorprendido, creía que se burlarían de él cuando hubiera terminado de contar los sucesos pero no fue así.
    —Entonces la próxima vez tendremos que darle al viagra, un cuarto de pastilla pa´ que no duela la pija ya que sos joven, Dami —le dijo Diego mientras arrancaba el coche y reía.
    —Ya habrá otra oportunidad —lo alentó José y le palmeó el hombro.
    —Eso espero —susurró Damián mientras miraba como el cabaret se perdía en la distancia, en el horizonte. Y la luz del crepúsculo era más intensa.
8
    Durante esa mañana, Damián se despertó con su amiguito al palo. Había soñado con Carla. Tuvo que descargar a Damiancito a mano en el baño, una vez más. Lloró de bronca.

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4 comentarios:

  1. ¡Ja! ¡Muy divertido, de verdad!
    No se ande disculpando sobre lo que escribe, que bastante bien lo hace.
    Un abrazo.

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  2. Permiso,aca vengo con mi comentario.Dijiste que aceptabas criticas y no voy a cuestionar el lenguaje usado para nada.La historia en si esta interesante y me gusto el contenido,solo que deberias revisar ciertas cosas del texto,como el uso de plurales y singulares.Solo eso,para que tu historia no pierda calidad,ya que esta muy bien hecha.Saludos! Y espero no haberte molestado.

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  3. Pues, no me ha molestado para nada. El problema es que yo no estoy hecho para andar corrigiendo textos, me cuesta fatalidades. Intentaré igual revisarlo. Espero que los últimos hayan mejorado un poco. Espero que sí.

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  4. Cómo me hiciste reír con este relato. Sos un capo, jajajaja.
    Me preparo para Apertura de medianoche con un comentario más completo.

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