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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Alas del cielo (Capítulo V)


V. LA MUERTE ES EL FILO DE LA VIDA
(ASES BAJO LA MANGA)

1
   Marcos miraba a sus compañeros. No sabía cómo comenzar a contar la historia que habían vivido los últimos dos días. Martín no entendería nada y Agustina creería que estaba loco, aunque el hecho de que vieran desaparecer a esos dos ángeles en medio de un intenso destello de luz podría fortalecer su relato. Agradecía a Dios que no hubiera nadie en la cancha, en el buffet solo estaba el loco que atendía pero estaba ensimismado en algún partido de la B. Bien, era hora de contar toda la verdad.
   Agustina se secaba las lágrimas con la manga de su camiseta mientras Laura continuaba abrazándola. Alejandro y Martín esperaban sentados en una mesa que se encontraba fuera, en el patio. Marcos los miraba a todos. Sabía que esto aún no terminaría, pero no sabía por qué.
   ―Vos me pediste que te explicara todo este asunto. Bien, llegó la hora de aclarar muchas cosas ―dijo mirando a Agustina.
   Empezó desarrollando el momento en el que, con Ale, encontraron a Renso en el baldío, totalmente desnudo y con una ala rota. En ese momento le contó a Laura que se había quitado sus alas porque estas intensificaban los sentimientos de los humanos y que lamentaba habérselo ocultado, ella no dijo nada, solo lo observaba. Dijo que lo había hecho por amor y un poco más para adornar el relato. Contó todo lo que pudo, de vez en cuando Agustina le preguntaba alguna cosa y él se la respondía. Alejandro ayudaba cuando era necesario.
   ―Es así, Agustina. Él está enamorado de vos y se sacrificó por amor. Ahora miralo, vino su señora, una vieja bruja que se lo llevó tirándolo de las orejas.
   ―Y además está muy buena ―observó Martín.
   Cuando Marcos estaba por terminar de contar su relato, resumido, unos veinte minutos después, apareció un nuevo personaje en escena.


2
   Ezequiel se puso de pie y miró a su alrededor en busca de esa mujer que había intentado destrozarlo en mil pedazos. Todavía salía humo del agujero que había dejado la explosión que lo arrojó a la mierda. Se miró sus pantalones y vio que estaban mojados. Estaba muy enojado, sentía la necesidad de golpear a alguien. Su orgullo había sido roto por una mujer armada, desnuda pero armada en algún lado de su cuerpo.
   Cuando se disponía a entrar a su casa para cambiarse los pantalones y llamar a la policía, oyó un estruendo y observó cómo el baldío se iluminaba con una fuerte luz nuevamente. Miró al pozo más grande y divisó allí a un hombre desnudo observándolo con ojos muy escrutadores.
   ―Hola ―lo saludó mientras extendía sus alas. Era una de esas criaturas como la mujer que había querido matarlo―. Estoy buscando la cancha de fútbol del pueblo.
   Ezequiel temblaba de arriba abajo, intentaba mover sus labios pero no podía. Estaba paralizado del terror. Esta criatura iba a matarlo, si la mujer no lo había logrado ahora esa cosa terminaría el trabajo por ella.
   ―¿No sabés? ―le preguntó el extraño desnudo, frunciendo el ceño.
   Ezequiel levantó su mano derecha y señaló hacia el oeste, donde estaba la cancha.
   ―Gracias ―respondió el extraño. Agitó sus alas y se fue volando, como lo había hecho la mujer armada hacía un rato.
   Cuando el hombre hubo desaparecido en el cielo, Ezequiel entró en su casa. Miró el teléfono, unos minutos antes había pensado en llamar a la policía pero si ahora les decía lo que había visto, lo encerrarían en un loquero. Además, ya estaba un poco loco. Entró en su habitación, se cambió los pantalones y, luego, buscó su arma, un .38 que se había comprado por seguridad hacía un par de años y que nunca había utilizado salvo en las clases de práctica. Verificó que su mujer y su hijo no estuvieran en casa, cosa que los martes era así ya que iban a visitar a sus tíos, y cargó el revólver. Salió al patio y se sentó mirando al baldío. Si alguien más aparecía, no dudaría en dispararle. No le causarían más daño del que ya le habían hecho. Después tendría pruebas para la policía y así arrestarían a su vecino, Marcos, el culpable de toda esta locura. Estaba seguro de esto como de la presencia de las fisuras en su razón. Esperó, sabía que alguien más aparecería allí pronto.
   Era paciente, la noche larga y el final infinito.

3
   Agustina miraba a Marcos, le costaba entender todo esa maldita historia. Solo estaba segura de una cosa: estaba enamorada de Renso; no sabía por qué, cosas del amor. Lamentaba haberle hablado y decirle que se fuera de allí, que no quería verlo más. Así somos todos: nuestras palabras son una poderosa arma capaz de matar sentimientos y derrumbar momentos, ahora lo sabía. Más lágrimas pedían permisos para recorrer sus mejillas pero no iba a llorar. Ya no.
   ―Ahora no podemos hacer nada. Renso se fue para siempre ―concluyó Marcos.
   ―No es así ―dijo una voz que provenía de la oscuridad de la noche.
   ―¿Quién habló? ―preguntó Marcos.
   ―Mi nombre es Patricio ―dijo el hombre que caminaba hacia ellos, desnudo, iluminado por una tenue luz que le daba un aspecto onírico―. Y vengo a buscar a los amigos de Renso.
   Los chicos se sorprendieron.
   ―Necesito llevarlos al Cielo pronto. Son ordenes del Jefe.
   ―¿Dios? ―preguntó Alejandro.
   ―Así es. No tenemos tiempo que perder.
   ―¿Y por qué tendríamos que ir allá arriba? ―preguntó Laura, ofendida porque Marcos le había ocultado algunos detalles sobre la situación de Renso. Pero lo entendía, temía romper el bello momento que se había generado en su casa, aun así le había mentido.
   ―Porque sino Renso morirá por las manos de su mujer. Y ser asesinado por un demonio no es nada bello ―respondió Patricio, serio.

4
   Cielo lleva a toda velocidad a Renso sobre su hombro. Cruzan la brecha al borde de la nube «Monumental» y luego la cierra para que no entre ni salga nadie más. Ella es consciente de que porta un poder mucho más elevado que el de los ángeles normales, e incluso los arcángeles. Un poder que piensa utilizar muy pronto. Por ahora, lo usará con Renso. Lo baja, le mira la espalda y recuerda que no lleva alas.
   ―¿Dónde están tus alas, Renso? ―le pregunta a su marido.
   ―Me las quité. Ya no soy un ángel. Ahora soy humano y no somos nada.
   ―Oh, claro que sí. Entonces estás enamorado de esa mujer. Sabía que los humanos lo único que generan son desastres tanto en su Tierra como en el Cielo, la cagan en todas partes. Pero eso pronto se acabará. Soy paciente, a esa mujer la voy a matar a su debido tiempo. Pero antes tenemos que hablar un poco.
   ―No hay nada de que hablar ―dice Renso, agotado por el viaje al Cielo, cansado por un amor que no lo quiere. Piensa en Agustina y lo único que anhela es su final. De nada sirve vivir si no es junto a ella. La Fiera está muy loca, lo bien que le vendría que lo matara ya―. Matame, es eso lo que querés, Cielo.
   ―Aún no. Vamos a disfrutar un poco. Te merecés un castigo por engañarme. Nadie se escapa de mí, amor ―le dice ella, furiosa.
   Entran a la casa y ella levanta a su marido otra vez sobre su cabeza y luego lo arroja al suelo cual bolsa de basura. Renso profiere un grito de dolor. Cielo ríe a todo pulmón. Piensa gozar cada momento. Luego, a continuar con su plan.
   ―Sé que me ves, Dios. No quieras hacer nada. Pronto te quitaré de tu maldito trono. Mi poder es inimaginable.
   Sus carcajadas se oyen en todo el Cielo.


5
   Patricio estaba en el centro del círculo formado por Marcos, Alejandro, Agustina y Laura, tomados de las manos. Martín observaba a un lado la escena, procurando que nadie viera lo que sucedería a continuación. Ese era su papel en esta historia, según el ángel.
   ―Bien. Allá vamos ―anunció Patricio.
   Una luz intensa emergió del centro del círculo y desaparecieron al instante. Martín miró la escena, todo era muy increíble.
   Vio que no había nadie afuera y se dirigió a la casa de Marcos. A él le quedaba esperar a que todo acabase. Mientras tanto debía cuidar la casa de su amigo, así se armaba el plan de Patricio, así debía ser. No sabía cómo había terminado metido en toda esta locura; parecía producto de la imaginación de un loco, tal vez él estuviera loco pero no lo creía, todo era muy real, todo era muy tangible.
   Cuando llegó a la casa de su amigo, en el terreno de al lado el vecino se encontraba absorto en el cráter del baldío con su arma colgando de su mano derecha como un péndulo ideal.

6
   Aparecen frente a una puerta tan alta como un edificio de New York y brillante como un sol de verano en esta misma ciudad. Es dorada y tan ancha como una autopista. A un costado de la puerta hay un portero con una túnica blanca, de barba y pelo largo, ambos también blancos. Sus alas son diferentes a las de Renso y Patricio, son mucho más grandes. Está sentado y escribe en una computadora de la marca de la manzanita.
   ―Hola, Pedro ―lo saluda Patricio.
   ―Buenas, Pato. Veo que traés visitantes al Cielo.
   ―Órdenes de Dios.
   ―Bien, veamos. Necesito nombre y apellido de cada uno de ustedes. ―Los cuatro les dan su información, Pedro anota cada dato en la máquina y luego imprime una credencial que los identifica como visitantes del Cielo―. Bien, pueden ingresar. Que les sea leve. Por cierto, deben quitarse la ropa.
   Marcos se niega a hacerlo, no quiere que su mujer ande desnuda por ahí. A Ale le da lo mismo, andar desnudo entre desconocidos es una experiencia interesante para probar. Agus está pensando en cualquier cosa más importante que hacer nudismo entre las nubes celestiales.
   ―Está bien, haré la excepción porque son invitados de Dios. Entren, vergonzosos. ―Pedro se ríe.
   Los visitantes le agradecen. Marcos emite un suspiro de alivio. Nada de desnudos ya, ni que esto fuese una porno de clase B.
   La puerta se abre, un horrible chirrido genera temblores en todo el Cielo. Los visitantes se tapan sus oídos porque el ruido se hace insoportable.
   ―Es que hace tiempo que nadie entra acá ―se excusa Pedro―. La era moderna se está llevando las almas para el horno eterno.

7
   Cinco seres caminan por un sendero de color gris durante unos minutos en fila. Hay muchas personas caminando por todos lados, algunos con aureolas que brillan y otros con alas y sin artilugios celestiales en la cabeza. El Cielo es tranquilo y parece muy aburrido.
   ―¿Adónde vamos? ―pregunta Alejandro.
   ―Estamos yendo a ver a Dios. ―Los cuatro humanos se sobresaltan ante tremenda noticia de Patricio―. No se pongan así, no creo que los vaya a castigar por las vidas que estén llevando. Esto es algo más importante. Además, no creo que vayan a verlo, solo a oírlo.
   ―Ah, como en La Biblia ―acota Laura. Agustina la abraza para no sentirse sola. Lo que uno hace por amor. Es cierto que un enamorado llega a conocer el Paraíso, pero no sabía que fuese tan explícito.
   ―Más o menos. No todo lo escrito allí es como sucedió. Generalmente las palabras adornan un poco la historia que cuentan. Ténganlo muy presente por si se cruzan con un escritor.
   Continúan caminando. Alejandro se arrodilla y toca una nube. Recuerda un episodio de Dragon Ball Z en el que Gokú comía nubes mientras recorría «El Camino de La Serpiente». Toma un trozo, suave como el algodón, y se la pone en la boca, mastica y, luego de poner cara de mucho asco, escupe todo.
   ―Es una basura ―dice―. Y yo que pensaba que eran como los algodones de azúcar que venden en las plazas. No entiendo cómo Gokú logró sobrevivir a base de esta mierda.
   Corre hasta alcanzar a sus amigos que lo dejan rezagado y hablando solo.
   ―¿Por qué algunas personas tienen alas y otras tienen aureolas en la cabeza? ―le pregunta a Patricio luego de observar un poco a los habitantes celestiales.
   ―Porque unos son ángeles y los otros almas de personas muertas. Así de fácil.
   ―Y tengo otra duda: abajo nos dijiste que la muerte de una persona provocada por un demonio es horrible, ¿acaso la mujer de Renso es un demonio?
   ―Según lo que me dijo Dios, Cielo es más poderosa de lo que imaginamos. Ella debió bajar cuando Satanás fue echado del Cielo junto a muchos ángeles, o demonios mejor dicho. Pero quedó arriba, su poder aún no era tan intenso como ahora. Dios nos necesita para desterrarla. El problema es que, aunque nosotros, los ángeles, podemos acabar con los demonios, sus esencias quedan en nuestras almas y viceversa. En otras palabras, quedamos atrapados en el cuerpo de nuestros asesinos. En cambio, con un humano es todo un poco diferente.
   ―¿Qué tan diferente? ―pregunta Marcos.
   ―Lo suficiente para que uno de ustedes mate a Cielo.
   Marcos se detiene y mira a Patricio por la espalda, su culo peludo le apunta a su cuerpo.
   ―¿Estás diciendo que debemos matar a esa mujer?
   ―Básicamente, si lo hago yo o Renso, podríamos perder nuestra esencia y alma, algo que nos dura toda la eternidad. Si lo hacés vos, ella simplemente desaparece. Así me lo dijo Dios. Por esa razón ustedes están aquí. Si no lo hacen, ella podría llegar a Dios y bajarlo de su Reino y todo el Universo se iría al carajo. El Jefe los eligió para que cumplan esta misión, el resto son solo daños colaterales.
   Agustina piensa que su amor por Renso no es un daño colateral. Ella lo ama y lo quiere salvar, él se sacrificó por ella. Ahora es ella quien se debe sacrificar por él. Mira a su alrededor, todo es culpa de Dios que no es capaz de mantener a su creación en los límites que les impuso.
   ―Chicos ―continúa Pato―, ninguno de ustedes debe ser asesinados por ella, es un demonio y se queda con las almas de sus víctimas, que les quede bien claro. Les pasa lo mismo que a los ángeles.
   Alejandro tiembla ante esta noticia. No cree todo lo que está viviendo. Se halla entre la espada y la pared. Todos están iguales. Aun así continúan caminando, arrastrados por una magia tan poderosa como el final mismo.

8
   Patricio se detiene cuando llegan a una puerta de un edificio enorme. En la misma hay colgado un cartel que reza «Oficina de Dios. Entre y espere; pronto será atendido». Marcos se apresura y entra sin siquiera golpear la puerta.
   Los demás lo siguen.
   ―Hola ―los saluda una secretaria al otro lado de su escritorio―. Esto es para ustedes. Dios me dijo que se los entregue ya que, por razones obvias, no pueden verle la cara. Podrían oírlo pero prefirió no hablar, la política se está yendo a la bosta y el Jefe quiere guardar un poco su compostura.
   Marcos toma el sobre que les extiende la secretaria. Lee lo que dice en el mismo: «La muerte es el filo de la vida». Rompe el sobre y saca dos cartas y un papel doblado.
   ―Son anchos de espadas, una es rosa y la otra azul ―observa Marcos mientras mira a la muchacha (¡que no está desnuda!) a los ojos.
   La secretaria encoje sus hombros haciéndoles saber que no tiene la más puta idea.
   ―¿Qué dice el papel? ―le pregunta Laura.
   ―Dice «Ustedes son mis Ases bajo la manga. No pueden fallar».
   Laura se acerca a la puerta y mira a la empleada de Dios.
   ―Bueno, gracias ― le dice. Salen de la oficina―. ¿Y ahora qué hacemos con estas cartas, jugar al «Truco»?
   ―Ir a la casa de Renso ―responde Patricio.
   Marcos mira los ases. Uno de los bordes de una carta le corta la yema del dedo abriéndole una pequeña herida casi limpia. Observa que son de metal y tienen mucho filo, como una espada. Las mete en el sobre y luego lo guarda en el bolsillo.
   Patricio encabeza el grupo. Lamenta el momento en que se fue a cojer al infierno, ahora está metido en todo este asunto de mierda. Y Dios que siempre encuentra el momento para hacerlos pagar por sus pecados.

9
   Cielo mantiene a Renso atado a una silla. Le acaricia el rostro suavemente. Sus ojos emiten una luz roja, dentro de los mismos arden fuegos de poder, mucho poder. Sonríe.
   ―Fuiste un gran hombre, Renso. Pero todo esto ya se acabó.
   Extiende sus manos y un destello de luz sale de ellas. Una explosión se produce detrás de Renso. Éste ni siquiera se inmuta.
   ―Dale, metele pata, loca de mierda. Matame de una vez por todas que tengo cosas que hacer.
   ―Pará un cacho, dejame disfrutar este momento ―dice ella entre carcajadas. Ese imbécil no deja bromear aunque esté a punto de estirar la pata.
   Se oye un grito llamando a Renso proveniente de fuera de la casa. Cielo se da media vuelta y se acerca a la ventana.
   ―Llegó tu amigo Patricio acompañado por unos malditos humanos ―anuncia.
   Renso se mueve frenéticamente intentando desatarse. Siente la presencia de Agustina y sabe que su mujer va a matarla. Necesita hacer algo pronto. ¿Por qué mierda los trajo Patricio hasta acá?

10
   Luego de un recorrido de media hora más o menos que ninguno de los humanos recuerda, se encuentran frente a la casa de Renso y Cielo.
   ―Bien, llegamos. Mantengamos el silencio ―pide Patricio.
   ―¡Renso! ―grita Marcos haciendo caso omiso al pedido de Patricio.
   La Fiera sale a la puerta y los mira a uno por uno.
   ―Veo que quieren encontrar sus finales en el Cielo. Pues, lo tendrán.
   Alejandro es el primero al que ataca Cielo, se acerca a gran velocidad y lo golpea en el pecho arrastrándolo en el suelo.
   Patricio aprovecha la oportunidad y corre adentro de la casa en busca de Renso. Agustina lo sigue. Marcos se acerca a ayudar a Alejandro. Laura se mantiene alejada de Cielo mientras observa cómo ataca a Alejandro, impotente.
   ―Dejalo, loca de mierda ―le grita a Cielo.
   ―Ni en pedo. Voy a matarlos a todos. Dios nunca debió traerlos a mí.
   Ella, La Fiera, se da cuenta de que falta Patricio y la mujer de la que Renso está enamorado.
   ―¿Así que quieren cagarme a mí?
   Se aleja dejando a Alejandro al borde del shock.
   ―¿Estás bien? ―le pregunta Marcos, Laura se acerca a él y lo abraza.
   ―Más o menos ―responde Alejandro―. Nos va a matar a todos. Y la culpa es de Dios.
   Marcos mira a todos lados. Es cierto, pero están allí porque Dios los necesita. Él los creó, lo mínimo que pueden hacer es salvarlo de su maldito trono. Esa mujer desencaja en ese mundo paradisíaco como lo hiciera un chupetín «Pico dulce» en un culo. Se nota a leguas que es más un demonio que un ángel. Recuerda los naipes que Dios les ha dado y se mira el dedo que se cortó con uno de ellos.
   ―Sé cómo debemos matarla ―le dice a Alejandro y a Laura.
   Ale lo mira sorprendido. No puede creer lo que dice su amigo.
   ―Estás loco, Marcos ―le dice Laura―. Es muy poderosa. Debemos huir.
   ―No. Dios nos dejó un arma ―se quita el sobre del bolsillo―. Las cartas. Todo tiene sentido, son nuestros ases bajo la manga y nosotros los de Dios. Vamos antes que sea demasiado tarde. Quedate lejos, Laura. Te quiero a salvo, no quiero que te pase nada.
   ―No, yo quiero ir. Mi amiga está ahí dentro.
   Marcos saca las cartas y le da una a Laura, la que tiene el lado trasero rosa.
   ―Esperá afuera, te necesito a salvo. Y vos, Ale, no estás obligado a venir pero me sentiría más seguro si me acompañaras. Yo lo voy a hacer igual, la voy a matar.
   Ale hace acopio de su valor y asiente con la cabeza.
   Corren a la casa. Pronto, o será demasiado tarde.

11
   Renso ve a Agustina detrás de Patricio y les grita a ambos que salgan de allí antes de que los maten.
   Agustina se acerca a él y lo besa en la boca. Renso siente cómo su corazón late a toda velocidad, al fin conoce el verdadero poder del amor.
   Patricio mira las cuerdas y ve que son imposibles de cortarlas.
   ―¿Qué es tu mujer? ―le pregunta a Renso.
   ―Un demonio. Lo vi en sus ojos, mierda. Me casé con un demonio y Dios dejó que sucediera.
   ―Te vamos a sacar de acá, ya sabemos todo ―dice Agustina. Renso deja escapar unas lágrimas. Ahora más que nunca desea vivir, ella lo ama. Y debe salvarla de Cielo.
   ―Así es. Dios nos puso acá para acabar con La Fiera. Es cierto lo que dijiste, es un demonio ―dice Patricio.
   Cielo atraviesa toda la casa a máxima velocidad. Su mano atraviesa el cuerpo de Patricio. Éste grita con fuerza ante el gran dolor que le provoca la herida.
   ―Conmigo no se jode ―le susurra al oído y levanta su mano derecha llevándose a Patricio en su recorrido.
   Choca contra la pared y cae desangrándose.
   ―¡No, Pato! ―grita Renso mientras se sacude en su silla.
   Patricio lo mira y le sonríe. En sus ojos se puede ver la derrota y el miedo a desaparecer para siempre en el alma de Cielo.
   ―Te toca a vos ―dice La Fiera acercándose a Agustina. Patricio intenta levantarse pero el agujero en su cuerpo comienza a expandirse quemándolo como lo hiciera el fuego de un incendio forestal.
   Renso mira la escena impotente. Su amigo se desvanece en el suelo y su amor está a punto de ser asesinada. Todo se acaba, y no puede evitar que el final llegue y no exista el mañana.

12
   Marcos y Alejandro ingresan en la casa. Ven el cuerpo de Patricio desapareciendo tendido en el suelo y a Cielo levantando a Agustina del cuello, quitándole la respiración.
   Corre hacia Cielo y le corta el brazo con su As. Agustina cae al suelo con el brazo de La Fiera colgado a su cuello. Grita al tiempo que se saca el miembro cortado y lo arroja lejos de ella.
   Cielo se da media vuelta sorprendida y con la furia creciendo en su interior.
   ―¡Maldito humano! ―grita, y golpea en el pecho con su única mano al que la ha herido. Marcos cae al suelo de espaldas. La carta se le escapa de sus manos.
   Alejandro ve caer el naipe al suelo y corre a agarrarla. No mira a Cielo, que camina hacia Marquitos, por temor a perder esa fracción de valentía que lo hace actuar. Toma el As y mira a Cielo, ella le da la espalda, tal vez pueda cortarle el otro brazo y así acabar con ella.
   ―Ale ―lo llama Renso―, cortá la cuerda así puedo ayudarles. ¡Rápido!
   Alejandro lo hace sin mediar palabras. Todo su cuerpo no para de temblar y le cuesta cortar la soga. La maldita es demasiado resistente pero cede al filo de la carta, mágica y celestial, como quería Dios que fuera.
   ―Vamos, date prisa o la loca va a matar a Marcos.
   Marcos observa lo que hace su amigo y se levanta para entretener a La Fiera y ganar algo de tiempo.
   ―Vamos ―le dice―, intentá matarme. Sorete. Puta.
   ―Jugando con la muerte. Vas a terminar como Patricio ―dice, y mira los restos de polvo que queda donde murió Patricio. Sus ojos comienzan a brillar de un color rojo intenso. Marcos ve pura maldad dentro de estos.
   Alejandro corta toda la cuerda y Renso se levanta y se acerca a su amada.
   ―¿Estás bien, Agus?―le pregunta.
   ―Sí ―responde―. Solo me duele un poco la cabeza.
   ―Bien, quedate lejos. Alejandro, sacala por la puerta de atrás. Llevala por donde vinieron. Salgan de acá antes de que se complique todo más de lo que ya estamos jodidos.
   Cielo se da media vuelta y ve a Renso desatado. Grita con furia y corre hacia ellos.
   ―Maldita puta. ―Se dirige hacia Agustina a toda velocidad.
   Renso ve acercarse a La Fiera directo a matar a Agus y se coloca en su camino. Siente cómo la mano de su esposa se mete dentro de él. El dolor que siente en el pecho es demasiado intenso. Cielo lo mira directo a los ojos y sonríe.
   ―¿Duele morir? ―le pregunta.
   Renso cae arrodillado y se mira el pecho abierto. Su corazón lo tiene ella en su mano. Late, cada vez más lento, y muere al mismo tiempo que la oscuridad lo atrapa. Puede ver dentro de su cabeza todos los sucesos que planea Cielo: ella quiere destruir el Paraíso y gobernar el Universo. Ahora entiende, Dios es cruel pero calculador. Todo sucede por alguna razón. El amor no morirá, todo depende de sus amigos.
   Agustina se arrodilla a su lado y lo abraza. Marcos mira la escena estupefacto, al igual que Alejandro. Todo se ha acabado.
   Todo ha llegado a su final.
   Renso agoniza entre los brazos de Agustina.

13
   Alejandro mira el ancho de espadas en su mano y se arroja cegado por la ira sobre La Fiera, ésta lo esquiva y lo golpea en la espalda. Él cae y se choca el mentón contra el suelo de la casa. La carta se escapa de sus manos. El corazón de Renso se resbala de la mano de Cielo cuando la abre para defenderse y cae frente a Marcos.
   «Ninguno de ustedes debe ser asesinados por ella, es un demonio y se queda con las almas de sus víctimas», recuerda Marcos que le ha advertido Patricio. El corazón aún late. Mira a Renso, que aún respira abrazado a Agustina, y ve lo que sus ojos agonizantes le dicen: «matame vos»
   ―Pueden vivir, les doy esta oportunidad pero aprovéchenla ahora o me arrepentiré ―dice La Fiera, intentando ocultar su miedo por esos humanos que no le temen a la muerte. Camina hacia Marcos, mirando el corazón de Renso latir.
   Alejandro se levanta del suelo y se arroja sobre la espalda de Cielo y la abraza del cuello. Marcos aprovecha el momento y pisa el corazón sin pensarlo dos veces, el órgano estalla dispersando sangre por todo el suelo. Renso besa a Agustina en la mejilla y muere.
   ―¡No! ―grita La Fiera. ―¡Era mío!
   ―Ya no ―dice Marcos y le sonríe. Siente que dentro de él hay otra persona, alguien capaz de hacer cosas inimaginable.
   Agustina deja el cuerpo de Renso en el suelo, toma el ancho de espadas y le corta el brazo que le quedaba al demonio mientras Alejandro la mantiene inmovilizada. Ella grita, casi se puede oír el demonio que habita dentro de tan bello cuerpo, ahora mutilado, y dos veces. Alejandro se cae debido al cansancio. Cielo corre hacia afuera de la casa, aterrada por las heridas que le han dejado esos malditos humanos. Debe huir antes de que la atrapen, se han quedado con Renso. Ese maldito humano ha matado a Renso y se ha quedado con su alma. Ella ha olvidado que hay otro humano allí, o no lo recuerda. Sus pensamientos divergen en el pánico generado por sus heridas inesperadas.
   Laura la ve correr hacia ella, observa que está muy asustada, levanta su ancho de espadas a la altura de la cabeza de La Fiera sin pensarlo, ejercida por una fuerza externa, y le corta el cuello cuando pasa a su lado a toda velocidad.
   Cielo se sorprende cuando su cuello es rebanado por un gran poder en las manos de la humana. No lo puede creer, la han derrotado con suma facilidad. Cae al suelo mientras se desangra. La mira a Laura con sus ojos repletos de pánico y odio.
   Laura grita de la sorpresa, manchada su rostro de sangre de La Fiera. No se ha imaginado que le sería tan fácil atacarla.
   La luz roja en los ojos de Cielo se apaga mientras miran a su asesina. Se ha desconcentrado, esa ha sido su perdición. Ha olvidado que había un ser más afuera, un as bajo la manga de Dios.
   Una brecha se abre en el suelo y un fuego muy caliente emerge del agujero llevándose el cuerpo agonizante de Cielo. Laura se aleja aterrada al ver la escena. Risas y gritos emergen de esos fuegos eternos.

14
   Marcos sale de la casa abrazando a Agustina que no deja de llorar. Alejandro camina detrás tomándose de su abdomen. Le duele todo el cuerpo.
   ―¿Y Renso? ―pregunta Laura.
   Marcos hace un leve gesto de negación con su cabeza. A Laura le flaquean las piernas y cae arrodillada al suelo. Alejandro se acerca y la abraza.
   ―Le ha salvado la vida a Agustina ―le informa.
   Laura les dice que ha matado a Cielo. Ale la felicita. Todo ha sido demasiado fácil al final. Nadie pregunta dónde está el cuerpo de La Fiera y no les importa, ahora.
   ―Salgamos de este lugar ―pide Marcos mientras se mira sus pies manchados de sangre. «Que sea lo correcto», piensa.
   ―¿Cómo lo hacemos? ―pregunta Alejandro―. No hay nadie que nos indique el camino.
   ―Entonces caminemos ―dice Marcos, que no tiene idea de cómo volver a la Tierra.
   ―Recémosle a Dios ―dice Agustina entre sollozos―. Él nos trajo hasta acá, entonces él debe llevarnos a casa.
   Marcos la mira. No entiende por qué Dios ha dejado que suceda lo que ha sucedido. Será el Jefe de todos, sabrá todo pero no es capaz de llevar a cabo sus planes sin perder a algunas de sus creaciones.
   «Dios es cruel», piensa sin proponérselo.
   Se arrodillan, cierran sus ojos y rezan. Un momento después se desvanecen del Cielo.

15
   El aterrizaje no fue gran cosa. No sintieron dolor. Los cuatro estaban en el cráter del baldío. Siempre caían en el mismo lugar.
   Era de día. El tiempo avanza rápido abajo, no lo olvidemos.
   ―¿Están todos bien? ―preguntó Marcos mientras se ponía de pie.
   ―Sí ―dijeron sus amigos al unísono.
   Frente a ellos se encontraba Ezequiel. Los miraba con ojos perdidos en la locura.
   ―Ustedes sí tenían algo que ver en todo esto, lo sabía. ―Levanta su pistola y apunta a las personas dentro del cráter―. Esperé toda la noche y al fin obtengo mi recompensa.
   Disparó sin decir más. Gritos y movimientos vertiginosos generaron desorden dentro del cráter. Alguien había sido herido.
   Cuando iba a disparar nuevamente, alguien lo empujó con todo su cuerpo a un lado. Era Martín, que había oído el disparo y corrido hasta allí. Golpeó a Ezequiel en la nuca y le sacó su arma. Se acercó al pozo y vio que Laura estaba herida.
   ―¡Le disparó! ―gritaba Marcos entre llanto―. El muy hijo de puta le disparó.
   Martín tomó su celular y llamó al 911.
   Alejandro y Agustina salieron del agujero, le ayudaron a sacar a Laura de allí. La dejaron en el suelo y vieron que el disparo había sido cerca del corazón.
   Martín arrojó su teléfono cuando hubo terminado de informar del hecho y se acercó a ella para tomarle el pulso. Miró a Marcos y tragó saliva.
   ―¿Cómo está? ―preguntó Marcos mientras se arrodillaba al lado de su novia tendida.
   ―No lo sé, no siento su pulso.
   Marcos vio el arma que Martín había dejado en el suelo para ver el estado de su novia, la agarró, se levantó deprisa y le apuntó a Ezequiel.
   ―Maldito hijo de puta ―dijo―. Te voy a matar.
   ―No lo hagas ―le pidió Agustina. No vale la pena, por Renso y Patricio. Ellos murieron por nosotros, no cometas un pecado.
   Marcos miró a Ezequiel, lo observaba aterrado. Los ojos de su vecino brillaron por un momento de un color tan rojo como el de un demonio.
   ―Matame ―le dijo. Sonrió y mostró unos dientes filosos y enormes. Era un demonio, ahora era parte de Cielo, de algún modo había llegado hasta allí para vengarse.
   Marcos lloraba, sus manos temblaban mientras apuntaba el arma. No oía los gritos de sus amigos pidiéndole que no lo hiciera. Todo sucedía rápido, y él ya no era el mismo de antes.
   Se puso firme y presionó el gatillo.

16
(Epílogo de fin de año)
   Dios camina por la zona de guerra. Dentro de la casa ve las las salpicaduras de sangre de los heridos y muertos, resultados de la pelea. Allí yace el cuerpo de Renso. Un querubín vuela alrededor de él tomando notas cuando se lo pide su jefe.
   ―Lo lograron. Se llevaron a Cielo del Paraíso. ―Dios lo mira y no dice nada. Algo no está bien.
   Un querubín lo llama desde fuera. Dios se acerca a él.
   ―Mire, Señor. Hay quemaduras ―le informa.
   ―Veo, son huellas del Infierno.
   ―Es de Rojo, ¿cierto, Señor? ―le pregunta el Querubín, preocupado.
   ―Así es. Satanás se llevó a Cielo. Lo sospechaba.
   Dios se toma su barba y piensa mientras observa los restos quemados de la nube.
   ―¿Qué tenés pensado hacer, Rojo? ―pregunta.

   La luz se ha formado tan rápido que aún no puede ver nada.
   ―Veo que tu amigo Marcos ha sido muy inteligente. Fue una idea excelente que él te haya matado, y sabía que no eras un ángel sin tus alas.
   ―Así elijo a mis amigos, Señor ―dice Renso mientras se toca su aureola―. ¿No había una de estas argollas para mi fiel compañerito?
   ―Veo que tu sentido del humor es tan barato como siempre.
   ―Sí. ¿Sabe?, siempre supe que usted había planeado todo esto. Pero no podía comprobarlo. Tiene que darme una explicación profunda respecto a esto.
   ―Bueno, pero en otro momento. Ahora no hay tiempo. Necesito que vuelvas a la Tierra.
   ―Pero estoy muerto, ya no soy un ángel y no creo que ellos puedan ver a un muerto ―se defiende Renso.
   ―¿Acaso te olvidas de que yo soy Dios?
   ―No.
   ―Bien, porque esto apenas acaba de comenzar.
   ―Mierda, y yo que pensaba en tener vacaciones este verano. Ni muerto me dejan descansar.


3 comentarios:

  1. Muy bueno, Cristian...
    Un giro 180º en el Cap. V, acorde al suspenso, a la intriga, y a lo más "negro" de la trama hasta el momento...
    Muy bien resuelta la cuestión del dominio de La Fiera por sobre todos los demás, y la hecatombe que se venía (mientras leía, decía para mis adentros "¿cómo m1#rd@ va a salir Cristian del embrollo en que se metió con la trama"), no dejaste ningún punto suelto...
    Y otra vez las puertas abiertas a lo que se viene en el próximo Cap., con el final abierto (valga la redundancia) de la trama en la Tierra y en el Cielo...
    ¡¡ Felicitaciones !!...

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  2. No me defraudaste, sabía que la historia tomaría este rumbo macabro. Este capitulo tuvo de todo, pero lo que más sobresale es "el amor". No importa que haya muerte, sangre, humoradas y guarangadas, la historia de amor se percibe en cada linea. Está latente y la haces sentir. Te felicito. Sos un capo. Esto es lo que quiero, entretenerme mientras leo.

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  3. Gracias, a los dos. No sé qué decirles, es un enorme placer escribir y que hay alguien allí esperando a leerte... Veamos cómo sigue esto, pronto...

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