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martes, 15 de noviembre de 2011

Alas del cielo (Capítulo III)

III. BUSCANDO UNA OPORTUNIDAD (PARA CAMBIAR)

1
   ―Hola, Renso ―lo saludó Patricio, desnudo, con las alas extendidas, mientras se levantaba del cráter, ahora un poco más profundo debido a su peso―. Al fin te encontramos.
   ―Así parece, Pato ―dijo el aludido mientras se acariciaba sus alas bajo la remera―. Tenés que ayudarme, amigo.
   ―Nos costó un huevo encontrarte. Pensamos que te habías ido a la mierda. Hasta que hallamos la pelota y vimos al lado huellas que desembocaban en el agujero que hay en la «Monumental» ―dijo Patricio. Se detuvo al oír a Renso y continuó―: ¿qué te sucede que me pedís ayuda?
   Renso se hallaba ensimismado en sus pensamientos mientras analizaba qué le sucedería si llevaba a cabo su idea, siempre y cuando su amigo estuviera de acuerdo y dispuesto a ayudarlo, aunque lo dudaba un poco. Tendría que recurrir a su poder persuasivo.
   ―Quiero que me quites las alas ―anunció Renso.
   ―¿Por qué querés que te saque las alas si todavía puedo arreglártelas? El que fume mucho no quiere decir que ya no tenga magia ―le dijo Pato, confundido, ignorando las ideas de Renso―. No me digas que...
   ―No quiero volver. Me quiero quedar acá, entre los humanos. Aunque sea por unos días, necesito que me hagas ese favor.
   ―Estás loco, es muy peligroso para vos y lo sabés muy bien. Vamos, te curo tu ala y volvamos a casa.
   ―No, antes necesito hacer algo muy importante. Además, me vendrá bien para alejarme de mi mujer; hacé de cuenta que son mis vacaciones por soportarla todos los días.
   ―Renso, sabés que si no vas con ella pronto, vendrá a rompernos las pelotas a nosotros ―le explicó Patricio―, y yo no quiero que nadie me joda. Disculpame, pero en ésta no podré ayudarte.
   ―¿Acaso querés que tu mujer se entere que anduviste por el Infierno volteándote travestis y prostitutas? ―preguntó Renso, mirándolo con suma seriedad al tiempo que comenzaba a utilizar su poder.
   ―Eso me suena a chantaje.
   ―Tomalo como quieras. Yo te banqué cuando te fuiste para abajo a garchar un poco y nadie se enteró. Ahora vos bancame mientras estoy en la Tierra. Son solo un par de horas, acordate que el tiempo acá transcurre más rápido que arriba.
   ―Renso, tengo que mentirle a tu mujer y si descubre que le estoy mintiendo...
   ―Decile que me fui a visitar a un amigo cerca de la Tierra, no sé, algo se te va a ocurrir. Sos bueno para hablar, papá ―interrumpió Renso.
   ―...me va cortar las pelotas ―concluyó Pato―. Está bien. Haré lo que pueda, Ren, pero no te aseguro nada. Por vos.
   ―Asegurame un par de horas, hasta que encuentre mi oportunidad.
   ―Bueno, veo cómo hago.
   ―Gracias, Pato. Vos sos un buen amigo. Ahora sacame mis alas.
   ―Te repito que es peligroso ―replicó Patricio―. Pero son tus alas.

2
   Después de hablar con Patricio y convencerlo de mentirle a su mujer, Renso entró en la casa y se puso a mirar la tele, ahora sin sus alas a cuestas. Estaba pensando el modo de acercarse a Agustina luego de haberle mentido que era gay. Tendría que haber algún método. Y esperaba contar con el tiempo suficiente, sabía que se le venía negra (La Fiera), y necesitaba cada segundo y aprovechar cada oportunidad. Ésta estaba por llegar.


3
   Eran las seis de la tarde. Marcos había llegado de la facultad y se lo notaba cansado y frustrado. Alejandro cebaba unos mates.
   ―Cristian no podrá jugar mañana ―informó Marcos a su amigo―. Se torció el tobillo anoche mientras jugaba a saltar del techo. Estaba muy borracho. Me llamó hace un rato para avisarme. Y no tenemos a nadie para que lo reemplace, es nuestro mejor jugador.
   ―Qué tipo pelotudo que es Cristian ―dijo Ale―. Siempre termina decepcionándonos. O nos deja plantado después de hacer planes o se lastima y no puede jugar un partido que esperamos toda la semana.
   ―Es lo que hay. La cagada es que no vamos a poder jugar al fútbol. ―Marcos tomó el mate y le dio un profundo sorbo, pensativo.
   Alejandro miró a Renso. Notaba algo diferente en él. Notaba algo diferente en el aire desde que se había levantado de su siesta pero no sabía bien qué era.
   ―Que juegue Renso ―propuso―. ¿No nos dijiste que jugás al fútbol en el Cielo?
   ―Así es ―afirmó el aludido―. Pero no sé, no creo que pueda.
   ―Dale, prendete un rato, hacelo por nosotros que te estamos bancando tu estadía.
Renso pensó un momento y tuvo que aceptar. Jugaría un partido con ellos.
   ―Excelente ―dijo Marcos y se levantó de su silla―. Vamos a patear un rato afuera, ¿dale?
   Renso y Ale aceptaron. Se enfilaron hacia la salida de la casa.
   ―¿Qué te pasa, Renso? ―le preguntó Ale mientras caminaba junto a él.
   ―Nada.
   ―No, algo te pasa. Además lo siento en el aire. ―Se detuvo y observó a Renso caminar. Le miró la espalda y le dijo―: tus alas ya no están.
   Marcos se detuvo al oír el comentario.
   ―¿Qué hiciste, Renso? ―le preguntó, enojado.

4
   El vecino apareció de sorpresa, sin avisar, y cuando saludó a los tres, éstos se sobresaltaron. Se encontraban absortos en una conversación importante.
   ―Hola, chicos; Marcos ―saludó―. Tengo una pregunta para ustedes.
   ―No rompas las pelotas, Eze ―dijo Marcos mientras observaba a Renso―. Ahora no.
   ―Hablame bien, loco ―dijo Ezequiel mientras se acercaba rápidamente a su vecino―. ¿Qué mierda estuvieron haciendo en el terreno de al lado que hay un pozo y sale humo de adentro?
   ―Nada que te importe.
   ―Vos querés que nos caguemos a palos de nuevo, ¿no?
   ―No ―contestó Marcos. Ale y Renso observaban la discusión, figurita repetida, entre los dos vecinos―. No nos cagamos a palos, yo te cagué a palos a vos. Ahora rajá de acá que no tengo ganas de que me jodan. Y si tenés miedo de que se te prenda fuego el terreno de al lado, andá y echale agua.
   Ezequiel miró a los dos espectadores, a uno de ellos lo conocía, vivía allí, pero al otro no. Éste lo miraba con cierta curiosidad, iba a continuar la discusión pero decidió callarse. Eran tres contra uno y no le convenía armar bardo, ahora.
   ―Traete todos los amigos que quieras. Algún día te encontraré solo, Marcos, y solucionaremos esto como hombres ―lo amenazó. Se retiró antes de que Marcos pudiera decirle algo.
   ―Veo que tenés problemas con tu vecino, Marcos ―observó Renso, cuando Ezequiel se hallaba lejos de ellos.
   ―Y vos tenés algo para decirnos.
   Renso asintió. Decidió contarles qué se le había pasado por la cabeza. Los dos lo oían y asentían de vez en cuando. Era largo de contar. Sus sentimientos habían despertados actos que llevaba a cabo y ponía en juego sus pelotas.
   ―Lo sabía ―dijo Alejandro una vez hubo concluido el relato del ángel―. Te enamoraste de ella, y como un gil le mentiste.
   ―¿Y ahora que va pasar sin tus alas? ―preguntó Marcos, ya más calmado.
   ―No lo sé, creo que seré uno más de ustedes: un ser humano, y débil.
   Alejandro lo miró, ahora entendía por qué se respiraba otro aire. Lo que no entendía eran los engranajes que hacían funcionar al amor. Algo que nadie entiende, ni siquiera el poeta más experimentado.
   ―Mañana tendrás una oportunidad de hablar con ella―le dijo a Renso―. Ella siempre va a ver los partidos con Laura. Son muy buenas amigas. Lo único que espero es no conocer a tu mujer.
   Renso le dedicó una sombría mirada, él también deseaba lo mismo. Solo una oportunidad, nada más. El amor hacía desastres en su interior. Estaba loco, enamorado, ciego, perdido en los sentimientos que habían en el aire terrestre. Y no sabía que arrastraba a sus amigos terrenales a una posible catástrofe.

5
   Marcos le pidió a Renso que lo acompañase a comprar al supermercado para la cena de la noche. Alejandro se quedó preparando lo necesario para cocinar. En realidad era todo una excusa para aclarar ciertos asuntos.
   ―Ahora que no hay magia, ¿no tendré sexo desenfrenado con Laura como anoche? ―A Marcos le preocupaba mucho esto y se hallaba medio nervioso.
   ―Mi magia lo único que hace es intensificar los sentimientos humanos, si querés podés darle de mil maneras y sin la ayuda de mi poder. Eso depende de tu confianza.
   Marcos se rascó la cabeza.
   ―Escuchame, Renso. No sé qué pensarán ustedes sobre el amor, pero acá trae muchos más problemas que soluciones. Hasta existen guerras en nombre del amor.
   ―Son raros los humanos, pero me gustan. Creo que esto es un juego del Jefe. Me imagino a Él arriba, mirándonos, y con su barbilla sobre sus puños mientras analiza su siguiente paso y califica nuestros actos. Calificame ésta ―dijo Renso mientras se tomaba de su entrepierna y señalaba al cielo―. También está llena de amor eterno y mide más que la tuya, Señor.
   ―Me caés bien, loco ―confesó Marcos―. Al principio desconfiaba de vos pero ahora siento que sos una buena persona y quiero ayudarte con Agustina. Veo que hablás en serio cuando decís que estás enamorado, tenés una cara de pelotudo importante, señal de amor.
   ―Jaja, gracias. No quiero que me ayudes, yo voy a hablar con ella solo, así tiene que ser. Vos preocupate por darle a tu novia lo mejor que tengas.
   Marcos asintió con un movimiento de cabeza.
   ―¿Sabés que no creía en Dios hasta ahora?
   ―Es algo que le pasa a la mayoría. Pero por eso no te vas al Infierno, en algún momento sos sometido a una prueba que deja al descubierto tu Fé. Yo tampoco creía mucho en Él pero ahora no sé. Siento como si fuese un títere del destino, de sus ideas.
   Marcos miraba hacia delante, el camino era de tierra y se levantaba un poco de polvo cuando corría una leve brisa.
   ―Laura no debe saber que no tenés alas.
   Renso negó con la cabeza.
   ―Es lo mejor, las mujeres nunca entienden lo que pasa por la cabeza de un hombre. Nunca lo entenderán, aunque se los escribas con diez mil palabras expresando tus más profundos sentimientos a corazón abierto y caigan lágrimas con cada letra escrita, ellas nunca hallarán el amor allí. ―Marcos esbozó una sonrisita. Renso había entendido sus palabras. Nada de hablar sobre las alas. Y más cosas sobre el amor.
   Continuaron hablando sobre otros temas hasta que llegaron al supermercado. A la vuelta, hablaron de poco y nada, trivialidades.
   Cuando regresaron a la casa, Laura ya estaba allí, estudiando para el parcial del martes. Alejandro estaba preparando la carne para el guiso. Se respiraba paz, algo que todo ser humano desea y no posee, por una u otra razón. Jamás.
   Comieron y discutieron sobre temas aún más triviales. Se cagaron de risas, disfrutaron. Vivían la vida como solo en la Tierra se la podía vivir. La vida eterna es aburrida. Lo divertido de la vida es saber que hay un final y que tenemos el tiempo contado para disfrutarla. Renso lo sabía. Ellos no.
   Cerró sus ojos y pensó que mañana sería otro día.
   Pero no sería como el lunes que moría.
   Sería un día gris.
   Negro.
   Los problemas acechaban en el horizonte. Y las oportunidades para no mentir también.
   La vida de Renso ya no era la misma. La de ninguno era la misma.
   Cosas de la vida.

6
   ―¿Dónde está? ―le pregunta ella. Su boca está a centímetros de los labios de Patricio.
   La Fiera le aprieta los huevos al amigo de Renso al tiempo que le pregunta dónde se halla éste. Sabe que Patricio le está mintiendo. Hace más de seis horas que su marido se fue a jugar al fútbol y áun no ha regresado.
   ―No lo sé, Cielo. Desapareció cuando fue a buscar la pelota. No lo veo desde entonces...
   ―No me mientas, Patricio, o te voy a arrancar los huevos. ―Presiona con mayor fuerza los gemelos y le repite la pregunta―: ¿dónde está Renso?
   Patricio emite un soplo de resignación y pide disculpas mentalmente a su amigo.
   ―Está en la Tierra, con unos humanos.
   Cielo, La Fiera, le sonríe y suelta los huevos de Pato.
   ―Gracias, ¿viste que no era difícil decirme la verdad? Ahora, que ni se te ocurra seguirme o te mato; sabés que no miento.
   Patricio asiente moviendo la cabeza. Está cagado hasta las patas. Su mujer lo matará si descubre que se garchó a unas putas (y uno que otro traba) en el Infierno y sabe que pronto se enterará de su aventura. Se cae de rodillas, se tapa su cara con las manos y se larga a llorar. Para Renso, la tarde del martes será muy gris y, para él, el resto de su vida será muy negra.
   ―Bueno, al menos tuvo dos dos días de descanso, u ocho horas, esto del tiempo me confunde mucho. Espero que no lo mate si llega a descubrir que no tiene alas y que, por ende, ya no es un ángel.
   Pero nada se puede saber. Absolutamente nada. Esta es una oportunidad para Cielo en la que podrá sentenciar a Renso para siempre. También es su oportunidad para desparecer del Cielo antes que todo se vaya al carajo.
   Malditas oportunidades. A veces se dejan aprovechar.


Continuará...

2 comentarios:

  1. Genial...
    Se viene una... La Fiera es más mala que las arañas...
    Muy bueno, Cristian, como siempre, y muy atrapante...
    Quedamos esperando el devenir...

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  2. A la mierda con Renso. Si no corre sangre le pega en el palo (espero que sea gol, jeje).
    Muy bueno, Cristian.

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