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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Alas del cielo (Capítulo IV)

IV. LAS MENTIRAS TIENEN CAMINOS CORTOS

1
   Durante la noche del lunes se respiraba otro ambiente. Nada era como lo había sido la noche del domingo. Marcos invitó a Laura a acostarse junto a él pero ella negó la oferta, tenía mucho por estudiar para el parcial del martes. Ella no notaba el cambio en lo absoluto, lo cual era muy bueno para todos, debido a su concentración en la materia que debía rendir. Era casi mágico, era como si todo el asunto estuviese escrito por algún loco esquizofrénico que necesita crearse algún mundo para no morirse del aburrimiento y de la paja.
   Marcos apoyó su cabeza, cerró sus ojos y se durmió al instante. Mañana ayudaría a Renso con Agustina, no sabía por qué lo hacía pero lo consideraba necesario; misterios de la vida: no todos los días se te aparece un ángel desnudo caído en el baldío de al lado y te cambia la vida.
   ―Que descanses, amor ―le deseó a su novia.
   ―Gracias. Igualmente. ―Laura continuó estudiando por un rato más bajo la luz de la lámpara de mesa.

   Renso no se podía dormir. Se sentía muy vacío ahora que no tenía sus alas. Hasta creía que estaba cagado del miedo. Miraba fijo al techo mientras pensaba qué le diría a Agustina cuando vio que una lucecita se movía en su campo visual. La misma hizo un par de piruetas en el aire y cruzó la ventana abierta de la sala.
   Se levantó de su sofá y salió de la casa, totalmente desnudo, como le gustaba andar, dormir y garchar (obviamente). La lucecita ya no estaba en ningún lado. Era un poco raro pero no lo suficiente para saber de dónde pudo provenir esa energía mágica: de Dios. Definitivamente Él tenía algo que ver en todo este asunto. Levantó su mirada al cielo y contempló las estrellas. Sonrió y se volvió para entrar. ¿Qué pretendés hacer, Capo?, se preguntó.
   ―Todo sucede por alguna razón ―le dijo Dios alguna vez cuando reclutaba ángeles para el Apocalipsis―. Algún día serán puestos a prueba y veremos cuánto aprecian sus existencias. Pero recuerden: yo soy quién pone los cruces en sus caminos, ustedes deciden cuál quieren seguir. Así es la vida, yo se las doy, ustedes la usan (bien o mal, lo veremos en el momento adecuado).
   Ahora era el momento de tomar decisiones, el momento adecuado. Renso creía que las que estaba tomando eran las correctas. Pero vieron cómo es Dios, ya debe estar loco de que su Creación haga cagada tras cagada opacando su razón.
   ―Sos todo un cabrón, Dios. Primero me hiciste casar con esa bruja y ahora me pusiste a esta chica en mi camino, un cruce en mi camino. Menos mal que creías en el amor ―dijo mirando al cielo al tiempo que caminaba en dirección a la casa.
   Una vez dentro de la casa, se recostó en la cama.
   Frunció el ceño cuando se le pasó una pregunta por la cabeza: pensó por un momento por qué Dios no tenía esposa.
   ―Porque no es ningún boludo ―se respondió casi al instante mientras se tapaba con las sábanas bien en bolas.
   «Desnudo para siempre o despedazado en mil partes.»


2
   El martes comenzó como cualquier día de primavera. No había nada diferente, y mucho menos especial, en el amanecer: era otro día más en el planeta Tierra. Los pájaros cantaban; los gatos acechaban a sus posibles comidas matutinas, ratones o pajaritos que cantan apenas asoma el sol por el horizonte; el diariero arrojaba los diarios a las puertas de sus clientes; la revista Maxim salía a la venta con una portada que invitaba a horas y horas de sesión amorosa con uno mismo; y en el Cielo, Cielo (valga la redundancia), mejor conocida por todos como «La Fiera», iniciaba su trayecto hacia donde debiera estar Renso, solo que ella no sabía lo que nosotros sabemos. En otras palabras, este martes era la puntita de un sorete duro que sería difícil de cagar.
   Laura tomaba un café bien cargado mientras observaba a través de la ventana al amanecer. Estaba un poco nerviosa pero confiaba en que todo saldría bien, aprobaría. Cuando se había despertado, había notado algo diferente en el aire, además parecía más frío, era como si Renso no estuviera con ellos. Pero no era así: él descansaba en el sofá boca arriba y tapado con una sábana, ésta simulaba una montaña (o carpa india) a la altura de la cintura. En su rostro se dibujaba una estúpida sonrisa que dejaba al descubierto sueños ligeramente eróticos, acentuados por la protuberancia, enorme por cierto, en las sábanas blancas.
   ―Todos los hombres son iguales ―se dijo ella―; ni los ángeles se salvan.
   Terminó su café y fijó su rumbo hacia la Facultad. Una vez terminado el parcial, volvería con Agustina a la casa y comenzarían a prepararse para la semana que viene. Luego irían a ver el partido de los muchachos y comerían milanesas por la noche.
   Naturalmente, sus planes no se llevarían a cabo del todo como lo planeaba este martes, y no hablamos de las milanesas, sino del todo como todo. Pero ella no lo sabía. Las mujeres nunca lo saben.

3
   Alejandro aún dormía, su hobby mejor practicado y que le quedaba bien a su persona, mientras Marcos y Renso estaban tomando unos mates en la cocina.
   ―Por eso las mujeres son zorras ―concluyó Marcos―. Salvo pocas excepciones.
   ―¿Tu señora? ―preguntó Renso.
   ―No. Ella es muy zorra. De no haber sido así, ahora no estaría junto a ella. Por eso desconfié de vos al principio: desnudo, con el paquete al aire y esa sonrisa tan angelical, temía que me descosieras a mi mujer. 
   Renso esbozó una sonrisa y luego estalló en carcajadas. Marcos lo acompañó.
   Cesaron las risas cuando oyeron que alguien llamaba a la puerta.
   ―¿Quién carajo viene a joder tan temprano? ―preguntó Marcos mientras se ponía de pie.
   ―Algún gil.
   Efectivamente, era Ezequiel, el vecino. Parecía más tranquilo que la tarde anterior, pero nunca se puede confiar en un vecino. Allí se esconden los secretos más oscuros de las relaciones humanas, como el del hombre con su suegra.
   ―¿Qué pasa, Ezequiel? ―le preguntó Marcos.
   ―Estamos en problemas, vecino. Anoche mi hijo, de trece años, vio a tu amigo andar desnudo por tu jardín ―dijo enojado.
   Marcos se dio media vuelta y lo miró a Renso. Éste sólo atinó a sonreírle y a encoger sus hombros.
   ―Es que soy sonámbulo y duermo desnudo ―mintió a medias.
   ―No parecías tan sonámbulo ―alegó el vecino―. Mi hijo te oyó hablar y caminar con normalidad.
   ―Pues, lo estaba. Y no se habla más del tema. Lamento haber salido en bolas a la calle pero no fue a propósito ―concluyó Renso.
   ―Escuchame ―dijo Ezequiel dirigiéndose hacia Marcos―: la próxima vez que oiga o vea algo similar te mando a la policía, ¿ok?
   ―Está bien. Cerraré bien la puerta con llave. Ahora, ¿te podés retirar que tengo cosas que hacer? Gracias.
   Ezequiel se fue sin despedirse.
   ―Renso, ¿en qué mierda estabas pensando cuando saliste en pelotas afuera? ―le preguntó Marcos.
   ―No sé, vi una lucecita, de esas que se les escapa a Dios cuando camina, como una estela celestial, y decidí seguirla. Te juro que no me di cuenta. Perdón.
   ―Está bien, igual este chabón me la tiene jurada. Creo que no le caigo bien desde que llegué al barrio. Que me la chupe, si me manda a la policía, mi tío me sacará y yo iré directo a cagarlo a trompadas. Y después mi tío me volverá a sacar de la comisaría.
   ―No debés caer bajo, amigo. No seas como él.
   ―Ya me cagó la mañana.
   ―Bien, vamos a arreglarla.

4
   Nada interesante pasó por la mañana: Laura y Agustina estuvieron hasta el mediodía dando el parcial mientras en la casa jugaban al "veinticinco" los tres hombres aburridos. Aseguraban que de ese modo practicaban para el partido de la tarde contra los pibes de la pensión.
   ―¡Los vamos a reventar! ―gritó Alejandro contento.
   Luego, la pelota se pinchó porque la pisó un camión.
   ―Te dije, Marcos, que no le pegaras tan fuerte ―le reprochó Renso.
   Se cagaron de la risa el resto de la mañana.
   Al mediodía comieron unos fideos blancos con manteca. Las chicas llamaron para decirles que se quedarían en la casa de una amiga para estudiar mucho, y hablar de machos universitarios como solo ellas saben hacerlo: aprendiendo al mismo tiempo. Siempre son ellas las que llevan la posta y la inteligencia en la raza humana, los hombres son más primitivos: fútbol en la tele, con amigos o en la Play, pero fútbol todo el día (y a veces algo de porno para variar).
   ―Bien, tenemos hasta la tarde para jugar un campeonato de Play ―dijo Alejandro.
   Marcos y Renso aceptaron el desafío.
   El ángel hecho humano fue el ganador absoluto del torneo.
   ―Y eso que nunca practico. Les rompí el orto.
   ―Bien, te felicito ―dijo Marcos―. Pero vamos agarrando viaje a la cancha que son las cinco.
   ―Ok.
   Se prepararon las mochilas, Marcos buscó ropa apropiada para Renso, y se dirigieron a la cancha, donde comenzaría el final de esta historia.

5
   Martín, el otro chico que jugaba con ellos siempre, los esperaba en el buffet del club con una cerveza en manos. Renso se presentó al nuevo y se sentaron a tomar unas birras mientras esperaban al equipo rival.
   ―¿Jugás bien, loco? ―preguntó Martín.
   ―Claro, en Castle Rock soy el mejor. No hay quien me gane.
   ―Excelente, porque el pelotudo de Cristian se cagó el tobillo.
   En ese momento llegaron las chicas: Laura y Agustina.
   ―Hola, Agus ―la saludó Renso, que temblaba de arriba abajo.
   Ella le dio un beso frío, calculado para calentar pero no arder.
   ―Yo no quería venir pero Lau me obligó ―dijo mirando a Marcos.
   ―Cómo no vas a estar si sos nuestra cábala ―comentó Alejandro.
   ―Desde que vengo a verlos, no ganaron ni un partido ―les recordó ella.
   ―Pero esta noche será diferente ―anunció Marcos―. Lo tenemos a Renso.
   ―Ah, qué bien. ―Agustina carecía de entusiasmo.
   Renso la miraba y se lamentaba por haber hablado giladas, y decir que le gustaba Ricky Martin, quien le copaba solo un poquito en realidad. Se quedó sentado y esperó a que el partido comenzase. En su interior, confiaba en que tendría una oportunidad para decirle lo que la amaba, ahora que no contaba con sus alas, y ella le diría si lo quería o no de verdad (no habían alas que la llevase a mentir).
   Pero debía esperar.
   Esperar...

6
   La cancha era pequeña, techada, de cemento. Cada equipo era de cuatro jugadores.
   Alejandro iba al arco; Martín jugaba de defensor; arriba jugaban Renso y Marcos.
   El partido duraba veinte minutos cada tiempo. «Los pibes de la pensión», los rivales, contra «Los chicos del barrio», ellos, nuestros amigos.
   Laura y Agustina observaban a un costado el desarrollo del partido, apoyadas en el alambrado que las protegía de los pelotazos de las bestias humanas.
   Los pibes de la pensión comenzaron ganando, lograron sacar una diferencia de cinco a cero en los primeros siete minutos. Marcos no lograba conectarse con Renso, y este se hallaba bastante lento cuando le pasaban la bocha. Ale, defensor, pedía a gritos que bajaran a marcar cuando atacaban los rivales. Los pibes tocaban muy bien la pelota...

INICIO INTERLUDIO FUTBOLÍSTICO
   Martín intenta marcar al mejor jugador de la pensión pero éste le hace un caño magistral. Continúa con la pelota y la clava en el ángulo. Los pibes de la pensión ganan seis a cero.
   Quince toques seguidos fueron necesarios para concretar el séptimo gol. Siete a cero. Los «chicos» se encuentran absolutamente perdidos contra los «pibes». Laura hace un gesto de decepción. Nunca había visto tan terrible paliza a sus amigos.
   ―Tomá, puto ―se la agita el arquero a Marcos luego de taparle un latigazo que iba al ángulo.
   Marcos se acerca furioso y empuja al arquero.
   ―Dale, decime puto ahora ―le grita mientras lo toma del cuello y empuja hacía atrás.
   Los demás se unen a la pelea y se arma el quilombo. Renso quita a un enfurecido Marquitos de la cancha un momento.
   ―Vamos, bajá un cambio ―le pide―. Ya termina el primer tiempo. Ahora vemos qué hacemos. No te calientes.
   Marcos se lleva un dedo al cuello y le hace un gesto amenazante al arquero. Éste le levanta su dedo corazón.
   El primer tiempo termina con los pibes de la pensión ganando diez a cero.
   ―Nos están haciendo pedazos ―dice Alejandro―. Hago lo que puedo pero ustedes no bajan. ―Señala a Renso y Marcos.
   ―Menos mal que me dijiste que este chabón juega bien ―reprochó Martín indicando a Renso.
   Renso lo mira y luego baja la cabeza.
   Agustina se acerca a él y le apoya su mano en el hombro.
   ―Vamos, Renso. Vos podés demostrarle cómo se juega al fútbol. Los cuatro pueden salir a la cancha y ganar. Solo necesitan concretar los pases. El resto les será fácil.
   Los jugadores la observan como si fuese un bicho raro. Luego asienten como en las películas yankees de deportes.
   Renso levanta su vista y la mira a los ojos. Es una buena chica, ama a sus amigos y siente algo por él. Eso parecen decirle sus ojos, sinceros. Asiente nuevamente y le sonríe. Las oportunidades no existen, ni el destino; sólo la cruel voluntad de Dios, ése que nos pone retos en el camino y nos indican hacia dónde debemos seguir. Renso sabe adónde quiere llegar.
   ―Bien, chicos ―dice mientras levanta sus manos―. Vamos a ganar un partido.
   Todos gritan y vuelven a la cancha a buscar una victoria que se les antojaba utópica hasta hace algunos minutos. Pero ya no.

   El primer gol de los chicos es magistral: todos la han tocado, han sido diecinueve toques y gol de Marcos. El segundo gol lo hace Renso de cabeza y corre hacia donde se halla Agustina y se lo dedica señalándola. Ella le sonríe.
   La magia está en la cancha, en los pies de un enamorado de la vida. Renso hace tres goles seguidos. Marcos y Ale lo abrazan, todos son felices, salvo los pibes de la pensión que no entienden cómo mierda les han dado vuelta un partido ya ganado.
   El partido terminó quince a doce. El arquero se quiso pelear con Marcos pero sus compañeros los separaron a tiempo. Los felicitaron y se retiraron pronto del club, algo que nunca ha sucedido, hasta hoy.
   La victoria está a la orden del día.
   ―Gracias por dedicarme los goles ―le dice Agustina a Renso. Amaga con abrazarlo pero se detiene antes de dejarse llevar por sus impulsos.
   Renso sonríe. Nunca se ha sentido tan feliz.
   «Comele la boca», oye en su mente, y está dispuesto a hacerlo pero...
FIN INTERLUDIO FUTBOLÍSTICO

   ...pero necesitaba confesarle su secreto a ella. El amor necesita de la sinceridad para existir, sino no es más que una simple mentira.
   Renso estaba a punto de decirle toda la verdad a Agustina, sobre que es un ángel, cuando vio en el cielo la estela de algo que se dirigía al suelo a alta velocidad.
   Como un meteorito, pensó, o un ángel cayendo del cielo. Todo sucedía muy rápido este martes.

7
   Ella aterrizó en el baldío. Sí, el mismo de siempre. Ezequiel salió afuera y la vio allí, desnuda y con las alas extendidas.
   ―Vaya, vaya, veo que las sorpresas que mi vecino me hace nunca terminarán ―dijo sonriendo―. Estás más buena que comer pollo con las manos. ¿Sos una de esas strippers que bailan en un caño?
   ―Nada de eso ―contestó Cielo―. Alejate de mi camino, asqueroso animal.
   ―No, no. ¿Qué hacés acá que no estás en la casa de tu amigo, Zorrita?
   ―No te lo vuelvo a repetir: movete de mi camino.
   Ezequiel se arrojó sobre ella y le manoseó los pechos, enormes y firmes, y el culo, en igualdad de condiciones que las gomas.
   ―Vamos, yo soy tu papito, Zorra. Vamos a mi casa hasta que llegue tu amigo Marcos. Vamos y llamamos a la policía. ¿Les gusta andar desnudos por la vida a ustedes? Ah, mi vecino ya va a ver.
   La mujer levantó sus manos y las bajó de repente, una fuerte explosión sacudió a Ezequiel y lo arrojó hacia atrás impulsado por una fuerza increíblemente poderosa. Cayó de espaldas y gritando. Se había meado en los pantalones. Miraba a la mujer y vio que tenía alas en su espalda. Le había disparado, con algún arma potente y casi lo había matado.
   ―Te advertí que te movieras de mi camino, asqueroso animal. ―Cielo miró a todos lados. Sus ojos brillaban de un color rojo, tenue. Olía a Renso por todos lados, no podría estar muy lejos.
   Desnuda, comenzó a agitar sus alas y levantó vuelo. Sentía la presencia de su marido, ligeramente diferente, pero era de él. Su olor era inconfundible. Estaba furiosa, hecha una fiera. Y esta noche alguien iba a terminarla con un huevo menos.
   Ezequiel se quedó con la boca abierta al ver salir volando a esa mujer desnuda, tan buena como garchar de pie. No creía lo que veía.

8
   ―Está acá ―dijo Renso, mientras el pánico comenzaba a devorarlo por dentro.
   ―¿Quién está acá? ―preguntó Agustina, confundida, frente a él.
   ―Yo ―respondió una voz femenina a su espalda―. La mujer de Renso.
   Agustina se dio vuelta de golpe y vio a una mujer, muy hermosa, de pechos gigantes y cintura perfecta, piel morena brillante y cabello largo, mirándola con un rostro enfurecido.
   ―¿Quién carajo es ella, Renso? ―le preguntó a su marido.
   ―Ell-ella es A-agusti-tina, amor ―tartamudeó.
   Marcos observaba junto a Alejandro, Laura y Martín la escena que se llevaba a cabo frente a ellos. Esa mina estaba muy buena, por Dios. Renso era un boludo si la dejaba escapar.
   ―Hola, me llamo Martín ―se presentó mientras se acercaba a Cielo, haciéndose el gato.
   ―No me rompas las pelotas o te hago polvo ―dijo ella mientras sus ojos se volvían a iluminar. Martín se detuvo y volvió atrás, asustado por el poder que emitía esos ojos―. Renso, ¿qué hiciste con tus alas que no siento su presencia?
   ―Amor, dejame explicarte todo.
   ―¿Amor? ―preguntó Agustina―. ¿Tenías mujer y a mí me dijiste que eras gay?
   Cielo rió fuertemente ante este comentario y luego dijo:
   ―Renso será de todo menos gay. Coje como los dioses y te hace sentir en el cielo. Ah, cierto, vivimos en el Cielo. Volvamos a casa, ya. Hablaremos de tu aventura arriba. ¿Quién carajo te dio permiso para jugar con los humanos?
   Renso miraba hacia sus pies. Todo se le había ido al carajo, de entrada sabía que sería así pero debía intentarlo, tenía esperanzas que le habían tapado sus ojos y no lo dejaban ver las cagadas que se mandaba. Si de verdad amaba a Agustina tendría que hallar alguna solución a este problema.
   ―¡No! ―gritó―. No volveré, estoy enamorado de esta mujer ―señaló a Agustina y me voy a quedar acá, para siempre.
   Agustina se sobresaltó. Luego se alejó de él y se dirigió adonde estaban sus amigos.
   ―Andate, Renso. Me mentiste, no tenés perdón de Dios. Desaparecé de mi vida.
   Ella se largó a llorar. Laura la abrazó y la consoló.
   Renso se dio por vencido al instante. Esas palabras lo habían asesinado. El amor era un asesino de esperanzas, y él ya no las tenía. Todo le había salido muy mal.
   ―Está bien, Cielo. Vos ganaste. ―Su mujer sonrió―. Volvamos a casa. Adiós, amigos.
   Marcos y Alejandro levantaron sus manos a modo de saludo, medio perdidos en los pechos del ángel femenino medio golpeados por la velocidad de los hechos ocurridos. Las chicas ignoraron al ángel que las saludaba.
   Cielo extendió sus alas y desaparecieron en medio de un destello de luz cegador. Luego, nada quedó allí, ni magia ni ángeles desnudos. Solo la ropa que Renso llevaba puesta antes de volver al Cielo.
   Marcos la miró a su mujer y luego a Agustina.
   ―Lo lamento, Agus.
   ―Tienen muchas cosas que explicarme ustedes ―dijo ella entre sollozos.

9
   ―Dios necesita verte ahora, Patricio ―le dice un Querubín (ángeles bebés) con los pañales cagados volando sobre su cabeza.
   ―¿Qué quiere el viejo ahora?
   ―Quiere que te enmiendes por tus pecados. No sé, viste cómo es Él.
   ―Sí, lo sé.
   Patricio se dirige hacia el Trono de Dios, no sabe qué quiere Él de su persona. Tiene un poco de miedo. ¿Por qué lo meten a él en asuntos de otros?
   ―Hola, Patricio ―lo saluda Dios mientras lame un sobre y lo cierra con suma suavidad, lo que guarda allí brilla con una luz hermosa y armónica―. Quiero que vayas a la Tierra. Tengo un trabajo para vos. ―Deja el sobre sobre su escritorio y lo mira. Se toca la barba pensativo mientras espera a que hable Patricio.
   ―¿Y por qué tengo que hacerlo yo? ―le replica Pato.
   ―¿Te acordás de unos travestis hace unos años en el infierno? ―inquiere Dios. Escribe en el sobre cuidadosamente.
   Patricio lo mira y no dice nada. Solo asiente con la cabeza.
   ―Está bien. ¿Qué tengo que hacer?
   ―Traer a unas personas al Cielo.



Continuará...

3 comentarios:

  1. Ese final es espectacular. Me mató el Querubín. ¡Qué groso este Dios!, jajaja.
    Te pasaste. Vamos por más.

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  2. ¡¡ Fantástico !! ...Me c@gué de risa...
    Dos frases antológicas: "En otras palabras, este martes era la puntita de un sorete duro que sería difícil de cagar." y "Allí se esconden los secretos más oscuros de las relaciones humanas: como el del hombre con su suegra."... jajaja !!!
    Genial, Cristian, y gran final, como dice Raúl...
    Esperando por el Cap. V...

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