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domingo, 6 de noviembre de 2011

Vida

   En la fotografía no se ha dado por enterada de que ya no es parte de este mundo; el vínculo que la ataba a la vida se ha roto. Vida está feliz, mirando con ojos soñadores hacia un futuro lejano repleto de oportunidades y tiempo, mucho tiempo. El sol le baña el rostro con su luz anaranjada, anunciando el final del día, en un crepúsculo soñador. Pero Vida ya no está. Y Lautaro a veces lo olvida.
   Él deja caer la fotografía a un lado y se tira de espaldas sobre su cama. Mira al techo, blanco como la ausencia de memoria —algo que desea poseer— o como la pantalla de una sala de cine, a punto de ser proyectada sobre ella la película de una vida, de Vida, de su vida.
   Hay que aceptar que la muerte siempre gana la guerra; aunque nosotros ganemos la batalla, sabemos que al final perderemos, mas nunca sin dejar de luchar. Pero nadie está preparado para una muerte repentina. Lautaro no estaba preparado para la partida de Vida. Lautaro estaba  comenzando a vivir sus sueños hechos realidad cuando un accidente le truncó su futuro, y el de ella. Ahora es sólo una bruma de dolor y llanto, acompañados de cansancio y locura.
   ¿Cuándo fue la última vez que salió a jugar un partido de fútbol en el club del pueblo? Ya no lo recuerda. Eso es parte de otra vida. 
   Una mosca danza en el aire, sobre su cara dibujando trayectorias aleatorias, restándole importancia al corto tiempo que dura la vida del insecto. Nada parece real. Es todo parte de un sueño. Sin embargo, los sueños son reales y ese es un problema sin solución.
   El sol se pone en el ocaso, como en la fotografía de Vida. Lautaro cierra los ojos y espera volver a verla como todas las noches. Espera que la vida sea así el resto de su existencia. Al menos de ese modo ya no estará solo. Nunca más.



   Nuestra estrella llena de vitalidad se ha escondido y la luna ha tomado su lugar. El sol ya no está y los sueños nacen en la mente de los soñadores; aquéllos que vinculan los sucesos de un día dentro de un sueño, en una red de pensamientos y recuerdos irracionales. Poco importa cómo funcionan los sueños, lo importante es que allí puedes encontrarte con la vida y con quienes ya no están aferrados a ella. El corazón es el último lugar donde un ser amado morirá. Lautaro lo sabe y, por eso, intenta revivir a su corazón. Una tarea muy difícil para alguien que está muerto y aún respira.
   Se levanta de su cama con dolor en el cuello. Se da masajes en la nuca intentando inútilmente calmar el dolor de cabeza. Es muy tarde, de noche. Un ruido en el pasillo lo sobresalta. Sabe que el sonido volverá a repetirse todas las noches, pero siempre lo toma por sorpresa.
   —Vida, ¿eres tú? —pregunta Lautaro mirando a la puerta que da al pasillo.
   El ruido vuelve a repetirse, ahora con una frecuencia regular, y descubre que proviene de pasos, provocados por zapatos de tacón. Es ella, es Vida acercándose a la habitación donde tantas veces hicieron el amor y unieron sus almas. Lautaro comienza a sentirse vivo otra vez. Una sonrisa comienza a crecer en sus labios y sus ojos se iluminan de una luz que les pertenece a los recién nacidos: la luz de la existencia. Se pone de pie y espera a que ella ingrese en la habitación con los brazos abiertos, para darle una cálida bienvenida.

   El frío es más intenso y cruel. Lautaro ve su respiración en forma de vapor salir de su boca. Ella está detenida frente a la puerta, en el borde del umbral. Sonríe como en la fotografía, el brillo de sus ojos es como el de la fotografía.
   —He vuelto, amor —le dice con dulzura—. Toma, una rosa negra para ti. Dicen que no existen pero yo sé que sí. Debes dejarla morir para que nuestro amor sea eterno. —Arroja la flor sobre la cama sin dejar de mirar a los ojos de Lautaro. Su sonrisa se ensancha aún más. Y se acerca a él—. Te amo, Lautaro, lamento haberte abandonado. Pero no lo vi. No vi al coche acercarse a mí.
   —Chist —la silencia Lautaro, apoyando su dedo índice en los labios de Vida. Están tan fríos como toda la habitación, como la noche, como la tumba en la cual descansa—. Abrázame.
   Ella lo abraza. Lautaro siente el frío calor que ella le entrega y la lleva hasta la cama. Pisa la fotografía sin prestarle atención. En la imagen hay algo diferente pero él no lo sabe, nunca lo sabrá. La rosa negra cae al suelo y aterriza al lado de la fotografía como si de un poema se tratase.
   Lautaro vuelve a hacerle el amor a Vida, como lo hacía en su memoria. La noche es infinita y el tiempo no es enemigo cuando el amor está activo, cuando está naciendo, cuando está muriendo. Ella se posa sobre él, su piel es suave como la seda y fría como el hielo, blanca como la nieve. Las caricias son frías y oscuras, como la noche. La luz siempre está encendida, sus haces bañan la fotografía y a la rosa negra que yacen en el suelo.
   En la fotografía se ve el paisaje de fondo: unos árboles que son iluminados por el anaranjado sol del crepúsculo, y nada más. Vida no está en la fotografía. Vida ha cruzado la barrera del instante eterno para vivir nuevamente, como cada noche. Pero como cada noche, al final volverá a morir.

   Al amanecer, Lautaro se levanta de su cama y se dirige al baño para orinar. Se mira en el espejo y recuerda la bella noche que pasó junto a su amada. Sonríe. Vuelve a la habitación y ve la fotografía en el suelo. A su lado hay una flor de color oscuro: una rosa negra, como las que anhelaba encontrar Vida algún día. Levanta ambos objetos, tan amados y jamás olvidados, del suelo. Deja la fotografía sobre su cama, en la imagen está la dulce sonrisa y los ojos llenos de futuro y vitalidad de Vida. Ella está feliz.
   Se dirige a la cocina, quita la tapa del cubo de basura y arroja la rosa allí. Mira dentro y ve las otras flores que arrojó los amaneceres anteriores muriendo para mantener el amor vivo.
   Algún día esas flores serán reales y él podrá estar junto a ella para siempre, como el instante eterno de una imagen.


   Nada queda por hacer. Lautaro se recuesta en su cama y sueña. Vida intentará volver a vivir esta noche. Una vez más. Mientras, en las profundidades del amor, todas las rosas se vuelven negras.



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