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martes, 8 de noviembre de 2011

Alas del cielo (Capítulo II)

II. GARRAS DEL AMOR

1
   Marcos se levantó de su cama y notó que sus piernas estaban débiles, producto de la gran noche que pasó junto a su novia. Ella tuvo cinco orgasmos, únicos. Su felicidad era tal que podría seguir dándole matraca hasta fin de año y su amiguito no caería jamás. Todo era gracias a la atmósfera que se respiraba, dejada por la presencia de Renso. Laura ya no estaba en la cama, se había levantado temprano. Desde el comedor se oían voces en pleno diálogo. Miró el reloj, eran las ocho de la mañana. Se vistió y salió a la cocina.
   ―Hola, mi vida ―lo saludó Laura con un beso en los labios.
   Renso lo miró de reojo y le guiñó un ojo, sabía (o sospechaba), lo que pensaba Marcos: sexo, y más sexo, del bueno.
   ―Buen día, muchachos.
   ―¿Todavía seguís dudando de mi persona? ―le preguntó Renso.
   ―Para nada, pero eso deberíamos hablarlo en privado.
   ―Los gritos se oyeron hasta mi pieza ―comentó Alejandro.
   Laura se puso roja de la vergüenza, luego se rió a carcajadas. Los demás la acompañaron con sus risas.
―Aguantó más de veinte minutos, y eso es ya todo un logro ―observó la dama del grupo―. Vení, dejémonos de pavadas y tomate unos mates con nosotros, Marcos.
   Marcos se sentó junto a ellos y recibió de buena gana un mate de Ale; estaba de buen humor, no había dudas.
   ―Estábamos hablando con Renso sobre la vida en el cielo ―le informó Laura―. ¿Sabías que el tiempo que transcurre aquí y allá son diferentes?
   Marcos negó con la cabeza.
   ―Es seis a uno ―intervino Renso―. Por cada hora que pasa en el cielo, en el mundo terrenal transcurren seis horas. Eso quiere decir que solo han pasado dos horas desde que me caí de la nube. Así que supongo que todavía no han encontrado la pelota y la zanja que dejó mi culo al resbalarme de la nube. Y doy gracias por ello.
   ―¿Por qué agradecés que no sepan dónde estás? ―preguntó Marcos―. ¿No se supone que si tus amigos te encuentran te pueden curar tu ala y llevarte para arriba?
   ―Es una larga historia ―advirtió Ale, que ya conocía detalles de la vida del ángel.
   Renso asintió y se dispuso a repetir su relato. Al menos contar sus últimas horas en el Cielo, Marcos captaría la idea pronto, como sus amigos.


2
   La vida de Renso en el cielo no es tan divertida como parece. La Fiera que tiene por esposa le rompe mucho las pelotas y no lo deja disfrutar. No puede salir con sus amigos a tomarse unas cervezas al bar del ángel Pedro y a jugar al fútbol con los muchachos.
   ―No me jodas, Renso ―le dice La Fiera―. Elegiste estar conmigo y conmigo vas a estar.
   ―Dale, mi vida. Dejame ir a jugar con los chicos. Jesús va a estar entre ellos. En una semana jugamos contra los arcángeles por un asado y no me lo quiero perder. Nunca te pido nada, solo por esta semana.
   Su mujer lo mira y le dedica una cara repleta de reproches. Renso no entiende cómo mierda llegó a casarse con esa bestia que tiene por mujer. La culpa debe ser de Dios, él siempre tirando ideas sobre lo sagrado que es el primer amor y todas esas boludeces que dicen en La Biblia sobre el matrimonio (se pregunta por qué Dios no tiene mujer, la respuesta es sencilla: Él no es ningún idiota). Ahora se halla atrapado por las garras del amor y no hay forma de escapar. Por boludo, más que un simple idiota.
   ―Está bien, podés ir. Pero te quiero acá a las siete.
   Renso salta de alegría, cual niño al que le dan permiso para jugar en la casa de sus amigos y hacer travesuras, y luego la abraza. Casi le da un beso en los labios pero se da cuenta a tiempo de lo que iba a hacer y se detiene.
   ―A las siete estaré acá, amor ―le dice con un leve susurro tembloroso.
   ―Mejor así, te conozco y sos medio pelotudo. Pero te voy a continuar enderezando.
   Renso sale por la puerta de su nube y la saluda con las manos a su mujer, La Fiera. Cómo desea que el Ángel de La Muerte la haga polvo y pueda vivir su vida en paz. Quiere un cambio en su vida, pero allí no obtendrá nada: está agarrado de las pelotas por el amor enfermo de aquella señora que se hace llamar «esposa».
   Camina alegre y victorioso por los terrenos celestiales. Saluda a uno que otra persona (alma) de paso. Va a jugar con los chicos, todavía no lo puede creer: ella lo ha dejado ir. Sonríe.

   ―Sos un boludo, Jesús. La mandaste a la mierda ―le recrimina Renso mientras corre tras la bocha que se eleva casi hasta el infinito.
   ―Cuánta fuerza que tengo, papá ―grita Jesús mientras se caga de la risa casi lagrimeando.
   «Si no fueras el hijo del Jefe te cagaría a trompadas con la fuerza de ésta», piensa Renso mientras persigue la pelota que continúa elevándose más allá del cielo, si es que el Cielo tiene cielo.

   La ve: está cerca del borde de la nube «Monumental». Corre hacia ella. No ve que unos metros más allá se abre una brecha entre la vida y la eternidad, algo que sucede a menudo debido a las fallas técnicas de Dios al crear el Cielo. Renso resbala cuando se agacha para tomar el balón. Su culo rebota con una nube y cae en la brecha directo al paraíso terrenal. Grita como una niña mientras intenta abrir sus alas. Pero ya es demasiado tarde. Está en la Tierra, cayendo como si fuera un meteorito.
   Choca contra el suelo pero no siente casi nada de dolor, porque es diferente; «salvo las alas», piensa.
   Alejado de su mundo oye que alguien se acerca. Mira al cielo y, por un segundo, agradece estar alejado de ese mundo donde vive La Fiera, su amor de enormes garras. Sus sentimientos son más intensos, nota el aire vertiginoso de la vitalidad terrenal.
   ―¿Estás bien? ― le pregunta un muchacho.
   ―Creo que sí ―responde mientras siente un ligero dolor en una de sus alas―. Creo que me rompí un ala.

3
   ―Así que tu mujer es muy jodida ―comentó Marcos.
   ―Demasiado ―afirmó Renso mientras mueve la cabeza en un gesto de decepción―. Por eso agradezco estar acá. Pasé medio día alejado de ella acá mientras que allá fueron apenas dos horas. Supongo que los muchachos deben estar buscándome; saben que, si no me encuentran, mi mujer podría ir a romperle las pelotas, literalmente. Y no importa que esté Jesús o el mismísimo Jefe, ella no escatima en consecuencias.
   ―A la mierda ―observó Marcos―. Vos no seas nunca así, Lau.
   Ella lo abrazó y besó nuevamente.
   ―Veo que mi magia continúa haciéndote comezón en la conch... Perdón, tengo que cambiar un poco ―observó Renso.
   Los tres humanos asintieron.
   ―Bueno. Les aviso que dentro de un rato viene Agustina a estudiar conmigo. Al mediodía, más o menos. Debemos esconder a Renso o inventarnos una buena historia ―informó Laura.
   ―No te hagas problema ―dijo Ale―. Algo se nos va a ocurrir.
   ―¿Y qué hacemos con las alas? ―preguntó Marcos al tiempo que señalaba las plumadas.
   ―Las encojo y me pongo una remera. Casi no se notan ―dijo Renso encogiéndose de hombros. Por cierto, tengo un hambre de la puta madre, ¿quieren que cocine?
   ―¿Sabés? ―le preguntó Laura.
   ―Claro, chiquita. Vamos a hacer unas empanadas que te va hacer relamer los dedos ―sonrió.

4
   Mientras Renso cocinaba las empanadas, Marcos se preparaba para ir a la facultad. Se sentía aliviado ahora que era de día y confiado en sí mismo. Notaba que su vida estaba mejorando, y la de sus amigos también. Miró a su huésped y sonrío, el chabón le caía bien ahora, cosas de humanos. Miró por la ventana y observó un día tranquilo, en el baldío no había nadie y el vecino parecía ignorar todo el asunto; sí, «parecer» era un verbo adecuado, con ese gil nunca se sabía qué vendría después. Mientras no vuelva a romper las pelotas por los ruidos que había oído hacía un tiempo, todo estaría bien.

   Fuera, Laura saludaba a su amiga recién llegada. Renso la vio a través de la ventana mientras armaba algunos repulgues casi perfectos, si la perfección existiera, y se quedó helado: la chica era hermosa, casi similar a un ángel. Sentía un cosquilleo en su espalda, tal vez eran sus alas que querían expandirse y volar cual enamorado drogado de amor, tal vez era un bicho jodiendo. La cuestión era que se estaba enamorando de alguien que no conocía y las empanadas se quemaban en el horno. Así es de raro el amor, amigos, y loco.
   ―¡Eh, Renso. Se queman las empanadas! ―gritó Alejandro mientras se acercaba a la cocina―. ¿Te sucede algo?
   ―Creo que el puto de Cupido me cagó de un flechazo en el ojete.
   ―¿Qué?
   ―No, nada. A ver, dejame sacar estas empanadas.

5
   ―Agustina. Un gusto... ―se presentó ante el otro invitado, cocinero casual.
   ―Renso, un verdadero placer ―dijo sonriendo, sin apartar sus ojos de los de ella―. Espero que te gusten mis empanadas.
   ―Seguro que sí.

   Se sentaron los cinco en la mesa y disfrutaron del almuerzo preparado por el ángel. Lo aplaudieron y éste se puso colorado, algo que nunca le había sucedido. Allí, en la Tierra, todos los días se aprende algo nuevo sobre la vida, porque ésta se vive de verdad.
   Renso no podía apartar su mirada de Agustina. Las garras del amor estaban trabajando otra vez. Tendría que hablar muy seriamente con Cupido o cagarlo a trompadas. Pensó por un instante en todo lo que había sucedido en las últimas horas, era todo muy raro. Y esa chica allí, parecía formar parte de un plan del destino o, mejor dicho, de Dios. Miró arriba y le guiñó un ojo al techo.
   ―Bueno, gente. Debo retirarme a la facu. Nos vemos luego, a la tarde ―se despidió Marcos.
   ―Nosotras nos vamos a estudiar un rato ―dio a conocer Laura al tiempo que tomaba de las manos a su amiga y se iban hacia la habitación de ella.
   ―Y, por lo visto, a mí me toca lavar las cosas ―se quejó Alejandro, pero nadie le dio bola―. Parece que en esta historia no corto ni pincho.
   Renso lo miró y le dijo:
   ―En esta historia sos importante, tenés cuidado con eso de cortar que podés lastimar a alguien y si querés pinchar te puedo presentar a un par de putas que están para chuparse los dedos, pero siempre usá forros, está muy jodido el mundo hoy en día.
   ―Jaja, gracioso, Renso. Te vi relojeando a Agustina. Te gusta, ¿no? ―le preguntó Ale una vez se hubieron retirado las chicas y no había peligro de ser oídos.
   ―Los ángeles no se enamoran; yo no me enamoro ―alegó Renso―. Menos si estás casado con mi mujer, son ellas las que se enamoran de mí.
   ―Vamos, a mí no. Decime, ¿se te descontrolan las alas? Porque me parecen que están brillando un poco.
   ―No, eso es energía acumulada. Ahora mismo estoy en una masturbación celestial. Y, cuando me excito, se me descontrola lo mismo que a vos, solo que cinco veces más grande.
   Ambos estallaron en carcajadas. Pero a Renso sí se le había descontrolado todo, y parecía que iba de mal en peor. Ya no quería volver al Cielo; el Cielo era la Tierra, y junto a esa mujer. La había observado, cada palabra que salía de su boca lo sumergían a él en un mundo donde su corazón latía a mil por hora y su mente revoloteaba en un mar de mariposas rojas llenas de espinas mientras volaban rosas por el aire y se respiraba frescura del silencio. Típico de un enamorado, todo era un «sinrazón»; nunca había sentido nada semejante por Su Fiera, lo que lo llevaba a preguntarse quién carajo lo llevó a cagarse la vida a su lado. Cosas de la vida de los ángeles, secretos de Dios.
   ―Bueno, lavo las cosas y me voy a dormir una siestita ―le informó Alejandro―. Vos si querés, mirá la tele o descansá. No sé, pero yo estoy con fiaca.
   ―Andá a dormir tranquilo, yo lavo las cosas.
   ―No, eso no. Va en contra de mi honor.
   Ambos se levantaron de la mesa. Las panzas estaban llenas y los corazones contentos. Un final de capítulo bello pero, por desgracia, esto aún no terminaría.

6
   Laura se estaba bañando. Renso estaba viendo la tele cuando Agustina le habló:
   ―¿Puedo sentarme a mirar un rato la tele mientras espero a que termine de bañarse Lau?
   ―Claro. Vení, sentate a mi lado ―le ofreció Renso.
   ―Gracias, acá tengo una silla. ¿Qué estás viendo?
   ―Gran Hermano.
   ―Una mierda.
   ―Aparentemente: un claro reflejo de nuestra realidad, o sociedad, pero no de la poca dignidad que nos queda.
   ―Así que sos un amigo de Marcos del interior ―dijo ella ignorando el análisis de Renso.
   ―Exacto. Vengo del sur, de un pueblo llamado Castle Rock. Decidí tomarme una semana de vacaciones y visitarlo ―mintió Renso. Su mente flotaba alrededor de los ojos de la chica a la que le hablaba―. Me aburría mucho allá.
   ―Mirá vos. Y acá no es tan diferente de lo que debe ser en tu pueblo. Lo único que hacemos es estudiar y estudiar.
   Renso se levantó de su silla y se acercó a ella. Sentía que sus alas ardían, tal vez de deseos tal vez se prendían fuego; y no podía controlarse. Ella lo miraba fascinada. Era por el poder de la magia de sus alas y lo sabía, pero no lo podía evitar. Él no quería que fuera así, quería que ella sintiera su verdadero poder, no el de sus alas; estaba enamorándose de verdad. Anhelaba no tener esas malditas alas que intensificaban los sentimientos humanos.
   Agustina se puso de pie y quedó frente a él.
   ―Sé que me mirabas. Todo el tiempo lo supe. Siento algo en mí que me empuja a esto ―le dijo a Renso.
   ―No lo hagas, Agus. Debés sentirlo en tu corazón, no en tu cabeza ni músculos.
   ―Quiero que me beses, Renso.
   ―No puedo. ―Aunque deseaba con todo su ser besarla, no era justo que lo hiciera, ella estaba bajo el poder de su magia―. Soy gay.
   Agustina se detuvo a apenas un par de centímetros de sus labios.
   ―¿Es en serio?
   ―S-sí ―tartamudeó Renso―. Soy muy gay, escucho a Ricky Martin y me gusta entregar mi cola a los muchachos, si son negros mucho mejor. Soy un mariposa. Perdón por desilusionarte.
   ―No lo entiendo. Todos los hombres lindos o están casados o son gays.
   ―Y yo soy ambas cosas. ―Le sonrió, mientras por dentro gritaba de dolor. Alas del orto. Garras del amor, ¡arranquénmelas!
   ―Bueno, suele pasar ―dijo ella, resignada y desilusionada―. Creo que podremos ser amigos. ―Pero no era eso lo que quería. Lo miró y creyó que sus ojos le decían otra cosa: disculpame por mentirte.
   En ese momento, Laura salió del baño. Renso volvió a sentarse en el sofá y simuló mirar la tele, cuando, en realidad, su corazón se rompía en mil pedazos producto del amor sangriento de alas de un ángel. Vio a Agustina acompañar a su amiga a cambiarse, sin dirigir una sola palabra de más. Levantó su vista al techo y le preguntó a Dios por qué mierda le hacía esto. No era justo. Pero necesario.

7
   Laura y Agustina se fueron a la facultad a las cuatro de la tarde. Renso quedaba solo en esa casa. Laura le dijo que si necesitaba algo lo llamara a Ale. Le respondió que lo haría si así debía ser. Le dio un beso a Agustina y deseó que ese momento fuese eterno. Para siempre. Aunque ella se mostrase un poco fría.
   Era cerca de las cinco. Renso dejaba escapar una lágrima por el dolor de huevos que le generaba ser un ángel cuando oyó el estruendo proveniente del baldío de al lado. Habían llegado por él. Lo sentía en sus alas, que brillaban con intensidad.
   Salió de la casa y se acercó al cráter en el baldío que él había formado y que ahora albergaba a alguien más. Era hora de tomar decisiones. Esto iba en serio. Basta de joda.
   ―Hola, Renso ―lo saludó Patricio, desnudo, con las alas extendidas―. Al fin te encontramos.
   ―Así parece, Pato ―dijo el aludido, mientras se acariciaba sus alas bajo la remera―. Tenés que ayudarme, amigo.


Continuará...

2 comentarios:

  1. Va tomando forma. Nada le falta del estilo CastleRock: sexo, humor burdo, y fantasías alocadas de ayer y hoy.
    A la espera de la parte tres.

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  2. Fantástico...
    Los diálogos, de antología; imposible no entrar en el clima del relato...
    Gran expectativa por el devenir...

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