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lunes, 14 de febrero de 2011

El Tren

Una breve introducción: este no es uno de mis más amados relatos, no me convence demasiado, lo veo débil en varios aspectos, pero, en definitiva, requirió de tiempo y esfuerzo para ser creado. Traté de fortalecerlo todo lo posible para mejorar su pobre argumento. Bueno, le daré una oportunidad, tal vez me equivoque. 
Vamos a darle una oportunidad al tren solo pasa una vez en la vida.


Era pasada la medianoche y José continuaba esperando el tren que lo llevara a la casa de Marcela, ella, su amor infinito, eterno. Llevaba esperando más de dos horas pero aún no se daba por vencido. No había nadie en la estación platense, absolutamente nadie. Estaba solo pero no le dio importancia a este detalle, él sólo quería (¿o debía?) llegar a Berazategui, donde vivía ella. Esperaba. Esperaba. Ya llegaría el maldito tren, había que esperar un poco más. Mientras tanto pensaba qué le diría cuando la viera. Buscaba en su imaginación posibles explicaciones sensatas que le podría dar a ella cuando llegase en plena madrugada a su casa. Pero no le importaba mucho esto tampoco. Confiaba en la espontaneidad de su inteligencia para resolver pequeños problemas, si podía considerarse a todo este asunto “pequeño problema”. Necesitaba solucionar el "pequeño problema". 
        Aún esperaba. La ansiedad comenzaba a devorarlo. 
        El silencio tenía atrapada a la ciudad de La Plata en los sueños que rondaban por las calles desiertas e iluminadas por los electrones excitados del sodio del alumbrado público, en esa noche fría y negra, interminable. 
       
        En algún momento llegó un hombre y se sentó al lado de José. Él no lo vio llegar y se asustó un poco cuando se percató de la presencia del Hombre. El Hombre estaba pálido. Parecía vacío y carecía de expresión alguna. José se dispuso a preguntarle si sabía el horario del tren pero le costaba mucho formular la pregunta, se sentía ahogado pero vacío. 
        Al final venció sus miedos, extraño, por cierto, y le preguntó: 
        -¿Sabe el horario del próximo tren? 
        El Hombre levantó lentamente su mirada hacia él y lo observó con atención. Están vacíos, pensó José, sus ojos están vacíos y parecen muertos. 
        El Hombre le respondió con una voz ronca, seca y sin expresar sentimiento alguno: 
        -No importa el horario. El Tren llegará cuando estés dispuesto a dejarla a ELLA y a todo lo que te hace mal. 
        José se quedó sorprendido ante la respuesta del Hombre y no supo que decir luego. Creía que ese hombre estaba loco pero sus ojos no emitían rastros de locura alguna en su interior, sus ojos no emitían nada. Entonces respondió: 
        -No entiendo. Pero gracias igual -dijo ignorando estúpidamente lo que le comentó el hombre e intentando cortar el dialogo en ese preciso instante. Sentía un arrepentimiento que crecía abruptamente en su interior por haberle dirigido la palabra a su compañero de espera. 
        -Ya entenderás cuando llegue el tren -le respondió el Hombre solemnemente, alejado años luz de la estación de trenes, al parecer. Y esperaron. Uno al lado del otro. 
        El tiempo transcurría y la noche envejecía. 
       
        Pasó un largo rato. Tal vez debería dejar todo como está, pensó José. Tal vez me equivoqué yo y no ella. El error es mío. Tal vez debería olvidarme de ella e irme a la mierda. 
       Estuvo varias horas meditando su vida hasta que escuchó que el Tren se acercaba. Es el mío, pensó José. Pero ahora dudaba si quería ir a ver a Marcela. Algo se había adueñado de él. Ya no quería ir a verla. Sentía que debía olvidarla, que debía olvidar toda esa puta vida que nunca le dio nada. Sólo problemas y dolor. Estaba solo y estaba dispuesto a tomarse ese tren que NO lo llevaría a la casa de Marcela sino a algún otro sitio. A un mundo mejor. De eso estaba seguro aunque no sabía por qué era así. Sintió miedo y euforia al mismo tiempo, como si estuviera sobre una montaña rusa, en caída libre. No existe el libre albedrío, pensaba perdido en el tiempo. 

        El Tren se detuvo frente a José. Subió sin dudarlo. Arriba vio a los pasajeros que miraban a ningún lado. Están perdidos, parecen confundidos, pensó. 
        Los pasajeros parecían cadáveres sentados. Parecían estar podridos por dentro. Parecían fantasmas sin sentido. Seguían mirando a ningún lado y parecía que no se daban cuenta de que el Tren se había detenido.  No se movían en ningún momento, siempre mirando al paisaje que La Plata les regalaba. 
        El Tren reanudó su marcha sin hacer el mínimo ruido, “silencio sepulcral”. José se sentó al lado del Hombre de la estación, el loco, el extraño. Sintió necesidad de viajar a su lado. No se sorprendió ante este hecho; "no existe el libre albedrío". 
       
        - ¿Adónde vamos? -le preguntó José al Hombre. 
        El hombre se volvió para observarlo, nuevamente con solemnidad, sus ojos continuaban sin emitir nada, ningún sentimiento, sólo una certeza vacua de que nada había en esos pares de abismos oscuros, y le respondió con otra pregunta: 
        -¿Cómo te sientes arriba de este tren? 
        Él se sentía lleno, sentía que olvidaba el pasado frío y oscuro que lo acometía todos los días, además de su pequeño problema con Marcela, ella. Sentía que escapaba de la vida para llegar a la muerte. Y se sentía feliz. Pero era extraño porque sus sentimientos contrastaban con el resto de los viajeros. Se lo dijo al Hombre y este le dijo finalmente lo que quería saber: 
        - Este es el Tren del Olvido. Estamos iniciando un viaje eterno a través del tiempo. Subiste a este tren esperándolo hace mucho. No quieres ver a Marcela. -José se sorprendió, ¿cómo sabía el nombre de ella?- Quieres olvidarla y a todo lo relacionado con ese amor frustrado. Quieres morir. Y eso es lo que hacemos en este tren. Morimos lentamente pero sin dolor. Sin problemas. Escapamos de la vida porque es esta la peor de las pesadillas de los viajeros como nosotros. Nos pudrimos y nos olvidamos de lo que fuimos. Este es el Tren de La Muerte y tú ya estás muerto, como todos los viajeros, pero con "algo" de vida aún. Lo único que eres ahora es la esencia que tuviste en vida. Eres el Alma sin cuerpo, y el Alma también necesita morir.




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3 comentarios:

  1. Pues tú podrás tener dudas sobre este relato, pero yo no tengo ninguna duda al decir que es muy muy bueno. ;)

    Te felicito, Cristian! :)

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  2. Me gustó, Cristian... muy bueno... Felicitaciones !!!...

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  3. Gracias, muchachos, es un gustazo que les haya parecido bueno... Una pulida y sale como piña... :)

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