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viernes, 6 de abril de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo V)

V. AMOR

1
   Aylén despertó y notó que ya casi no había nadie en la habitación número 19. Por la ventana entraba la luz de un nuevo día, lunes doce de marzo. Se levantó de su improvisada cama, hecha con un colchón muy cómodo y unas sábanas blancas, y miró a los lados. Armando seguía durmiendo. El resto del grupo ya no estaba allí.
   Se estiró y se preparó para salir del cuarto cuando el Universitario le habló.
   ―Ayer sentí algo cuando me tocaste ―dijo semidormido.
   Aylén se dirigió a él. Se sentó a su lado mientras el muchacho se levantaba de su cama. Él había notado su energía.
   ―No me di cuenta enseguida pero después lo pensé cuando me hubo atrapado la tranquilidad antes de dormirme. Es raro, fue como una corriente que fluyó por mis venas hasta llegar a mi cabeza. No sé, cuando te vi tuve una sensación en la panza pero eso fue diferente. Cuando me tocaste fue algo intenso y poderoso.
   ―Puede ser que sí como que no.
   Armando se acercó aún más a ella y la tomó de las manos.
   ―Ahora no siento nada. Salvo amor; me gustás, es como si el destino te hubiera puesto aquí para encontrarme.
   Él no podía creer que lo estuviera diciendo cuando antes del cambio nunca había sido capaz de siquiera encarar a una mina sin sufrir consecuencias en su cuerpo (entre ellas la diárrea).
   ―Armando, todavía estás dormido. No digas pavadas.
   ―No son pavadas. Me encantás y no puedo evitarlo.
   ―¿Cómo te puedo enamorar si todavía ni me conocés?
   ―A eso voy, ayer cuando me tocaste sentí que te conocía desde hace mucho, ya de entrada me habías atrapado pero después de eso es como si mi mundo hubiese cambiado.
   Aylén lo miró y le sonrió. Armando era bastante bueno y podía confiar en él, pero tenía miedo. Necesitaba pensar bien qué iba a hacer. Solo lo conocía al Universitario y sabía el secreto de Gabriel, ese que ni siquiera su dueño conocía.
   ―Vamos con los demás ―propuso Aylén al ver que Armando no dejaba de mirarla. No quería lastimarlo. Todas son iguales.
   ―Dale.
   Salieron de la habitación diecinueve y fueron a la sala donde estaba el resto del grupo.


2
   Raúl los saludó y los invitó a desayunar con ellos. Les dijo que los habían dejado dormir un poco más ya que hoy tendrían un largo viaje hacia el campo.
   ―Iremos a la casa de mis abuelos, en el campo. Allí podremos descansar un poco mejor.
   ―¿Vos confiás en que allí no hay de estas cosas? ―preguntó Gabriel.
   ―Pueden haberlas. Así como podrían observar nuestros movimientos desde arriba. Eso no lo sabemos.  
   Y hay cosas que Raúl no podía contar, ellos confiaban en él y así debía seguir siendo.
   Armando se sentó junto a Juan, y Aylén a su lado. La miró y le dedicó una sonrisa. Ese mundo al menos le había dado algo para hacer: un amor del cual enamorarse.
   ―¿Cómo estás, Universitario? Anoche parece que tuviste una pesadilla ―comentó Raúl.
   ―Es posible, no me acuerdo.
   ―Te moviste como nunca, parecías tener hormigas en el culo.
   Todos emitieron una débil carcajada. Lo necesitaban, reír de vez en cuando siempre hace bien.
   Aylén miraba de vez en cuando a Gabriel de reojo, no podía creer lo que había visto la noche anterior.
   Terminaron de desayunar tranquilos, con sus últimos minutos en la ciudad.

3
   Clara miraba fijamente a su hijo. Luego de ver lo de anoche se sentía un poco asustada aunque estaba dispuesta a todo con tal de proteger a Nicolás.
   Juan se acercó a ella y se sentó al lado.
   ―Estás pensativa, Clara ―observó.
   ―Estoy cansada de este lugar. Espero que en el campo mi hijo pueda salir a la calle a correr un rato y a jugar toda la tarde. Este hotel parece una cárcel.
   ―Este hotel es lo mejor que encontramos. Llevábamos varios días yendo de aquí para allá en la camioneta de Raúl. Luego de que él matara a una de esas cosas pensamos que lo mejor sería movernos lo menos posible.
   ―Si es lo mejor para mi hijo, excelente. Pero tiene tres años y quiere salir a jugar.
   Juan no sabía cómo decirle que el mundo ya no era como antes y que se tendrían que adaptar sí o sí al cambio. La abrazó y se sintió bien al hacerlo. Eso era necesario para todos.
   Vieron a Nicolás jugar con su camioncito de juguete y sintieron envidia de que él no supiese que el mundo había cambiado, tal vez para siempre.
   Eran las ocho de la mañana y estaban en la sala principal, preparados para partir pronto hacia el campo.

   Raúl golpeó las ruedas de su camioneta y las revisó con mayor profundidad. Cargó el tanque con combustible de otros coches abandonados y le pidió a Armando y a Gabriel que lo ayudaran a cargar la caja con comida y con las armas que habían sacado de la comisaría.
   ―Esto de trabajar me puede hacer muy mal ―comentó Gabriel, y se rió.
   ―Tenés que acostumbrarte, a todos nos toca alguna vez en la vida ―dijo Raúl.
   ―Por eso yo elegí estudiar, trabajar me hace mal ―terció Armando.
   Los tres estallaron en carcajadas.

   Aylén miraba a los tres hombres trabajar desde dentro. Todos eran muy diferentes entre sí. Todos tenían algo de especial que emanaban de la piel y que rara vez era visible a sus ojos.
   Raúl era un líder nato, un cazador que tenía la certeza de lo que fuera.
   Armando era inteligente, según lo que había visto de él, llevaba una vida complicada y necesitaba un cambio radical. Este suceso representaba una oportunidad, y además estaba loco por ella. Sonrió, él también le caía un poco bien después de todo.
   Pero Gabriel, él era diferente y no lo sabía. No aguantaba más, su cabeza iba a estallar si no le contaba a nadie lo que había visto del muchacho. Y Armando era el adecuado, se lo iba a contar a él. Esperaba que le creyera aunque fuera solo un poco. Se miró sus manos, por un instante deseó no saber secretos de los demás. Era injusto. Pero ese mundo la había cambiado bastante.

4
   Juan se puso a charlar un rato con Raúl mientras este último revisaba el motor del coche. Miraba a Clara y a Nicolás al otro lado de la calle.
   ―¿Vos creés que Nicolás podrá jugar en el campo de tus abuelos? ―le preguntó a su jefe.
   ―Claro ―afirmó Raúl―. No creo que haya muchos problemas por allí.
   ―Excelente, los veo a los dos y me gusta cuando están felices.
   ―¿A quiénes?
   ―A Nicolás y a Clara.
   ―Estás enamorado de ella, ¿cierto? ―preguntó Raúl mientras acababa con el motor y levantaba su mirada para observar fijamente a su amigo―. Se nota a leguas.
   ―Son cosas que pasan. Es una mujer con un hijo en un mundo diferente que necesitan protección. Y verla en su mejor papel de madre me enamora. Me encanta pero dudo que ella sienta lo mismo por mí. Me siento un pendejo adolescente flasheando por su primer amor, y ya soy grande.
   ―Todos tenemos un pibe dentro, algunos lo comemos en estofado y otros lo llevamos desde nacimiento.
   ―Jaja, pero ella es diez años menor que yo. A sus veinticinco años dudo que le guste un hombre como yo.
   ―Vos tenés la experiencia, amigo. El padre del pibe era un boludo que se las había mandado en grande y se había tomado el palo. Clara verá en vos lo que una mujer necesita.
   Raúl le palmeó el hombro y le señaló a Juan que preparase el Peugeot 206 negro que había conseguido Gabriel, así viajarían todos más cómodos, dispersos.
   ―Dale, jefe.

5
   Armando estaba sirviéndose un vaso con agua cuando Aylén lo llamó. Dijo que tenía algo para contarle pero temía que no le creyera.
   ―Claro, decime.
   ―Acá no, vamos a una de esas habitaciones, alejados.
   Armando recordó que Raúl le había dicho que nunca se separaran del grupo y dudó por un instante. Ella era nueva y aún estaba el impacto de la historia de Gabriel y los infiltrados en suelo terrestre. Pero también estaba enamorado, así que accedió finalmente. Con cautela.
   ―Ok, vamos.
   Entraron en una habitación al final del pasillo y cerraron la puerta.
   ―No sé cómo comenzar ―dijo ella mientras se sentaba en la cama.
   Armando le miró el culo el mayor tiempo del que disponía. Era verdaderamente hermosa por todos lados. Y esa habitación, sin luz y con una cama de la puta madre lo incitaba a pensar cosas perversas junto a Aylén.
   ―Sentate a mi lado ―le pidió ella.
   Él le hizo caso.
   ―Dame tu mano. Voy a contarte una historia: tu vida.
   ―¿Qué?
   ―Solo así podrás creerme.
   Aylén empezó a relatarle hechos de importancia en la vida de Armando mientras este parecía cada vez más asustado; no podía creer lo que ella decía, sabía muchos hechos de su vida. Le contó sobre Agustina y su mala suerte a la hora de ponerla en el baño del secundario.
   ―Es que ella fue la boluda. No sé a quién se le hubiera ocurrido meter la pata en el inodoro.
   Ella continuó luego de una efímera sonrisa.
   ―No puedo creer esto. ¿Cómo lo sabés?
   ―No sé cómo pero sé que está aquí, en mí. Y funciona cuando toco a las personas. Y por ahora solo los toqué a vos y a Gabriel.
   ―Gabriel.
   ―Es de él de quien quiero hablarte. Y te pedí que me dieras tu mano porque sino no me creerías.
   ―¿Qué cosa no te creería?
   ―Que Gabriel es uno de ellos; es un invasor.

Continuará...

2 comentarios:

  1. Una entrega light, que cae como una bomba de chocolate con ese final sorprendente. Vas delineando a cada uno de los personajes de manera tal que uno ya los va haciendo propios.
    Te felicito.
    Hasta la próxima entrega.

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  2. ¡¡Uhhh, qué final!!
    La calma que precede a la tempestad predomina en todo el capítulo. Y la tempestad llega en el momento menos pensado, y con la noticia menos esperada.
    No sé si confiar o no en Aylén; pero sí le doy mi voto de confianza a Nicolás (además de al Jefe Raúl, claro, je): el pequeño, estoy seguro, nos traerá más sorpresas a la historia.
    ¡Las felicitaciones de siempre!. Muy bueno.

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