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domingo, 22 de abril de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo VII)

VII. AROMA A MUERTE

1
   Juan no podía creer lo que Raúl le había dicho unos segundos antes.
   ―¿Cómo que ya sabías que iban a venir esos invasores?
   ―Es una larga historia.
   ―Contame.
   ―No puedo, aún no estoy preparado. Es difícil hacerlo.
   ―Contame, ¡mierda! ―exclamó Juan mientras lo tomaba por los hombros y lo agitaba con violencia.
   ―Soltame, Juan ―le ordenó Raúl.
   ―Nos estuviste ocultando cosas. Nosotros confiamos en vos pero vos no lo hacés con nosotros. ¿Por qué no nos contaste nada? ¿Por qué nos ocultás información?
   ―Porque es difícil hacerlo cuando no sabemos dónde puede haber un infiltrado. No es fácil para mí desconfiar de quienes quiero proteger. Esto va más allá de lo que podemos comprender. Ni yo logro entender del todo lo que sucede aquí.
   ―Todo este tiempo que nos hablaste sobre tus teorías nos mentiste. Ellos saben que tenemos armas para defendernos, ¿verdad?
   ―Sí. Ellos nos estudiaron por mucho tiempo antes de conquistarnos o invadirnos, como más te guste definirlo. Creo que desde mucho antes de lo que soy capaz de imaginar.
   ―Decime cómo mierda sabés todo esto, Raúl. ¿Y por qué nos juntaste a todos en este grupo?
   Raúl sonrió. Lo miró a los ojos y le dijo:
   ―Porque ustedes son las armas que necesito para vencerlos.
   Juan se alejó de él. No le creía. Raúl los había engañado a todos.
   ―Sos una mierda, todo esto es una mentira.
   ―Nada es una mentira. Me cuesta ordenar mis pensamientos ya que fui afectado por ellos pero lo veo en todos ustedes: son especiales.
   ―Estás loco, ¿lo sabías?
   ―Es probable, de eso no estoy seguro.
   Juan le dio la espalda y se retiró dejando a Raúl solo cerca de la tumba de su abuelo. No dijo nada más. No quería oír ninguna otra palabra.
   Raúl lo observó alejarse a su amigo, veía cómo la distancia entre ellos convergía hacia el infinito cual desconfianza rompe las esperanzas de una amistad eterna. Necesitaba desahogarse pero no se esperaba esa reacción, ahora debía pensar con calma. El repentino descubrimiento del cuerpo de su abuelo muerto lo había afectado bastante y no podía dejarse llevar por sus emociones.
   Juan no había sido capaz de comprenderlo un solo instante. La rabia se apoderó de él. Cerró sus puños con fuerza y comenzó a caminar hacia su camioneta intentando expulsar esos sentimientos que se apoderaban de su ser.
   Miró por un momento hacia el bosque, lugar de misterios de su infancia. Extrañaba a su abuelo, lo necesitaba más que nunca. Y poco recordaba de él, a veces había un vacío en su mente que le era incapaz de llenar, ni siquiera con mentiras.

   Aylén se posó al lado de Armando.
   ―¿En qué estás pensando?
   ―En todo ―respondió él―. En este mundo de mierda, en vos, en el grupo. Nada va como debería.
   ―Creo que tengo una idea de a quién busca Gabriel.
   ―¿A quién?
   ―Al niño. Lo observé mientras viajábamos. Necesito acercarme a él y asegurarme de ello. Quiero que me ayudes.
   ―No puedo, vos querés matar a una persona.
   ―Él ya no es una persona. Es un peón, un juguete de esas cosas.
   ―Decime qué viste en él que te hace pensar en esto.
   ―Vi cómo sus pensamientos eran cambiados por otros. Pude ver cómo manipulaban su mente a su antojo. Estaban en una especie de cuarto con herramientas y aparatos avanzados, no sé, era como una especie de laboratorio...
   ―Antes, ¿qué viste antes de eso?
   ―Vi a su familia, a su hermano jugando en el campo. Pero esos recuerdos están rotos.
   ―Eso quiere decir que es una persona. Pensá Aylén, si le hicieron esto tal vez podamos volver atrás. Tal vez no viste lo suficiente en él.
   ―¿Y cómo te pensás que puedo saber más de él?
   ―Solo hay una forma de hacerlo: tocándolo de nuevo, pero por largo tiempo. Así podrías escrutar más profundamente en su mente.
   ―¿Y cómo lo hago?
   Armando pensó por un momento. Conocía la respuesta pero no la quería aceptar.
   ―¿Cómo lo hago? ―volvió a preguntar Aylén.
   ―Teniendo sexo con él.

2
   Raúl abrió la puerta de su camioneta con suma violencia, parecía muy enojado y perdido en sus pensamientos. Clara lo observaba atónita junto a Gabriel. El Jefe parecía enloquecido, tal vez la muerte de su abuelo le había afectado bastante. No miró a nadie.
   Se sentó en el asiento y cerró la puerta de un golpe. La encendió y salió a toda velocidad de allí. Pasó al lado de Armando y Aylén pero no les prestó atención.
   ―¿Qué le pasa? ―preguntó la chica al Universitario.
   ―No lo sé.

   Clara lo miró a Gabriel sin saber qué decir. El Jefe los había dejado sin decir nada. Era algo que nunca había sucedido. Vio a Juan entrar a la casa, también parecía muy enojado, dejó a Nicolás solo por un momento a cargo de Gabriel y se asomó al interior para averiguar qué sucedía.
   Más allá, cerca de la tranquera, Aylén le hacia una seña a Armando. Se encaminaron hacia donde estaba el niño y el invasor. Ellos eran los ingredientes de una bomba mortal que debía ser desactivada.

   Juan estaba de pie al lado de la mesa con un vaso con agua. Parecía pensativo.
   ―¿Qué te pasa, Juan?
   ―Nada, está todo bien.
   ―No, no parece. Los vi a los dos allá, cerca de la tumba. Discutieron, ¿verdad?
   ―Un poco, pero sobre nada importante. ―Juan estaba ocultando información, como lo había hecho Raúl, y se sintió como una mierda.
   Clara se acercó a él y le tomó las manos. Luego, lo abrazó.
   Él se apartó y le acarició el rostro, luego acercó sus labios a los de ella. Clara cerró sus ojos, se dejó llevar por el momento. Necesitaba volver a sentir un poco de amor después de tantas aventuras inhumanas.
   Se besaron y, al mismo tiempo, una llama se encendió en una hornalla de la cocina. Clara se dio vuelta y la miró.
   ―Hay fantasmas en esta casa ―dijo ella asombrada.
   Juan observó la llama y, de repente, esta se apagó como si una brisa le diera una cálida caricia mortal.
   ―Tal vez sea una combustión instantánea.
   ―Eso no existe ―dijo ella, que se alejaba de Juan―. Disculpame por besarte, no sé qué me pasó. No era mi intención.
   ―Clara, yo te quiero mucho. A vos y a tu hijo. Y les voy a decir lo que sé. Les voy a contar lo que me dijo Raúl.

3
   Aylén se agachó mientras le sonreía al niño. Armando observaba la escena un poco nervioso, no sabía si confiaba en ella o no. No entendía ni siquiera sus sentimientos.
   Ella le acarició el pelo por unos segundos, eternos, y Nicolás sonrió. A Aylén se le pusieron los ojos en blanco, se sacudió y cayó de espaldas inerte.
   ―Mierda ―dijo Gabriel mientras se acercaba a ella.
   ―Está bien, yo me fijo. Creo que se desmayó, nada más ―informó Armando, un poco preocupado pero intentando mantenerlo oculto.
   Se agachó y le tomó el pulso. Efectivamente, se había desmayado y estaba bien, al menos eso decían sus latidos. ¿Qué habrá visto?, se preguntó.
   ―Ayudame a llevarla adentro, Gabriel.
   Este la tomó por un lado y lo ayudó a entrarla. Armando no lograba convencerse: ese muchacho no parecía un invasor.
   ―¿Está muerta? ―preguntó Nicolás con cierta preocupación en su rostro de niño.
   ―No, Nico. Ella solo se durmió.
   El niño se quedó afuera, algo le llamaba la atención. Miró hacia el bosque y sonrió. Era muy intenso. Algo nuevo para él. Vio un breve destello de luz huir de los árboles.

   Juan y Clara vieron entrar a los chicos con Aylén en brazos y le indicaron el camino hacia el dormitorio. Les preguntaron qué le había sucedido.
   Acomodaron a Aylén en la cama y se alejaron un poco.
   ―¿Qué le pasó? ―preguntó Juan.
   ―Se desmayó ―dijo Armando―. Creo que es por el cansancio, nada más. Abran las ventanas para que entre aire. Su respiración y pulsos son correctos. Esperemos un rato y la despertaremos.
   Los demás escucharon las palabras del Universitario con atención, él era el que tenía estudios avanzados. Pero no sabían que estaba muerto de miedo y no recordaba nada sobre primeros auxilios. Había visto algo y lo sabía, y debía de ser muy intenso para que se desmayara.

   Nicolás miró hacia el campo. Era enorme. A unos quinientos metros se encontraba el bosque de color verde como la esperanza. El niño sonreía. Sus pies se elevaron en el aire unos centímetros y empezó a avanzar hacia el lugar de donde había visto la luz, ese lugar que lo llamaba con fuerza. Sonreía mientras movía sus juguetes por todos lados en el aire.

   Luego de unos minutos, Clara salió a buscar a su hijo pero no lo encontró. Llamó a gritos a Juan y este le pidió a Armando que lo ayudara a buscarlo.
   A Armando no le gustó la idea de dejar a Aylén sola con Gabriel pero el niño tampoco podía estar perdido. Según ella, el niño era la prioridad. Acompañó a Juan en la búsqueda. Este le indicó que buscara por la parte de delante mientras él revisaba la parte trasera de la casa y el galpón junto a la madre del muchacho.
   Armando se acercó a la tumba del abuelo de Raúl y luego miró hacia el bosque. Vio un resplandor que le llamó la atención provenir de entre los árboles. Miró hacia atrás y no vio a ninguno de sus compañeros. Por un momento se olvidó de Aylén y de Gabriel y comenzó a caminar hacia ese lugar verde.
   Avanzó varios metros, el campo era hermoso, fresco. Volvió a ver ese destello de luz, efímero pero intenso. Tuvo la certeza de que el niño estaba allí. Se llevó sus manos a la cintura y sus piernas flaquearon al descubrir que no llevaba el arma.
   Dio media vuelta para regresar pero ya estaba a la mitad del recorrido. Tenía que encontrar a Nicolás primero. Él lo necesitaba.
   Volvió a ver la luz y sintió a su mente sucumbir ante el poder del olvido una vez más.

   Aylén abrió sus ojos y lo miró a Gabriel.
   ―¿Estás bien? ―le preguntó él.
   ―Creo que sí ―le susurró ella, mientras intentaba acomodarse en la cama.
   ―Te escucho muy débil, ¿podrías hablar más fuerte?
   ―Sexo con vos.
   Gabriel estaba sorprendido. Ella estaba delirando. ¿De verdad estaba bien o el Universitario se había equivocado en el diagnóstico y ahora alucinaba con una película porno? ¿Y si era él quien se había desmayado y soñaba con esa situación tan agradable y utópica?
   Ella le tomó las manos y se las llevó a su pecho. Gabriel no opuso resistencia. Se levantó de la cama y cerró la puerta. Le puso las llaves. Luego, volvió a sentarse en la cama.
   ―Estoy bien ―le dijo ella―. Te deseo.
   Gabriel la besó en el cuello. Luego se sacó la remera. Aylén cerró sus ojos. Quería ver, quería creer que se equivocaba y que había una salida. Lo abrazó, se rozaron. El calor del cuerpo aumentaba mientras se rozaban entre sí. Ella lo abrazó con más fuerza. Sintió en su cintura el frío del metal besarle la piel y rozarle la última esperanza de vida.
   ―Me encantás ―dijo Gabriel.
   ―Mentira, te gusta Clara ―replicó ella.
   ―No importa, el mundo ya no es como antes. No hay respeto ni vergüenza. Y necesito esto, mi vida está olvidada. Mis sueños muertos en siete días que no recuerdo.
   Ella veía cosas que no tenían solución. Él no podía volver atrás, sus padres y su hermano se borraban en su mente como si se tratase de una huella en la playa.
   Comenzó a llorar mientras Gabriel le recorría el cuello con besos apasionados y una respiración muy agitada. Él era una víctima de esas cosas y no era la única. Habían más como él en el mundo. Una mujer con un vestido negro sonreía mientras Gabriel sufría la agonía de sus recuerdos, mientras sus sueños eran borrados para siempre lenta y dolorosamente, dejando lo necesario para que aún parezca un ser humano.
   Llevó su mano hacia el arma, la acarició y notó que le quemaba. Rogaba que fuera la única vez que lo hiciera. Nunca más.
   Aylén cerró los ojos y presionó el gatillo. Gabriel se sacudió, se echó hacia atrás y la miró, sorprendido, mientras se desangraba en el pecho, en el corazón.
   ―¿Por qué? ―logró susurrar mientras escapaba sangre de su boca.
   ―No puedo dejar que descubras el poder que hay aquí.
   El cuerpo de Gabriel se desplomó en el suelo. Aylén se dejó caer de espaldas en la cama y tiró el arma lo más lejos posible de ella. Se tapó el rostro con las manos y se largó a llorar.

4
   Necesitaba pensar, por dentro sentía ira porque Juan no lo había comprendido pero también era cierto que tenía razón. Él le había ocultado algo muy importante. Lo meditó durante todo el recorrido, conducir lo ayudaba a despejar la cabeza, y se decidió a contar el resto de su historia. Raúl se secó las lágrimas y continuó manejando. Una gran terapia para el estrés.
   Se detuvo cuando llegó a la ruta. En el cruce entre ambos caminos había un patrullero detenido con las luces encendidas. Cortaba el camino de tierra al estar mal estacionado. Cerró sus ojos y pensó una vez más que todo aquello debía ser una pesadilla.
   Raúl se bajó de la camioneta y se acercó al patrullero con suma cautela. El sol comenzaba a bajar lentamente en el horizonte y no lo dejaba ver bien quién estaba en el auto.
   Una mujer con un vestido negro bajó del lado de acompañante. El Jefe sonrió y se llevó la mano derecha hacia su .38 plateado, dispuesto a disparar si era necesario.
   ―Nos volvemos a ver, Raúl ―dijo ella mientras sonreía y caminaba hacia el humano.
   ―Así parece. Una vez más. ―Él también le sonrió mientras alejaba su mano del arma en su cinturón al descubrir quién era ella―. Una vez más.


Continuará...

4 comentarios:

  1. Cada vez más secretos, cada vez más intrigas. La trama crece y cada personaje parece ser otro cuando vamos conociendo, de a poco, sus particularidades más intrínsecas.
    Gabriel, R.I.P.; y tengo la sensación de que no será el único, je.
    Muy, muy bueno. ¡Felicitaciones!

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  2. Que placer leer esta historia. La trama enloquece, haciendo que quieras leer más y más. Todo está lleno de intriga, espero la siguiente parte.
    ¡Abrazo!

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  3. Lo que menos me esperaba de esta historia era ese deceso. Me sorprendiste.
    Creo que es la mejor de las entregas. Estás inspirado, amigo.
    Aylén me cae mal. Es una zorra sexy que quiere ganar protagonismo, jajaja.

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  4. Gracias, muchachos... No saben las cosas que me hacen estos personajes...

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