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domingo, 1 de enero de 2012

Alas del cielo (Capítulo VI)

VI. SEGUNDA VUELTA

1
    Marcos vaga dentro de las pasiones de la oscuridad. Oye la voz de Laura proveniente de los abismos de la eternidad. Corre en busca de un amor que se pierde en el tiempo. La escucha pero no la ve. La siente pero no cree en ella. Necesita despertar pronto. Ella lo necesita aquí, en el mundo tangible. Una vez más.
   
    Alejandro zarandeó a Marcos para despertarlo y luego le preguntó si quería volver a casa. Este respondió que aún no. Tenía que esperar a que llegaran los padres de Laura. El olor a hospital se infiltraba a través de su olfato para golpearle la razón y nockear sus ganas de seguir otra vez. Ella estaba en coma.
    El disparo de Ezequiel le había provocado grandes daños a los pulmones y el corazón estaba débil. Solo quedaba esperar un milagro. Y de eso ellos aprendieron mucho en poco tiempo.
    ―Vamos a casa, necesitás dormir. Hace más de un día que no descansás, Marcos ―le dijo Alejandro,  preocupado por la salud de su amigo.
    ―No. Pronto llegarán los padres de Laura y necesito estar para explicarles lo que sucedió.
    ―No irás a contarles todo lo que nos pasó, ¿verdad?
    ―Claro que no. Creerán que estoy loco, y lo último que necesito es que me metan en un loquero, Ale. Andá vos a casa, son casi las cinco de la mañana. Fijate cómo se encuentra Agus. Está sola en casa y no debería ser así. Lástima que Martín no quiso quedarse con ella, maldito cagón.
    Alejandro aceptó y se retiró a la casa de Marcos. No podía hacer otra cosa más que esperar. Lo que todo humano odia: esperar sin hacer nada.
    Marcos se reacomodó en la silla del hospital y cerró sus ojos. Al menos allí, en sus sueños, podía hablar con Laura. Por alguna razón, ella lo buscaba en la oscuridad de sus pesadillas para contarle un secreto, pero no lograba alcanzarlo.

    ―Es tarde, Marcos ―le dice ella al oído. En la distancia su voz se hace más débil―. No la maté. Ella huyó para abajo y piensa volver pronto. Aún no terminamos.
    ―¿A qué te referís, Lau? ―le pregunta Marcos mientras extiende sus manos. Quiere tocarla, sentirla, abrazarla, besarla. Allí no hay médico que le prohiba verla.
    ―A Cielo. Está viva y es peligrosa. No puede ganar.
    ―No, amor. Te equivocás, ella está muerta.
    ―Chist ―le calla ella―. Abrí tus ojos. Estate atento. Encuéntrenla o moriremos. Todo depende de ustedes. Esto todavía no se termina.
    Su voz se oye lejana, se pierde en las profundidades del horizonte. Marcos cierra sus ojos. Todo es una pesadilla hermosa, solo eso.

    Marcos abrió sus ojos y vio parado frente a él a los padres de Laura. Se puso de pie y tragó saliva. Una vez más debería revivir el último momento de ella, ocultando muchos secretos que solo él y sus amigos conocían.
 
2
    Alejandro abrió la puerta de la casa. El silencio era horrible. Encendió la luz y vio a Agustina durmiendo en el sofá del living. Ella lo escuchó llegar y abrió sus ojos.
    ―Hola, Ale. Disculpame que me viniera a dormir aquí pero me siento mejor así.
    ―Lo sé, allí durmió Renso.
    Ella asintió y se largó a llorar.
    Ale se acercó y la abrazó. Le ofreció su hombro, como un caballero del siglo XIX.
    ―Así te quería encontrar, Alejandro. Queriéndome cagar a mi Agustina.
    Agustina y Alejandro miraron hacia la cocina y vieron una luz dirigiéndose hacia ellos. La cara de Renso asomó por el umbral y ella se desmayó.
    ―Mierda, yo pensé que gritaría de alegría y que luego me vendría a abrazar.
    Alejandro se levantó y lo abrazó.
    ―Estás bien, hijo de p...
    ―Eh, la boquita ―dijo Renso. Y le devolvió el abrazo―. Vamos a despertarla.
    Agustina abrió los ojos y no creía lo que veía. Era Renso. Tenía una aureola en la cabeza pero estaba allí, vivo o muerto estaba allí.
    Se levantó del sofá y lo abrazó y besó apasionadamente.
    ―Estás bien. Estás vivo ―dijo.
    ―Eso es relativo ―comentó Renso―. Digamos que estoy acá y punto. Al menos pueden verme y tocarme; vos no, Ale, solo ella puede tocarme.
    Alejandro asintió asombrado. Pensó un minuto y preguntó:
    ―¿Y ahora qué pasa que estás acá? No es que me moleste tu presencia pero...
    ―Digamos que Dios me envió a terminar un trabajo, el mismo que no pudieron concretar porque el Diablo metió la cola.
    ―¿El Diablo? ―preguntó Agustina mientras se acomodaba a la mesa.
    ―Se llevó a Cielo y la regeneró. Dios me dijo que el Diablo la enviará a la Tierra para hacer estragos. En realidad, viene a vengarse de ustedes y después quiere terminar el trabajo y destronar al Jefe. Y Rojo piensa aprovechar el momento como lo hacen los abogados y comerciantes.
    ―Son inagotables las mujeres ―acotó Alejandro.
    ―E insoportables. Siempre vuelven. ―Renso rió luego de su comentario. Se cayó abruptamente al mirar la cara de reproche de Agustina―. Muchachos, se viene la segunda vuelta.

3
    Ezequiel dormía en la camilla. Su hombro estaba vendado e inmóvil por el disparo que le dio su vecino. Afuera habían dos policías que custodiaban al individuo. Una vez se recuperara del balazo de Marcos, iría a la cárcel por intento de homicidio, al menos por ahora. Había sido derivado a otro hospital por cuestiones de seguridad, había dicho el tío de Marcos a este.
    ―Ezequiel, despertá. Es hora de laburar ―dijo una voz en la oscuridad de la noche.
    El aludido abrió sus ojos y miró al frente de la cama. Era una mujer. Y creía conocerla.
    ―Vos. ―Ezequiel se incorporó y se apoyó contra la pared, aterrado―. No me mates.
    ―No voy a matarte. Es más, me disculpo por intentar hacerlo en el baldío. Vengo a ofrecerte un trabajo ―dijo la mujer.
    ―¿Qué trabajo?
    ―Venganza ―contestó Cielo―. Vamos a vengarnos de Marcos y sus amigos.
    Ezequiel sonrió ante la idea. Era lo que más deseaba. Por culpa de su vecino ahora estaba loco e iban a encerrarlo en una cárcel, si no en un manicomio como el Juniper Hill que aparece en algunos libros de King.
    ―Pero no puedo salir de acá. Afuera hay guardias y, además, tengo un hombro herido.
    ―No te preocupes por eso. El hombro te lo curo yo. Y los policías están más muertos que nosotros. ―Cielo se rió y sus carcajadas eran más horribles que antes―. Vamos, no hay tiempo.

4
    Renso le pidió a Ale y a Agus que lo llevaran al hospital para hablar con Marcos. Necesitaba reunir a los tres para que las cosas tuvieran más posibilidades de salir bien.
    ―Ok, llamaré un remis ―dijo Alejandro―. Pero lo pagás vos, Renso.
    ―Claro, ¿aceptarán la Visa Celestial en la Tierra? ―preguntó Renso con cierto dejo de ironía.
    ―Pago yo ―dijo Agustina―. Hombres, siempre peleando por plata.
    ―Amor, es que mi plata no sirve...
    ―Las pelotas, Renso. Llamá al remis, Alejandro.
    Los dos la miraron. Una mujer tomando las riendas en una casa era algo que no se veía a menudo y Agustina tenía todo el valor del mundo.
    ―Debemos meterle pata, muchachos. Esto es una carrera para salvar a Laura y, posiblemente, a la humanidad ―informó Renso.
    ―¿Y por qué el Diablo no envió a más demonios para pelear? ―preguntó Ale.
    ―Porque existe un convenio con Dios. Así evitan que la Tierra esté siempre rodeada de guerras por las almas. Ambos se quedarían sin trabajo. Para Rojo es más fácil enviar a alguien para derrotar a Dios y luego actuar que mandar a sus demonios y destruir todas las almas de una. Para Dios es lo mismo, no quiere que su creación sea cagada en una noche. Entonces nos envía a nosotros, sus ases bajo la manga. Cuánto orgullo tengo. De solo pensarlo se me para el pito ―explicó Renso.
    ―Sos un asco ―dijo Agustina.
    ―Cuando pruebes un poquito de mí no volverás a decir lo que dijiste. Me vas a pedir más y más.
    Ella sonrió y eso era bueno.
    Se oyó una bocina de auto. Era el remis. Los tres salieron y viajaron hacia el hospital.
    El conductor no podía ver a Renso, lo cual era obvio ya que estaba muerto, solo veía a dos personas hablando con el aire.
    ―Deberían dejar de dirigirme la palabra los dos ―dijo Renso― o el conductor creerá que están con todos los tornillos desparramados por el suelo.
    El viaje fue silencioso, salvo un pedo que se le escapó al conductor, pero todos se hicieron los que no oyeron nada, aunque olieron mucho.
    —La puta madre, hasta muerto puedo oler —informó Renso.

5
    Marcos estaba muy cansado. Contarle una mentira a los padres de Laura no le hacía muy bien. Se acercó a la entrada del hospital y miró afuera mientras los padres de su novia esperaban en el pasillo. Estaba amaneciendo. Un jueves nacía en el horizonte. Alguien alguna vez le dijo que odiaba a los jueves porque siempre le ocurrían cosas malas. Y él que pensaban que eran los martes los días jodidos.
    Un auto se detuvo frente al hospital y de allí bajaron Agustina y Alejandro. También veía a Renso, pero era por el cansancio que sentía. Un producto de su imaginación ya que estaba más muerto que sus ganas de vivir.
    ―Hola, muchachos. ¿Qué hacen acá? Les dije que si pasaba algo les avisaría.
    ―Hola, Marquitos ―lo saludó Renso pero Marcos no le dio bola―. ¿Acaso no me ves?
    ―Jaja, estoy tan cansado que veo a Renso al lado de ustedes.
    ―Es que está al lado de nosotros ―dijo Agustina.
    ―Jodeme,¡estás vivo, Renso!
    ―Dicen que yerba mala nunca muere, solo los que se la fuman.
    Los dos se abrazaron tanto que si alguien los veía le daría ganas de llorar; así son los reencuentros.
    ―¿Cómo mierda sucedió? ―preguntó Marcos.
    ―Es largo de explicar. No creo que haya mucho tiempo ―comentó Renso. Se metió la mano en el bolsillo y extrajo un sobre blanco―. Dios me dijo que las olvidaron arriba, la necesitamos para terminar el trabajo.
    ―¿Acaso eso son las cartas? —inquirió Marcos.
    ―Sí. Son las que usaron para decapitar a Cielo. Y las necesitamos para matarla.
    ―Pero Laura la mató.
    Renso se acercó a su amigo y le contó lo que sabía. Cielo estaba viva y pensaba en vengarse.
    ―Entonces Laura corre peligro ―dijo Marcos mientras recordaba el sueño que había tenido minutos antes. Dio media vuelta y se dispuso a entrar al hospital. Necesitaba protegerla.
    ―Solo un poco. Pero calmate, esta vez podemos organizarnos mejor. Si logramos matar a Cielo podríamos salvar a Patricio y traerlo a la vida como a mí: con una aureola en la cabeza. Además, tiene mis alas, si las recupero podré sanar a Laura.
    Marcos abrió sus ojos más al oír la noticia. Agarró las cartas que Renso le había extendido.
    ―Bien, ¿qué esperamos para pelear? Venga esos anchos de espadas.
    Renso le sonrió. Se sentía orgulloso de sus amigos. La amistad valía la pena. Morir por los amigos valía la pena. Luchar junto a ellos lo fortalecía y se sentía indestructible.
    ―¿Cómo vamos a hacerlo? ―preguntó Alejandro.
    ―Ella sabe que Laura está en coma. Y es ella quien le rebanó el cogote casi hasta matarla. Creo que vendrá aquí. Debemos cuidar a Laura. ―Renso miró al cielo, frunció el ceño y se rascó la entrepierna―. Yo entraré a la habitación y la protegeré, los médicos no me verán. Ustedes esperen afuera, tienen las cartas y Dios me dijo que saben cómo usarlas. Cualquier cosa puedo darles una mano. Recuerden lo más importante: Cielo no debe entrar al hospital.
    Los tres asintieron. Era un comienzo.

6
    Cielo caminaba junto a Ezequiel. Llevaban en sus manos las pistolas de los guardias. Ella no las necesitaba. Su poder había despertado del todo y se sentía indestructible. Los médicos del Infierno habían hecho un trabajo excelente. Sus brazos eran perfectos, como si fueran de ella y nunca hubieran sido decapitados. La cicatriz de su cuello casi no se notaba. Sonrió. Los primeros rayos del sol le golpeaban el rostro. Estaba feliz porque hoy mataría a Renso y a sus amigos.
    Ezequiel le miraba el culo. No entendía por qué iba desnuda pero le excitaba. Quería cojerla ahora mismo. Cielo se detuvo bruscamente y dio media vuelta como si leyera la mente de su compañero.
   ―¿Querés cojerme? ―le preguntó mientras se acariciaba y presionaba los enormes pechos, luego su dedo índice de la mano izquierda danzaba alrededor de un pezón, el izquierdo, mientras su mano derecha recorría el vientre y se dirigía hacia la vagina al tiempo que su lengua remojaba sus labios. El cuerpo de Cielo era el de la morocha soñada, un generador de masturbación.
    Ezequiel asintió con la cabeza y la boca abierta, al tiempo que un hilillo de baba bajaba de la comisura de sus labios.
    Cielo encogió los hombros, supuso que habría tiempo para un polvo. Eso no se le niega a nadie, por Dios.
    El resto es parte de imaginación para mayores de dieciocho años.

7
    Marcos, Agustina y Alejandro esperaban en el pasillo, cerca de una expendedora de Coca Cola mientras veían a Renso caminar frente a los padres de Laura sin que estos lo vieran siquiera. Se detuvo frente a la habitación 217 y acercó su mano al picaporte. Le guiñó un ojo a Agustina y entró.
    ―Bien. Creo que nos estamos carteando. Tenemos que ganar ―dijo Alejandro.
    Marcos pensó que esto no estaba saliendo como se imaginaba que sería desde el principio. Recordó a su tío hablándole hace menos de un día e informándole que haría lo posible porque Ezequiel recibiera todos los años que se merecía. Recordaba el rostro de Ezequiel antes de dispararle, parecía un demonio, y por eso no pudo matarlo, su disparo solo le había herido el hombro; creía que su vecino era una víctima del poder de Cielo. Se había sentido un poco cobarde en ese momento, pero ahora no lo lamentaba, sino estaría tan encerrado tras las rejas como su vecino. Ahora se sentía más afianzado. Miró a sus amigos y agradeció tenerlos a su lado. La amistad es el arma más poderosa del hombre, por el amor hacemos guerras cobardes pero por la amistad arriesgamos nuestras vidas con honor. Sin amigos no hay vida que valga la pena luchar.
    Salieron del hospital a esperar a Cielo. No había miedo entre ellos, solo fuerza generada por la unidad y la magia de la amistad.
    La segunda vuelta estaba por comenzar.
   
   

Continuará...

1 comentario:

  1. Una segunda vuelta que no decepciona. Es genial y divertida la historia que te estás mandando, Cristian. Te felicito de verdad. La estoy disfrutando mucho.

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