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jueves, 29 de diciembre de 2011

Graduación


1
    Hoy desperté con un sabor dulce en mis labios. Lo último que recuerdo de mi sueño es el beso que ella me daba antes de despedirse en ese mundo de fantasías. Ya hace seis años que no la veo y casi no la recordaba. Pero anoche, durante un sueño que no tenía principio ni fin, volvió a aparecer, tan clara y nítida como la realidad misma. Mis ojos se llenaban de lágrimas que descomponían la luz en mis pupilas como si fueran prismas creando un caos de colores. Era ella, un viejo amor. Y estaba frente a mí, con sus manos extendidas y me pedía que la acompañase en su camino.



2
    Me cuesta explicar lo que sucedió ese verano del 2005 ya que fue durante un momento de locura, sinrazones e impulsos adolescentes. Antes de terminar el ciclo más importante de mi vida (la escuela secundaria) me había juntado con mis amigos para iniciar las despedidas y comenzar los nuevos caminos que nos separarían tal vez para siempre tal vez por un rato.
    ―Tomá, fumá un poco de esto que está muy bueno ―me dijo Víctor mientras me extendía un cigarrillo Marlboro por sobre la mesa donde descansaban varias botellas de cerveza Quilmes.
    ―No, no fumo ni en pedo ―le dije negando con la cabeza, impetuosamente.
    ―Bien, te lo perdés.
    ―Dame a mí ―pidió César.
    Odiaba a muerte los cigarrillos y mucho más odiaba a los chicos que fumaban para hacerse los adultos. ¿Acaso ponerla no era el mejor método para hacerse el adulto? Era una pregunta de un chico de diecisiete años que todavía no le había conocido la cara a Dios.
    Estábamos en la casa de Víctor con César y Mariano, y yo, obvio.
    ―Decime, Benjamín ―me dijo Mariano―. ¿Ya hablaste con ella? ―Me guiñó el ojo.
    Solo Mariano, a quien consideraba mi mejor amigo en la escuela secundaria, conocía mis secretos mejor ocultos, hasta ese momento.
    ―¿Qué cosa? ―preguntó Víctor, curioso y con mucho humo del pucho a su alrededor.
    ―Es que mi amigo está enamorado de una chica ―respondió Mariano, olvidando que yo estaba allí colorado y muerto de vergüenza, sentimientos de adolescentes.
    ―Bien, Ben ―dijo César, el mayor del grupo mientras me abrazaba―. Al fin decidiste hacerte hombre.
    Todos estallaron en carcajadas casi hasta las lágrimas. Yo no sabía dónde meterme. Mariano, llevado por varias botellas de cerveza, había revelado uno de mis secretos.
    ―Bueno, eh..., no sé ―tartamudeaba y giraba mis ojos en todas direcciones.
    ―Dale, contanos. ¿Cómo se llama? ―preguntó César.
    Ya estaba muy jodido, no tenía escapatoria. Así que le respondí.
    ―Ayelén.
    ―Jodeme ―dijo Víctor―. Esa loca. ¿A quién no le gusta? Está más buena que comer pollo con las manos y en el baño cagando.
    ―Bueno, basta ―pedí―. Sigamos en lo que estábamos. Vic, dame una calada de ese pucho.
    ―Bien, si me lo pedís así; no hay problemas.
    Tomé el cigarrillo y le di una calada muy profunda, fue mi primera y última vez que fumé un pucho. Tosí por media hora y mis ojos no dejaron de lagrimear por otra media hora más.
    Logré hacer que se olvidaran del asunto de Ayelén y siguiéramos en otra cosa. Por ejemplo: que al día siguiente sería nuestro acto de graduación.
    Hablamos de cosas de chicos: de mujeres en canal Venus y Playboy y fútbol, también de la PlayStation. Me reí mucho y disfruté mis últimas horas junto al grupo de amigos que me habían acompañados en los mejores y peores momentos de mi vida.

3
    En mi casa no era todo tan divertido como sí lo era en la casa de Víctor. Mis padres vivían discutiendo y parecían que en cualquier momento se separarían. Era común oírlos pelear por la plata o por el trabajo o por idioteces que a nadie más les importaba. Yo siempre agarraba mi Walkman y me encerraba en mi habitación a escuchar música, un poco de Damas Gratis o La Nueva Luna o cualquier clase de cumbia. Hoy pienso en lo que escuchaba en esa época y siento pena por mí. Aguante el rock, lo que haya sucedido en el pasado en los recuerdos quedarán.
    Cuando supuse que todo habría acabado, salí del cuarto y me dirigí a charlar con mi madre. Era ella quien mejor me entendía y me escuchaba.
    ―¿Ya está mi camisa para mañana? ―le pregunté omitiendo las discusiones tontas que llevaban a cabo a diario.
    ―Sí, Benjamín. Termino de plancharla y te la dejo colgada en la percha.
    ―Gracias, mamá.
    La abracé y me fui a mirar la tele. El día siguiente comenzaría el final de una etapa que todo ser humano adora pero no valora hasta que entra en la Universidad.

4
    Jueves quince de diciembre. Eran alrededor de las ocho de la mañana cuando desperté. No pude dormir bien durante toda la noche. Estaba muy nervioso. Pensaba y pensaba en Ayelén. Al fin había  caído en la cuenta de que no la volvería a ver nunca más. Y nunca le había dicho lo que sentía por ella. Así que me dispuse a contarle todos mis sentimientos. Ese jueves sería el día.
    Me levanté y fui a la cocina a prepararme un café. Tomé un lápiz y un papel y comencé a escribir distintas situaciones probables para hablar con ella. En esa época necesitaba escribir para pensar con claridad. Así, como está sucediendo hoy, seis años después, cuando me enteré que ella volverá.
    El resto de la mañana me la pasé escribiendo mucho. Creo que mis dotes de escritor estaban naciendo y creciendo durante la frescura de un nuevo día. Mi madre pasaba a mi lado y miraba pero no preguntaba. Creo que pensaba que estaba estudiando, mejor así.

5
    Al mediodía llegó Mariano a casa a pedirme disculpas por lo de la tarde anterior.
    ―No era mi intención. Creo que estaba un poco borracho y se me escapó ―me dijo.
    ―No te preocupes. Igual hoy le diré todo a ella.
    Mariano abrió sus ojos y luego agachó su cabeza.
    ―No sé si debas hacerlo. Hay algo que no sabés ―dijo mirando al suelo.
    ―¿Qué cosa? ―le pregunté.
    ―Ella tiene novio.
    De veras que no me esperaba esa respuesta. Estaba tan ensimismado en ella que no veía quién la acompañaba. Todo mi mundo se caía a pedazos sobre mi cabeza en ese preciso momento.
    ―¿Por qué no me lo dijiste? ―le pregunté a Mariano, enojado.
    ―Porque me enteré hoy por la mañana. El pibe se le declaró, son amigos desde hace tiempo y le dijo que quería estar a su lado antes de que viaje a Estados Unidos. Y bue, así son ellas, aceptó.
    Ese era mi plan. Yo iba a hacer lo mismo pero me habían ganado de mano. Me levanté de mi silla y comencé a caminar sin rumbo, dando tumbos y en círculos.
    ―Vamos, amigo. Levantate. Vamos a la casa de Vic y pasemos una tarde junto a amigos.
    Quería llorar pero no lo iba a hacer delante de mi amigo. Lo miré a los ojos y asentí. Acompañado por ellos, mis amigos, podría olvidar a Ayelén. No para siempre, nadie olvida a nadie para siempre, pero por un rato, bajo el efecto del alcohol, no duele amar ya que este último junto a los amigos sanan las heridas.
    Excusas para emborracharme. Ese era mi nuevo plan, y mi perdición a largo plazo.

6
    César estaba afuera haciendo jueguito con la pelota. Yo lo saludé y él me devolvió el saludo. Víctor estaba dentro descargando una película en internet para mirarla después. Creo que se llamaba «El Señor De Los Anillos». La tarde era hermosa. Yo me había llevado la mochila con la ropa doblada para cambiarme allí. La casa de Víctor estaba a tres cuadras del club donde se llevaría a cabo el acto de egresados.
    ―¿Qué hacés, Benjamín? ―me saludó César, tan bruto como solía ser.
    ―Bien ―contesté yo, un poco desanimado.
    ―¿Qué te pasa? ¿No pudiste acabar? ―me preguntó al  verme alicaído.
    ―Nada, nada. Una mala noche.
    ―Yo que vos largo un poco la masturbación o te va a agarrar un infarto.
    Nos reímos un rato y, luego, nos pusimos a patear la pelota. Hoy que recuerdo esos días siento demasiada nostalgia. Ellos eran mis amigos y los dejé ir. Dejé que el tiempo se los llevara mientras yo hacía nada. Y recordé todo esto por un sueño que me hizo saber que nada está perdido. Un sueño que se originó por la noticia del regreso de Ayelén. Me pregunto si aún querrá verme. Son preguntas que devoran el alma  y entristece el corazón. La incertidumbre del ser humano no puede ser medida con ecuaciones de ondas. Por desgracia, nadie sabe lo que puede suceder luego, y hoy me siento como aquella tarde de graduación: perdido.

7
    Una vez terminamos de ver la película nos preparamos para ir al acto. Todos estaban felices. Parecían que se hubieran sacado un peso de encima. Yo era el único que no quería que esos días nunca acabasen. Y deseaba eso porque no había hablado antes, por dejar pasar el tiempo. Debemos saber que el tiempo perdido jamás lo recuperaremos. Eso no lo sabía en ese entonces. Habían muchas cosas sobre la vida adulta que no entendía del todo todavía.
    Salimos a las ocho menos cuarto de la casa de Víctor. Los cuatro parecíamos «Los Simuladores». Solo nos faltaba la lluvia para hacer el saltito característico de estos cuatro ídolos. No quería llegar jamás al club. Quería que nunca acabase ese momento en el que la distancia es tan grande que no necesitás enfrentar tus problemas.
    Durante los últimos meses me había acercado a muchas personas. Había comenzado a hablar con más compañeros de clases. Entre ellos estaba Ayelén. Esa chica me había atrapado con su buen humor y su hermosa sonrisa. Reía y disfrutaba mucho a su lado. Al poco tiempo no dejaba de pensar en ella. La amaba pero no sabía cómo decírselo sin arruinar nada. Entonces dejé que el tiempo pasara y en nada quedara este amor que solo yo sentía. Habían muchos chicos que estaban tras ella pero todos la seguían por calentura. Yo era el único que quería abrazarla, estar a su lado, escucharla y disfrutar de sus ojos azules. Yo la quería cuidar y darle lo mejor de mí, y estoy seguro de que eso no era calentura.
    Y el jueves de graduación ya no tenía oportunidad de regalarle nada porque había sido lento. Y ella rápida. Debía saber que las mujeres son zorras por naturaleza pero yo era un boludo de nacimiento y le tenía miedo a las mujeres. Mejor dicho, más que miedo a ellas era el miedo al rechazo, al rotundo y asesino de amores: «NO». Pero, «el que no arriesga, no gana». Yo no arriesgué cuando había tenido oportunidad, si es que alguna vez la tuve. Luego, era demasiado tarde.
    Fueron muchas las cosas que pensé mientras avanzábamos hacia nuestra última reunión escolar. Afuera se veían muchos coches y hombres y mujeres bien vestidos. Habían padres orgullosos de sus hijos y los hijos orgullosos de no tener que volver a la escuela. Orgullosos de haber terminado una tortura. Muchos no pensaban en continuar en la universidad mientras en mi caso era todo lo que anhelaba. Me encantaba el ámbito donde todos sufren los mismos problemas y te extienden una mano cuando estás muy complicado. La vida de los estudiantes era lo que más amaba.
    Mi madre y mi padre estaban hablando con un hombre. Me presentaron como su hijo y grata fue mi sorpresa al enterarme que mi padre era amigo de la infancia del padre de Víctor. Así de pequeño es nuestro mundo.
   
8
    Pocas cosas son necesario recordar pero a ella es algo que nunca voy a olvidar: Ayelén bajó del auto de sus padres como  lo hiciera una princesa. Llevaba un vestido azul muy largo, como el de un cuento de hadas, y el pelo suelto hasta la cintura. Su maquillaje me enloquecía. Di dos pasos para saludarla pero me detuve al ver al hombre que bajó del otro lado del auto y luego le dio un beso apasionado en los labios a mi amada.
    Di media vuelta y caminé alrededor del edificio hasta quedar detrás. Miré el campo que se extendía hasta el horizonte, donde el sol se escondía para descansar un poco, y me largué a llorar. Todo era culpa mía por no haber sido más rápido en las cuestiones del amor. Quería huir para siempre, desaparecer del mundo y comenzar una nueva vida sin recuerdos, donde el olvido sea el rey del universo. Era un sueño. Solo eso.
    El campo era majestuoso. Jamás había visto un lugar tan hermoso como ese. comencé a caminar mientras me secaba las lágrimas. El pasto estaba un poco seco, hacía días que no caía una gota de lluvia, y la brisa era refrescante. Miré al cielo y sonreí. Algún día olvidaría todo esto, estaba seguro de ello. A mi espalda oía que alguien me llamaba. Me di vuelta y el corazón casi me dio un vuelco. Era ella, estaba allí, quieta y observándome. Me sonreía. Pero ¿era real?
    ―¿Qué hacés acá, lejos de la gente? ―me preguntó Ayelén mientras se acercaba a mí.
    ―¿Vos qué hacés acá? ―le pregunté.
    ―Nada. Buscaba los baños y vi la luz del sol y decidí acercarme. Me encantan los atardeceres.   
    ―A mí también ―dije.
    ―Son especiales ―dijo mientras me besaba la mejilla y luego apoyaba su cabeza en mi hombro. Yo estaba quieto, temeroso de quebrar tan bello momento―. El atardecer nos recuerda que el tiempo no se detiene nunca y que debemos aprovecharlo al máximo antes de que llegue el final. Nos hace saber que no somos eternos y que no debemos dejar ir a los que más amamos. Nos dice que en la vida existe la muerte y nos dirigimos a ella a cada paso que damos. Los atardeceres son hermosos pero también terribles.
    »En cambio, los amaneceres son el nacimiento de nuevas esperanzas. Nos dan la energía que necesitamos para recorrer el nuevo día. Allí puedo sentir cómo el tiempo no avanza nunca, cómo el tiempo pierde ante el parir del sol. Es como una conspiración, allí la amistad y el amor son muy fuertes. Pero debemos saber cuándo es el momento adecuado para actuar. El amanecer dura solo un momento, nunca debemos olvidarlo.
    ―¿A qué viene esto? ―le pregunté, ya que no entendía mucho de lo que me decía aunque me sentía golpeado por sus palabras. Muy dentro de mí entendía cada palabra de ella.
    ―El amanecer te da la oportunidad de comenzar de nuevo, el atardecer te da la oportunidad de terminar lo que más te duele. Y hoy hay algo que te duele mucho, Ben, lo veo en tus ojos tristes. Y este es el momento para acabar con lo que te provoca ese dolor.
    Levanté mi mirada y le sonreí. Tenía razón, era hora de terminar con lo que más me dolía.
    Así que la rodeé con mis brazos y la besé. La besé tanto que sentía cómo el tiempo moría en mi amanecer. Ella me apartó y me dio una bofetada.
    ―¿Qué carajo hacés? ¿Estás loco? ―En sus ojos se veían destellos provocados por incipientes lágrimas.
    ―Lo... lo siento, Aye... No era mi intención.
    ―Alejate de mí ―me dijo, y regresó al club a toda prisa.
    Me quedé mirando el horizonte. Si el tiempo de verdad existía, quería verlo asesinarme lentamente. Quería sentir sus mordidas en mi vida. Ver morir un día fue lo único que quería contemplar.
    Algunas cosas no necesitaban explicación.
    Regresé al club un rato después. Mis padres me preguntaron dónde estaba. Les dije que había ido al baño pero no había papel. El acto de graduación ya estaba por comenzar.

9
    El acto fue hermoso, debo admitirlo, aunque en ningún momento estuve allí. El que mi cuerpo estuviera en el club no implicaba que mi mente debiera estarlo también. En lo único que pensaba era en Ayelén. Ella estaba en la otra punta del lugar. De vez en cuando la atrapaba mirándome. Yo sonreía cuando me iban a tomar una foto pero no estaba feliz. Lo único que quería era irme con mis amigos y emborracharme. Mi plan inicial desde que el punto de inflexión había cambiado mis días e ideas.
    Y eso fue lo que sucedió.

    En el salón, lugar donde se llevaba a cabo la fiesta de graduación, sin padres que vigilaran ni profesores que mandaran, César estaba bailando con la mejor amiga de Ayelén, Mariano estaba en la barra tomando unas cervezas y Víctor estaba sentado a mi lado, oyendo canciones de Rodrigo sonar por los parlantes.
    ―Dale, acompañame a sacar a esas dos morochas ―me dijo, un poco borracho, mientras levantaba su jarra de cerveza a medio terminar.
    Le había prometido a mi madre que me cuidaría. Tuve que mentirle.
    ―Dale, vamos ―le dije. Cuando me levanté, el mundo se balanceaba un poco. Y eso que no había tomado tantas cervezas. Era bastante tiernito con el chupe.
    Nos acercamos a las chicas y les pedimos que bailaran junto a nosotros pero nos rechazaron. Me acerqué a una de ellas y le pedí que me diera una oportunidad. Yo no conocía a la chica y ella a mí tampoco. Ninguno teníamos nada que perder. Aceptó bailar. El problema era que yo no sabía bailar cuarteto. Pero no importaba, la morocha me sonreía. Le compré un fernet y continuamos. Si a una mina le das constantemente alcohol no te dejan ni en pedo (estado en el que acaban al final de la noche). La besé y ella no me rechazó.  Terminamos contra la pared. Su lengua era como una víbora que quiere entrar al nido de su presa. Era una bestia. Me susurró al oído que la acompañase afuera. Accedí.
    De soslayo vi a Víctor bailando con una rubia. Al parecer, la otra morocha lo había dejado en banda. Mariano me miró y alzó su copa hacia mí. Sonreía. Eso era bueno. A César no lo encontré, tal vez estaba en algún rincón escondido con la amiga de mi amada. Ayelén sí me vio al salir del salón acompañado y, creo, estaba celosa.
    Costeamos la pileta al lado del salón principal y fuimos hasta atrás del salón. Allí habían algunas parejas besándose apasionadamente y muy borrachos. La música se oía débilmente.
    ―Vamos a cojer ―me dijo la morocha.
    Yo tragué saliva y pensé: ¿dónde mierda está mi preservativo?
    ―Eh, no tengo forro.
    ―No te hagas problema, yo tengo uno ―me dijo; luego sonrió.   
    Ella era una de las típicas zorras de raza pura, una pura sangre. Y yo no sabía si quería darle mi amiguito a alguien que no fuera Ayelén. Se lo dije. Se alejó de mí y me dijo marica.
    Me encogí de hombros y luego me senté en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, miré las estrellas mientras mi cabeza aún daba vueltas por el alcohol. Dentro sonaba Árbol y su canción «Trenes, camiones y tractores», mi canción favorita. Ya no pensaba en nada. Todo había terminado, el tiempo se había pasado y debía fijar mi rumbo hacia la universidad y un nuevo comienzo. Ayelén debía quedar en el pasado, en el olvido. Pero...

10
    Se sentó a mi lado, me abrazó y me besó.
    ―Gracias, Ben ―me dijo. Me sonreía, bajo la luz de la luna su belleza iluminaba mi ser.
    ―¿Por qué, Aye?
    ―Por regalarme tiempo, por pensar en mí. Hablé con Mariano y me dijo todo. Está muy borracho pero fue sincero. Lo sé, lo conozco. Y ahora me doy cuenta de por qué actuabas tan raro últimamente.
    ―¿Sí? ―pregunté. Pensaba en la morocha y en Ayelén cuando nos vio salir por la puerta. ¿Será cierto lo que dicen sobre que «uno no sabe lo que quiere hasta que lo pierde»?
    ―Sí. Me voy pero quería dejarte un regalo. ―Me extendió su mano, yo hice lo mismo con la mía, y colocó allí un objeto. Era un reloj de pulsera―. Medí el tiempo. El mismo es distancia, algún día nos volveremos a ver y quién sabe lo que pueda suceder.
    ―¿Quién sabe? ―pregunté, dejándome llevar por los efectos del alcohol―. Me perdiste, Aye. Estás acá solo porque me viste salir con esa morocha. Solo querés que piense en vos y en nadie más.
    ―¿Qué decís?
    ―Lo que escuchás. Ya no te quiero ver, todo lo que tenías para decirme me lo dijiste a la tarde en el campo cuando te alejaste de mí. No me querés, no pierdas el tiempo conmigo. No lo quiero, mi tiempo jamás será tuyo.
    Ella se levantó y me miró, lloraba. Hoy lamento haberme dejado llevar por esas palabras que no reflejaban mis pensamientos a la perfección, pero el alcohol hace de la lengua un arma demasiado filosa y peligrosa.
    ―Sos un pelotudo ―me dijo. Y fue la última vez que la vi.
    Me mandé la macana de mi vida, se lo conté a mis amigos y no lo podían creer. Mucho menos lo podía creer yo mientras recordaba cada momento que estuve al lado de ella esa noche de borrachera.
    Ese fue el final de mi etapa en el secundario. Al año siguiente comencé la facultad y mis visitas a mis amigos comenzó a menguar hasta que no volví a verlos.
    Hace seis años de esto.

11
    Y anoche soñé con ella. Me esperaba sobre un gran reloj detenido. Cuando me levanté busqué entre mis cosas del secundario y allí encontré el reloj que Aye me había regalado. Todavía funciona, está un poco atrasado, como yo, pero funciona y es lo que importa.
    Hoy iré a visitarla y a devolverle su tiempo. Lamento haberla olvidado, ella había quedado guardada junto a su tiempo, escondida entre recuerdos que jamás se olvidan y ocultos en el anochecer.
    Espero verla antes del amanecer, quiero ver ese espectáculo a su lado. Tal vez presenciemos el nacimiento de una nueva oportunidad llena de esperanzas.
    Si no me entienden, los comprendo, estoy un poco borracho (tomé un poco mientras escribía). Hay cosas que no pueden cambiar, ella debe saberlo.
   
  

1 comentario:

  1. Genial, Cristian...
    Describiste a la perfección las cosas que nos pasaban (que sentíamos...) en la lejana (para mí...) y bella época de la secundaria...
    Los mensajes de Ayelén y el protagonista, y todas sus metáforas respecto a la vida, de lo mejor...
    Gracias por compartir tan buena historia...

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