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domingo, 9 de septiembre de 2012

Recuerdos e imaginaciones

Antes de comenzar a leer: este es uno de esos relatos que escribo en momentos raros, por decirlo de alguna manera, en mi vida. A veces cuesta entenderlos y pocas veces se es capaz de llegar hasta el final por lo denso de sus palabras. Yo lo veo como un relato un poco pesado y carente de agilidad en su lectura. Pero, como la mayoría de lo que escribo, termino por volcarlo en el blog y que sea lo que deba ser. Al fin y al cabo, tuve que invertir tiempo en su escritura.
No sé en qué estaba pensando cuando lo escribí, digamos que me tocó un fin de semana largo sin televisión ni internet en la casa de mi tía mientras ella disfrutaba de la Semana Santa en la playa de un lugar que no conozco ni me interesa conocer. 

Una vez más: que sea lo que deba ser...



Recuerdos e imaginaciones


Imagen tomada de aquí.


1
    Las historias de amor en las novelas baratas de puestos de diarios y en las telenovelas de la tarde siempre son perfectas. «Romeo y Julieta», por ejemplo, es magnifica, una historia donde el amor es el único protagonista; impecable, una obra maestra de todos los tiempos, pero irreal.
   Me pregunto por qué será que leo demasiado; creo que la respuesta es sencilla: necesito huir de la realidad y de los peligros que esta representa por no contener esas historias perfectas, historias donde los malos son verdaderamente malos y los buenos muy bondadosos a los que todos los lectores o, en caso del cine y televisión, idiotas, aprecian más que a sus propias vidas.
   Mis historias no logran la perfección y no pretenden alcanzarla, se conforman con estar ahí, en unas hojas esperando a que alguien les dé vida con su lectura. Si fueran perfectas nadie creería sus palabras, como en «Romeo y Julieta», es tan perfecta que todos llegamos a deducir que tal amor jamás existirá en nuestro mundo inerte, y eso es algo que tuve que aprender para seguir adelante. Estoy seguro que pocos creen en mis palabras y no me importa, hace tiempo que he dejado de ser el escritor que conocieron, ese ser romántico que llegó a enamorar a las adolescentes de toda la ciudad con sus palabras.
   Es hora de contar una historia en la que soy protagonista, no creo que sea el héroe que todos buscan ni es la historia modelo que muchos anhelan leer. Es solo una lágrima de desahogo donde las esperanzas no existen y el amor es solo un concepto que los hipócritas utilizan para sobrevivir en un mundo sin sentido ni razón pero también es el motor que necesitamos para creer que hay algo más allá de todo, nuestro motor de todos los días. En esta historia tuve que creer en lo que veía y sentía y abrir los ojos para renovar mis esperanzas. Estas palabras son mi única salida para regresar al pasado por última vez.

   Mi nombre es Santiago Alvear, como muchos ya sabrán, un escritor novato pero reconocido, y les voy a relatar un episodio inolvidable en mi vida, un momento en el que ya no creía en el amor y en la felicidad eterna. Les voy a contar cómo llegué a convertirme en este escritor sin futuro ni planes de vida. Solo me conformo con vivir en mis historias, allí me siento seguro pues soy el dios que crea y destruye a su voluntad su mundo de fantasías, como el Dios al que los cristianos adoramos. Hoy necesito volver a mi pasado y el mejor método para hacerlo es escribiendo mientras mi mente se adentra en las palabras y vuelvo a encontrarme con ella, un viejo amor si no el único en toda mi existencia.


2
   No diré «Todo comenzó un día...» o «Érase una vez...». Comenzar con esas frases es afirmar que antes de iniciar una historia no existió nada, absolutamente nada. Y eso es mentira. Antes de cruzarme con ella tuve una vida, no era gran cosa pero al menos sabía que vivía. Iba a la escuela secundaria, jugaba al fútbol con amigos o a la PlayStation con mis dos hermanos, largos campeonatos cuando llovía, o miraba los últimos estrenos de la semana en un cine social tan legal como robar a un policía su arma reglamentaria. Hablaba con mis padres con mayor frecuencia que cualquier adolescente de mi edad y planeaba el resto de mi vida antes de dormirme cada noche. Cómo no hacerlo, si era el mejor de mi clase, hasta de la escuela podría admitir en caso de ser necesario.
   Mi vida en el colegio secundario fue perfecta y los tres años transcurrieron mucho más rápido de lo que hubiera querido. Hice muchos amigos pero ni una sola novia. No sé si era porque era tímido o porque no me interesaba en ese momento joderme la vida perfecta con una chica que no supiera lo que querría cada uno de sus días. Las mujeres son difíciles de entender, oh, sí. Seremos capaces de llegar a la Luna o a Marte o adónde se nos antoje o seamos capaces de imaginar, pero no somos capaces de llegar y conquistar el corazón de una mujer. Es el castigo que recibe el hombre por olvidarlas entre sus ambiciones e historias.
   Terminé el secundario y comencé la Universidad. Avanzaba en mi vida académica a una velocidad que sorprendía a muchos, más conociendo los antecedentes de mi familia: ninguno de ellos habían sido capaces de llegar lejos en el estudio o lograr algún título, preferían romperse la espalda con trabajos pesados a romperse la cabeza con funciones diferenciales. Aun así, muchos lograron el éxito a base de esfuerzos y buenos negocios, como mi única tía, hermana de mi madre y de cinco varones más. Pero yo quería un futuro, y toda mi familia me apoyaba en mi decisión, y mis padres me daban todo lo que necesitaba. Un padre quiere que su hijo sea mejor a lo que pudo lograr él mismo; un padre es capar de darlo todo con tal de que su hijo llegue lo más lejos posible; yo lo sabía y por eso me esforzaba por construir un futuro perfecto, junto a mis padres y dos hermanos.
   Ir a la Universidad me obligó a instalarme en la ciudad. Prefería el campo mil veces más que a la maldita capital de la provincia. Acabé en un departamento junto a tres estudiantes más, todos pertenecientes a la misma facultad. Eso era bueno, pues éramos capaces de ayudarnos los unos a los otros. Los primeros tres meses fueron difíciles: me costaba horrores adaptarme a esta vida donde lo único que podía hacer era estudiar más y más. Al final, logré tomar el ritmo y aprobé los primeros parciales con notas de promoción. Era lo que mis padres querían: que superara mis metas y fuera por más; y debía llamarlos para informarles de mi progreso. Pero prefería contárselos en persona. Luego de las primeras fechas tendríamos fin de semana largo, principios de mayo, era el momento perfecto para pasarlo junto a mi familia. Así que preparé mi bolso y viajé a mi casa, mi hogar, mi mundo.
   Pretendía darle una sorpresa a mi familia y no les había llamado para avisarles que volvería pero ellos me dieron una sorpresa a mí al descubrir que no estaban en casa. Llegué el viernes por la noche. Tomé mi celular y llamé a mamá. Ella me dijo que se habían ido unos días a la costa, aprovechando el fin de semana largo, aún estaban viajando, podía oír el sonido del motor del Peugeot 504 de papá y a mis dos hermanos discutiendo sobre algún programa de televisión, cosa de chicos de once y trece años. Ellos no se imaginaban que su hijo mayor podría volver en cualquier momento; se habían olvidado de mí, en otras palabras, pero yo también me había olvidado de ellos durante mis periodos en la ciudad. Lamentaron mucho haberme dejado varado. Le dije a mi mamá que no se hiciera problema, me las arreglaría muy bien solo y utilizaría el tiempo libre para estudiar. Por dentro, los odiaba, ellos iban a disfrutar de sus vacaciones sin su hijo mayor mientras este se moriría del aburrimiento estudiando temas que no debía estudiar porque ya había aprobado los malditos exámenes. Miré el reloj y vi que eran las diez y media de la noche. Les deseé buen viaje a todos ellos y les mandé un saludo a mis hermanos, quienes me insultaron antes de cortar el teléfono celular. Nunca más volví a escucharlos.

   Comí unos sándwiches, miré algo de televisión, navegué por internet otro rato y, al final, me acosté alrededor de las dos de la madrugada, pensando que me sería difícil conciliar el sueño por estar solo en una casa vacía, luego de haberme entretenido durante horas sin recordar que estaba solo en la casa. Pero, por lo visto, estaba demasiado cansado para pensar y me dormí casi al instante.
   Soñé con ella, solo que no sabía quién era y de dónde venía. Sus ojos eran negros, su pelo le caía hasta los hombros, era ondulado y se sacudía por el viento. Su cintura era de las más perfectas que había visto en mi vida. Me extendía su mano derecha, su piel bronceada por el sol me volvía loco, y yo se la tomaba. Era suave como el algodón. La miré a la cara y ella me sonrió. Movió los labios, me dijo algo, pero un zumbido, similar al ruido de un motor lejano, no me dejó oír lo que decía. El sonido era cada vez más intenso y ella se escapaba de mis manos alejándose rápidamente. Me gritaba, ya no sonreía; en su rostro se veía el terror, el pánico. Yo temblaba, tenía miedo pero no sé a qué. Desperté llorando.
   Ella era muy real, pensé. Y esa frase quedó flotando en mi cabeza sin comprenderla hasta que un día supe qué significaba.

3
   Abrí los ojos y vi los rayos del sol que bañaban la pared opuesta a la ventana que daba al este. Me incorporé en la cama e intenté recordar esa mirada, a esa mujer que había aparecido en mis sueños. ¿Quién era ella y por qué mi cerebro la había descripto tan perfecta? Estaba enamorado de una creación de mi subconsciente. Sonreí y me levanté. Me preparé un café y me puse a ver la televisión. Era sábado por la mañana, no había nada para ver. Mucho menos había algo para hacer.
   Ella aparecía en mi mente, volvía a gritar. ¿Qué gritaba? ¿Acaso ese brillo en sus mejillas eran lágrimas? Me levanté de la silla repentinamente. Estaba asustado. Su rostro parecía muy angustiado. Y yo me sentía igual. Me había adormilado por un momento, estaba cansado aunque no tenía razones para estarlo.
   Hice zapping, primero pasé por los canales de televisión abierta, luego por los de series, luego por los canales infantiles, cine, cine premium, PPV, documentales, hasta que llegué a los canales de noticias. Me detuve en el canal C5N. La escena que transmitían había obligado a mis manos a quitar el dedo del botón del control remoto y luego a subir el volumen hasta el máximo. Una escena tomada desde un helicóptero mostraba un auto blanco en la rambla hecho pedazos. Era casi irreconocible, aun así logré reconocer la trompa, era muy similar a la de un Peugeot 504. Más allá, había detenido en la banquina un camión, posiblemente el que destrozó el vehículo. Entre estos dos habían dos mantas blancas cubriendo cuerpos de adultos. De una de ellas sobresalía un brazo.
    Mi corazón comenzó a latir desesperadamente, mi mente se nublaba. Intenté tomar mi celular para llamar a mamá y confirmar que todo estaba bien pero no podía moverme, estaba hipnotizado por el maldito televisor. Yo ya sabía qué había pasado.
   El periodista habló a toda la audiencia del canal.
   «Los cuatro ocupantes del Peugeot 504 perdieron la vida. Se cree que el conductor del camión se quedó dormido y se cambió de carril provocando el choque frontal con el otro vehículo. Esto ocurrió alrededor de la medianoche, recién ahora están logrando sacar los restos de los pasajeros, dos niños adolescentes que iban en el asiento trasero, entre los hierros retorcidos; una escena terrible. La familia en el auto se dirigía hacia la costa para pasar allí sus vacaciones. Una vez más la imprudencia en las rutas argentinas se ha cobrado más vidas; cuatro aquí, en la ruta 2.»
   La imagen cambió, ahora hablaba el periodista desde el estudio. Yo ya sabía lo que tenía que saber. Mi familia había muerto en un accidente de tránsito y nada me los devolvería. Aun así logré tomar el celular y llamé a mamá. Como ya sabía que ocurriría, nadie me atendió. Dejé caer el celular y me largué a llorar. Me dolía la cabeza, el mundo se difuminaba, ya no sentía mi cuerpo. Yo estaba tan muerto como ellos. Quería acompañarlos en su viaje hacia la eternidad. El mundo se oscureció.

4
   Desde las tinieblas oía el sonido de las voces en el televisor y más allá los golpes a la puerta, alguien llamaba a casa. Veía la luz a lo lejos pero no lograba alcanzarla. Corría con todas mis fuerzas, debía volver pero era muy difícil. Aún lloraba, sentía las lagrimas recorrer mis mejillas. Oía otra voz y no era proveniente del televisor, cerca de mí, era el sonido más dulce que jamás había oído en mi vida. Era una mujer.
   ―Ellos te amaban. Están bien ahora. Debes dejarlos ir.
   ―¿Quién eres? ―pregunté a la oscuridad.
   No me respondió. Cerré mis ojos, la verdad es que en ese momento ya no me importaba nada.

   Abrí los ojos y descubrí que estaba caído en el suelo. Me incorporé como pude. Llamaban a la puerta. Me acerqué a la ventana y vi el Duna rojo de mi tía estacionado frente a la entrada de la casa. Me dirigí a la puerta principal y abrí. Ella me abrazó llorando. Yo ya sabía por qué. Hice lo mismo.
   Aunque necesito recordar muchos sucesos para finalmente enterrar el dolor que me acomete, hay cosas que pueden empeorar mucho esta pena que siento. Fue muy dolorosa la despedida a mi familia. El cementerio era el último lugar en el que prefería estar, allí se palpaba la realidad: no había nada después de la muerte, eso creía. Habían familiares de todas partes, familiares que amaba pero que no veía desde hacía años, y familiares que no conocía ni sentía nada por ellos. Todos me dieron sus condolencias y se apiadaron de mí, y de la maldita soledad que me esperaba en casa.
   Lloré, lloré como nunca mientras le echaban tierra a las tumbas de mi familia, uno al lado del otro, sin lugar para mí. Lloré por mi padre, mi madre, pero más lloré y sentí dolor por mis hermanos. Ellos tenían una vida por delante y lo único que se encontraron al final de su camino fue a un camionero descuidado que les arrancó la inmortalidad y les borró las huellas del mundo.
   El dolor era intenso, indescriptible. Ahora siento que esas lágrimas de hace muchos años están volviendo y prefiero que sigan allí, en el pasado, o sino no podré acabar por contar todo lo que me queda por escribir.

   Les informé al principio que una historia jamás empieza con un «Todo comenzó un día...» porque no es cierto. El pasado no se escribe en una frase vacía y sin sentido. El pasado es lo que es: huellas que no se borran del camino que dejamos atrás en la vida y nos hace lo que somos y seremos hasta el final de nuestros días. Esas son las huellas que mis hermanos jamás podrán plantar en sus caminos ahora deshechos por la maldita Muerte. Así es el pasado: un dolor difícil de borrar, de arrancar de la memoria, tal vez porque no debemos extirparlo de nosotros si no queremos olvidar lo que somos. A veces ese es el pasado que te lleva a escribir una nueva historia en tu vida. Ese pasado es la raíz de la historia que terminan leyendo. Un pasado que está allí, antes de las palabras, pero olvidamos que existe. El pasado está más plagado de tristezas que de alegrías, y ambas son recordadas por igual. Y, por desgracia, los malos momentos son los que más afectan nuestros sentimientos a la hora de recordar. La alegría es una zorra que elude nuestro corazón sin memoria.
   No quiero olvidar lo que fui. No quiero olvidar a mi familia. No quiero olvidar la historia que comienza desde el final. No quiero olvidarme que una vez pude amar, y mil veces sentir dolor. No quiero olvidarla a ella, que estuvo allí siempre, desde antes de que se escribiera mi historia. Pero que siempre la olvidaba.

5
   No terminé de cursar el semestre. No me encontraba en condiciones de volver a la Universidad, al menos hasta que pasaran las vacaciones de invierno, así que abandoné mis estudios temporalmente. Mi tía, la hermana de mi madre, me obligó a ir a vivir con ella. Tal vez por temor a que hiciera alguna locura en medio de mi soledad. Acepté de mala gana. No comía, no veía televisión, no leía, no hablaba. En lo único que pensaba era en el destino. Si hubiera llamado a mis padres y les hubiera contado que había aprobado todos mis parciales, me habrían esperado para acompañarlos de vacaciones y tal vez nunca se hubieran cruzado con ese camión. O tal vez ahora estaríamos en un mundo mejor pero juntos, si es que existe tal mundo. Me las pasaba horas y horas sentado en el escritorio de mi pequeña habitación mirando a la calle, veía pasar los autos a toda velocidad y a los camiones asesinos rugir en medio de la selva pavimentada donde la muerte acecha a cada kilómetro. Pensaba y pensaba. Necesitaba alejarme de ese mundo de mierda que no sentía nada por nadie. Imaginaba miles de historias, algunas muy descabelladas y otras con demasiados sentimientos. Una noche, a principios de julio, casi dos meses después de la muerte de mi familia, dirigí mis primeras palabras a mi tía mientras comíamos.
   ―Necesito algo para escribir ―le dije.
   Ella me sonrió.
   ―No hay problema ―me respondió―. Mañana mismo me encargaré de conseguirte algo.
   ―Gracias.
   ―¿Cómo estás de ánimo?
   ―Digamos que bien, intentando continuar esta vida, solo.
   ―No estás solo. Me tienes a mí y a tus primos. Tienes a tus demás tíos.
   ―Pero no a mamá y papá. Tampoco tengo a Juan ni a Dieguito para jugar a los juegos en la Play, ¿verdad? O hablar de cualquier cosa, eso que hacen los hermanos antes de dormir.
   Ella me miró, no sabía qué decirme.
   ―Lo siento ―le dije―. Gracias por cuidarme, tía. Te lo agradezco.
   Ella me sonrió. Terminé de comer y me fui a la cama. Miraba al techo mientras allí se proyectaban historias y personajes que vivían como yo quería, y hacían lo que les pedía. Entre esas imágenes se divisaba una puerta, y solo yo podía abrirla... con mis palabras.
   Al día siguiente, mi tía me sorprendió. Cuando le había pedido algo para escribir me refería a un cuaderno y un lápiz. Pero ella me trajo una notebook HP, una de las máquinas más modernas que habían en el mercado en ese momento. Le agradecí mucho el regalo. Ella era una persona adinerada y muy trabajadora. Se notaba, no alardeaba de su poder adquisitivo, siempre pensaba en sus hijos, como mis padres. Era divorciada, por lo tanto podía disfrutar de su dinero, pero también podía hacerle un buen regalo a su sobrino. Y creer que así se compraba un lugarcito en el cielo, al lado de Dios, un personaje de la historia más grande de la Humanidad: La Biblia. ¿Ven a qué me refiero? Todo está escrito; hasta nuestra historia, que es alterada por las palabras.
   Encendí la computadora por primera vez y sentí como si una corriente recorriera todo mi cuerpo. Cerré mis ojos por un momento. Había paz, hermosa armonía. Una brisa que entró por la ventana me acarició el rostro. Oí el pitido de la computadora al iniciarse.
   Abrí el procesador de textos y miré por largo rato la pantalla de la máquina. El cursor parpadeaba entre ese campo blanco como la pérdida de memoria. ¿De verdad pensaba crear mundos? ¿De verdad era capaz de darle vida a mis personajes? Así lo creía. Me senté al escritorio, miré por encima de la notebook hacia la ventana, y comencé a escribir ficción por primera vez en mi vida.
   Durante el mes de julio escribí unos ocho relatos, todos de extensión considerable. Los imprimí y se los di a mi tía para que los leyera.
   Ella me decía que esos relatos tenían muy buena calidad y la ortografía y gramática eran envidiables.
   Una noche, mientras el invierno se hacía cada día más crudo y cruel, ella tomó los relatos y los colocó dentro de una carpeta.
   ―¿Qué haces? ―le pregunté.
   ―Quiero llevarlos a un editor amigo para que los lea. Son buenos, de verdad. Y creo que tienen una oportunidad de llegar lejos. Santi, creo que puedes llegar muy lejos. He leído muchos libros a lo largo de mi vida y esto es de verdad muy bueno. Expresas muy bien los sentimientos de los personajes y describes a la perfección cada escena. Podrías sentarte y escribir una novela en un abrir y cerrar de ojos. Claro, necesito tu permiso para hacerlo, ¿qué dices?
   Le sonreí. Nunca había pensado en escribir para los demás. Yo solo quería hacerlo para escapar de ese mundo vacío de sentimientos, carente de perfección. Pero aun así asentí, y ella gritó de alegría. Tenía buen ojo para los negocios; vio dinero donde yo veía vida. Así de simple es el concepto que mueve al mundo.
   Ella llevó mis primeros ocho relatos. El editor estaba conforme con mi trabajo. Cuando acabé con cuatro relatos más, mi tía dijo que ya se podían publicar. Pues, así se editó mi primera colección de relatos. Se publicó a fines de agosto una tirada para la ciudad. Fue una venta aceptable, no gran cosa ni tampoco fue un rechazo rotundo. Para ser un escritor poco conocido, había llegado bastante lejos. El nombre de Santiago Alvear estaba en las estanterías de varias de las librerías más importantes de la ciudad. Y a mí no me importaba en lo absoluto. Continuaba escribiendo para huir del mundo real. Buscaba algo pero no sabía bien qué era. Analizaba a cada uno de mis personajes, y cada vez que acababa un relato sabía que había vuelto a fracasar. No hallaba mi destino en las palabras, aunque no me daba por vencido. Sabía en mi fuero interno que, con cada letra escrita, cada historia acabada, estaba más cerca de lograr mi único objetivo.

6
   Así transcurrieron los primeros meses como escritor. Todavía no había vuelto a la facultad. Era mediados de septiembre. El invierno estaba acabándose y la primavera asomaba en el horizonte. La máquina HP ya contaba con las teclas sumamente desgastada, y apenas rozaba los dos meses de vida. El tiempo transcurría muy rápido en mi cabeza y a mi alrededor. Me pasaba horas y horas frente al monitor escribiendo decenas de historias, una atrás de la otra sin detenerme un momento. Mi tía me dijo que debería salir en algún momento a disfrutar del exterior. Necesitaba experimentar otras actividades. Así que organizó una salida para el día de la primavera al centro de la ciudad, a la plaza principal.
   Ella, mientras tanto, leía mis relatos y los seleccionaba para una segunda colección. El primer libro continuaba vendiéndose a un ritmo invariable y aceptable. Lo sé porque leía en internet varios sitios de lectura y blogs de personas comunes pero con una buena cantidad de lectores constantes, bastante bien para las primeras dos semanas. Aunque la publicidad de mi tía me ayudaba en las ventas, debo admitirlo. Los críticos dijeron que era un escritor estereotipo, un crédulo que intentaba enamorar a las mujeres con sus palabras (¿qué decían entonces de Stephenie Meyer?). Si ellos hubieran sabido que lo único que deseaba era enamorar a una sola persona, no sé qué habrían dicho al respecto.
   Pero antes de enamorar a esa mujer primero debía encontrarla.
   Y tuve que sufrir el día de la primavera para descubrir el método para encontrar a un amor que aún no existía.

   Mis primos son mayores que yo. Uno de ellos se llama Sebastián y la otra, Vanesa. Ellos también me acompañaron a mí y a mi tía al concierto del día de la primavera. Había mucha gente, la mayoría eran adolescentes que iban a buscar amores en un día en el que las flores se abrían a la nueva estación del año y las piernas de las muchachas hacían exactamente lo mismo. Vi allí poco amor y mucho sexo. El aire estaba impregnado de hormonas. Eso, lo único que hacía era afirmar que nosotros somos animales, solo que usamos la razón para actuar, a veces. Quedaba en evidencia nuestra ausencia de historias para alcanzar al sexo opuesto.
   Allí descubrí que para llegar a ella debía cambiar la arquitectura de mis textos. Debía cambiar mi modo de contar historias. Si quería encontrar a esa mujer, la mujer que había soñado la noche del accidente, necesitaba crear un mundo similar al que me rodeaba en la plaza esa tarde de septiembre. Mi mundo debía ser tan vulgar como la realidad; debía ser tan imperfecto como el amor que florecía en las nubes de la calentura; debía ser vacía, creada con la cabeza y no con el corazón. Sonreí y disfruté del show de la banda de turno. Mi tía se puso feliz, creyendo que había logrado su cometido al llevarme allí; pues, no era lo que ella se imaginaba pero igual debo reconocerle el mérito al crear una visión en el mundo dentro de mi computadora.
   Regresamos a casa y, automáticamente, me fui a escribir una nueva historia. Una historia donde al fin aparecería la morocha que amaba y que me ayudaría a lograr mi gran objetivo. Los sueños eran algo más que simples imaginaciones, lo sabía.
   La nueva historia, tan vulgar como un piropo de un borracho a una prostituta, había comenzado. De lo único que estaba seguro era que mi tía se desmayaría al leer este nuevo relato. Pero no pensaba entregárselo para que lo leyera. Esta historia era solamente mía y para mí, y la mujer de mis sueños. Los coches pasaban por la avenida a toda velocidad, sus rugidos breves atravesaban la ventana frente a mí pero no les daba importancia. Las palabras en el monitor se multiplicaban a alta velocidad. Y yo sonreía, estaba feliz porque me acercaba cada vez más a ella.
   Al fin supe su nombre: se llamaba Érica.

7
   La aparición de Érica en el relato era un poco bizarra, aunque también era obvio que ella no encajaba en ese mundo. Era la heroína de una historia que se llevaba a cabo en el secundario al cual había asistido hacía tiempo. Por primera vez sentía que las palabras vibraban ante mí. Luego se borraban de la pantalla y mi cuerpo entero sentía un hormigueo insoportable. Estaba sumergiéndome dentro del mundo que creaba, ingresando para ser más precisos. Estaba tan seguro de ello como de que mañana saldrá el sol otra vez.
   Oscuridad.
   Abro mis ojos y la veo a ella frente a mí. Su pelo ondulado descansa en forma de catarata irregular hasta caer sobre sus hombros. Me mira con sus ojos negros y pequeños algo curiosos. Me sonríe. Sabe quien soy. Eso es bueno. Tengo bajo mi brazo derecho la notebook como si de un cuaderno se tratase. Le devuelvo la sonrisa. La escuela secundaria está vacía. Me aseguré de que fuera así.
   ―Hola ―me saluda, y me extiende su mano derecha como lo había hecho en mi sueño. Su voz dulce la reconocí al instante. Ella era la que me había hablado cuando me había desmayado, tal cual lo había deducido en su momento.
   ―Hola, Érica. Al fin pude encontrarte.
   ―Veo que te ha sido muy difícil llegar hasta mí.
   ―Así es. No sé cómo lo has hecho tú pero a mí me ha costado horrores.
   ―Es mi trabajo, cuido de las almas solitarias. Les doy esperanzas cuando estas desaparecen de los corazones dejando solo huecos, vacío.
   Le sonrío. Nada de lo que imagino logro colocarlo en ella, es independiente a mi voluntad. Yo no gobierno sobre Érica; es anarquista en mi imaginación. Eso me hace creer que ella es algo más que una creación mía. Me sonríe como si supiera lo que pienso.
   ―Santiago, sé por qué viniste a mí y déjame decirte que no será posible. Mi ayuda se limita a informarte del bienestar de tu familia.
   ―Necesito verlos, Érica. Necesito sentir sus abrazos una vez más, ver sus miradas y despedirme de ellos. No puedo hacerlo con mis palabras porque ellos son reales.
   ―Yo también soy real, Santi. Solo que soy algo más que una simple esencia de vida. Nunca lo entenderás.
   La miro y dejo caer una lágrima. Tanto trabajo para nada.
   Se acerca a mí, coloca sus manos en mis mejillas y las acaricia con suavidad.
   ―No sabes lo difícil que es para mí este trabajo. Mi vida no existe. Solo estoy en los sueños de los perdidos intentando ahuyentar la soledad de los corazones. Y, aunque sea real, nunca podré vivir, como lo haces tú en tu mundo.
   Ella también deja caer una lágrima y acerca su rostro hacia el mío. Me besa en los labios y yo cierro mis ojos. Lleva sus manos a mi nuca y me empuja más hacia ella. Su beso está repleto de pasión. Su beso es real, por eso nunca podré escribirlo. Solo permanecerá en mis recuerdos, en mi pasado. Y estas palabras son la falsedad que sus labios carmesí dejaron marcado en mi boca.
   ―Intenté advertirte esa noche, debías ser fuerte, pero tu corazón no escuchaba ―me explica―. Mis gritos no fueron oídos y ahora estás aquí, con un corazón deshecho y un trabajo sin acabar. Te grité que no intentaras llegar a mí pero tu mundo ahogó mis palabras con el sonido de un motor de auto, del coche de tu papá. Luego, te dije que ellos estaban bien, pero igual viniste a mí. Fallé. Debí esforzarme más.
   ―Lo intentaste ―le digo.
   ―Puede ser, pero no entendiste el concepto de la vida. Cuando la muerte llega no puedes soñar que existe la posibilidad de revertir los hechos. Tu corazón está lleno de falsas esperanzas. Debes seguir viviendo.
   ―Entonces, ¿por qué te dejaste encontrar? ―le pregunto, luego le tomo sus manos. Estoy enamorado de ella. Creo que es así desde que la vi esa noche, desde que la recuerdo.
   ―Tal vez sea porque te amo. Tal vez sea porque tu corazón es fuerte y sincero. Tal vez sea porque eres capaz de dar vida en la imaginación de las personas. Nunca lo sabremos, los sentimientos no se explican con ecuaciones; no hay vacunas para las penas y tampoco hay enfermedades para la alegría. Nunca sabremos el porqué de nada.
   ―Tal vez sea porque he sido capaz de darte vida en mi cabeza, ¿verdad? Tiene que ser por eso.
   Ella asiente con un gesto de cabeza.
   ―Y gracias por ello. Pero no debo estar aquí, este no es mi mundo.
   ―Lo sé ―le digo. Suelto su mano y doy media vuelta―. Volveré a esta escuela y tú harás lo mismo. Eres la protagonista de una historia de amor y comedia. Eres fuerte, y con el poder de la imaginación de mis lectores te daré vida. Te sacaré de mi cabeza y de este mundo de palabras. Te llevaré a mi realidad.
   ―Santiago, no lo hagas. Tu mundo es diferente al mío. Yo no pertenezco a este mundo ni al tuyo. ―Me mira muy de cerca―. Yo pertenezco a aquí.
   Señala con su dedo índice mi sien.
   Le sonrío y luego cierro mis ojos. Presiono con fuerza mi computadora y, al abrir nuevamente los ojos, veo a través de la ventana pasar un colectivo de larga distancia por la avenida.
   Aún me quema la sien, donde ella late de vida.

   La notebook estaba bajo mi brazo, me toqué con la yema de mis dedos los labios y sonreí. Ella existía y sabía lo que tenía que hacer para traerla a mí: escribir. En sus ojos se veía que ella mentía y que quería venir conmigo. Así que puse manos a la obra.

8
   Ya no podía escribir el relato para mí si quería que Érica viniera a mi mundo. Así que le mostré las primeras páginas de la historia a mi tía y no le gustó nada el nuevo proyecto.
   ―Es diferente a lo que vienes escribiendo.
   ―Necesito superar nuevas fronteras. Quiero que sea sentimental pero al mismo tiempo real. Tía, necesito avanzar, necesito hacerlo por mí. Todo lo que escribí lo hice por mi familia, por llegar a ellos, y ahora lo estoy haciendo por mí. Por primera vez en mi vida escribo por mí y quiero que me apoyes.
   Ella asintió. Me dijo que ya tenía el material necesario para la segunda colección de relatos. Yo le dije que podía editarlo si deseaba, siempre y cuando me apoyara en la publicación del nuevo relato. Ni me preocupé en sorprenderme en la cantidad de relatos que había llegado a escribir sin entrar en la misma temática ni caer en la repetición.
   Era cierto, lo hacía por mí, pero más lo hacía por ella. Quería que Érica fuera feliz, además era la conexión con mi familia, en algún punto todo estaba conectado por cables invisibles. En algún momento llegué a pensar que tal vez estaba loco, pero no tenía mucho tiempo para detenerme a pensar en «posibles».
   Septiembre se había acabado, al igual que octubre y noviembre. Y mi relato ya no era tal cosa sino una novela. El segundo libro de relatos se vendió con mayor rapidez y demanda que el primero. Hasta hablaban mejor de mí y me señalaban como el romántico del nuevo siglo, siempre dentro de la ciudad, no sé cómo me habrá ido afuera de la misma ni me interesaba en ese momento ni me interesa ahora. Si hubieran sabido en qué historia estaba metido. Mejor para mí, cuando se terminara esta novela, tendría demasiados lectores que la comprarían. El poder para Érica sería mucho mayor. Todo fluía a la perfección.
   Era hora de volver a visitar a mi amor. Me dolía las manos de tanto escribir pero no me detendría nunca.

   ―El tiempo pasa rápido, ¿verdad? ―me dice ella cuando me ve llegar con la notebook bajo el brazo una vez más.
   ―Ya me falta poco, Érica. Pronto terminaré la novela y te sacaré de este mundo.
   ―Eres insistente, Santi ―dice mientras camina de un lado al otro, con una mirada pensativa―. Ya no piensas en las consecuencias, por lo que veo.
   Niego con un gesto de cabeza.
   ―Está bien, llévame a tu mundo. Al fin y al cabo tú viniste a buscarme.
   ―No sé si es mi mundo. Este seguro que sí es mío ―digo mientras le doy unas palmaditas a la computadora.
   ―Es cierto, pero ese mundo en el que vives también es tuyo, y es real.
   Ella se acerca a mí. Me encanta verla caminar, sus ojos. Ella es hermosa. Es la mujer perfecta, y de ella se enamorarán todos mis lectores, pronto.
   ―El amor es un sentimiento fuerte, Santi ―dice―, y en tu mundo es una utopía. Tú pareces no pertenecer allí. Ven conmigo, quédate aquí, disfruta de tu creación. Tienes tu computadora, puedes cambiar este mundo a tu antojo.
   ―¿Y por qué no quieres venir a mi mundo? Juntos podríamos cambiarlo, y tal vez acabar con el sufrimiento ―digo mientras me siento en un banco. La escuela continúa vacía. Casi es fin de año en mi historia al igual que en el mundo real. Siento que ella de verdad no quiere estar allí pero no me lo dice, no sé si por temor o lo que sea. Me miente y yo dejo que lo haga porque la amo.
   ―Porque allí todo depende de todos. Y los corazones son fríos, llenos de odio y avaricia, de codicia y de envidia. No hay nada en tu mundo que se pueda cambiar.
   Bajo mi mirada. No entiendo por qué vino hasta mí si no necesita mi ayuda, me siento confundido. Se lo comento.
   ―Pronto lo sabrás, Santiago. Te diga lo que te diga continuarás con tu historia y me sacarás de mi mundo, de tu cabeza, de tu imaginación. Aún crees que puedes volver a ver a tus padres.
   ―No es cierto y lo sabes. Esto lo estoy haciendo por mí. Y por ti.
   ―Lo sé, Santiago. Y te lo agradezco. Pero también es cierto lo que digo sobre tus padres, estás muy confundido y lo entiendo.
   Posa su mano derecha en mi pecho y cierra sus ojos.
   ―Gracias por preocuparte por mí.
   Me besa y me quita la remera que llevo puesta. Es mi historia y puedo crear lo que quiera. La llevo al aula más cercana y entramos. En el medio del salón hay una cama de dos plazas. Hacemos lo que una pareja puede hacer en una cama de tal dimensión.
   ―Gracias por amarme ―me susurra al oído, y puedo notar en su voz tristeza.
   Por ti, pienso, esto lo hago por ti.
   Ya no quiero volver.

9
   El año se terminó. Mi historia también.
   Tomé la novela corregida e impresa y acompañé a mi tía a la editorial de su viejo amigo, o amigo de mi ex tío, para ser un poco más exacto. Durante el trayecto pensé en todo lo que había sucedido en los últimos meses. Era un poco extraño, la verdad. Todo encajaba muy bien, mi tía adinerada me regalaba una computadora para escribir y además tenía un amigo que era editor y publicó mis palabras en libros. Las ventas eran superiores a lo esperado. Todo sucedía por el maldito accidente. Me olvidé por completo de la facultad y escribí sin parar. Nada parecía muy razonable.
   Al principio dije que la realidad no era perfecta, pero esos últimos meses eran bastantes perfectos para ser real. Asimismo el amor que yo sentía por Érica, todo demasiado utópico, como las historias de ficción. En fin, no era más que una apreciación de mi mundo. Ella vendría pronto y viviríamos juntos por siempre.
   ¿Y por qué no vas tú a vivir a su mundo?, me preguntó una vocecilla interior.
   Ella me había preguntado lo mismo aunque en sus ojos se veía que esperaba una respuesta negativa por mi parte. Ella quería venir a mi mundo. Por mí.
   ¿Estás seguro?, me volvió a preguntar la voz.
   No, no lo estaba. Pero estaba haciendo lo correcto, de eso sí estaba seguro. Lo suficiente para continuar.

   El editor no se mostró muy conforme con las primeras páginas de la novela. Yo le dije que lo hiciera si quería ver más relatos de los que amaba la gente. Dijo que haría lo posible.
   Y lo hizo. Mi novela se publicó a principios de abril. Un mes antes del aniversario del accidente de mi familia. Mucha gente la compró, algunos quedaron conformes, otros no tanto. Era una comedia y, por tal razón, logré llegar a un público mayor. Al mismo tiempo sentía que mi corazón se fortalecía, producto del poder de la imaginación de mis lectores. La historia era muy real, tal vez ese era su gran poder seductor. Y Érica me esperaba tras la imaginación plasmada en el monitor de mi computadora.

   Una tarde mientras miraba el monitor, veía el parpadeo constante del cursor y supe que había una historia que no podía escribirse, era hora de sentirla. Así que cerré mis ojos y la busqué en mi mente. Era todo oscuridad, sentía el calor de Érica y le dije que siguiera mi voz y tomara mis manos. Juntos recorreríamos la frontera de la realidad y la imaginación, donde todo era posible. Oí su voz, sentí sus manos presionando las mías. Me dio un beso, el poder de la imaginación de los lectores recorría todo mi cuerpo como si se tratase de corriente eléctrica. Abrí mis ojos.
   Estaba en la pequeña habitación. Ella estaba junto a mí. Me sonrió. Luego miró a través de la ventana.
   ―Es hermoso ―dijo.
   ―Es mi mundo. Este no será perfecto pero sus detalles lo hacen único, imposible de escribir ni de imaginar. Eso lo sabes.
   ―Por eso no puedes quedarte en mi mundo.
   ―Érica, dime por qué me necesitas. Sé que no me amas. ―La miré a los ojos y pude ver que era cierto, ella no me amaba. Me había utilizado y yo lo sabía desde un principio pero no quería aceptarlo. Si no nunca hubiera podido seguir adelante.
   ―Hace tiempo te grité que seas fuerte. Yo sabía que superarías lo de tu familia. También sabía lo de tu gran potencial, lo vi en ti apenas supe que eras difícil de alcanzar. Te necesitaba para que me liberaras. Tu poder es único.
   ―¿Por qué? Tu mundo es hermoso. Perfecto.
   ―Por eso, es tan perfecto que no existe la muerte.
   Tomó mi mano y la besó con suavidad. Estaba triste, sus ojos lo decían con fuerza.
   ―Quieres morir ―dije en un leve susurro.
   Ella asintió con un suave movimiento de cabeza, sin dejar de mirarme.
   ―No quiero vivir eternamente. Tú me buscaste por tu familia, lo que puedo decirte es que si están en tu corazón, jamás morirán, siempre estarán contigo. Yo soy la prueba de ello.
   No soporté más y me dejé caer en la cama, llorando.
   ―Los extraño, Érica. Tuve que haber ido con ellos, ¿sabes? Tuve que haber llamado por teléfono y cambiar la historia. Lo intenté con estos relatos pero nunca pude lograrlo. Quise cambiar el pasado y siempre fallaba.
   ―Este era tu destino, así estaba escrito. La realidad misma es una novela que tiene principio y fin. Solo que tú no los conocerás jamás. Lo único que puedes hacer es vivir, seguir adelante y no olvidar a quienes te amaron; nunca te dejarán solo.
   Ella me abrazó y me besó. La amaba con todo mi corazón. Y ahora debía dejarla ir. Algo más que sabía y deseaba no hacerlo. Pensé por un momento que si me ponía a escribir podría llegar a detener el tiempo y vivir eternamente abrazado a ella. Pero así no funcionan las cosas, ¿cierto? Dicen los más experimentados que la vida se trata de continuar sin importar los golpes que recibamos a lo largo de este camino repleto de obstáculos.
   ―Este mundo es cruel, es cierto, pero todos tenemos el poder para cambiarlo. Si lo intentamos podremos mejorar nuestro alrededor; nunca será perfecto, pero la perfección es aburrida y monótona. Las mejores historias se escriben con el corazón, como la que escribiste haciéndome protagonista, Santi.
La miré a los ojos. Ella me dedicó una última sonrisa y avanzó hacia la puerta. Mi vida estaba repleta de contradicciones, eso era porque la percepción de la realidad era alterada por mi imaginación.
   ―Hoy sentirás dolor, pero mañana volverá la alegría. Vive por todos los que amas, vive con tu corazón, vive por tu mundo pero, por sobre todas las cosas, vive por ti.
   Cerró la puerta de mi habitación y, rápidamente, me acerqué a la ventana. La vi caminar por el borde de la avenida en dirección a la ciudad. Nunca más la volví a ver. Salvo en mis recuerdos.
   Ella fue un amor verdadero, una creación de mi corazón.
   Ella fue escrita con el corazón.

10
   Nunca más volví a escribir hasta hoy. Necesitaba saber si existe alguna forma de volver a verla, escribiendo, como siempre lo había hecho. Pero no. Es imposible volver al pasado, ese tiempo es real y mi imaginación no soporta tanto poder. Pero al menos logré secar estas viejas lágrimas. Érica tal vez esté junto a mi familia, esperando mi llegada algún día, latiendo dentro de mi corazón.
   Jamás los olvidaré. Viviré por ellos, pero, por sobre todas las cosas, viviré por mí.
   Tengo una nueva idea, una historia en la que el protagonista es el mismísimo escritor. Solo Dios sabrá lo que puede resultar de allí. Aún estoy dispuesto a cambiar el mundo, mi mundo.
   Sé que las contradicciones abundarán pero al menos así nos acercaremos un poco más a la esencia humana. Sé que mi historia está repleta de momentos que se oponen entre sí pero así es como late mi corazón en este mundo verdadero, basándose en mentiras.



A veces cuesta comprender lo que somos capaces de imaginar,
 a veces es imposible ver con los ojos abiertos
 y debemos cerrarlos para poder tocar lo que vive en el alma.
Solo a veces, solo cuando estamos solos.

Cristian Barbaro, 
Febrero 2012, Etcheverry.




3 comentarios:

  1. Creo que es lo más romántico que escribiste hasta ahora. Es decir, todos tus escritos tienen al amor como base, pero está adornado de horror, humor negro, guarradas, etc. Esta historia es muy emotiva, la pena de Santiago es palpable, uno siente su angustia.
    El clímax onírico es embriagador, y deja una atmósfera de tristeza inmensa.
    No es un cuento pesado para nada y se entiende a la perfección. Sí tiene un ritmo lento, pero es el que debe llevar, caso contrario hubieras caído en tu propia trampa, y nos habríamos encontrado con todo el arsenal característico de tus relatos.
    Te felicito, Cristian.
    Saludos.

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  2. Conmovido, extasiado por la belleza con que transmitís la tristeza que embriaga todos los párrafos de este relato.
    Como Raúl, no lo sentí pesado para nada. Es más, me encantó, y me tuvo en vilo hasta el final esperando por saber qué pasaría, en definitiva, con Érica y Santiago.
    Te felicito, Cristian. Sos un capo.
    ¡Saludos!

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    1. Gracias por el comentario, será que no estoy acostumbrado a escribir esta clase de relatos que me parece muy raro... De una cosa estoy seguro: cada historia transmitirá sentimientos que me embarguen en el momento en que fueron escritas... En este caso, soledad y algo de tristeza...

      Lo de "capo" lo dejo para escritores como ustedes, saludos.

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