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martes, 4 de septiembre de 2012

Cuenta Regresiva

   Este es uno de esos relatos que ni siquiera llego a comprender una vez leídos después de un tiempo de haberlos escritos. Viene por el lado de lo que sentía al escribirlos. Por lo tanto, no me siento yo mismo al editarlo o hacerle algo, sin embargo, es uno de los que tienen la oportunidad de ser leído por alguien. No es de mis favoritos, sin dudas. 



    A veces voy a veces vengo. Muchas veces ni yo me entiendo.
    El mundo que gira a mi alrededor rara vez se encuentra en sincronía con mi locura. Es el mismo mundo que cada día se aleja más de mí, expulsando al paraíso de la Eternidad.

    Se hallaba al borde del precipicio al tiempo que su cuerpo se debatía con su mente: uno deseaba morir, el otro anhelaba vivir. El sol asomaba en el horizonte mientras bañaba con su calor naranja los ojos del cobarde que temía a la vida.
   Dio un paso adelante y se detuvo cuando no hubo más suelo para pisar. Una piedra se desprendió del borde y cayó inerte al abismo, donde la oscuridad aún reinaba. No hubo sonido, no hubo quejas, solo un silencio que se expandía hasta el final del paisaje.
   Levantó su mirada para observar un nuevo amanecer, todos los días parecían iguales pero no lo eran: siempre existía una variable capaz de alterar hasta la más poderosa constante del tiempo. Dentro de sí, en su corazón, sabía que no habría más oportunidades para cambiar las líneas que lo gobernaban mientras se dejaba existir a través de la Cuenta Regresiva.

   Me cansé de estar aquí cuando en realidad pertenecía a otro sitio. Me cansé de acercarme a ella aun cuando sabía que le correspondía a otro hombre. Quise entregar mi alma a cambio de un beso pero su valor era incalculable para un momento tan efímero de los labios de una mujer.
   No supe encontrar las palabras adecuadas para hablarle y me conformé con el silencio que brotaban de mis ojos. Solo ellos pudieron decirle lo que sentía por ella dibujando las letras con lágrimas secas.
   Me cansé de vivir una vida oscura como el interior de un corazón vacío. Me cansé de regalar mis ilusiones a la humillación de amar a escondidas. Hoy es el día en el que mi vida completa su círculo.

   Pensaba en lo que había hecho; ¿había sido suficiente como para satisfacer su hambre de materializar sus ilusiones o demasiado poco como para desvanecer sus esperanzas? No sabía la respuesta y dudaba si necesitaba de alguna respuesta. Las cartas estaban echadas: la Reina se encontraba sobre la mesa dirigiendo su mirada hacia él; los ojos de ese hombre se inundaban de lágrimas.
   No sabía con certeza las consecuencias de su error. Ahora solo la altura que lo separaba de la muerte podría purificar su corazón y devolverle la vida que había perdido tiempo atrás, cuando las esperanzas eran el motor de las ilusiones y las ilusiones eran las detonadoras de la depresión.
   Extendió sus manos a los lados y se dejó acariciar por una joven brisa del paisaje. No sonrió, no había necesidad de hacerlo. El reloj seguía marchando, o tal vez ya se había detenido. No lo sabía.

   Hoy iré a su casa y le diré todo lo que siento por ella. No usaré palabras extrañas ni daré vueltas como lo hace ella alrededor de mi corazón. No tengo nada más que pueda perder. La victoria no es más que una mera utopía: sería más fácil tocar el cielo que rozar sus labios. Sería más fácil, de eso no hay dudas.
   Ella es fácil, para otros. No me deja demostrarle mi amor. Solo eso sé hoy. Mañana será otro día.
   Es el momento de continuar. La vida es un conjunto de sucesos que se ensamblan en el transcurso del tiempo para construir el camino hacia nuestro único final seguro: la muerte. La vida es lo único verdaderamente valioso que no sabemos apreciar.

   Bajó sus manos y se las miró. Todavía había sangre de ella y de sus padres. No había podido resistir la negativa de la única mujer que había amado y aún amaba. No había podido resistir el poder del rechazo y la locura había absorbido su amor sediento de pasión.
   La pasión, veneno de la piel, se expresó en todo su esplendor cuando la sangre comenzaba a emanar de las heridas que crecían cuando la cuchilla continuaba su desgarrador trayecto dejando al descubierto los órganos del cuerpo de la víctima. La pasión era de color escarlata. El rostro del asesino estaba salpicado de muerte, de una cruel y tibia muerte.
   Todo era parte de un recuerdo borroso, cubierto de una niebla hipócrita de la inocencia de los culpables. Él sabía que no quedaba nada que lo arrastrase hacia la salvación. Se puso de puntas de pies y se inclinó hacia delante. No había familia (habían muerto en un accidente de tránsito hacia una década), no había amigos, no había tíos ni abuelos ni primos ni un conocido que llegase a extrañarlo algún día. No había nadie que se percatase de su ausencia en el mundo que estaba por venir y él no vería jamás.
   Se lanzó al vacío, dejó que la gravedad hiciera el resto del trabajo pero alguien lo interrumpió tomándolo de la cintura y deteniendo la inminente caída hacia el final apaciguador.
   —Es el momento de que pagues por lo que has hecho —dijo una voz masculina en un tono muy severo—. Algo peor que la muerte de quienes la desean es vivir la vida que desprecian. Tu castigo por matar será vivir para que sientas a tu cuerpo envejecer y debilitarse. El tiempo será tu cruel torturador y te destrozará lentamente hasta que dentro de tu cabeza comprendas que pudiste haber tomado otra elección. Te acabará y apuñalará con cada uno de sus segundos, oirás el verdadero poder del reloj. Oirás el susurro de la muerte a cada minuto.
   —Ella está muerta, soy el culpable y me merezco el peor de los castigos. Quiero volver a verla—dijo él mientras miraba el oscuro abismo extenderse ante sus ojos. Quien lo tenía tomado era alguien con demasiada fuerza pero no le importaba. Nada le interesaba.
   —Volverás a verla, pero eso sucederá cuando hayas pagado el precio de tres vidas con tu propia sangre. Eso tal vez nunca ocurra; como te he dicho: solo el tiempo sabe lo que pasará cuando tus ojos no puedan ver lo que hay en el horizonte. Disfruta este amanecer porque será el último que verás.
   El hombre le tapó sus ojos y luego lo sumió en una profunda oscuridad, procurando que él no vuelva a ver jamás la luz. Ese fue su castigo por entregarse al amor, el indomable de los corazones débiles y mentes corruptas de una vida frágil.

2 comentarios:

  1. Un relato con tu sello, Cristian: Amor, desamor y personajes más que misteriosos. Con pasajes de colección, como: «La vida es un conjunto de sucesos que se ensamblan en el transcurso del tiempo para construir el camino hacia nuestro único final seguro: la muerte».
    Los diferentes marcos temporales están bien logrados, y hasta tiene algo de suspenso la historia.
    Un placer volver a leer algo tuyo.
    Saludos.

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  2. Genial.
    Qué manera de transmitir emociones, Cristian: imposible no compenetrarse con el personaje suicida (¿ex suicida?...).
    Ese "Oirás el susurro de la muerte a cada minuto" es fantástico, eleva el miedo.
    Un abrazo.

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