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jueves, 12 de abril de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo VI)

VI. DECISIONES

1
   ―Bien, está todo en orden. Ya estamos listos para salir ―dijo Raúl mientras se limpiaba la grasa de sus manos y se acercaba al 206 negro que Juan estaba encendiendo―. Podemos llamar al resto para ver cómo nos vamos a acomodar en los coches.
   Juan asintió con un gesto de cabeza. Luego, volteó su mirada hacia donde esperaban Clara con su hijo. Gabriel estaba cerca de ellos y sintió un ramalazo de celos recorrerle sus venas. Debía tranquilizarse, ya había pasado esa época de su vida en la que esos sentimientos hicieran estragos en su ser; ahora era un hombre adulto, aunque anhelaba volver a ser joven una vez más (al menos a tener veintitrés años).
   Gabriel se acercó aún más a Clara y la tomó de las manos. Juan no pudo resistir ante el poder de sus sentimientos. Apretó con fuerza el volante y miró hacia otro lado: vio cómo Raúl se iba donde se hallaba su camioneta. Sintió un gran calor bajo las palmas de sus manos y se las miró. Salía humo de entre sus palmas y el volante. Las sacó de allí de repente producto de los reflejos, asustado. No había fuego, el humo desaparecía ante sus ojos en forma de una débil columna de danzante con olor a plástico quemado.
   ―¿Qué mierda fue esto? ―se preguntó en un leve susurro.
   Luego, encendió el coche y procuró calmarse. Gabriel no podría hacer nada ante ella, pero ¿y si podía? ¿Y si le quitaba a Clara a quien apenas conocía? No sabía la respuesta, o no quería saberla.

   Gabriel quería acercarse a Clara, la chica le encantaba cada vez más, aunque solo la conociera desde hacía menos de un día, y eso que apenas había hablado con ella. Eso era fruto del nuevo tiempo que fluía delante de sus vidas.
   ―Miralo a tu hijo, le gusta mucho jugar afuera.
   ―Sí ―respondió ella―. Aún es demasiado chiquito para entender lo que pasa a su alrededor.
   Nicolás se dio media vuelta y miró a Gabriel. Este le sonrió y el niño le devolvió la sonrisa. Luego, prestó toda su atención en el juego, luego de que ese sentimiento que lo invadiera para obligarlo a voltear su cabeza hacia algo desconocido. No había sido miedo pero sí algo poderoso. Definitivamente, Nicolás no entendía muchas cosas, pero eso no implicaba que no sintiera ni intuyera.
   Gabriel le tomó las manos a Clara y le sonrió. Ella hizo lo mismo y luego se apartó un poco.
   ―No malinterpretes nada, Gabriel. Este es otro mundo, lo entiendo, pero no quiero involucrarme en nada con nadie.
   ―Lo sé, pero por eso no vas a dejar de ser una persona buena. Un completo encanto que merece ser amada aún en los peores momentos de la humanidad.

2
   ―No lo puedo creer, Aylén. Es imposible ―dijo Armando mientras se levantaba de la cama atolondrado por la noticia.
   ―Es lo que vi. Te demostré que mi poder o lo que fuera funciona y estoy segura que tampoco se equivoca. Él es un invasor, o mejor dicho, su mente está infectada por el poder de esas cosas. Corrompida, en otras palabras.
   ―No, me estás mintiendo. Los humanos no tienen poderes. Es imposible, esas cosas no se aceptan en el mundo universitario, en mi mundo; todo tiene una razón por la cual ocurren ciertas cosas, esto es irrazonable.
   ―¿Acaso querés decirme que yo soy una de ellos o que estoy loca? Este mundo ya no se rigen por la leyes de la educación ni la iglesia ni ningún corrupto gobierno que se llenase de plata con la desgracia del pueblo al que representara.
   ―No lo sé, Aylén. No sé. Esto es muy confuso. Mi cabeza no deja de dar vueltas. Y encima seguís metiéndome más cosas en la cabeza.
   ―No me creés. ¿Vas a contarle a Raúl?
   ―Tengo que pensarlo muy bien. Me cayó como una bomba. Raúl le salvó la vida a él antes de que lo atacara una de esas cosas. Por eso me parece muy inverosímil tu relato. Dame una explicación para eso, por favor.
   ―Es todo un montaje para engañarnos a nosotros y, aunque parezca raro, al mismísimo Gabriel. Las cosas necesitaban infiltrarse pero no querían hacerlo ellos mismos. Le cambiaron la mente a un humano. Por eso él está perdiendo los recuerdos, me lo dijo anoche. Él es un juguete de esas cosas y no lo sabe.
   ―Deberíamos decírselo para que lo sepa entonces.
   ―No, eso activaría su mente y los invasores lo sabrían. Y no nos conviene que sea así.
   ―¿Y entonces que pensás hacer?
   ―Lo único que podemos hacer: matarlo.
   Armando no supo qué decir y, cuando estaba por romper su silencio Gabriel entró en la habitación con brusquedad.
   ―Acá están, chicos. Ya estamos listos para salir.
   Los dos lo miraron y no supieron qué decir.
   ―Oh, perdón ―se disculpó Gabriel sonriendo―. Les corté el polvo.
   ―No ―dijo Aylén mientras se sonrojaba―. Estábamos hablando, nada más.
   ―Así es ―afirmó Armando.
   ―No se preocupen. No se lo diré a nadie. ―Dio media vuelta y salió de la pieza.
   Cuando supieron que Gabriel se había alejado lo suficiente de ambos Armando la miró a Aylén y le dijo:
   ―Dejame pensarlo, esto es demasiado para mí. A simple vista es uno más de nosotros.
   ―Sos la única persona en la que puedo confiar. A Raúl y los demás no los conozco bien. No pude tocarlos y no sé qué hay en sus mentes.
   Salieron de la habitación. Avanzaron por el pasillo en silencio. Armando pensaba mientras Aylén le tomaba la mano. Un mundo donde nadie era lo que aparentaba y los engaños reinaban sobre las relaciones falsas humanas; nada había cambiado con respecto a aquel mundo que ya no existía.
   ―Te necesito, Armando. Creeme.

3
   Raúl los reunió a todos afuera. El sol les calentaba el cuerpo. Era un hermoso lunes por la mañana. La ciudad permanecía deshabitada; nada había cambiado durante la noche.
   ―Bien, vamos a disponernos para salir. Veamos: conmigo pueden viajar dos personas y los otros cuatro en el coche negro de allá. ―Señaló el 206 de cuatro puertas―. Conmigo pueden venir Armando y Gabriel.
   Los dos muchachos asintieron, aunque al Universitario no le gustó la idea de alejarse de Aylén, no podía contradecir al Jefe.
   ―De este modo podemos enviar a las chicas y al niño en el auto, así viajan más cómodos y, de paso, recuperamos un poco la caballerosidad que perdimos hace décadas..
   Todos estuvieron de acuerdo, luego de sonreír.
   ―Juan va a manejar el 206. Bien, despídanse de la ciudad; si algún día volvemos espero que todo esté normal: con los quilombos que la caracterizan.
   Los dos vehículos abandonaron la ciudad a media mañana. Avanzaban a baja velocidad mientras esquivaban otros coches en medio de la calle. El silencio era absoluto, hermoso, aterrador.
   Desde un edificio de veinte pisos, moderno, en lo más alto de este, se encontraba la Mujer de Negro observando la escena con total atención. Sonreía.
   ―Al fin se mueven.
   Uno de los policías se acercó a ella y le preguntó si era conveniente comenzar a seguirlos.
   ―No, esperemos un poco. Ahora sabremos adónde irán. No hay apuros.
   El policía asintió y se alejó.
   La Mujer de Negro miró al cielo y sonrió. El día era hermoso. Y disfrutaba llevando a cabo su trabajo.

4
   Aylén estaba sentada en el asiento de acompañante. Juan seguía a la camioneta de Raúl a una distancia prudencial. En el asiento trasero jugaba Nicolás con su camión y Clara lo retaba a veces cuando su hijo se excedía en el juego y golpeaba el auto. La brisa del día les refrescaba el rostro y, por primera Aylén, no sintió miedo. Se miró sus manos, luego observó a Juan y sus manos al volante. Quiso tocarlo para saber más de él pero se resistió. Ya habría tiempo de saber quiénes son el resto del grupo. Todo el mundo guardaba secretos y, antes de todo eso, se respetaba. Ahora, en este mundo, los secretos podrían ser la causa de muertes de inocentes.
   Juan encendió el reproductor de música y puso un disco de Mägo de Oz que había en la guantera.
   ―Justo la banda que me gusta. ¡Qué casualidad!
   Nicolás escuchó con atención el reproductor. No le gustaba lo que había puesto Juan. Concentró su mirada y deseó que se apagara la música. El cd salió expulsado a toda velocidad del aparato y quedó clavado en el asiento trasero.
   ―Mierda, ¿qué fue eso? ―se preguntó Juan mientras detenía el coche en medio de la calle.
   Aylén miró atrás y observó el CD y al niño quitándolo del asiento.
   ―Creo que falla el reproductor ―atinó a decir Clara mientras acercaba a su hijo a su lado.
   ―Sí, tal vez es muy bueno o falló el aparato ―dijo Aylén mientras observaba con atención al muchacho sentado atrás. Sus ojos parecían brillar un poco pero no podría asegurarlo.
   Es a quién buscan, pensó la adolescente. No lo puedo creer.
   ―Bien, arrancá ―ordenó Clara.
   Juan la miró y luego le hizo caso. Sí, un error del aparato.

   ―Se detuvieron, ¿les habrá pasado algo? ―preguntó Gabriel mientras miraba atrás.
   ―No creo, por las dudas me detengo ―dijo Raúl.
   ―Ya arrancaron ―terció Armando. Luego lo miró a Gabriel y desvió su mirada hacia el arsenal que llevaban en la caja de la camioneta.
   Matarlo, pensó. Yo no puedo matar a nadie. Me cuesta creerte, Aylén. No sé qué mierda debo hacer.

5
   Raúl miraba al cielo de vez en cuando. ¿lo estarían siguiendo? No lo sabía pero suponía que sí. Una vez llegados al campo debería pensar cómo iba a proseguir con el grupo.
   Se preguntó si su abuelo habría sido llevado con los demás. Tuvo la certeza de que así debería haber sido. Aún faltaban un par de horas para llegar. Miró su reloj y calculó que estarían llegando entre las doce y media y la una de la tarde.
   El viaje transcurrió con demasiada calma el resto del trayecto. Como se suponía.
   El campo les regalaba unos paisajes hermosos que rara vez alguien apreciaba cuando conducía por esas rutas. El viento hacía danzar las copas de los árboles y el verde se extendía hacia el infinito. Esos momentos eran los adecuados para pensar.
   Eso estaba haciendo Armando, quien se había decidido por hablar con Raúl, aunque Aylén se enojase. Él debía saber lo que estaba pasando en su grupo, así sabría qué decisión podrían tomar. Cuando llegaran a la casa de los abuelos de Raúl le contaría todo lo que la chica le había dicho lejos de Gabriel y cualquier otra persona del grupo. Este era su secreto, esa era su decisión.

6
   Luego de un par de horas de viaje, finalmente habían llegado. Recorrieron por diez minutos una calle de tierra hasta cambiarle el color al 206. Hacía tiempo que no llovía por esos lugares pero poco importaba. A nadie le molestaría ver un coche repleto de polvo nuevo.
   Atravesaron una tranquera abierta y se detuvieron frente a una modesta casa, de madera pero de una arquitectura bastante moderna. La puerta de entrada estaba abierta, había que subir unos tres escalones para entrar en la misma.
   Raúl apagó la camioneta y se bajó con su rifle en manos.
   ―Esperen afuera, voy a revisar adentro.
   Juan se bajó del coche y se acercó a él.
   ―Esperá, te acompaño ―le dijo mientras sacaba un arma de la camioneta.
   Gabriel observó la acción de Juan Bassa con atención. Necesitaba un arma, otra de sus decisiones. Se acercó sin que nadie le prestara atención y metió la mano dentro de un bolso. Agarró una pistola negra nueve milímetros. La escondió debajo de su remera, aferrada al cinto. Todos estaban atentos a los movimientos de los jefes, nadie lo había visto.
   Raúl miró a Juan y asintió, estaban frente a la puerta de entrada.
   ―¿Qué espera encontrar Raúl ahí dentro? ―le preguntó Gabriel a Armando. Este pegó un sobresalto, se había olvidado de por qué hacía lo que hacía.
   ―Es una especie de prevención. Nunca sabemos con qué nos podemos encontrar.
   Raúl entró primero seguido por Juan.
   Había un fuerte olor a podrido que invadía toda la casa. El Jefe avanzó por la sala de estar hasta cruzar la puerta que lo llevaba a la cocina. Había una taza sobre una pequeña mesa redonda con un saquito de té dentro. Debajo de la misma se asomaban un par de piernas inertes, de un color casi violeta.
   ―¿Quién es? ―preguntó Juan, sabiendo cuál sería la respuesta.
   ―Es mi abuelo ―contestó Raúl.
   De los ojos del cuerpo sobresalían unos cuantos gusanos y volaban moscas a su alrededor.
   Raúl tiró su rifle al suelo y se tapó la boca con ambas manos. Se acercó a la pileta de la cocina y vomitó dentro.
   ―Él habría preferido mil veces morir en su casa a ser abducido por esas cosas de mierda―dijo una vez se hubo recuperado.
   ―La puerta estaba abierta, es probable que haya muerto antes de que llegaran las cosas.
   ―Sí, seguro. Siempre venía el vecino que vive a un kilómetro de acá a revisar que todo estuviera bien. Mi abuelo tuvo la suerte de esquivar a estas cosas.
   ―¿Y si los extraterrestres no llegaron hasta acá?
   ―Llegaron, sino el vecino habría venido en estos días y hecho algo con el cuerpo. El mundo entero ha sido abducido, Juan, y no te creas que existe un lugar que no haya sido tocado por esas horribles cosas. Es casi seguro que no lo llevaron porque no hallaron signos vitales.
   Juan lo escuchó sin decir nada, a veces le parecía que Raúl sabía más de lo normal. Pero desterró ese pensamiento casi al instante.
   ―¿Qué hacemos con tu abuelo?
   ―Lo único que podemos hacer: enterrarlo como cristiano que fue.
   Juan asintió. Miró un momento más el cuerpo y a los gusanos comerse sus ojos.
   ―Ahora que lo pienso, en la ciudad no he visto a un solo bicho, ni una mosca ni un mosquito ni una cucaracha. Y acá hay un montón de insectos.
   ―Sí, eso es raro. Vamos, los demás deben estar preocupados.
   Juan vio, además, una cadenita que tenía alrededor del cuello con una pequeña llave plateada.
   ―¿Qué es esa llave que tiene puesta tu abuelo? Es un poco rara, ¿no te parece?
   ―Sí, es rara. Pero no tengo ni idea de qué sea o lo que abra. Siempre la llevaba puesta pero nunca supe para qué mierda sirve. Mi abuelo siempre fue muy reservado a la hora de contarme sus historias. Poco sabía de él aunque mucho fue lo que aprendí a lo largo de mi vida.
   Se acercó al cuerpo de su abuelo, evitó respirar, y le sacó la cadenita con la llave. Se la puso en su cuello. El metal estaba frío, y sintió un fuerte escalofrío recorrerle el cuerpo al tener bien en claro una certeza: los muertos no generan calor ni sienten nada.

7
   Eran las tres de la tarde. Todo el grupo rodeaba la tumba del hombre muerto en la casa. Estaban bajo una planta que les regalaba una fresca sombra. La cruz improvisada representaba la poca humanidad que allí había. Y el olor a muerte que reinaba dentro de la casa se expandía por todo el campo.
   Aylén miraba con fija atención a Nicolás. Ese muchacho era poderoso, estaba casi segura. Pero, para tener la certeza absoluta necesitaba tocarlo. No podían haber dudas para tomar las decisiones correctas. Ya había visto una prueba con el CD en el coche durante el viaje, había sido el niño, casi segura, debido a la trayectoria del disco.
   Armando alternaba su visión entre Aylén y Gabriel. Luego, miró a Raúl y vio la fragilidad que asomaba de sus ojos. Ahora no podría contarle al Jefe nada. Debía esperar y eso no era bueno.
   ―Gracias, muchachos, por ayudarme.
   ―Por nada, Raúl ―dijo Juan―. Al menos no está aquí para ver en lo que se ha convertido el mundo.
   ―Sí. Es cierto. ―Se miró la llave plateada y luego la metió debajo de su remera.
   El círculo se rompió y cada uno tomó diferentes caminos.
   Gabriel acompañaba a Clara y a Nicolás. La abrazaba a ella y sonreía. Se le estaba dando de a poco, debía ser paciente, nada más.
   Armando caminó hacia la tranquera para mirar más allá del horizonte. Había demasiado campo para divisar y eso podría ayudarlo a pensar con claridad. Aylén lo seguía a unos metros de distancia, en pleno silencio.
   Armando sentía la dureza del arma que le había robado de la camioneta a Raúl. Sentía el peso de su conciencia arrastrándose por su cabeza confusa. ¿Para qué la quería si no sabía si la iba a usar en algún momento?
   Juan se quedó al lado de Raúl. Este continuaba observando la tumba con lágrimas en los ojos.
   ―Mi abuelo fue un grande. Desde que mis padres habían muerto en ese accidente de mierda cuando tenía nueve años, él se hizo cargo de mí y me enseñó a ser lo que hoy soy. Todo se lo debo a él. Es lo que te dije. Pero hay cosas que nunca llegó a contarme. ―Miró más allá del campo, donde se elevaba un conjunto de árboles que constituían un pequeño bosque en la llanura.
   Luego levantó su mirada al cielo. Era hora de dejar de ocultar sus secretos, era hora de hablar, como su abuelo le había enseñado hacía muchos años: "podemos guardar secretos por un tiempo pero al final deberemos entender que si queremos confianza del otro deberemos revelar lo que llevamos oculto dentro". Sin embargo, su abuelo guardaba secretos que nunca le había confesado a Raúl, este había pensado más de una vez en la hipocresía de su único familiar.
   ―Él me enseñó a creer y a no perder las esperanzas sin importar en la situación en la que nos encontremos. Aún en la oscuridad siempre hay un rayo de luz que nos ayuda a seguir adelante. Este grupo, ustedes, son mi rayo de luz en este mundo. Solo con ustedes a mi lado podré seguir adelante.
   Juan le palmeó la espalda y se dispuso a alejarse de allí sin decir nada cuando Raúl le habló.
   ―Les he mentido, Juan. Yo sabía que esto iba a pasar.
   Juan se dio media vuelta y acercó al Jefe.
   ―Tu abuelo era mayor, iba a ocurrir en cualquier momento.
   ―No, Juan, no me refiero a mi abuelo. Me refiero a la invasión. Yo sabía que estas cosas iban a venir a la Tierra para llevarnos y no fui capaz de actuar antes. Perdón por no contárselos antes pero temía que no confiaran en mí.
   Una brisa se levantó llevándose hojas a ningún lado. Las ramas de la planta se agitaron y murmuraron al viento que la naturaleza aún estaba allí, invencible y eterna.
   ―Lo supe hace mucho tiempo.
   Volvió a mirar al bosque. Sus recuerdos de la infancia eran borrosos pero hubieron muchos repletos de felicidad, secretos, poder y decisiones que debían ser tomadas con suma cautela o todo se podría ir a la mierda.


Continuará...

2 comentarios:

  1. Me encantó esta entrega. En el abuelo de Raúl vi a mi abuelo. Gracias por eso :'(
    La historia no decae y cada vez hay más sorpresas que vaticinan una larga y sorprendente historia.
    Muy buena.

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  2. Genial.
    Qué buena reflexión la de "Un mundo donde nadie era lo que aparentaba y los engaños reinaban sobre las relaciones falsas humanas; nada había cambiado con respecto a aquel mundo que ya no existía.", muy real.
    Todos los protagonistas con como una Caja de Pandora: llenos de misterios y sorpresas, ansiosos esperamos que se vayan abriendo para mostrarnos su contenido.
    ¡Felicitaciones!
    Esperando el cappítulo 7...

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