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sábado, 11 de junio de 2011

El ángel de la realidad (Parte 2 de 2)








PARTE DOS

8
Llegué a casa pensando en que Laura estaría despierta como todas las noches anteriores pero me equivocaba. Entré en casa y encendí el interruptor de luz, el silencio reinaba en todo el hogar. En la sala estaba todo en perfecto orden. Esta noche Laura no estaba viendo televisión así que supuse que tal vez estaba leyendo algún libro de John Grisham, era su autor de novelas favorito, en el dormitorio. Así que me dirigí hasta allí y abrí la puerta de la habitación despacio hasta que noté que la luz estaba apagada, por lo tanto no estaba leyendo. Mejor para mí. Igual encendí la luz y allí la vi, estaba cubierta por las sábanas hasta el cuello y su rostro miraba al lado opuesto de donde yo me encontraba. La saludé por simple acto reflejo y ella se retorció en la cama, murmuró algo y siguió durmiendo.
   De repente tuve una sensación horrible, hacía tiempo que no me había atacado tan fuerte y sentía como si un duende intentara escaparse a través de mi piel, empujando mis órganos de un lado al otro. Sabía que debía ir al baño y hacer una gran necesidad. En el camino hacia el baño, por el pasillo que conectaba toda la casa, recordé los sucesos, lo hacía en parte para mitigar los retorcijones y en parte para comprender los hechos. Recordé el momento en que esa mujer había asesinado a mi compañero de trabajo y único amigo que tenía; recordé que siempre pensaba que nada iba a sucedernos ya que nuestro trabajo era muy sencillo, a menos que nuestro cliente de turno estuviera muy colocado o violento, pero Pablo era bueno para reducir a las personas. Además, él percibía el peligro. Por eso no lograba comprender del todo por qué se dejó asesinar de un modo tan estúpido.

Entré en el cuarto de baño y me senté en el inodoro, dejé que todo fluyera —fue como un maldito parto, calculo que fueron medio kilo más o menos— y seguí pensando, mientras el olor de  mi mierda arreciaba en el cuarto de baño. Pensé en el discurso de Valdés y en los sentimientos que experimenté mientras hablaba. No era normal en mí sentir admiración por nadie, menos por el jefe de una mafia. Pero eso había sentido, y había sido intenso —como el olor que se extendía como un gas ideal en el cuarto de baño, menuda mierda la mía—. Por un momento fugaz comparé esa admiración con la sensación que me había provocado el brillo en los ojos de la asesina de Pablo. Aunque eso no tenía sentido y lo descarté al instante. Me limpié el culo, tiré la cadena y me levanté el pantalón. En mi cinturón colgaba el estuche con la pistola dentro. En el bolsillo izquierdo estaba el celular. No acostumbraba a ir al baño con estas cosas encima pero las ganas de cagar habían roto con esta rutina. Es difícil pensar con el culo fruncido, mientras la mierda golpea a la puerta.
   Salí del baño sin apagar la luz, jamás lo hacíamos, y me encaminé hacia el dormitorio para descansar un poco. Tal vez para recordar a Pablo y homenajearlo un poco mejor, sin un medio escatológico de por medio —sé que él era medio mierda como compañero pero se merecía algo mejor y un poco más de respeto como amigo (siempre me dijeron que sepa diferenciar las relaciones laborales con la amistad, y eso a mí se me daba muy bien)—, recordar los días en que me intentaba convencer de que trabajara con él, que si continuaba robando pequeñeces del modo en el que venía haciéndolo iba a terminar en la morgue municipal y otras cosas más. Era como un padre para mí, mierda, y yo no había tenido tiempo de dedicarle unas lágrimas decentemente.

Me encontraba ensimismado en mis pensamientos cuando oí pasos provenientes de la habitación. Yo estaba a unos dos metros de la puerta cuando la atravesó mi mujer.
   Laura tenía la cabeza inclinada hacia abajo, su cabello le caía hacia delante y le tapaba el rostro. Parecía la niña de la película «The Ring», la que sale de la pantalla del televisor haciendo unos movimientos que me provocan escalofríos y miedo, sólo que mi mujer no se movía como la niña, pero igual sentí un profundo miedo hacia Laura.
   —¿Laura? —dije, sabiendo que algo no andaba bien—. ¿Estás bien?
   No respondió. En su lugar se giró levemente hasta estar frente a mí. Sus brazos colgaban inertes, como si fuesen el péndulo de un antiguo reloj de mansión, de unos hombros caídos; estaba levemente encorvada. El terror se adueñó de mí, Laura tenía la misma postura que la asesina de Pablo Cordera.
   Ella avanzó hacia mí a paso lento y arrastrando los pies. Un destello rompió la semioscuridad que nos bañaba, cuando la luz del cuarto de baño fue reflejada en un objeto metálico. Supe en ese instante que era un cuchillo, y enorme, como el de la asesina de mi compañero. Yo estaba paralizado del terror.
   —Laura, ¿qué piensas hacer? —le pregunté mientras luchaba contra la parálisis en mis piernas e intentaba avanzar.
   —Justicia —me respondió.


9
Logré romper la parálisis y, mientras retrocedía, me palpé la funda en busca de mi pistola. La toqué y pensé en quitármela. Tenía mucho miedo pero no quería dispararle a mi mujer. Aunque…
   Laura levantó la cabeza hasta que pude ver sus ojos, y ella los míos. En esos ojos había un destello, como el de la mujer del cuchillo en el prostíbulo, y era tan poderoso que casi me hicieron acercarme a ella. Ese resplandor me llamaba. Me hablaba. Me enseñaba.
   —Amor —dije en un tono débil, mientras apartaba mis manos de la pistola y los dejaba caer a un lado, como péndulos de reloj (valga la redundancia). Sentía que el destello estaba rompiendo mi realidad para entrar en otra realidad, una de soñadores soñados—. No me hagas daño…
   En ese momento vi mucho, lo suficiente para entender qué estaba sucediendo allí. Era Barrionuevo, ella estaba allí, en mi mujer y en muchas otras mujeres, a través de los muertos. Vi el momento en que Benito Barrionuevo era asesinado por Valdés, sólo porque se había negado a entregarle información de un enemigo. Valdés conocía las cualidades especiales de Barrionuevo y lo utilizaba. Valdés no le temía a que pudiera controlarlo porque él también tenía el mismo poder, aunque mucho más débil. Y Barrionuevo lo sabía, pero no sabía que el poder, aunque fuerte, debía ser bien utilizado. Había intentado colocar a los hombres de Valdés en su contra pero había fracasado. Un solo disparo entre las cejas había acabado con la vida de Barrionuevo. Su hermana, Estela Barrionuevo, logró averiguar lo que le había sucedido a su hermano…

Interludio
Estela sabe que su hermano ha muerto. Ha sido asesinado y ahora pertenece a la realidad con la que ella se comunica siempre. Utiliza su poder para comunicarse con su hermano, Benito. El poder necesita madurar, crecer, para hacer justicia. Su mente comienza a corromperse, saltar las realidades implica un gran peligro, su hermano siempre se lo ha dicho. Debe cuidarse o podría morir. No le importa, las ideas giran alrededor de su cabeza.
  
Consigue la información necesaria y ya sabe quién fue el asesino de su hermano: Valdés. Pero ese hombre no es común, también tiene la fuerza de los ojos, un poco más débil pero está allí, activa. No es tan intenso como el de ella para llegar a llamar a los muertos pero igual puede ser un problema.

 Está arrodillada frente a la tumba de su hermano, en el área 19, pensando. Debatiendo.
   Aún no está preparada para atacar. Necesita fuerza, energía, y mucha, para llevar a cabo un plan maestro. Piensa asesinar a toda la organización de Valdés si es necesario. Piensa poseer las mentes de las mujeres, piensa en utilizar niños pero no son fuertes, aunque sí son mucho más abiertos a los muertos, las mujeres son las adecuadas. Sus mentes son bastante abiertas para albergar un muerto, para albergar la luz de la muerte en sus ojos. Las elige, no quiere que haya bajas en su lado de la guerra. La Justicia está llegando a la ciudad.

La mente de Estela está bastante destrozada, debido a la intensidad de su poder. Cree que Valdés sabe lo que planea, aunque puede que esté equivocada. No lo sabrá hasta que haya actuado. Ruega que su padre esté bastante débil para asesinarlo de una vez por todas.
   La verdad fue muy dolorosa para ella, Benito nunca le dijo que conocía a su padre y que trabajaba para él. Ella creía que su padre había muerto hacía mucho tiempo pero está más activo que nunca, aunque su poder está demasiado débil. Se pregunta si Benito sabía que iba a morir. Se pregunta si Benito sabía que estaba en la realidad y no en los sueños en el momento de su muerte.

Justicia, es lo único que pide Estela. Ella está muriendo, pero antes se llevará a todos los que pertenezcan a la organización de Valdés.

Sus ojos ya no ven, sus oídos ya no oyen, el gran poder la está consumiendo. Le queda poco tiempo de vida y aún no logra llegar a Valdés, aunque ha eliminado a la mayoría de sus hombres. Pero… ahora hay una oportunidad. Ese muchacho ha abierto su mente, se ha dejado conectar por medio de una de las mujeres, es la última oportunidad antes de que el poder la consuma por completo y abandone esta realidad fatua. Carlos debe matar a Valdés, al padre de ella.

Ella abandona a la mujer para penetrar la realidad de Carlos. Es la última oportunidad, ya no hay vuelta atrás…
Fin interludio

10
Fue una sensación increíble. Laura bajó su cuchillo y me miró a los ojos. Mi odio había crecido exponencialmente. Odiaba más que nunca a Valdés y debía matarlo. Recuerdo qué pensaba y qué iba a hacer en contra de mi voluntad; o eso esperaba, que fuera en contra de mi voluntad. Sabía demasiado, eso era lo peor. Sabía que alguien estaba dentro de mí, acompañándome en mis movimientos hacia una nueva realidad. Pero no entendía nada. Vi, en la distancia de mi cuerpo, desplomarse a Laura en el pasillo de mi casa y vi cómo me dirigía a la camioneta a realizar un trabajo que no quería hacer y que sí quería hacer. Estaba muy confundido. Sin embargo, acepté la tarea ya que nada le había ocurrido a Laura. Sólo se había desmayado. La energía la había abandonado, mejor para ella. Tal vez, cuando despertase, se asustaría un poco pero creería que sólo habría sido un episodio de sonambulismo. Yo estaba casi seguro de que jamás volvería a verla. Había sido elegido para acabar con Valdés, ése era el precio por perdonarme la vida. Sabía que podría dormir pero ya no me importaba. Mi realidad parecía un sueño, y prefería que así fuese (frase muy repetida, según el Word; pero no importa, esto no es un relato de Poe, por desgracia no soy Edgar Allan).

La pistola estaba en mi cinturón; el celular, creo, en mi bolsillo; conducía hacia un lugar desconocido pero que de algún modo tenía conocimiento, sea por mí o por los recuerdos que albergaba mi memoria. Alguien me hablaba en mi mente, me cuesta demasiado recordar todos los detalles de esta última parte ya que yo estaba pero no estaba en mi cuerpo. Estaba en los límites de la realidad, me había dicho el que estaba en mi cuerpo, un muerto de otra realidad. Me dijo que no me preocupara, que todo iría a salir bien.
   Pero yo suponía que no iba a ser así.
   No demos vueltas a este asunto, es obvio que yo salí vivo de la batalla sino no estarían leyendo estas líneas, aunque, igualmente, quiero contarles que la sensación que experimenté en esos momentos es inimaginable. Te sientes como si recién despertaras y no supieras dónde estás, hasta que la realidad se hace palpable. Te sientes como un soñador inventando una realidad. No me es sencillo encontrar las palabras adecuadas a este suceso en particular. Es como si todo ya estuviera escrito para que yo tuviera que ponerle el final. La responsabilidad para el protagonista poseído, nada diferente a una millonaria superproducción de Hollywood. O una remake de una gran obra oriental, ya que las ideas escasean en esta era, mucho más en Hollywood (una remake de Cementerio de Animales, pero ¡por Dios, dejen a los Creed en paz!).
   Todos lo sabemos, sino miren a través de la ventana. Nada es real. El mundo se ha movido. Mucho antes de que nosotros llegáramos a gobernar el mundo.

11
Estela necesitaba de mis conocimientos para llevarme al lugar donde se encontraba Valdés. De hecho, el lugar al cual me había dirigido nunca lo había conocido. Pero ella se las había ingeniado para armar el rompecabezas que había en mis recuerdos para hallar el punto exacto —debo admitir que Estela era un gran GPS; aprende, tú, Garmin, cómo se hace para no perder a un usuario—. No me pregunten cómo lo sé ya que no lo sé. Así es la vida de quien se deja gobernar por un odio ajeno, por un ser de otra realidad.
   Llegué a toda velocidad en mi camioneta Ford F100 y atravesé la gran entrada custodiada por varios hombres armados con armas automáticas. Le dieron varios disparos a mi camioneta (mejor dicho, camioneta de Valdés) hasta que viré en el camino particular a la derecha; me sorprende que no me hayan acertado ni uno de esos disparos aunque sí habían destrozado los parabrisas, ¿habrá sido por la influencia del poder de Estela Barrionuevo, el mismo que no permitió que muriera ninguna de las mujeres poseídas? (Me siento como un idiota por ser el único hombre poseído en una noche que era exclusiva para mujeres poseídas, no soy gay.)
   Me detuve al final del camino y vi allí una enorme mansión de la que no tenía el mínimo conocimiento. En los peldaños de la puerta principal se encontraba Valdés custodiado por dos hombres. Me miraban a mí. Un intruso que le pertenecía.

Bajé de la camioneta y me dirigí adonde se encontraba él, casi por voluntad propia. Ahora sentía curiosidad además de miedo.
   —Veo que me has encontrado, Estela —me dijo Valdés.
   Tenía las gafas oscuras puestas, aún en esa oscuridad que estaba llegando a su fin.
   —Responde —me dijo elevando la voz.
   —Así es —le dije, sin voluntad propia. Yo era un simple espectador. Nada más—. Voy a terminar mi trabajo. Tú no eres nada. Lo noto a través de esos oscuros cristales. Tus ojos están vacíos; en cambio, los míos están repletos de luz.
   Emití una carcajada similar a la de una mujer.
   —¿Dónde estás? —preguntó Valdés—. Da la cara, hija. Arreglemos esto como dos seres civilizados. —Parecía aterrorizado pero dispuesto a llegar al final.
   —Un ser civilizado no asesina a otros por negocios.
   —Y tampoco los posee con muertos —dijo, y le ordenó a sus hombres—: Mátenlo.
   Recuerdo que mis ojos comenzaron a arder y que no veía nada, sólo blancura, era como estar con una ceguera blanca. Sentí que una gran fuerza atravesaba mis retinas y cuando volví a ver estaba apuntando a Valdés con mi pistola. Sus hombres tenían las pistolas con el cañón dentro de sus bocas, llorando antes de presionar el gatillo, contra sus propias voluntades. Valdés se quitó sus gafas y dejó ver sus ojos: eran totalmente blancos, como si estuviera durmiendo. Es que está en otra realidad, me dijo la voz de una mujer, Estela supuse. Está soñando.
   Sus hombres presionaron el gatillo y cayeron inertes al suelo al tiempo que parte de sus sesos llovían sobre la cabeza de Valdés. Él ni se inmutó mientras yo quería vomitar.
   Un instante después, todo desapareció. La sensación de estar siendo controlado y la fuerza que me había poseído. Valdés también lo sabía. Se leía en su rostro. Estela había muerto a causa del gran poder. No había podido resistirlo más. Se había perdido en sus sueños. Y no había logrado matar a su padre.
   —Se acabó —me dijo Valdés mientras se acercaba a mí—. Baja el arma, hijo.
   Sentí que él comenzaba a controlarme con sus ojos blancos como la leche y supe que no iba a dejarme salir con vida de allí, ni a mí ni a nadie que supiera la verdad. Algo del poder de Estela había quedado en mí. Conocía la verdad de Valdés, la realidad de Valdés, y en ella yo no estaba con vida. Lo sabía con absoluta claridad de quien no ha dormido nunca y no necesita hacerlo. Me sentía más despierto que nunca.
   Por simple acto de supervivencia, presioné el gatillo (una de las pocas veces que lo hice, jamás había matado a nadie). No quería morir por mis propias manos, el poder de Valdés era débil pero si le cedía un segundo más, hoy no estaría escribiendo mis páginas. Un agujero apareció de repente en la frente de Valdés al tiempo que sus sesos salían volando por detrás, junto a trozos de su cuero cabelludo…

12
Siento fuertes ganas de vomitar, ahora, mientras escribo. Recordar ésta última escena fue horrible para mí, aunque debía hacerlo. Queda explicada la razón por la cual lo asesiné. Pero para mi conciencia yo soy un asesino y debo pagar por un crimen que cometí. En realidad, fueron varios, entre ellos la venta de drogas y mi participación estrecha en una organización mafiosa, sin contar mi adolescencia de delincuencia.

Huí en un coche que había encontrado aparcado en el lado oeste de la mansión. Temblaba de pies a cabeza. Lo único que anhelaba en ese momento era ver a mi mujer, a Laura. En el horizonte, al oeste, el sol comenzaba a asomar su esférica figura. Y yo escapaba de allí. Pude salir sin que nadie me disparara. Los hombres que antes me habían disparado parecían tan desconcertados como cuando despiertas de un sueño (o una pesadilla) abruptamente y, creo, pensaban en huir de allí antes de que llegara la policía, sabían que algo estaba muy mal en ese lugar. La policía era regida por Valdés y su muerte generaría la caída de varias cabezas, y ellos seguro que no querrían estar allí para presenciar los hechos.

Cuando estaba llegando a mi casa, me detuve y pensé si estaba bien en volver junto a Laura. Las cosas se habían torcido y temía que ella quedase implicada en mis problemas si algo salía a la luz. Por mucho tiempo yo había realizado trabajos peligrosos, arriesgando mi vida cada noche y Laura podría haber quedado implicada en cualquier momento. Yo la amaba, y ahora que sabía lo que había hecho, ahora que había abierto mi mente a la realidad, quería protegerla; y alejándome de ella, la salvaría de todos mis pecados.
   La puerta principal de mi casa se abrió y Laura asomó por el umbral, la luz del amanecer bañaba su rostro, más bello que nunca, miró a la calle y yo me agaché para que no me viera en el coche tomado prestado. Ella se agachó y recogió el periódico. En el mismo no aparecerían las noticias de las masacres de esta noche a la gente de Valdés porque recién se estarían descubriendo. Pero, al día siguiente, y en las noticias en los noticieros matutinos, se atracarían con tanta macabra información. Yo estaba decidido, la tenía que abandonar para no dañarla con mis errores, ése fue el peor y más doloroso sacrificio que tuve que realizar.
   Lloré sobre el volante por un rato y me despedí para siempre del que había sido mi hogar. Y de la que había sido mi amor.
   Me dirigí al sur, en busca de una nueva vida.
   Pero antes tenía que realizar una escala.

Llegué al cementerio municipal y busqué la tumba de Benito Barrionuevo. Él estaba en el área 19, información cedida por su hermana cuando tuve la visión de los hechos pasados. Llegué a su tumba y me arrodillé, no sabía qué debía hacer allí, pero ya estaba. Recé por primera vez en mi vida. Luego, lloré. Él había sido una víctima de la inseguridad en nuestra ciudad. Había sido una víctima de la locura, del poder y de la vida.
   Levanté mi mirada y observé una zona arbolada, había una mujer rubia mirándome. Sonreía, lo sabía. Era blanca como la leche, y sus ojos brillaban. Era Estela Barrionuevo, estaba seguro porque la había visto en la fotografía que nos había enseñado Valdés en la reunión de horas antes, y, además sentía su energía. Estaba allí, echando un último vistazo a mi realidad, luego sopló el viento y ella me dio la espalda. Desapareció tras una zona de arbustos. Estaba muerta. Tan muerta como la organización de Valdés.
   Fui uno de los pocos sobrevivientes a su venganza, y eso se le debo agradecer eternamente. Fue la última vez que estuve en la ciudad.

X
Hoy estoy escribiendo estas líneas para exorcizar de mi cuerpo y mente los momentos que me generan dolor. Hoy estoy aquí, viviendo mi realidad, que tal vez es diferente a la de los demás. Mi realidad es mis sueños perdidos en la noche en que todo ha cambiado… para siempre.




FIN
CRISTIAN DANIEL BARBARO

2 comentarios:

  1. ¡¡ Genial, Cristian !! ... La ambientación que le has dado al relato está muy, muy bien construida, con esa dicotomía fantasía - realidad que lo inunda todo... ¡¡ Felicitaciones, che !! ... Excelente...

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  2. Muchas gracias, Juan... Me alegro que te haya gustado... Y te agradezco el tiempo para comentar... Vamos encaminados, por lo visto :)

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