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miércoles, 20 de junio de 2012

El fin de los tiempos (Capítulo X)


   Antes de comenzar digo que este es el último capítulo que escribo. Debido al poco tiempo que le he dedicado decidí darle un punto y aparte para dedicarme más a otras cosas y, aunque no sean muchos los que me lean, lo termino por un lado por ellos y por el otro por mí: debo demostrarme que soy capaz de terminar lo que comienzo. Nunca se sabe lo que puede pasar más adelante, al final del capítulo verán a qué me refiero. Espero no haberle errado mucho con este capítulo, es que me alejé demasiado de la línea argumental que tenía en mi cabeza...
   Gracias a los que me leen, es lo que me ha dado ganas de seguir un poco más, pero estas últimas semanas estuve metido en otras cosas, la facultad por ejemplo y el trabajo, así que vamos a parar un poco de cosas grandes. Todavía me sorprendo de lo lejos que llegué y del largo camino que todavía me queda aunque termine leyéndolo solo me pica la curiosidad de saber cuán lejos soy capaz de llegar.Pero eso lo dejo para otro momento, cuando sepa fraccionar el tiempo.
   Veamos entonces cómo termina esto, lo más extenso que llevo escribiendo...


X. LA PUERTA

1
    Raúl se bajó de la camioneta; luego de verlos a los dos tan ardientes sintió fuertes ganas de meterles una bala en la cabeza a cada uno. Al fin y al cabo aún quedaría una para Estrella. Así que desenfundó su arma y les apuntó a la cabeza.
    —¡Manga de traidores, nos dejaron ahí condenados a morir! Huyeron como unos cobardes luego de todo lo que les dimos.
    Armando se apartó de Aylén y dio un par de pasos atrás.
    —Raúl, perdón. Es que no sé qué me pasó. Tuve miedo y necesité escapar, no sé, es lo que sentí. Era lo único que podía hacer. Y sé que estuve mal pero necesitaba vivir. Quiero vivir. Solo podía escapar.
    —Y porque escapaste Clara está muerta. Y porque vos, Aylén, la desmayaste y no tuvo oportunidad de reaccionar a los ataques de ellos, no supo nada hasta que fue demasiado tarde.
    Se oía de fondo el sonido del patrullero y de los «controlados» acercándose al bosque.
    —Raúl, no tenemos tiempo. Debemos huir.
    —¿Cómo pretendés huir de ellos?
    —Con la llave que tenés —dijo Aylén—. Con ella podés abrir la puerta que Nicolás abrió naturalmente. Esa puerta. ―Señaló el cilindro―. Vi el símbolo, así me cerró todo.
    —Es cierto pero solo puede ir una persona. Y es obvio que seré yo.
    Raúl se acercó aún más a ellos.
    —Váyanse, no quiero volver a verlos. Iré por Nicolás y lo llevaré a un lugar seguro, alejado de estos invasores. Y de ustedes.
    —Pero, Raúl, no entendés —dijo Aylén—. Lo hice para proteger a Nicolás.
    —Lo sé, por eso te estoy dando la oportunidad de irte.
    —Quiero ir con vos.
    —No se puede. Debo hacerlo solo. Donde sea que esto me lleve, no hay lugar para dos. Debo encontrar a Nicolás y cuidarlo ahora que su madre está muerta.
    Aylén miró hacia el exterior del bosque. ¿Por qué no entraban hasta allí?
    —Creo que no pueden acercarse. Debe ser la energía de esta cosa —comentó Aylén.
    —Me parece que el sitio está protegido por un campo de fuerza que no los deja atravesarlo. Cuando entraba al bosque vi como si el aire estuviera viciado, creo que esa es la fuerza que los retiene ―dijo Armando mientras pensaba en su teoría, parecía lógico aunque no tenía sentido que hubiera algo allí capaz de retener a esas cosas.
     Raúl recordó lo que había dicho Estrella a uno de sus súbditos: el poder de ellos allí era casi nulo. No podían acercarse más.

   Estrella se sorprendió al descubrir que no podían atravesar ese campo de fuerza. Lo que sea que hubiese allí era demasiado poderoso y no los dejaba entrar al bosque. Lo mejor era destruir la zona, pero no lo podían hacer hasta estar segura de que Nicolás estuviera encerrado.
     Gritó de rabia el nombre de Aylén.

    Aylén se sobresaltó al oír su nombre, era Estrella.
    —Creo que tenés una enemiga —comentó Raúl, y se acercó al cilindro.
    —Nos quedaremos acá —dijo Aylén—. Este lugar es seguro.
    Raúl asintió. Lo dudaba, pero no necesitaba decírselo a ella, ya lo sabía.
    Armando lo miró y luego agachó su cabeza.
    —¿Qué pasó con Juan? —logró preguntar débilmente.
    —Se lo llevaron. No sé adónde, pero ahora es parte de ellos. Es lo que hacen: les lavan la cabeza y se vuelven soldados de la extinción. No se merecía ese final.
    Raúl se sacó la llave de su cuello y la acercó al símbolo grabado en el cilindro. La llave comenzó a brillar, primero débilmente y luego con intensidad. Era tan fuerte que todo se volvió blanco por un momento.
    Aylén notó que la luz era la misma con la intensidad y duración que la que había provocado Nicolás. Donde fuera que llevase esa puerta no deseaba saberlo. Los ojos de Raúl les había dicho que tal vez no volvería allí.
    Raúl desapareció entre el brillo ahora más intenso de la luz. Cuando la noche volvió a la normalidad todo parecía haberse acabado.
    Armando estaba mirando anonadado hacia el cilindro cuando su cabeza estalló en decenas de pequeños trozos. Aylén se arrojó al suelo mientras gritaba de terror. No podían entrar al bosque pero eso tampoco les privaba de utilizar rifles hechos por humanos, ya que no serían afectados por el campo de fuerza.
    —¿Qué se siente, Aylén? —preguntó Estrella, desde algún lejano lugar fuera del bosque—. ¿Qué se siente saber que todos los que te rodean están cayendo uno a uno? Nunca debiste interferir en nuestros planes. El final de ellos habría sido otro pero no, tuviste que meterte en asuntos que no te correspondían.
    Aylén respiraba agitada, cansada. Se echó a llorar. Ya no tenía fuerzas. Allí estaba segura pero por cuánto tiempo. Pronto encontrarían la manera de destruir la puerta desde afuera. Pronto sabrían que Nicolás no estaba allí y se resignarían a acabar con todo. Si no lo podían tener ellos no lo tendría nadie. Así se manejaba el mundo y dudaba mucho que eso hubiera cambiado. A los invasores no les importaba destruir lo que fuera.
    Miró el cuerpo tendido de Armando, él tampoco se merecía morir así. Ninguno se merecía morir. Tenía una vida por delante y murió sin enterarse. Sus pensamientos fueron interrumpidos para siempre. Todo estaba condenado a acabarse de esa manera, casi sin darse cuenta.


2
   El lugar era oscuro. No se podía ver casi nada, salvo una línea blanca a varios metros de él. Raúl caminó hasta allí con los brazos extendidos. Tocó algo y empujó, era una puerta. Esta daba a un enorme cuarto. Todavía sus ojos no se acostumbraban al cambio brusco. No sabía cuánto tiempo había llevado en la oscuridad pero creía que era mucho. O al menos era lo que parecía.
    En el cuarto habían muchas máquinas funcionando sin detenerse, llevaban el ritmo de cualquier fábrica. Pero el diseño de estos aparatos eran desconocidos para él, algo jamás visto en el planeta.
   Avanzó con sigilo, no quería toparse con ningún enemigo. Llevaba su arma en posición, por si las dudas.
    Se encontró con un pasillo. Nadie circulaba por allí en esos momentos. Habían varias puertas por ambos lados. En una de ellas se podían ver cápsulas del tamaño de un ataúd, con un compartimiento de cristal, dentro habían personas cubiertas de un líquido verde transparente. Un artefacto les cubría la cabeza y un caño flexible o tal vez un cable grueso se conectaba con el exterior del aparato que se extendía a una red incomprensible de cables y tubos.
    Raúl vio al fondo de esta habitación a un enorme invasor. Era negro y medía unos dos metros de altura. Era horrible, como el que había matado hacía varios días atrás. Entró a la habitación y buscó sobre una mesa a su lado algún objeto filoso. Tomó un elemento muy similar a una cuchilla y avanzó sin hacer ruido hacia el invasor. Este parecía muy compenetrado en su tarea.
    Raúl utilizó toda su habilidad de cazador en su anterior vida y logró acercarse lo suficiente para clavarle el cuchillo en el cuello. El invasor chilló, sorprendido con toda seguridad, intentó sacarse el arma del cuello y cayó desplomado al suelo. Raúl vio en lo que estaba trabajando con tanto entusiasmo: había un cerebro humano cortado en varios trozos. A la izquierda de la mesa había una cámara con la puerta abierta. Dentro estaban apilados decenas de cuerpos humanos decapitados.
    —Están haciendo experimentos con nosotros ―susurró.
    Volvió a la mesa y agarró el arma del invasor. Este comenzaba a emanar un gas de su piel. Estaba evaporándose.
    Raúl se acercó a uno de los pequeños compartimientos e intentó abrirlo. La persona que estaba dentro parecía dormir, a pesar de estar sumergido en un líquido extraño. Tocó los botones de un tablero pero no sucedía nada, la puerta no se abría. Habían alrededor de cincuenta personas allí dentro, todas en las mismas condiciones: sumergidas en el líquido verde y conectadas al resto de la nave. Las mantenían con vida, eso significaba que aún existía la posibilidad de salvarlos, ¿cómo? todavía no lo sabía.
    Salió de la habitación y recorrió el pasillo. No habían dudas, la puerta lo había llevado a la boca del lobo. Estaba dentro de una de las naves de los invasores. Y era seguro que Nicolás también estaba allí. No entendía cómo era posible que un artefacto para protegerlos de la invasión los llevara al lugar donde se encontraban los invasores. Deseaba que su abuelo estuviera vivo para preguntárselo.
    Con el arma apuntando al frente rogaba encontrar a Nicolás antes de que lo hicieran ellos. Miró al techo y vio una cámara. De repente tuvo la certeza de que lo estaban observando desde algún monitor. Dio media vuelta y vio a dos invasores corriendo hacia él.
    Raúl corrió y dobló a la derecha. Se detuvo y apuntó con el arma del invasor. Cuando aparecieron los dos les disparó en la cabeza. El impulso del disparo lo sacudió más de lo normal y su espalda le recordó que todavía había dolor por allí, producto de una batalla hacía tiempo, en otro mundo.
    Una alarma comenzó a sonar y la luz cambió su color blanco por un rojo de alerta. Él supo que no tenía mucho tiempo. Necesitaba encontrar a Nicolás pronto. No había opción.

3
    Aylén salió con las manos en alto. No dejaba de relatar cada uno de sus movimientos a los invasores que le apuntaban.
    —Me entrego.
    Estrella sonrió al verla. Al fin tenía frente a ella a su problema más grande. Aquel que tantos dolores de cabeza le habían provocado.
   —¿Dónde está Nicolás? No logramos hallar su energía.
    —Si les ayudo, ¿me prometés que no me van a matar?
    Estrella le sonrió con dulzura.
   —Trato hecho. Veo que después de todo sos más inteligente de lo que creía además de molesta.
    Aylén miraba para todos lados pero las luces no le permitían una buena panorámica.
    —Cruzaron la puerta. La misma que creó la luz y mantiene este campo de fuerza. Bien, ahora cumplí con tu parte.
    Estrella no borraba la sonrisa de su rostro. Esa era información que no conocía pero que le servía mucho.
    —Llévenla, su poder nos puede ser muy útil.
    Los dos policías se acercaron y tomaron a Aylén y la esposaron.
    —Me dijiste que me dejarías vivir.
    —Y lo voy a hacer, no te voy a matar pero tampoco te voy a dejar libre.
    Aylén le rogó que la dejase libre pero Estrella solo se reía a carcajadas. La subieron al patrullero y regresaron al camino. Era hora de volver.
    Aylén hurgó en la cabeza de los policías en busca de algún punto débil. Las cosas estaban vacías, eran solo órdenes de la Mujer de Negro y nada más. Esta era una oportunidad de hacer algo por la humanidad. La miró a Estrella, si pudiera conocer más de ella, si pudiera tocarla.
    Un policía estaba mirando una pantalla cuando le habló a la Mujer de Negro.
    —Ya tenemos al niño. Lo encontraron hace un minuto merodeando por la nave.
    —Increíble, veo que tu puerta los lleva a mi nave —comentó la Mujer de Negro. Se dio vuelta y la miró a Aylén—. ¿Qué pretenden lograr con esas puertas ustedes? ¿Qué hacen aquí con esa clase de tecnología? Los estamos estudiando desde hace décadas y nunca oímos hablar de nada al respecto.
    Aylén no sabía la respuesta. Pero suponía que ese sería el único modo de atacarlos, de llegar hasta los invasores. Con las puertas.
    —¿Se sabe algo de Raúl? —le preguntó Estrella al policía.
    —Aún nada. Simplemente ha desaparecido.
    Estrella pensó que tal debió matarlo. Ese hombre era perseverante, como la raza humana. No era sencillo eliminar a una especie.
    —Es probable que la puerta los mantenga en una especie de limbo antes de liberarlos en la nave. Hace alrededor de una hora que Nicolás había desaparecido entre la luz.
    Aylén oía todo con atención. Tampoco le quitaba la vista a la pistola del policía que tenía a su lado. Decían, dicen aún, que la gran virtud del ser humano era la paciencia. Ella era pura paciencia.
    —¿Dónde vamos? —le preguntó a la Mujer de Negro.
    —A un lugar donde podremos aprovechar tu gran potencial.
    Aylén pensó si estaba haciendo lo correcto al enfrentarse a ellos por sí sola, pero no tenía opción: estaba sola y era hora el momento de borrarse el título de «cobarde» en su conciencia.

4
    Raúl llegó hasta la sala principal. En el centro había un gran tubo de cristal. Dentro del mismo estaba suspendido el cuerpo de Nicolás. A un lado del mismo estaba Estrella con los brazos cruzados.
    —Tardaste más de la cuenta en llegar a nosotros. Tres horas en el limbo es mucho tiempo.
    Raúl levantó su arma y le apuntó a Estrella. Detrás de ella estaba Aylén.
    —¿También estás con ellos?
    —Quiero vivir.
    —Te van a matar como están haciendo con todos. Decime, Estrella, ¿qué quieren de nosotros?
    —No veo por qué no decírtelo si van a morir después de todo. Lo que queremos de ustedes es la vida eterna. Con el poder y la energía de las almas humanas podremos vivir miles de años sin ninguna consecuencia. Ahora, si no querés que tu cabeza termine en mil pedazos, bajá el arma.
    Raúl obedeció la orden. Dos «controlados» se acercaron y tomaron las armas.
    —Llévenlo a una de las cápsulas. Vamos a usarlo igual. —Dio media vuelta y, mirando a los ojos de Aylén, dijo—: a ella también.
    Ambos humanos fueron llevados a la fuerza hacia un cuarto con cápsulas vacías, salvo una que estaba llenándose con el líquido verde. Dentro de ella estaba una persona conocida por Raúl: su amigo Juan.
    —¡Juan, despertá! ¡Ayudanos!
    Juan no se movió. Su cabeza estaba caída hacia delante, tenía el mismo artefacto en la cabeza como el resto de las personas.
Raúl volvió a gritar, ahora el nombre de Clara.
    —¡La mataron, Juan, mataron a Clara!
   Los párpados de Juan comenzaron a abrirse lentamente.
    Un invasor metió a Raúl dentro de una cápsula al tiempo que hacían lo mismo con Aylén. Cuando el invasor cerró la puerta, comenzó a prenderse fuego. Raúl se cubrió el rostro al sentir el calor de la llama. Miró al costado y vio a Juan observándolo. En sus ojos habían lágrimas de dolor.
    Abrió la puerta de su compartimiento y atacó al otro invasor.
    Sacó a Aylén de la cápsula y, cuando iban a ayudar a Juan, este había destruido el dispositivo de seguridad sin siquiera inmutarse.
    —Lo siento, Juan. Hicimos lo que pudimos.
    —Lo sé, amigo. Lo sé.
    —¿Y ahora que hacemos? —preguntó Aylén mientras veía a su alrededor, intentando asimilar que esto no era un mal sueño.
    —Pelear y salvar a Nicolás —dijo Raúl mientras tomaba las armas de los invasores y le daba una a ella—. No creo que necesites una, Juan.
    El aludido negó con un gesto de cabeza.

5
    —¿Cómo que escaparon? ¿Cómo es eso posible?
    El policía no supo qué responderle. Fue un terrible error, su jefa ya le había atravesado el pecho con su mano derecha antes de hallar su respuesta.
    La Mujer de Negro miró al resto de los invasores y los controlados, con la mirada les advirtió que era mejor encontrar a los humanos o les pasaría lo mismo que a su compañero.

    Raúl disparó a un controlado, detrás de este venía un invasor que le disparó. Juan lo miró fijamente y, un instante después, el invasor se vio envuelto en una llama de fuego intensa. Aylén tomó la delantera, agachada.
    Juan le pidió a ella que lo dejara ir adelante. Era lo mejor.
    Avanzaron, llevándose a su paso varios invasores y controlados. El mundo ya no era el mismo, ese no era el mundo que habían conocido.

    Estrella miraba hacia la compuerta, esperaba que llegasen Raúl con sus compañeros. Eso sería muy divertido.

6
    Raúl llegó a la sala donde estaba Estrella, Nicolás continuaba siendo consumido por la nave. Estaban robándole la energía que no les pertenecía.
    —Estrella, dejalo ir. Aunque digan que son fuertes por fuera, por dentro son muy débiles. En sus propias naves no son capaces de luchar. Están perdidos. Hay muchas puertas en el plantea. No tienen salida.
    —Cómo te gusta equivocarte, Raúl. Por eso somos los más poderosos a la hora de usar el poder mental. Los estamos descubriendo de a poco. Ustedes son un caso especial y a la vez uno más. No son los únicos que están oponiendo resistencia. Además, ahora sé lo de las puertas. Las encontraremos y las destruiremos a todas. No les quedarán nada.
    Juan dio un paso al frente y la miró a los ojos. Sus pupilas se tornaron de un rojo intenso.
    —Liberá tu poder y Nicolás se muere —dijo Estrella.
    —Si lo matás a él todo tu esfuerzo habrá sido en vano —recordó Juan, sin detenerse.
    —Es probable.
    Juan lo miró a Raúl.
    —Una vez te dije que hay que hacer algunos sacrificios para lograr nuestros objetivos.
    Raúl asintió y comenzó a correr en dirección a la cápsula donde estaba encerrado Nicolás. Aylén disparó hacia los invasores detrás del tablero de comando. La nave se sacudió un poco.
   Estrella corrió en dirección a Raúl pero Juan se le arrojó encima. El cabello de ella se incendió al instante.
    —Sacalo ya, Raúl! —le gritó a su jefe.
    Raúl le disparó a la cápsula pero nada. El disparo rebotó y chocó contra la pared. Caían chispas por todos lados.
    —La nave se está desestabilizando! —informó Aylén mientras se acercaba al panel de control y veía el daño que sus disparos habían generado a la tecnología de navegación.
    Raúl miró de nuevo la cápsula y se dio cuenta que solo Juan podría liberar al muchacho.
    —Juan, tenés que liberarlo vos, es muy fuerte la cerradura.
    Mientras tanto, el aludido estaba siendo ahorcado por Estrella. Juan concentró su poder en la cabeza de ella pero esta lo esquivó.
    —Morite, mierda. ¡Vamos!
    Estrella sonrió, liberó el cuello de Juan, levantó su brazo derecho y lo hundió en el pecho de él.
    Juan gritó con todas sus fuerzas. Raúl le disparó a Estrella pero el disparo pareció no haberle hecho daño alguno. Ella se levantó con lentitud y lo miró con una sonrisa de oreja a oreja.
    —Creo haberte dicho que ya habíamos terminado de jugar, ¿o me equivoco?
    Cerró sus ojos y al instante siguiente se encontraba frente a Aylén. Esta se sorprendió y dejó caer su arma al suelo.
    Estrella hundió su mano en el pecho de la adolescente y le arrancó el corazón.
    —Miralo, Aylén. ¿Te pensás que no sabía lo que planeabas? Este juego lo armé yo y lo acabaré yo. Nadie más se entrometerá. Vos sos solo una pieza más, un peón, en mi tablero. Tu corazón, débil. ―Aplastó el órgano con sus manos y lo dejó caer.
   Aylén cayó desplomada al piso, con sus ojos bañados en sorpresa. Raúl gritó con todas sus fuerzas cuando al mismo tiempo la puerta de la cápsula de Nicolás estalló en mil pedazos.
    Juan gimió luego de realizar su último esfuerzo.
    —Un último intento, Jefe. Sé que podés derrotarla. ―Sus ojos se cerraron para siempre.

    Raúl tomó al niño y lo arrancó de los cables como pudo. Estrella lo observó sorprendida. Luego cerró sus ojos.
    Al siguiente instante apareció frente a Raúl.
    —No podés escaparte, mi vida.
    Raúl se aferró al niño con todas sus fuerzas. No sabía qué hacer. No tenía salida, no había puerta...
    Puerta... Llave...
    Llevó su mano izquierda a su bolsillo y sacó la llave de su abuelo. Apuntó a la cara de Estrella y la atacó. Esta se sorprendió al ver que aún él sacaba fuerzas de su interior y no se daba por vencido. Pero su sorpresa fue aún mayor al descubrir que su rostro estaba sangrando.
    —¿Qué mierda es eso? —le preguntó a Raúl pero la respuesta de este fue un movimiento rápido y certero al cuello.
    Estrella se tomó el cuello para intentar detener la hemorragia y se tambaleó sin dirección alguna. Luego cayó de rodillas al suelo. Su cabeza estaba inclinada hacia abajo.
    —Nunca te darás por vencido.
    —Nunca, Estrella.
    —Algún día te derrotaremos. Somos miles, hay cientos de naves como esta con millones de personas dentro. Solo sos un pequeño estorbo en el camino. Tu raza está acabada.
    —Lo veremos, lo veremos.
    Raúl corrió por el pasillo y buscó la puerta por la que había ingresado.
    La encontró y la cruzó. Esta se cerró detrás de él y volvió a encontrarse en la oscuridad. Un temblor lo sacudió por varios segundos. La nave no había resistido semejante paliza. Lo lamentaba por las personas inocentes que habían quedado dentro. Derramó algunas lágrimas por los valientes compañeros que quedaron atrás y continuó su camino con Nicolás en sus brazos.
    Caminó por horas en medio de la oscuridad del limbo en busca de una puerta. Agarró su llave y la levantó hasta la altura de su rostro. De repente vio una luz blanca a lo lejos. Avanzó hasta allí.
    Nicolás había emitido un gemido. Se había despertado. En ese instante la oscuridad se vio perforada por decenas de luces más; eran más puertas que llevaban a algún lugar desconocido. Raúl decidió cruzar la primera que había visto.

    Estrella se paró frente al monitor y presionó un botón del panel.
    La pantalla se encendió y apareció el rostro de un hombre de unos cincuenta años de edad.
    ―¿Qué sucedió, Estrella?
    ―Escaparon de la nave. Ingresaron aquí y nos atacaron. Tienen armas, tienen tecnología que no sabíamos que tenían. Los humanos son peligrosos.
    ―¿Qué clase de tecnología? ―preguntó el hombre de la pantalla, preocupado.
    ―Tecnología nuestra. No sé cómo lo han conseguido pero tienen nuestra tecnología en su planeta.
    ―Muchas gracias por la información. Investigaremos al respecto. Por otro lado, has fallado en tu misión de obtener la energía del muchacho y tu nave se está destruyendo. Ya no nos son útiles. Adiós, Estrella.
    El hombre cortó la comunicación. Estrella cerró sus ojos. Un momento después la nave explotó desapareciendo de la órbita terrestre.

    El hombre dio media vuelta y se acercó al cilindro que estaba en el centro de su nave. ¿Cómo era posible que existiera algo similar en la Tierra? Se sabía que ese metal tenía propiedades especiales pero nunca habían logrado hacerlas funcionar. Debían encontrar esos artefactos o los humanos podrían utilizarlas como puertas y descubrir algunos secretos que no deberían.

    La luz clara del día dejó a Raúl cegado por unos segundos. Nicolás estaba llorando.
    Cuando pudo ver con mayor claridad bajó al niño de sus brazos y salieron del bosque. Miró una vez más el cilindro que había allí, en la nave de Estrella había uno similar. Eso era extraño. Pero ahora no tenía ganas de pensar en ello. Quería salir de allí pronto.
    Fue en busca del Peugeot pero no había rastros del mismo por ningún lado.
    ―¿Me habré equivocado de lugar? ―se preguntó.
    Nicolás lo miró, ya no estaba llorando aunque sus ojos tenían lágrimas.
    ―¿Dónde está mamá? ―le preguntó a Raúl.
    Este le sonrió, no sabía qué responderle. Le extendió su mano y lo invitó a caminar.
    Avanzaron hacia la casa donde habían sido atacado horas atrás,
    Raúl levantó la vista y se quedó petrificado al ver la escena inesperada: la camioneta que horas atrás había expltado estaba intacta, como si nunca hubiese reventado en cientos de pedazos.
    ―No lo entiendo, ¿qué pasa acá?
    Tampoco habían cuerpos de los que había asesinado Juan. Todo el lugar estaba demasiado tranquilo.
    Se detuvo a unos veinte metros de la casa, sin poder quitarle la mirada a la camioneta.
    La puerta de la casa se abrió y de ella salió un hombre con una escopeta apuntando a Raúl.
    ―Salgan de mi propiedad, ya ―gritó el hombre, mayor.
    A Raúl comenzó a latirle el corazón con mucha fuerza. No creía lo que veía.
    ―Abuelo, ¿sos vos?
    El hombre bajó su rifle.
   ―¿Raúl? N-no es posible. ¿Quién es y por qué hace esta broma tan cruel? ―Volvió a levantar su rifle.
    ―Soy yo, abuelo, tu nieto. Creía que estabas muerto.
    ―No, acá el único muerto sos vos, Raúl.
    ―Imposible.


2 comentarios:

  1. Un capítulo apabullante. Tal vez te fuiste de la idea que tenías en la cabeza, pero en la historia le calza muy bien.
    Lo que no puedo aceptar es que sea un final. No termina bajo ningún punto de vista.
    Acepto tu decisión de dedicarte más a las cosas que de mayor mportancia (por decirlo de alguna manera), pero esto debe continuar en algún momento. Y no solo por los que lo leemos, sino por vos mismo. Se nota que te gusta escribir. Lo hacés hace mucho y con gran desparpajo. No tenés que dejarlo de lado. ¿No tenés una mísera hora por día para dedicarle?, Ok. ¿Una hora por semana tampoco? Vamos, Rock, sé que sí hay un hueco.
    Me niego a extrañarte.
    Yo voy a esperarte, amigo.
    Éxitos y gracias por tan gran aventura.

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  2. ¡Qué buen final! Ideal para tan buena historia.
    Me recordó mucho al de "El Eternauta", la gran obra de Oesterheld y Solano López.
    Y coincido con el Jefe Raúl: un lugarcito a las letras seguro le vas a encontrar, vas a ver. Por mínimo que sea, la gimnasia escritoril te lo agradecerá, y no perderás ese "toque" tan especial, tan particular que tenés con las letras.
    Un abrazo en la distancia, y me quedo esperando por más, muchos más relatos.

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