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sábado, 29 de octubre de 2011

Mariana...

ADVERTENCIA: El siguiente relato contiene un lenguaje sólo apto para mayores de 18 años (me obligaron a colocar advertencias por seguridad).

MARIANA...

1
   ―Yo te digo que no puedo más. Me duelen las rodillas y apenas puedo mantenerme parado ―fue lo primero que dijo Fernando cuando se acomodaba en una silla del bar de Popi y se dirigía a Pepe―. Esa negra me hizo mierda, boludo.
   Pepe lo miraba con cierta sorpresa en su cara, no creía que ese gil se hubiera garchado a Mariana, esa rubia era una fortaleza sexual y este cara de pajero había logrado atravesarla. Pensaba que valdría la pena haberse levantado tan temprano esa mañana. Estaba dispuesto a escucharlo pero no a creerle.
   ―Contame detalles de todo lo que pasó, Fer. Te juro que no puedo creerte ―le confesó Pepe.
   ―Sabía que no me creerías. Por eso lo grabé todo en el celular ―dijo Fer al tiempo que daba palmadas al bolsillo izquierdo de su jean azul.
   ―¿Ella lo sabe? ―preguntó Pepe.
   ―Sí. Pero eso no importa ahora, creo ―respondió Fer.
   ―Mostrame el video, boludo.
   ―Calmate, mi viejo amigo. Pedile una birra a Popi que te voy a contar mi hazaña sexual.
   Pepe le pidió una Quilmes a Popi y dos vasos. Llenó los vasos al tope. Fer le dio un sorbo a la fresca cerveza y se aclaró la garganta. Tenía mucho para contar. Y temía que pudiera perderse algún detalle importante. Pero los recuerdos aún flotaban en su cabeza, excitándolo cada vez que recordaba los momentos agraciados que había vivido la noche anterior. Nunca más se volvería a tocar, bueno, en realidad nunca cumpliría esa promesa. Ningún hombre lo hace ni lo hará jamás.


2
   La lluvia arreciaba las calles de mala muerte del pueblo. El atardecer señalaba el nacimiento de una fría noche de verano, lo que no es raro en el campo. Fer caminaba sin cesar, apurando el paso para no mojarse tanto, en vano. Había salido tarde de la granja, el camión de carga de huevos había llegado muy tarde. Esos putos choferes siempre la pasaban bien, solo debían llevar los huevos a Capital, y detenerse en uno que otro prostíbulo.
   Fer no quería perderse ni un minuto de Gran Hermano, la rubia que hacía quilombos lo calentaba de un modo que no imaginaba. Se masturbaría una vez que terminara la edición especial de esa mierda, mierda que no dejaba de mirar pero que tampoco dejaba de ser mierda. Mierda se hacía la cabeza, había dejado de estudiar para trabajar en una granja de mala muerte, ver Gran Hermano y matarse a pajas porque no tenía siquiera una mujer a su lado. Pero al menos tenía casa propia y un gato que lo acompañaba en su vida diaria en esa casa, un gato que le generaba miedo como el gato de la película Pet Sematary.
   La casa era bastante mérito para un vago que nunca más progresaría en la vida. Y que el gato siguiera vivo después de un año viviendo con este vago era otro punto a favor.
   Comenzó a correr a medida que la lluvia se intensificaba, miraba al suelo para esquivar charcos que se formaban en la calle de tierra.
   Había suficiente barro para hacerse una choza como las que habían en el interior del país, no sabía dónde porque tampoco miraba los noticieros, el típico (no tan típico) argentino al que todo le chupaba un huevo. No vio a Mariana correr perpendicularmente a él y chocó contra ella. Ambos cayeron al suelo debido al impacto. Fer ya estaba a treinta metros de su casa. Pero ella estaba a más de un kilometro de la suya. La miró y trató de disculparse pero no le salían las palabras. Se ahogaban sus palabras como se ahogaba su culo en el charco donde se encontraba caído.
   ―Sos un tarado, Fer ―le dijo ella. Se levantó y se sacudió la ropa que llevaba empapada de agua. Ahora también untada de barro.
   ―Perdón, no te vi, Mari ―intentó disculparse Fer―. Si querés podés venir a mi casa para cambiarte. Tengo algo de ropa que te puedo prestar de mi hermana que se fue a la mierda―. No creía lo que estaba diciendo: estaba invitando a la rubia más buena del barrio y sus palabras fluían como fluye el líquido espeso en un orgasmo de amor.
   ―Ni loca ―se atajó ella―. Antes muerta.
   ―Andate a la concha de tu hermana ―le respondió Fer.

3
   ―Y entonces, ¿qué mierda pasó? ―preguntó impaciente Pepe mientras veía a Fer darle un buen trago a su cerveza tras la pausa inesperada que se tomó éste. Estaba entusiasmado por conocer la historia. Estaba loco. Muy loco. Se imaginaba a Mariana mojada bajo la lluvia: las gotas caerle a través de sus mejillas y estrellarse contra sus enormes pechos, su pelo pesado por el agua y sus ojos gastados por la claridad de la lluvia, y un factor importante que era el barro, ella embarrada era demasiado intenso para su imaginación. Se sintió excitado y eso estaba bien. Muy bien. Para él. Para Pepe, El Vicioso.
   ―Entonces decidió aceptar mi proposición ―continuó Fer como si nunca hubiera escuchado a Pepe hablarle―. La lluvia había…

4
   La lluvia se había vuelto muy intensa y Mariana no tuvo otra opción que aceptar la propuesta de Fer.
   Fer era conocido de Mariana y apenas se llevaban bien, él se le había insinuado unas mil veces, como todos los hombres del barrio, y la había cansado con su leche acumulada entre sus neuronas. Pero era bueno el pibe, un poco boludo pero bueno. Sabía que nunca le haría nada a ella así que accedió; la lluvia era tan fuerte que a gatas se podía ver más allá de tres metros de distancia.
   Corrieron a la casa de Fer, él se sentía exaltado, su corazón bombeaba sangre a su miembro dormido y el despertador sexual estaba a punto de sonar. Debía calmar su ansiedad o debería masturbarse para no asustar a Mariana. La mina imposible del barrio.
   Él abrió la puerta y la hizo entrar primero. El gato versión Church de Pet Sematary se cruzó en el camino de Mariana y le hizo perder el equilibrio. Cayó al suelo y se golpeó la cabeza. El gato se escapó afuera como si supiera el delito que había cometido y no quisiera ir a la cárcel gatuna, donde sería garchado por otros gatos más machos que él, ya que sabrían que era castrado, puto por obligación.
   ―Gato puto ―gritó ella enojada con el animal mientras intentaba incorporarse.
   ―Qué boquita, Mari ―dijo él mientras le ofrecía su mano derecha dispuesta a ayudarla a levantarse del suelo, luego del susto que se llevó durante un instante.
   ―Gracias ―dijo ella―. Con esta boquita hago muy buenos petes.
   Fer abrió los ojos de par en par. No entendía nada. Ella jodía mucho pero jamás hablaba de sexo con nadie, era una mina muy reservada. Hasta creía que era virgen, como él a los veinticinco años.
   ―Perdón, creo que no oí bien, Mari.
   ―¿Qué? ―preguntó ella un poco confundida mientras se frotaba la cabeza-. Creo que me golpeé la cabeza. Me siento rara. Siento que…

5
   ―Un momento ―dijo Pepe―. ¿Lo que tratás de decirme es que ella se golpeó la cabeza y desde entonces cambió su personalidad reservada por el de una puta para todo público?
   ―Así es ―respondió Fernando mientras asentía con su cabeza y emitía una sonrisa muy estúpida y perdida en sus pensamientos en otro universo donde el fin del mundo no sería en el 2012―. Se golpeó la cabeza pero no lo recordé hasta mucho tiempo después, hasta que desperté esta mañana y necesité contarte todo, cuando veía todo con demasiada claridad; siento como si me hubieran lubricado la memoria con algún extraño fluido no orgásmico. Lo medité un rato antes de llamarte, pensé y el impulso me obligó a tomar el celular y marcar tu número. Gracias a ese gato tuve una noche espléndida. Nada de masturbación. Nada de Gran Hermano. Nada de Playboy, papá.
   Pepe no podía creer lo que sus oídos escuchaban pero tampoco dejaba de prestar atención. Menos dejaba de repetirse que no se arrepentía de estar ahí, en el bar a las siete de la mañana. Él también sentía un fuerte impulso que lo obligó a ir al bar de Popi.
   Mariana siempre fue una chica muy discreta en varios asuntos personales, era amiga de todo el pueblo, una chica que trabajaba incesantemente como cajera en el supermercado del barrio. Allí hacía siempre muchos amigos. Hablaba con todo el mundo pero siempre de temas sin importancia, haciendo efímero los momentos para los hombres que la deseaban. Nadie le conocía un novio. Las malas lenguas decían que era lesbiana, una explicación sensata para sostener su soltería. Lo que no sabían era que ella era virgen, a los veintitrés años de edad. Solo Fer llegó a sospechar en esta posibilidad, creía que los vírgenes eran capaces de reconocerse los unos a los otros. Sonaba sensato, pero incrédulo al mismo tiempo.
   Nadie lo sospechaba. Ella insultaba como lo hacía todo el barrio pero también sabía respetar en los momentos debidos, ante los individuos debidos. Una chica por demás hermosa y perfecta que esperaba a su príncipe azul. No quería saber nada respecto a los idiotas alzados del pueblo. Su sueño era tomarse el palo lo antes posible y casarse con algún Brad Pitt de la Capital.
   Lo que no sabía era que un día de lluvia saldría apurada de su trabajo para recoger la ropa de su tendedero y entrar a su perro Bobby y se toparía con su desgracia: Fernando, un chico que no bancaba demasiado aunque sabía que era bueno, no tenía malas intenciones entre sus manos, solo era uno de los tantos alzados del barrio que quería meterle mano (valga la redundancia, siempre la tenía entre sus manos y no era precisamente a ella). Lo quería pero no tanto para dejarlo hacer alguna perversión. Además, percibía su virginidad a kilómetros de distancias, hasta suponía que debería tener callos en las manos de tanto sexo con ellas en solitario. Fernando, su Príncipe Azul de la desgracia en la realidad cruel y cruenta. Opopónaco, pensaba siempre que recordaba el flujo sangriento en su mente perversa pero inocente.

6
   Mariana miró a Fernando y un deseo sexual fluyó de pronto por todo su cuerpo. Su cabeza le latía levemente. Su vagina estaba que ardía y sentía que se iba a mojar, como las veces que se había frotado bajo la soledad del baño de su casa, sus amigas le habían enseñado a masturbarse como debía. Y ella se había enviciado, le previnieron ante esta posibilidad pero era un vicio placentero y calmaba su ansiedad por garchar. Ahora sentía esa ansiedad muy poderosa, quería garcharse a Fer y estaba dispuesta a hacerlo lo antes posible. Ya no era la misma. Una fuerza emanaba de su piel y el calor se expandía a través del barrio. Nada era igual y todo estaba mal.
   ―Fer ―comenzó a decirle. Una pausa de unos segundos donde el susurro de la lluvia gobernaba el ambiente, y luego añadió―: cojeme.
   Fer se atragantó con su propia saliva. Cerró la puerta principal de una patada y, cuando se disponía a acercarse a Mariana, dudó. ¿Y si era una trampa o una joda por parte de ella y las trolas de sus amigas que lo habían cagado antes, cuando era más pelotudo? Pero la duda duró lo que duró la muerte de un espermatozoide en las tuberías de la casa del adolescente que acabara de ver una película porno en la habitación de sus padres. Luego, al instante, se arrojó sobre ella como un león se arroja sobre su presa moribunda. Sus colmillos eran tan enormes como los de los habitantes de Salem´s Lot.
   El suelo presenció todo el acto sexual de dos novatos arrojados en una aventura donde morirían muy lentamente, pero siendo efímero el final del comienzo. La locura comenzó. El final estaba a la orden de los deseos.

7
   Pepe observaba los gestos de Fer mientras relataba la historia. Se había imaginado detalle por detalle todo el acto sexual. Ella sobre él cabalgando en los campos del placer mientras él recibe las frías caricias del suelo y ambos gritan de placer. Ya estaba al palo. Se imaginaba el vaivén de las tetas impresionantes de Mariana cortando el aire con sus pezones. Ya temblaba sin poder evitarlo. Se tomó la cerveza de su vaso de un trago y le pidió otra a Popi.
   ―Seguí contándome ―le pidió a Fer que miraba su vaso de cerveza pensativo. Parecía ido en ese instante, luego retornó a su cuerpo.
   ―Recuerdo que en un momento tomé el celular y comencé a grabar. En realidad seleccioné para grabar y lo dejé de costado enfocando hacia nosotros. Ella me vio hacerlo pero no me interrumpió en ningún momento, solo se encargaba de gritar y darme matraca sin cesar, era como si ella lo hubiese querido así. Y yo no pensaba en nada. Ni siquiera pensé en el hecho de que no me había puesto un forro en ningún momento. Soy un boludo. Pero no me siento mal por eso. Extraño, ¿no?
   Pepe se limitó a observarlo con suma cautela, estaba perdiéndose en algún otro universo a millones de años luz de la realidad, donde todo era sexo infinito y orgasmos hasta la eternidad.

8
   El celular grababa los movimientos del frenesí sexual con suma solemnidad como si nada le calentara. Fuera, la tormenta había menguado. El polvo duró por un tiempo indeterminado, difícil de calcular porque la memoria del celular se había llenado y…

9
   Pepe miraba el vídeo con una mano y en la otra encendía el Bluetooth de su celular. Fer había ido al baño, la cerveza había hecho efecto.
   Luego de terminar de relatar, porque no recordaba bastante de esos últimos momentos, lo vencieron las ganas de orinar y le dejó el celular con el orgullo de todo actor porno que debutó anoche. Luego, solo oscuridad, nada de luz.

10
   Fer recordó que le faltaba el forro. Miró el celular que continuaba grabando el sexo barato y fortuito. En ese momento se asustó y acabó sin proponérselo. Todo se oscureció. Se había desmayado.

11
   Pepe terminó de pasarse el vídeo y se levantó de su mesa. Dejó el dinero de las cervezas para Popi y se fue del bar sin despedirse de Fer, que todavía estaba en el baño.

12
   Fer no sabía la hora exacta pero suponía que era de madrugada. El gato dormía a su lado. Entonces se percató de que aún estaba en el suelo. Se dio cuenta además de que había garchado por primera vez de un modo extraño. Vio unas gotas de sangre en el suelo, a su lado izquierdo. Entonces recordó el accidente de Mariana con el gato. La vio golpearse la cabeza contra el piso pero no le había dado importancia, los sucesos avanzaban lentamente por su mente. 
   L
lamó a Mariana por toda la casa hasta darse cuenta de que ella se había ido. Estaba solo, con su gato inútil. Se sentía un poco mareado y decidió dejar de dar vueltas y acostarse en su cama.   
   Algo andaba mal, sentía que debía contárselo a alguien. Alguien debía saber que Mariana no era la misma. Llamó a pepe. Le pidió que cuando hubiera amanecido fuera al bar de Popi para hablar con él. Necesitaba contarle algo de suma importancia. Le envió una energía que surgió de manera involuntaria de sus deseos. Pepe iría sin dudarlo. Se durmió. Al despertar a las siete menos cuarto se dirigió al bar de Popi.
   Recordaba todo a la perfección, su memoria se había vuelto a conectar.

Epílogo

1
   Pepe caminaba en dirección a la casa de Mariana, su deseo sexual crecía exponencialmente en cada paso que daba. Su pene, endurecido bajo su jean, rozaba sobre el bóxer amarillo que llevaba puesto.
   No se dio cuenta de que su celular había caído en algún momento durante su caminata o lo había dejado caer para que otro hombre lo encontrara, debía ser así sea como sea. Solo de este modo las cosas podían salir bien.

2
   Popi tomó el dinero de la mesa y vio el celular de Fernando todavía sobre una servilleta. Aun no había salido del baño.
   El dueño del bar se acercó a la puerta del baño y la golpeó. Esperaba retarlo por olvidarse el aparato allí. Se lo habrían robado si él no lo hubiera visto. No hubo respuesta. Golpeó la puerta con mayor intensidad. Tampoco hubo respuesta.
   Popi estaba asustándose. Forzó la puerta y entró al baño de un inodoro y de olor a público sucio. Allí lo vio a Fernando, con la cabeza colgando dentro del inodoro. Todo estaba teñido de rojo. Salpicado de sangre los azulejos, charcos rojos en el suelo, etcéteras sangrientos. El corte en la garganta había sido perfecto. Hecho con una hoja de Gillette.
   Fer había concluido su trabajo en el mundo.

3
   Pepe no tuvo que golpear la puerta, ella lo esperaba apoyada en el umbral mientras le dedicaba una sonrisa provocadora y el gato de Fer acariciaba sus piernas con su lomo.
   Ella lo invitó a pasar.
   Garcharon fervientemente, sin forro. Pepe se sintió empolvado como nunca se había sentido.
   Acabó y se durmió.

4
   Popi olvidó entregarle el celular a la policía. Vio el vídeo un poco aturdido pero se lo pasó a su celular vía Bluetooth. Se sintió extremadamente excitado.
   Se fue a dormir pensando en Mariana, no podía creer lo que sus ojos habían visto. Luego iría a visitarla. Necesitaba verla y amarla.

5
   Pepe se había despertado confundido, igual sabía que ya no era útil para Mariana.
   Estaba al costado de la ruta, esperando a que el camión estuviera más cerca para que no tuviera tiempo de frenar.
   Encontró el momento, y el camión correcto, y se arrojó al suicidio. Pepe no sintió dolor. Fue el orgasmo de la muerte. Fue efímero.

   Solo un golpe en la cabeza para morir sin sentir la vida.



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