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lunes, 25 de julio de 2011

Fantasmas en el pasillo



-¿Qué te sucede, Peter? ¿Por qué tienes esa cara de perro golpeado? -le preguntó Juan.
-No sé si me vas a creer si te cuento lo que vi anoche -le dijo éste a Juan, se notaba en su rostro que el miedo había pisado fuerte y había dejado sus huellas en su cara de malsano adolescente.
-Venga, Pete, cuéntame qué viste anoche.
-Bueno, yo estaba en la pensión. Estaba absolutamente solo, yendo de aquí para allá, sin nada para hacer (eso sucede cuando estás de vacaciones y muy aburrido). Estaba oyendo a Andrés Calamaro para relajar mi cuerpo cuando oí un estruendo que casi me hizo cagar hasta las patas.
-¿Qué era el sonido?
-No sé, creo que era pirotecnia de los hinchas de fútbol; hoy tienen un partido importante, ambas partes se enfrentan en el clásico de la ciudad.
-Sí, es cierto. Ojalá que el Lago descienda a la B. Son unos inútiles...
-Cálmate, Juan, que yo soy del Lago. Un poco más de respeto pido, por favor -le reprochó Peter.
-Está bien -dijo Juan levantando las manos, como si intentase liberarse de un crimen que sí cometió-. Sigue con tu relato.

En realidad, Peter no estaba oyendo a Andrés Calamaro (relataremos los hechos tal cual sucedieron la noche de las apariciones), Peter estaba viendo una película porno. Tenía la pensión para él solo durante toda la noche (en ese detalle no había mentido). Era viernes por la noche, no tenía dinero y eso lo limitaba, no podía salir a bailar a alguno de los tantos boliches que habían en la ciudad. Igualmente, no le gustaba salir ya que no se llevaba bien con su chamullo y los ademanes que tenía frente a una mujer eran, por demás, desagradables. 
        Encendió el reproductor de DVD y puso una película yanqui porno que le había vendido una gitana en la estación de trenes. La carátula de tapa parecía prometedora, bah, todas las tapas de los dvd's pornográficos parecen prometedoras si el objetivo es descargarse contra la pared del baño o embarazar el inodoro. Hasta allí todo transcurría como Peter lo había planeado. Pero en un segundo todo cambiaría. Un fuerte sonido estremeció todo su cuerpo, los fanáticos del fútbol estaban preparándose para el gran partido que se disputaría en la ciudad arrojando pirotecnia. Luego...
La luz se cortó de repente. No hubo aviso, simplemente se vio interrumpido el suministro eléctrico (extraño, ya que siempre suelen interrumpirse los servicios del gas y agua, normal en la ciudad). Peter se levantó de su silla absolutamente excitado, y aún temblando por el estallido de la pirotecnia de los fanáticos. Dio un paso hacia delante y se golpeó con el borde de la mesa. Su pene estaba duro como una piedra, casi como un trozo de diamante (lo que no significaba que valiera como un pedazo de diamante), y apuntaba directo al ente que lo observaba desde la puerta que daba el comedor con el pasillo que comunicaba con las habitaciones de los huéspedes, quienes se encontraban acurrucados en sus respectivas camas, en sus respectivas casas con sus respectivas familias. Era una mujer y estaba vestida de blanco. Su vestimenta resplandecía en la oscuridad. El cabello le caía sobre los hombros como una cascada perfecta. Lo miraba a los ojos. Peter notó que de los ojos de la mujer se proyectaba un destello tenue. Estaba cagado hasta las patas. Su pene se había caído como un boxeador nockeado, o como si ya hubiese acabado pero sin expulsar una sola gota (sin sentido en lo absoluto).
La mujer se acercaba lentamente hacia Peter. Éste comenzó a retroceder hacia atrás, huyendo de la mujer que brillaba en la oscuridad.
-¿Quién eres? -le preguntó mientras cruzaba el comedor en busca de la puerta que daba a la cocina.
Ella no respondió, Siguió caminando sin moverse. Flotaba, eso sería más exacto para definir su movimiento de traslación. Ella flotaba en el aire, al ras del suelo.
-¿Qué quieres? -preguntó Peter, demasiado asustado para mirar sobre su hombro y notar la presencia de un hombre calvo, vestido de blanco, que lo observaba y sonreía. Tenía sus manos extendidas, como esperando a que lo abrazaran.
Peter se dirigía a una trampa de fantasmas.
-No temas -pronunció la mujer-. No queremos hacerte daño.
-¿"Queremos"? Acaso hay alguien más contigo.
Ella se detuvo repentinamente.
-Así es. -Peter oyó el susurro en su oído derecho. Dio media vuelta y se quedó de piedra al ver al hombre calvo que resplandecía en la oscuridad de la pensión.
"Me dijeron que habían fantasmas en este lugar", pensó, "y nunca les creí; sólo me reí de sus relatos. Reí y no les creí. Y ahora, aquí están, rodeándome y a punto de matarme."
-No, no -dijo el hombre calvo-. Nadie va a matarte. Por Dios, ¡no! Sólo queremos pedirte un favor.
-¿Sí? -preguntó Peter, con algo de curiosidad-. ¿Qué cosa?
-Queremos que nos prestes la película que estabas viendo. Verás, hace tiempo que no tenemos relaciones sexuales con mi mujer y... bueno, creo que un poquito de estímulos nos vendría muy bien.
-Alto -interrumpió Juan-. ¿Estos fantasmas querían echarse un polvo y por eso habían viajado a través de los mundos? ¿Viajaron para pedirte una película?
-Así es, Juancito. Son fantasmas pervertidos.
-¿Y cómo hicieron para verla sin electricidad? Me dijiste que cuando ellos aparecieron se había cortado la luz.
-Ése había sido un problema de la compañía eléctrica. Dio la casualidad que se cortó la luz al tiempo que los fantasmas aparecieron en el comedor de la pensión.
-Ajá. Me cuesta creerte.
-Lo sé. Pero, si quieres, puedes quedarte una noche a solas en la pensión y podrás oírlos con claridad, en plena oscuridad. Podrás oír los gemidos de ella, los gritos de él. Podrás oír los golpes en la pared y el rechinar de los resortes. Quién te dice que tal vez hasta puedas verlos. Son buenos, pero asustan un poco.
-Mierda, estás loco, y bastante. Estar solo en la pensión te está haciendo muy mal.
-Bien, te invito a dormir esta noche en la pensión. 
-Ni aunque me apuntes con una pistola dormiré en ese lugar solo.
-Eres un maldito cagón. Eres una gallina.
-No bromees. Está bien, acepto el reto.
Era de noche. El comedor estaba vacío, el silencio reinaba sobre los objetos que los huéspedes utilizaban día a día. En cada puerta se abría un portal que podía llevar a uno a la locura si descubría el secreto de la vida. En el umbral del mismo se veía el rostro de la muerte si uno lo atravesaba con los ojos cerrados pero con el corazón alerta. En el pasillo que comunicaba las habitaciones con el comedor, las paredes resplandecían levemente y las manos emergían de su superficie, dispuestas a robar trozos de cordura de quien atravesase los cinco metros del pasillo. En el techo caían gotas de los otros mundos, suciedades que no podían quedarse en su sitio, que manchaban los rostros de los durmientes. Sangre de los dioses. La pensión estaba repleta de fantasmas (o espíritus o cómo quieran llamarlos). Fantasmas, ellos, entes que vagan por la vida en busca de paz que no encontraron a la hora de su muerte. Duermen a tu lado, te susurran al oído y sueñas lo que ellos quieren que sueñes. Te dan el beso de las buenas noches y sientes el frío en tus labios. Tu corazón se acelera y tus ojos se entregan al mundo de los muertos: al mundo de los sueños.
Y Juan no sabía nada de esto. Juan no sabía que lo estaban observando desde el umbral de la puerta. Juan no sabía que estaba teniendo relaciones sexuales con los fantasmas de la pensión y que acabar implicaba la muerte. Juan simplemente creía que dormía. No se daría cuenta cuando abandonase este mundo por uno diferente porque estaría durmiendo. Sencillamente, su sueño se apagaría dando lugar a una oscuridad abismal.

Peter observaba cómo su amigo se entregaba a los brazos de la muerte. Estaba en el umbral de la puerta, mirando con el rostro de la muerte. Sonreía.
-Háganme el amor, seres de otros mundos. Entréguenme sus corazones, entréguense a la vida.
Rió. El silencio de la pensión era eterno. Hasta que los huéspedes regresaran de las vacaciones. Luego, oirían extraños sonidos provenientes de las paredes, muros de los otros mundos. Oirían los susurros de la muerte. Oirían a los muertos. Pero jamás lo sabrían. 

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