Antes de comenzar digo que este es el último capítulo que escribo. Debido al poco tiempo que le he dedicado decidí darle un punto y aparte para dedicarme más a otras cosas y, aunque no sean muchos los que me lean, lo termino por un lado por ellos y por el otro por mí: debo demostrarme que soy capaz de terminar lo que comienzo. Nunca se sabe lo que puede pasar más adelante, al final del capítulo verán a qué me refiero. Espero no haberle errado mucho con este capítulo, es que me alejé demasiado de la línea argumental que tenía en mi cabeza...
Gracias a los que me leen, es lo que me ha dado ganas de seguir un poco más, pero estas últimas semanas estuve metido en otras cosas, la facultad por ejemplo y el trabajo, así que vamos a parar un poco de cosas grandes. Todavía me sorprendo de lo lejos que llegué y del largo camino que todavía me queda aunque termine leyéndolo solo me pica la curiosidad de saber cuán lejos soy capaz de llegar.Pero eso lo dejo para otro momento, cuando sepa fraccionar el tiempo.
Gracias a los que me leen, es lo que me ha dado ganas de seguir un poco más, pero estas últimas semanas estuve metido en otras cosas, la facultad por ejemplo y el trabajo, así que vamos a parar un poco de cosas grandes. Todavía me sorprendo de lo lejos que llegué y del largo camino que todavía me queda aunque termine leyéndolo solo me pica la curiosidad de saber cuán lejos soy capaz de llegar.Pero eso lo dejo para otro momento, cuando sepa fraccionar el tiempo.
Veamos entonces cómo termina esto, lo más extenso que llevo escribiendo...
X. LA
PUERTA
1
Raúl se
bajó de la camioneta; luego de verlos a los dos tan ardientes sintió
fuertes ganas de meterles una bala en la cabeza a cada uno. Al fin y
al cabo aún quedaría una para Estrella. Así que desenfundó su
arma y les apuntó a la cabeza.
—¡Manga
de traidores, nos dejaron ahí condenados a morir! Huyeron como unos
cobardes luego de todo lo que les dimos.
Armando se
apartó de Aylén y dio un par de pasos atrás.
—Raúl,
perdón. Es que no sé qué me pasó. Tuve miedo y necesité escapar, no sé, es lo que sentí.
Era lo único que podía hacer. Y sé que estuve mal pero necesitaba vivir. Quiero vivir. Solo podía escapar.
—Y porque escapaste
Clara está muerta. Y porque vos, Aylén, la desmayaste y no tuvo
oportunidad de reaccionar a los ataques de ellos, no supo nada hasta
que fue demasiado tarde.
Se oía de
fondo el sonido del patrullero y de los «controlados» acercándose
al bosque.
—Raúl,
no tenemos tiempo. Debemos huir.
—¿Cómo
pretendés huir de ellos?
—Con la
llave que tenés —dijo Aylén—. Con ella podés abrir la puerta
que Nicolás abrió naturalmente. Esa puerta. ―Señaló el
cilindro―. Vi el símbolo, así me cerró todo.
—Es
cierto pero solo puede ir una persona. Y es obvio que seré yo.
Raúl se
acercó aún más a ellos.
—Váyanse,
no quiero volver a verlos. Iré por Nicolás y lo llevaré a un lugar
seguro, alejado de estos invasores. Y de ustedes.
—Pero,
Raúl, no entendés —dijo Aylén—. Lo hice para proteger a
Nicolás.
—Lo sé,
por eso te estoy dando la oportunidad de irte.
—Quiero
ir con vos.
—No se
puede. Debo hacerlo solo. Donde sea que esto me lleve, no hay lugar
para dos. Debo encontrar a Nicolás y cuidarlo ahora que su madre
está muerta.
Aylén miró
hacia el exterior del bosque. ¿Por qué no entraban hasta allí?
—Creo que
no pueden acercarse. Debe ser la energía de esta cosa —comentó
Aylén.
—Me
parece que el sitio está protegido por un campo de fuerza que no los
deja atravesarlo. Cuando entraba al bosque vi como si el aire
estuviera viciado, creo que esa es la fuerza que los retiene ―dijo
Armando mientras pensaba en su teoría, parecía lógico aunque no
tenía sentido que hubiera algo allí capaz de retener a esas cosas.
Raúl
recordó lo que había dicho Estrella a uno de sus súbditos: el
poder de ellos allí era casi nulo. No podían acercarse más.
Estrella se sorprendió al descubrir que no podían atravesar ese campo de fuerza. Lo que sea que hubiese allí era demasiado poderoso y no los dejaba entrar al bosque. Lo mejor era destruir la zona, pero no lo podían hacer hasta estar segura de que Nicolás estuviera encerrado.
Estrella se sorprendió al descubrir que no podían atravesar ese campo de fuerza. Lo que sea que hubiese allí era demasiado poderoso y no los dejaba entrar al bosque. Lo mejor era destruir la zona, pero no lo podían hacer hasta estar segura de que Nicolás estuviera encerrado.
Gritó de
rabia el nombre de Aylén.
Aylén se
sobresaltó al oír su nombre, era Estrella.
—Creo que
tenés una enemiga —comentó Raúl, y se acercó al cilindro.
—Nos
quedaremos acá —dijo Aylén—. Este lugar es seguro.
Raúl
asintió. Lo dudaba, pero no necesitaba decírselo a ella, ya lo
sabía.
Armando lo
miró y luego agachó su cabeza.
—¿Qué
pasó con Juan? —logró preguntar débilmente.
—Se lo
llevaron. No sé adónde, pero ahora es parte de ellos. Es lo que
hacen: les lavan la cabeza y se vuelven soldados de la extinción. No
se merecía ese final.
Raúl se
sacó la llave de su cuello y la acercó al símbolo grabado en el
cilindro. La llave comenzó a brillar, primero débilmente y luego
con intensidad. Era tan fuerte que todo se volvió blanco por un
momento.
Aylén notó
que la luz era la misma con la intensidad y duración que la
que había provocado Nicolás. Donde fuera que llevase esa puerta no
deseaba saberlo. Los ojos de Raúl les había dicho que tal vez no
volvería allí.
Raúl
desapareció entre el brillo ahora más intenso de la luz. Cuando la
noche volvió a la normalidad todo parecía haberse acabado.
Armando
estaba mirando anonadado hacia el cilindro cuando su cabeza estalló
en decenas de pequeños trozos. Aylén se arrojó al suelo mientras
gritaba de terror. No podían entrar al bosque pero eso tampoco les
privaba de utilizar rifles hechos por humanos, ya que no serían
afectados por el campo de fuerza.
—¿Qué
se siente, Aylén? —preguntó
Estrella, desde algún lejano lugar fuera del bosque—. ¿Qué
se siente saber que todos los que te rodean están cayendo uno a uno?
Nunca debiste interferir en nuestros planes. El final de ellos habría
sido otro pero no, tuviste que meterte en asuntos que no te
correspondían.
Aylén
respiraba agitada, cansada. Se echó a llorar. Ya no tenía fuerzas.
Allí estaba segura pero por cuánto tiempo. Pronto encontrarían la
manera de destruir la puerta desde afuera. Pronto sabrían que
Nicolás no estaba allí y se resignarían a acabar con todo. Si no
lo podían tener ellos no lo tendría nadie. Así se manejaba el
mundo y dudaba mucho que eso hubiera cambiado. A los invasores no les
importaba destruir lo que fuera.
Miró el cuerpo tendido de Armando, él tampoco se merecía morir así.
Ninguno se merecía morir. Tenía una vida por delante y murió sin
enterarse. Sus pensamientos fueron interrumpidos para siempre. Todo
estaba condenado a acabarse de esa manera, casi sin darse cuenta.