VII. AROMA A MUERTE
1
Juan no podía creer lo que Raúl le había dicho unos segundos antes.
―¿Cómo que ya sabías que iban a venir esos invasores?
―Es una larga historia.
―Contame.
―No puedo, aún no estoy preparado. Es difícil hacerlo.
―Contame, ¡mierda! ―exclamó Juan mientras lo tomaba por los hombros y lo agitaba con violencia.
―Soltame, Juan ―le ordenó Raúl.
―Nos estuviste ocultando cosas. Nosotros confiamos en vos pero vos no lo hacés con nosotros. ¿Por qué no nos contaste nada? ¿Por qué nos ocultás información?
―Porque es difícil hacerlo cuando no sabemos dónde puede haber un infiltrado. No es fácil para mí desconfiar de quienes quiero proteger. Esto va más allá de lo que podemos comprender. Ni yo logro entender del todo lo que sucede aquí.
―Todo este tiempo que nos hablaste sobre tus teorías nos mentiste. Ellos saben que tenemos armas para defendernos, ¿verdad?
―Sí. Ellos nos estudiaron por mucho tiempo antes de conquistarnos o invadirnos, como más te guste definirlo. Creo que desde mucho antes de lo que soy capaz de imaginar.
―Decime cómo mierda sabés todo esto, Raúl. ¿Y por qué nos juntaste a todos en este grupo?
Raúl sonrió. Lo miró a los ojos y le dijo:
―Porque ustedes son las armas que necesito para vencerlos.
Juan se alejó de él. No le creía. Raúl los había engañado a todos.
―Sos una mierda, todo esto es una mentira.
―Nada es una mentira. Me cuesta ordenar mis pensamientos ya que fui afectado por ellos pero lo veo en todos ustedes: son especiales.
―Estás loco, ¿lo sabías?
―Es probable, de eso no estoy seguro.
Juan le dio la espalda y se retiró dejando a Raúl solo cerca de la tumba de su abuelo. No dijo nada más. No quería oír ninguna otra palabra.
Raúl lo observó alejarse a su amigo, veía cómo la distancia entre ellos convergía hacia el infinito cual desconfianza rompe las esperanzas de una amistad eterna. Necesitaba desahogarse pero no se esperaba esa reacción, ahora debía pensar con calma. El repentino descubrimiento del cuerpo de su abuelo muerto lo había afectado bastante y no podía dejarse llevar por sus emociones.
Juan no había sido capaz de comprenderlo un solo instante. La rabia se apoderó de él. Cerró sus puños con fuerza y comenzó a caminar hacia su camioneta intentando expulsar esos sentimientos que se apoderaban de su ser.
Miró por un momento hacia el bosque, lugar de misterios de su infancia. Extrañaba a su abuelo, lo necesitaba más que nunca. Y poco recordaba de él, a veces había un vacío en su mente que le era incapaz de llenar, ni siquiera con mentiras.