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lunes, 24 de enero de 2011

Una foto en el facebook

  ¿Cuántas veces viste reflejada su belleza en tus pensamientos?
  ¿Cuántas veces entraste al facebook para ver sus fotos y llorar porque no está a tu lado?
  Son preguntas que su voz interior le hace día a día, mientras él se esconde en la oscuridad para limpiar las penas que lo azotan desde que la conoció a ella. Está enamorado y no puede evitarlo, el amor es como un tren sin frenos directo a su inevitable final en la última curva de la desilusión, curva muy pronunciada. Nunca intentó escribir para los demás, siempre escribió para ella aunque sus ojos nunca leerán las palabras que él le escribe.
  Él ya no tiene ganas de vivir; quiere morir; quiere desaparecer de la Tierra. Ella es feliz sin él; él llora cuando ve la sonrisa de ella en las fotos del facebook; él llora cuando recuerda la calidez de la voz y el tacto de las manos de ella. La extraña tanto que no deja de pensarla un instante. Todos los días, lágrimas hacen el mismo recorrido con destino al olvido. El olvido se olvidó de llevarse a ella a ninguna parte, al País de lo Perdido.
  Mira la foto que está en el facebook, en el perfil de su amada, ella lo mira con sus ojos pequeños y llenos de vitalidad y a él se le borra la vista tras la llegada de nuevas lágrimas a sus ojos. Ya no puede escribir. Ya  no puede seguir. Tiene que llorar porque nunca la podrá amar, siempre estará solo. Acompañado del desamor… Acompañado de la muerte de sus ilusiones…


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viernes, 14 de enero de 2011

Aylén, sueño de un amanecer



         Daniel aún no podía creer lo que veían sus ojos, ella estaba allí, sentada frente a él, separados sólo por una pequeña mesa en la cocina. Ella estaba tomando un té en una taza que decía “Aylén”  y él la miraba con suma cautela y extremo anhelo; por encima de la taza asomaban los bellos ojos marrones de Aylén, repletos de vitalidad, repletos de luz, repletos de amor, y los miraban a él, sólo a él.
         Daniel seguía sin poder creerlo. ¿Fue todo un sueño? o ¿este momento es un sueño? Él no lo sabía, y no quería saberlo. Aylén estaba allí, observándolo y amándolo con su mirada. Y eso era suficiente para él, para su corazón; desterró la oscuridad vacía. Rosas, huele a rosas.

         Durante mucho tiempo Daniel había soñado con este día; había soñado que algún día podría tener a Aylén sólo para él; había soñado que algún día podría entregarle su eterno amor adolescente; había soñado que algún día podría entregarle sus labios repletos de besos cautelosos y besos ansiosos, besos amorosos y besos lujuriosos. Eran sueños y nada más. Pero hoy esos sueños se habían materializado y ella, Aylén, estaba sentada frente a él, desayunando juntos en su pequeño departamento estudiantil.
         Aylén alejó la taza de sus labios, miró a Daniel y le dedicó una majestuosa sonrisa creada a partir de aprecio y compasión. Daniel vio los dientes perfectos y blancos como telón de una sonrisa que nunca moriría, nunca acabaría; vio los labios extendiéndose a través de las mejillas suaves y cálidas, alejándose las comisuras, profundizándose los pocillos de los extremos de la sonrisa perfecta de Aylén. ¡Qué sonrisa tan hermosa! Y era sólo para él, un regalo de Aylén, su mejor regalo. Este es un día perfecto, pensó. Siguió observando, porque su mirada ejercía en la sonrisa de ella una fuerza deslumbrante; brilla de amor.
         Comenzó a darse cuenta de que deseaba besar aquellos labios. Están hechos para mí, pensó Daniel. Aylén, con su pelo corto hasta el cuello, que formaban un desordenado cúmulo de rulos que no conocían el peine, con su buzo color verde que tantas veces la acompañó para protegerla del frío amor de invierno (cómo me gustaría ser ése buzo y poder abrigarte del frío mientras acaricie tu piel y respire el aroma de tu cuerpo; y escuchar el roce de tu cuerpo con el mío al tiempo que te doy mi calor, pensó él) y sonriendo, era perfecta. Su belleza crecía exponencialmente conforme transcurría el tiempo de contemplación. Mirarla la embellecía hasta las profundidades de los abismos. Huele a rosas.

         Daniel se levantó de su silla y llevó su taza con los últimos vestigios de lo que había sido su desayuno a la pileta para lavarla, le dio la espalda a Aylén aunque no quería hacerlo porque sentía miedo, no sabía a qué pero el temor mordía sus huesos; aún no recordaba nada. Cuando hubo terminado de lavar su taza pensó decirle cuánto la amaba ahora que estaban los dos solos por fin, ahora que el destino los había unido (ka, lo llamaba ella). Debía decírselo pronto o se arrepentiría, el tiempo era escaso y el sol asomaba por el horizonte. Pronto morirían las ilusiones y Daniel lo sabía.
         Se volvió y lo que vio le heló el corazón, Aylén ya no estaba. Su silla se hallaba vacía y la taza de ella yacía rota en el suelo, hecha añicos; en uno de los trozos podía leerse “Ay”. Entonces Daniel recordó lo que había sucedido. Al mismo tiempo el primer rayo de sol penetró la ventana de la cocina y le besó la mejilla izquierda con solemnidad. Rosas y espinas.

         Daniel recordó que la noche anterior había recibido una llamada comunicándole que Aylén había muerto en un “accidente” de transito. Había sido atropellada por un conductor borracho que conducía en un mundo desprevenido, sin reglas ni seguridad. Luego de la noticia, a él se le había caído la taza de Aylén que acababa de comprar y contemplaba mientras se disponía a envolverla para regalo. El resto de los recuerdos se constituían de dolor, profundo dolor y oscuridad solitaria e infernal. La madrugada invernal había sido cruel con sus pensamientos y la realidad se había fusionado con los deseos.
         Hoy debía ir a su funeral.
         Luego al entierro. En el cementerio, cientos de flores (¿por qué rosas?) siempre yacen sobre las tumbas recordándonos lo que le sucede al huésped que duermen bajo ellas. El dolor crecía al tiempo que el aroma a rosas inundaba el departamento.

         Daniel quedó mirando por largo rato el regalo para el Día del Amigo que había comprado para Aylén; quedó viendo los trozos de la taza que jamás conocerían las manos suaves de la morocha que sería su dueña porque estaba muerta; ambas estaban muertas; la taza y Aylén ahora eran parte de un mundo donde nada existía. Giró su cabeza hacia el comedor y vio el ramo de rosas que le había comprado. Todo estaba previsto, pensaba declararle su amor pero ella nunca había llegado. ¿Se había desmayado después de la noticia?, no lo recordaba ni le interesaba saberlo. Todo era confuso. Todo era falso. Las rosas se pudrían mientras gritaban de sed, sed de vida. Rosas, rosas. Rose Red.

         A veces no alcanzaba con desearlo, Daniel quería que Aylén estuviera allí, en su casa, los dos juntos para siempre. Hasta la eternidad. Y soñar despierto había sido su eternidad. Pero la realidad era mucho más poderosa y cruel; la realidad no se dejaba mentir.
         Daniel tomó la cuchilla más filosa de la despensa y le marcó el objetivo al filo de la muerte: la muñeca izquierda con delicadas ramas de venas vitales, luego la derecha. Se acabó, se dijo y miró a la ventana. Aylén lo esperaba fuera, mientras el viento filoso y frío acariciaba su rostro y bailaba con su pelo corto, negro y ondulado. El amor eterno nunca muere. Sintió que algo penetró (y violó) la piel delicada que envolvía su muñeca y protegía las redes de arroyos de pasión muerta. Aylén brillaba, era su ángel.
         “Estaremos juntos por toda la eternidad”, pensó Daniel en un susurro de amor violado y asesinado por la desgracia, fue su último pensamiento; ahora sería ella la dueña de sus pensamientos. 
        Daniel recorrió el último camino de la taza de Aylén; él también estaba hecho añicos.
         El amor eterno jamás moriría.


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miércoles, 5 de enero de 2011

Todo sigue igual

Lo siguiente está escrito para las personas que me acompañaron durante el 2010. Muchos de ellos no entienden lo que escribo, no soy muy explícito, lo sé, por eso quise explicar un poco. Me siento muy solo en estos días, volqué estas palabras en el facebook pero también quise darles una oportunidad en mi blog. Ahí va. 
TODO SIGUE IGUAL




         Todo sigue igual.
         Mira, a través de la ventana, las estrellas del cielo del hastío mientras se sienta sobre la mecedora del descanso. La noche es plena, fría y oscura. El viento susurra al oído momentos de la vida que no puede olvidar. Cada estrella corresponde un instante junto a la persona que más anhela, esa persona que es una utopía difícil de alcanzar. 
         Las personas que se alejaron de su vida son las que hoy extraña, el tiempo fortalece la distancia y la nostalgia. Esas personas le dieron felicidad que no supo encontrar en ningún otro lugar ni momento. Mira el celular esperando recibir un mensaje que pudiera acabar con su ansiedad y añoranza. 
         La computadora permanece encendida, el navegador gira en torno al facebook y, en ese momento, está en el perfil de la persona amada. El chat está abierto esperando oír un alerta que le provoque un sobresalto de pasión a su corazón. La vida avanza al tiempo que la Tierra gira en torno al Sol, su eterno amante y verdugo a largo plazo. Las estrellas que ya murieron miran a un mundo vacío de sentimientos y repleto de vida con la indiferencia que caracteriza a la humanidad. Todo sigue su camino. Y los amigos se pierden en la distancia y el tiempo, devorados por el olvido, machacados por el cambio. 
         Todo sigue igual.
         El celular no suena, la computadora descansa del constante tecleo que genera palabras sin sentido y momentos de imaginación profunda, y nefasta muchas veces.
         El cansancio se adueña de su ser. El tiempo converge a las doce y a un nuevo año. Sus pensamientos convergen en sus amigos y en lo mucho que los extraña. La necesidad de abrazar, besar, amar, charlar está parada al pie del cañón, mirando al abismo de las tinieblas, donde no existe humanidad y donde el olvido reina sobre el silencio del 31 de diciembre acompañado de la soledad. 
         Todo sigue igual.


         El cambio es constante e inevitable. No hay razón para creer que con un dedo se tapa el sol, o que con una frase trabajada una semana podré enamorar a esa persona que se adueña de mis instantes, razón, pensamientos y  palabras; ella está en cada palabra escrita y ningún relato podrá cambiar su manera de sentir lo que siente por mí. Los amigos no están y hoy más que nunca los necesito.
         Hoy, inevitablemente
         todo sigue igual.


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lunes, 3 de enero de 2011

Debutante

Antes que nada, debo advertirles que este relato contiene palabras groseras, por decirlo de algún modo. Si no le gusta este tipo de groserías, ni intente leer este relato. Hay un lenguaje demasiado argentino y vulgar. Está avisado, esto es diferente a lo que llevo publicado.


Este relato fue creado originalmente para disfrutar con mis amigos, pero me gusta y quiero compartirlo con ustedes. Acepto críticas en contra. Aviso que puede haber algún error porque no suelo frecuentar estos lugares pero tampoco critico a quien lo hace.











1
    El silencio que se generó cuando su tío hubo apagado el motor del Torino estremeció a Damián. Su tío se detuvo al lado de un hermoso Bora a la derecha y un sucio y destartalado Fiat 147 azul a la izquierda. Luces rojas marcaban el contorno del frente del “local”. La luz del alumbrado público generaba en la cara de los tres tipos una vitalidad espeluznante e infernal. El cabaret se elevaba frente a ellos. Damián lo observó con gran admiración. Hoy le conocería la cara a Dios.
    El tío Diego fue el primero en bajarse del auto, de su auto, Damián iba en el lado de acompañante y atrás estaba José, el hermano de Damián.
    —Bueno, muchachos —dijo Diego—. A festejar el cumpleaños de Dami.
    Damián estaba emocionado, en un estado de excitación que a duras penas podía controlar (a “dura” aún no quería llegar). Era su cumpleaños número dieciséis y jamás se le dio la oportunidad de garchar, tal vez era el destino que se empeñaba en dejarlo solo; o era su cara de boludo la que no le permitía ir a una batalla entre dos, la que no le permitía ir a la guerra, y siempre terminaba batallando en plena soledad bajo la luz del foco de 100 watts del baño.
2
    Desde la puerta se escuchaba música que Damián no conocía pero que José y su tío Diego tarareaban a la perfección.
    —Esto es un poco de cumbia, Dami —le dijo Diego—. Hay cachaca, algo de Bronco, romantiquito, o Los Ángeles Azules, ¿te cabe Los Mensajeros del Amor? ¿Conocés Brindys?
    —No sé quiénes mierda son esos —contestó Damián que sólo escuchaba Molotov y La Renga.
    —Vamos que alguna de Daniel Cardozo te conocés, papá —acotó José.
    —Sí, pero no sé. ¿Es importante la música en estos lugares?
    —Vamos y verás, sobrino —dijo Diego.
    Diego se acercó a la puerta, la abrió e hizo el gesto para que entraran. José fue el primero. Damián miró parado desde afuera con cierta desconfianza al interior, en muchas charlas escuchó que en los cabarets se cagan a trompadas, corre la merca y encima corrés peligro de enfermarte con algunas de esas enfermedades jodidas.
    —Vamos, Dami —le invitó su tío—. Vamos que el polvo lo pago yo.
3
    El interior no era como Damián se lo había imaginado, no como los mostraban en las películas yanquis. El lugar era una mierda. Flotaba el humo de los puchos (o porros, Damián no lo sabía con certeza) y el olor a birra era intenso y penetrante. La música sonaba tan fuerte que su tío y su hermano gritaban en vez de hablar. Miró el local, había una mesa de pool (que nadie estaba usando), unas cuatro o cinco mesas cuadradas, una barra, allí estaba la mayor parte de clientes y mercancía, y, al fondo, un pasillo que daba a una oscuridad infinitamente orgásmica, “ahí van a ponerla” le dijo José, un cabaretero desde los quince años que rondaba los veintidós.
    —Vení —lo llamó Diego—. Vamos a tomarnos una birra. —Llamó al tipo de la barra y le pidió la birra al oído con ímpetu, el tipo asintió y su tío le dijo algo más al oído, el tipo volvió a asentir y le dijo algo a su tío, ambos rieron.
    De fondo sonaba canciones no conocidas por él. Sonaba algo de cumbia villera, sonaba algo que se titulaba "La Zorra". En la pista, si se puede llamar pista a un suelo de cemento arenoso lleno de polvo, había un par de putas con sus respectivos clientes. Uno le manoseaba el culo y la apoyaba contra su cuerpo. La otra mina le meneaba el culo en la verga de un tipo vestido de traje, parecía un empresario. Damián dedujo que la música sí era importante en estos lugares.
    —Ese tipo —dijo Diego señalando al cliente del traje al cual le meneaban la cola en su verga—, es el dueño del Bora que está al lado del Torino. Es concejal de Quilmes.
    Damián asintió sorprendido. Un tipo importante iba a los cabarets de mala muerte en lugar de ir a Cocodrilo, el cabaret VIP y más importante de Buenos Aires, del que escuchó hablar alguna vez.
    —Vení, vamos al lado de la mesa de pool —pidió su tío una vez recibió dos pequeñas botellas de Budweiser.
    José se había alejado con una morocha, flaca y de unas gomas infartantes, pero fea de cara al parecer. La poca luz del interior no le daba demasiados detalles de la gente.
    —Hablé con Gastón, el tipo que está en la barra y dueño del breca. Le pregunté si me podía conseguir la mejor mina que tuviera y me dijo que iba a mandar a Carla, una negra que te va a pintar la verga de colores.
    Damián sonrió. Sintió un hormigueo en Damiancito.
4
    Una rubia se acercó a su tío, lo besó en los labios y le manoteó el bulto. «Dios, qué mina atrevida», se dijo Damián a sí mismo.
    —Estrella, te presento a mi sobrino, Damián. Todavía es suavecito y esta noche lo vamo´ a destetar.
    —Hola —lo saludó Estrella al oído dándole un beso cálido en la mejilla.
    «Por Dios, es un hombre», dedujo Damián al tiempo que oyó el «hola» de Estrella.
    Sonrió débilmente y se asustó un poco. Jamás había visto un travesti de cerca. Hoy era la Noche De Sus Primeras Veces en todo, hasta en conocer a un travesti. Le dio un sorbo a su botella de Budweiser.
    Apoyado en la mesa de pool volvió a mirar a su alrededor, buscó y encontró a su hermano, estaba bailando con la tetona morocha y con sus manos apoyadas en el culo de ella. Ella parecía feliz. Bailaban al son de música del Paraguay, por lo que oía. Veía muy poco, había poca luz en el interior provenientes de luces rojas y otras que hacían brillar su remera blanca y los dientes de su tío cuando sonreía. Esas luces que usan los quiosqueros para que los giles del barrio no lo garquen con algún billete de cien trucho.
    —Ya viene tu negra —le dijo su tío al tiempo que señalaba a una mina que emergía de la oscuridad infinitamente orgásmica del pasillo del polvo de quince minutos.
    Damián comenzó a sentir sus piernas débiles y el hormigueo en sus entrepiernas cesó de momento. El miedo se adueñó de su ser. Jamás había tenido novia y lo más cercano al sexo que tuvo en su vida fue un beso en la comisura de sus labios por parte de Noelia, a los once años, exceptuando las interminables sesiones de paja hojeando las revistas Hombre o navegando por páginas pornográficas desde el celular. «Dios bendiga al 3G», dijo mientras su mente volaba por los aires del cálido y viciado cabaret. Comenzó a sudar y su tío lo miró con una cara de rareza que a él no le gustó mucho.
    —Tranca, Dami —dijo—. La argolla tiene labios pero no tiene dientes, y no te va a arrancar la cabeza de la chota —concluyó guarangamente.
    Carla se acercó a Diego. Damián la miró mientras saludaba a Diego como se saludan dos viejos amigos después de meses sin verse, o dos pelotudos salidos del colegio en La Plata.
    Carla luego miró a Damián y asentía mientras Diego le hablaba al oído derecho y Estrella le acariciaba el «muñequito insaciable de flujo femenino», textual de Diego en varias ocasiones. «Si la tía Fernanda se enterara de lo que hace mi tío cuando va a los cumpleaños de los sobrinos le daría de comer ese muñequito a los perros de la calle después de cortarlo con un Tramontina oxidado», bromeó para sus adentros revueltos por mariposas sexópatas.
    Finalmente, Carla se acercó a Damián y le susurró al oído muy tiernamente: «Esta noche te voy a hacer ver las estrellas. No podrás caminar por una semana, virgencito.»
    El virgen abrió los ojos de par en par, querían huir de sus orbitas.
5
    Carla llevó a Damián al pasillo de oscuridad infinitamente orgásmica, que no era tan oscuro al fin y al cabo, y lo hizo entrar a uno de los cuartos que daban al pasillo del sexo de quince minutos. A lo lejos, Diego observaba la escena abrazado a Estrella y José bailaba con su morocha ahora al son de cumbia mexicana. Damián entró en la habitación.
    Había una cama de plaza y media, una mesita de noche en el lado derecho y un enorme espejo en el techo. Era demasiado lujoso para el bar en sí mismo, contrastaba demasiado. «Debe ser vip», pensó Damián. A su derecha había un armario y Carla se dirigió hasta allí. La luz era igual de débil que fuera de la pieza, pero veía muy bien a esa altura ya que se había acostumbrado.
    —No te quedes parado. Sacate la ropa, nene —le dijo ella al tiempo que se quitaba la camiseta transparente y luego la pollera. Damián debía admitir que Carla era muy hermosa para ser parte de la Legión de Putas de El Peligro, Capital Nacional del Cabaret.
    Por un instante, a Damián, lo azotó la vergüenza pero al final se bajó la bermuda y se quitó el calzoncillo. Se dejó la remera puesta. Su pene estaba decaído (fofo), producto del miedo que le generaba el momento. Ella le señaló la cama y él se echó boca arriba sobre la misma. Con Damiancito mirando al cielo y un poco relajado.
    Carla se subió a la cama, se arrodilló al lado de Damiancito y le colocó un forro con delicadeza. Llevó su boca al pene caiducho y comenzó a chupar, adelante y atrás, adelante y atrás, para meterle el forro con los labios. A Damián le temblaba las piernas y hacia fuerza rogando que Damiancito se parara del todo. Apretaba las nalgas (fruncía el culo) pero nada. Su fiel amiguito se dormía en los laureles. Le tocó una goma a Carla, de paso para sentir el tacto de una teta, era suave y pequeña, nada de otro mundo, pero nada, el loquito no respondía al estímulo.
    Carla aumentó la velocidad del pete, comenzó a rozar con sus dientes al pene (que le generaba dolor en la cabeza de Damiancito, casi ardor) pero no había caso. Se detuvo, miró a Damián y le preguntó:
    —¿Acaso ya acabaste?
    —No —respondió Damián con la voz temblorosa por el esfuerzo sobrehumano por despertar a su eterno compañerito.
    Carla le quitó el preservativo a Damiancito con aires de decepción y Damián comenzó a jalarlo por sí mismo, se miró al techo y se vio a sí mismo tocándose nuevamente, sobresaltaba el monte de pendejos. Carla dejó el forro dentro de una bolsita y sacó un segundo para intentarlo una vez más. Damián pensaba en muchas cosas pero no en garchar, pensaba en Estefanía y en lo mucho que la amaba, pensaba en las veces que tenía que resistir para mantener a Damiancito dormido mientras Estefi lo abrazaba y apoyaba sus firmes tetas contra su pecho, y ahora que tenía a una mina casi del todo en bolas, el muy puto no quería reaccionar. Mala leche, desgracia orgásmica.
    Último intento, Carla volvió a ejercer el mismo acto, Damián hacía fuerza con cuerpo y alma y leche acumulada. Nada, Damiancito había sucumbido en los campos del placer. Se había dormido.
6
    —Vestite —le ordenó Carla mientras se ponía su camisa transparente sin manga con bastante violencia. Damián hizo caso. Se sentía frustrado.
    Su primera vez se vio destruida porque su verga no dio respuestas a los estímulos de una loca infartante.
    Damián dejó caer una lágrima en honor al caído sin haber luchado.
    Salió de la pieza para zambullirse en la oscuridad infinitamente orgásmica del pasillo del sexo de quince minutos; tras él, Carla cerraba la puerta. Al final del pasillo lo esperaba Diego y José. Damián casi dejó caer otra lágrima pero la contuvo.
    Diego lo miró y vio preocupación en su cara, supo que algo andaba mal, sólo había estado siete minutos en la pieza.
7
    —Así que no se te paró, Damián —dijo José después de escuchar el relato de su hermano sobre los hechos.
    —No —contestó Damián un poco sorprendido, creía que se burlarían de él cuando hubiera terminado de contar los sucesos pero no fue así.
    —Entonces la próxima vez tendremos que darle al viagra, un cuarto de pastilla pa´ que no duela la pija ya que sos joven, Dami —le dijo Diego mientras arrancaba el coche y reía.
    —Ya habrá otra oportunidad —lo alentó José y le palmeó el hombro.
    —Eso espero —susurró Damián mientras miraba como el cabaret se perdía en la distancia, en el horizonte. Y la luz del crepúsculo era más intensa.
8
    Durante esa mañana, Damián se despertó con su amiguito al palo. Había soñado con Carla. Tuvo que descargar a Damiancito a mano en el baño, una vez más. Lloró de bronca.

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sábado, 1 de enero de 2011

Amanecer


         Abrazados bajo la débil luz del amanecer se juraron eterno amor; el muchacho rodeaba la cintura de la muchacha con su brazo derecho y apoyaba su cabeza en el hombro de ella; ella, a su vez, le rodeaba la cintura y acariciaba la mejilla suavemente. Ambos miraban el alba, cada vez más viejo, le quedaba poco tiempo de resplandor anaranjado perteneciente a los sueños de los desvaídos de las fantasías. El muchacho acariciaba el pelo negro y centelleante ante la luz del alba de la hermosa mujer que abrazaba, evitando que se escape de su vida.
         Le susurraba el amor al oído; le juraba que el amor jamás moriría, ni ellos ni el amor que los convergía en momentos únicos; el amor era apenas el amanecer de sus nuevas vidas unidas.
         El muchacho recordó cuando su madre le había dicho que él había sido la razón por la cual continuó adelante con su vida al evitar que se suicidara, fue el horizonte del cambio y ella, su madre, estaba dispuesta a dar lo que fuera por entregarle el amor que su hijo merecía, incluso su vida, por paradójico que sonara. 
         Ahora era él quien debía entregar su amor, el amor que recibió de su madre, amante de la locura, a la muchacha que jamás dejaría huir por nada del mundo. El horizonte perdía el color naranja de imágenes oníricas y el amanecer concluía para entregarle el tiempo al naciente día; el muchacho y la muchacha dejaron el mundo de ensueños para volver en otro crepúsculo, donde su amor era eterno.


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